PODER, OBRAS PODEROSAS
Poder es la capacidad o facultad de realizar cierto acto, llevar a cabo una cosa o hacer trabajo; también, autoridad o influencia, ya sea otorgados u ostentados por posición. La palabra hebrea kó·aj se traduce “poder”; guevu·ráh, “poderío”, y ʽoz, “fuerza”. El término griego dý·na·mis se traduce “poder” y “obras poderosas”, según el contexto.
Al final del sexto “día” creativo, Dios se puso ‘a descansar de toda su obra que había creado con el propósito de hacer’. (Gé 2:2, 3.) Descansó de estas obras creativas, pero su poder no ha permanecido latente o inactivo desde entonces. Más de cuatro mil años después de que terminase la creación terrestre, su Hijo declaró: “Mi Padre ha seguido trabajando hasta ahora, y yo sigo trabajando”. (Jn 5:17.) No solo ha estado activo en la región espiritual; el registro bíblico vibra con las expresiones de su poder y sus hechos poderosos a favor de la humanidad. Aunque en ocasiones ‘ha estado callado, ejerciendo autodominio’, cuando ha llegado el debido tiempo de actuar, lo ha hecho con “pleno poderío”. (Isa 42:13, 14; compárese con Sl 80:2; Isa 63:15.)
El término “trabajo” indica una actividad realizada con un propósito. Los actos de Jehová no son caprichosas manifestaciones aisladas de energía, sino acciones coordinadas, realizadas con un propósito y una finalidad concretos en mira. Aunque su poder mantiene tanto al universo como a sus criaturas vivas (Sl 136:25; 148:2-6; Mt 5:45), Jehová no es como una central impersonal de producción de energía. Sus actos demuestran que es un Dios personal que tiene un propósito. También es un Dios histórico, y ha intervenido de forma perceptible en los asuntos humanos en épocas definidas de la historia, en lugares específicos y con respecto a personas o pueblos en particular. Como “Dios vivo y verdadero” (1Te 1:9; Jos 3:10; Jer 10:10), ha demostrado que está al corriente de todo lo que ocurre en el universo, reaccionando en consecuencia y tomando la iniciativa en adelantar su propósito.
En todos los casos, sus variadas demostraciones de poder han estado en armonía con su justicia (Sl 98:1, 2; 111:2, 3, 7; Isa 5:16); todas aclaran alguna cuestión a sus criaturas. Por una parte, muestran que “es propio” temer a Dios, pues es un Dios que “exige devoción exclusiva” y “un fuego consumidor” contra los que practican la iniquidad, de modo que es “cosa horrenda caer en las manos del Dios vivo”. (Jer 10:6, 7; Éx 20:5; Heb 10:26-31; 12:28, 29.) No debemos burlarnos de Dios. (Éx 8:29.)
Por otra parte, el uso de su poder se manifiesta de modo más maravilloso al recompensar a las personas de corazón justo que lo buscan con sinceridad. Las fortalece para realizar las tareas asignadas y el trabajo necesario (Sl 84:5-7; Isa 40:29-31), así como para aguantar bajo presión (Sl 46:1; Isa 25:4), manteniéndolas y sustentándolas (Sl 145:14-16), protegiéndolas, salvaguardándolas y liberándolas en tiempo de peligro y agresión. (Sl 20:6, 7.) “Sus ojos están discurriendo por toda la tierra para mostrar su fuerza a favor de aquellos cuyo corazón es completo para con él.” (2Cr 16:9.) Los que llegan a conocerle se dan cuenta de que su nombre es una “torre fuerte” a la que pueden recurrir. (Pr 18:10; Sl 91:1-8.) El conocimiento de sus actos poderosos da seguridad a la persona de que Dios oye las oraciones de sus siervos que confían en Él y que puede contestarlas, si es necesario, “con cosas inspiradoras de temor, en justicia”. (Sl 65:2, 5.) En un sentido figurado, está “cerca” de ellos, por lo que puede responder con rapidez. (Sl 145:18, 19; Jud 24, 25.)
Poder evidente en la creación. Los seres humanos ven pruebas de poder en toda la creación física, en los inmensos e incontables cuerpos estelares (compárese con Job 38:31-33), así como en el mismo planeta Tierra. Se dice que el mismo suelo tiene poder (Gé 4:12) y produce fruto que da fuerza (1Sa 28:22), y se observa poder en todos lo organismos vivos: plantas, animales y el hombre. En tiempos modernos también se ha llegado a conocer bien el tremendo poder encerrado en las diminutas partículas atómicas que forman la materia. Los científicos a veces llaman a la materia energía organizada.
Por todas las Escrituras se ponen de relieve el poder y la “energía dinámica” de Dios como Hacedor de cielo y tierra. (Isa 40:25, 26; Jer 10:12; 32:17.) Es probable que el mismo término hebreo para “Dios” (ʼEl) tuviera el significado básico de “poderoso”. (Compárese con el uso del término en Gé 31:29, en la expresión “el poder [ʼel] de mi mano”.)
Necesidad de demostraciones especiales de poder. El primer hombre sabía que Jehová Dios era su Creador, su único Padre y Dador de vida. Dios dotó al hombre con cierto poder, intelectual y físico, y le dio trabajo que hacer. (Gé 1:26-28; 2:15.) Tal ejercicio de poder tenía que armonizar con la voluntad de su Creador y, por lo tanto, debía estar controlado por las demás cualidades con las que Dios lo había dotado, como la sabiduría, la justicia y el amor.
La rebelión de Edén presentó un desafío a la soberanía de Dios. Aunque fue ante todo una cuestión moral, ha hecho que Dios ejerza su poder de maneras especiales. (Véase JEHOVÁ [La cuestión suprema es de naturaleza moral].) Un hijo celestial de Dios fue el instigador de la rebelión, y así se convirtió en opositor o resistidor (heb. sa·tán) de Dios. Jehová reaccionó ante esta situación juzgando a los rebeldes. La expulsión de la pareja humana del jardín de Edén y la colocación de sus fieles criaturas celestiales en la entrada del jardín eran demostraciones de poder divino. (Gé 3:4, 5, 19, 22-24.) La palabra de Jehová no se demostró impotente, débil o vacilante, sino poderosa, irresistible en su cumplimiento. (Compárese con Jer 23:29.) Como Dios Soberano, Jehová demostró estar preparado y dispuesto a respaldar su palabra con el peso pleno de su autoridad.
Jehová ha trabajado para la realización de su propósito declarado. (Gé 3:15; Ef 1:8-11.) A su debido tiempo pondrá fin a la rebelión terrestre haciendo que el espíritu rebelde original y los que se han aliado con él sean aplastados como se aplasta la cabeza de una serpiente. (Compárese con Ro 16:20.) Aunque permite que su Adversario celestial continúe existiendo y se esfuerce por demostrar que su desafío tiene fundamento, Jehová no renuncia a su posición soberana. Ejerce su autoridad justa y recompensa o castiga cuando y como cree oportuno, juzgando a los hombres según sus hechos. (Éx 34:6, 7; Jer 32:17-19.) Además, usa su poder para atestiguar las credenciales de aquellos a quienes designa como sus representantes en la Tierra. Con la revelación de su poder, imprime el sello de veracidad en los mensajes que presentan.
Dios ha manifestado así su bondad. Ha dado prueba de que Él, y nadie más, es el Dios verdadero; ha mostrado que merece el temor, el respeto, la confianza, la alabanza y el amor de sus criaturas inteligentes. (Sl 31:24; 86:16, 17; Isa 41:10-13.) Jehová ha demostrado a sus siervos en todas las épocas que su poder no se ha desvanecido, que su “mano” no ‘se ha acortado’ y que su “oído” no se ha hecho demasiado pesado para oír. (Nú 11:23; Isa 40:28; 50:2; 59:1.) Más importante aún, estas expresiones de poder han engrandecido su propio nombre, Jehová. El uso que da a su poder lo enaltece, no lo rebaja, ni mancha su reputación; por el contrario, mediante la manifestación de su poder se hace “un nombre hermoso”. (Job 36:22, 23; 37:23, 24; Isa 63:12-14.)
Antes y durante el diluvio universal. Antes del Diluvio los hombres tuvieron muchas pruebas del poder de Dios. Sabían que el camino al Paraíso estaba cortado por poderosas criaturas celestiales. Dios demostró que se interesaba en lo que estaba sucediendo aprobando el sacrificio de Abel, expresando juicio sobre su hermano asesino Caín y advirtiendo a los hombres que no ejecutasen a este último. (Gé 3:24; 4:2-15.)
Unos mil cuatrocientos años más tarde, la Tierra se llenó de iniquidad y violencia. (Gé 6:1-5, 11, 12.) Jehová manifestó que desaprobaba esta situación. Después de dar una advertencia mediante su siervo Noé, demostró enérgicamente mediante un diluvio universal que no permitiría que los hombres inicuos arruinaran la Tierra. No utilizó su poder para obligarlos a adorarle, sino que mediante la obra de Noé, “predicador de justicia”, les dio la oportunidad de cambiar. Al mismo tiempo, mostró que podía liberar a las personas de corazón justo de las circunstancias adversas. (2Pe 2:4, 5, 9.) Tal como su juicio llegó repentinamente sobre los inicuos y su destrucción no ‘dormitó’, sino que los barrió en cuarenta días, Él actuará de modo similar en el futuro. (2Pe 2:3; Gé 7:17-23; Mt 24:37-39.)
Desafío de dioses falsos después del Diluvio. Tanto las Escrituras como los antiguos registros seglares revelan que el hombre se desvió de la adoración del Dios verdadero después del Diluvio. Es muy probable que Nemrod, “poderoso cazador en oposición a Jehová”, desempeñara un papel importante en esa desviación; y hay pruebas que señalan a Babel (Babilonia) como el epicentro de la adoración falsa. (Gé 10:8-12; 11:1-4, 9; véanse BABEL; BABILONIA núm. 1; DIOSES Y DIOSAS.) La torre que se edificó en Babel fue una demostración de las posibilidades y el poder humanos, independientes de Dios, no autorizados por Él. Se buscaba la reputación y fama de los edificadores, no la del Creador. Y, como Dios vio, esto era solo el principio. Podía llevar a una serie de ambiciosos proyectos de poder que apartaran al hombre cada vez más del Dios verdadero, proyectos que desafiaran a Dios y su propósito para el planeta y la raza humana. Dios intervino de nuevo confundiendo el idioma de los hombres para que se dispersaran por todo el globo. (Gé 11:5-9.)
Los “dioses de la naturaleza” contrastados con el Dios verdadero. Antiguos documentos de Babilonia y de otros lugares adonde emigraron los hombres muestran que la adoración a los “dioses de la naturaleza” (como Shamash, el dios-sol babilonio, y Baal, el dios cananeo de la fertilidad) cobró mucha importancia en aquellos tiempos antiguos. Los hombres relacionaban a estos “dioses de la naturaleza” con manifestaciones de poder periódicas o cíclicas, como el brillo diario de los rayos del Sol, las estaciones resultantes de los solsticios (verano e invierno), y equinoccios (primavera y otoño), los vientos y las tormentas, la precipitación de la lluvia y su efecto en la fertilidad de la tierra al tiempo de sembrar y segar y otras manifestaciones de poder. Estas fuerzas son impersonales. De modo que el hombre tenía que atribuirles con su imaginación la personalidad de que carecían. Esta personalidad, fruto de la imaginación humana, solía ser caprichosa; sin propósito definido, moralmente depravada, no merecedora de adoración ni servicio.
No obstante, los cielos visibles y la Tierra suministran prueba clara de la existencia de una Fuente de poder superior, de innegable propósito inteligente, que ha producido todas esas fuerzas interrelacionadas y coordinadas. A esa Fuente se dirige la aclamación: “Digno eres tú, Jehová, nuestro Dios mismo, de recibir la gloria y la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y a causa de tu voluntad existieron y fueron creadas”. (Rev 4:11.) Jehová no es un Dios gobernado o limitado por los ciclos celestes o terrestres, y sus expresiones de poder no son caprichosas, erráticas ni inconsecuentes. En todos los casos revelan algo sobre su personalidad, sus normas o su propósito. La obra Theological Dictionary of the New Testament dice sobre el Dios que se revela en las Escrituras Hebreas: “La característica importante y predominante no es la fuerza o el poder, sino la voluntad que este poder debe ejecutar y, por lo tanto, servir. Esa es en todos los casos la característica decisiva” (edición de G. Kittel, traducción al inglés y edición de G. Bromiley, 1971, vol. 2, pág. 291).
La adoración que los israelitas dieron a estos “dioses de la naturaleza” fue una apostasía, una supresión de la verdad en favor de la mentira, un proceder irrazonable de adoración de la creación más bien que del Creador; esto es lo que el apóstol declara en Romanos 1:18-25. Aunque Jehová Dios es invisible, ha manifestado sus cualidades a los hombres, pues como Pablo dice, estas “se ven claramente desde la creación del mundo en adelante, porque se perciben por las cosas hechas, hasta su poder sempiterno y Divinidad, de modo que ellos son inexcusables”.
El control que Dios tiene sobre las fuerzas naturales lo distingue. Sería razonable esperar que, para probar que es el Dios verdadero, Jehová demostrara su control sobre las fuerzas creadas, haciéndolo de tal manera que su nombre estuviese relacionado inequívocamente con ello. (Sl 135:5, 6.) Como el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas siguen sus órbitas regulares; las condiciones atmosféricas terrestres (que causan el viento, la lluvia y otros efectos) obedecen las leyes que las gobiernan, como las langostas salen en enjambres y los pájaros migran, todas estas funciones normales y otras muchas no bastarían para santificar el nombre de Dios frente a la oposición y la adoración falsa.
Sin embargo, Jehová Dios podía hacer que la creación natural y los elementos dieran testimonio de su Divinidad, valiéndose de ellos para cumplir propósitos específicos que trascendieran de sus funciones ordinarias, y a menudo en un tiempo señalado específicamente. Incluso cuando no se trataba de acontecimientos extraordinarios en sí mismos, como en el caso de una sequía, una tormenta o condiciones climatológicas similares, dichos fenómenos naturales adquirían una carácter especial por cuanto ocurrían en cumplimiento de una profecía dada por Jehová. (Compárese con 1Re 17:1; 18:1, 2, 41-45.) Pero en la mayoría de los casos, los acontecimientos en sí eran extraordinarios, bien por su magnitud o intensidad (Éx 9:24), o debido a que ocurrían de una manera completamente insólita o en un tiempo que no era normal. (Éx 34:10; 1Sa 12:16-18.)
De manera similar, el nacimiento de un niño era algo común. Pero el que le naciese un hijo a una mujer que había sido estéril durante toda su vida y que había pasado de la edad de dar a luz (como era el caso de Sara) lo convertía en extraordinario. (Gé 18:10, 11; 21:1, 2.) Era prueba de la intervención de Dios. La muerte también era un suceso común. Pero cuando la muerte llegaba en un momento predicho o de una manera anunciada de antemano sin ninguna otra causa aparente, era algo extraordinario que indicaba acción divina. (1Sa 2:34; 2Re 7:1, 2, 20; Jer 28:16, 17.) Todas esas cosas demostraban que Jehová era el Dios verdadero, y que los “dioses de la naturaleza” eran “dioses que nada valen”. (Sl 96:5.)
Jehová resulta ser Dios para Abrahán. Abrahán y sus descendientes favorecidos, Isaac y Jacob, llegaron a conocer a Dios como Todopoderoso. (Éx 6:3.) Fue como un “escudo” que los protegió a ellos y a sus familias de los poderosos de la tierra. (Gé 12:14-20; 14:13-20; 15:1; 20:1-18; 26:26-29; Sl 105:7-15.) El que unos padres ancianos tuvieran a Isaac demostró que ‘nada es demasiado extraordinario para Jehová’. (Gé 18:14; 21:1-3.) Dios dio prosperidad a sus siervos; los protegió durante épocas de hambre. (Gé 12:10; 13:1, 2; 26:1-6, 12, 16; 31:4-13.) Como “Juez de toda la tierra”, Jehová ejecutó sentencia sobre las infames ciudades de Sodoma y Gomorra, aunque conservó con vida al fiel Lot y a sus hijas por consideración a su amigo Abrahán. (Gé 18:25; 19:27-29; Snt 2:23.) Estos hombres no solo tenían buena razón para creer que Dios existe, sino también para creer que es el poderoso remunerador de todos “los que le buscan solícitamente”. (Heb 11:6.) Cuando se le dijo a Abrahán que sacrificara a su hijo amado, tuvo buena base para confiar en el poder de Dios de levantar a Isaac de entre los muertos. (Heb 11:17-19; Gé 17:7, 8.)
Resulta ser Dios para Israel. Cuando la nación de Israel estaba en Egipto, Jehová le prometió: “Verdaderamente resultaré ser Dios para ustedes, y ustedes ciertamente sabrán que yo soy Jehová su Dios”. (Éx 6:6, 7.) Faraón confió en el poder de los dioses y diosas egipcios para contrarrestar las obras de Jehová. Dios permitió a propósito que Faraón mantuviera durante un tiempo su proceder desafiante. Este tiempo sirvió para que Jehová ‘mostrara su poder y para que su nombre fuera declarado en toda la tierra’. (Éx 9:13-16; 7:3-5.) Hizo posible que se multiplicaran las “señales” y los “milagros” (Sl 105:27), y las diez plagas demostraron el control del Creador sobre el agua, la luz solar, los insectos, los animales y los cuerpos humanos. (Éx 7–12.)
En esto Jehová se distinguió de los “dioses de la naturaleza”. Estas plagas —oscuridad, peste, granizo, enjambres de langostas y otras— se predijeron y sucedieron precisamente como se había indicado. No fueron meras coincidencias ni se produjeron al azar. Las advertencias que se habían dado con anterioridad hicieron posible que las personas que las escucharon evitaran ciertas plagas. (Éx 9:18-21; 12:1-13.) Dios pudo ser selectivo en cuanto al efecto de las plagas, haciendo que algunas no afectaran ciertas zonas, con lo que demostró quiénes eran sus siervos aprobados. (Éx 8:22, 23; 9:3-7, 26.) Podía iniciar y detener las plagas a voluntad. (Éx 8:8-11; 9:29.) Aunque los sacerdotes practicantes de magia de Faraón dieron la impresión de repetir las dos primeras plagas (quizás incluso intentaron atribuirlas a sus deidades egipcias), sus artes secretas pronto les fallaron y tuvieron que reconocer que el “dedo de Dios” había realizado la tercera plaga. (Éx 7:22; 8:6, 7, 16-19.) No pudieron anular las plagas, y ellos mismos se vieron afectados. (Éx 9:11.)
Jehová ‘resultó ser Dios para Israel’ y ‘estar cerca de ellos’ al reclamarlos “con brazo extendido y con grandes juicios”. (Éx 6:6, 7; Dt 4:7.) Después de la aniquilación de las huestes de Faraón en el mar Rojo, el pueblo de Israel “empezó a temer a Jehová y a poner fe en Jehová y en Moisés su siervo”. (Éx 14:31.)
El pacto de la Ley. Antes de hacer el pacto de la Ley con Israel, Jehová suministró agua de manera milagrosa para millones de personas que entonces estaban en la región del desierto de Sinaí, y también les dio la victoria sobre sus enemigos. (Éx 15:22-25; 16:11-15; 17:5-16.) En un lugar designado previamente, el monte Sinaí, Jehová demostró de modo impresionante su control sobre las fuerzas terrestres creadas. (Éx 19:16-19; compárese con Heb 12:18-21.) A la nación no le faltaban razones para reconocer la Fuente divina del pacto y aceptarlo con profundo respeto. (Dt 4:32-36, 39.) La manera notable como Jehová utilizó a Moisés también le dio al pueblo base para aceptar con convicción el Pentateuco, la primera parte de las Sagradas Escrituras escritas por Moisés bajo inspiración divina. (Compárese con Dt 34:10-12; Jos 1:7, 8.) Cuando se cuestionó la autoridad del sacerdocio aarónico, Jehová dio más confirmación visible. (Nú 16, 17.)
Conquista de Canaán. La conquista de siete naciones de Canaán “más populosas y más fuertes” que Israel (Dt 7:1, 2) contribuyó al testimonio de la Divinidad de Jehová. (Jos 23:3, 8-11.) La fama del Dios de Israel le abrió camino al pueblo (Éx 9:16; Jer 32:20, 21), y el ‘pavor y el temor’ de Israel debilitó a sus opositores. (Dt 11:25; Éx 15:14-17.) Así que los opositores eran más reprensibles, pues tenían prueba de que este era el pueblo del Dios verdadero; pelear contra ellos era pelear contra Dios. Algunos cananeos reconocieron sabiamente la superioridad de Jehová sobre sus ídolos, como lo habían hecho otros con anterioridad, y buscaron Su favor. (Jos 2:1, 9-13.)
El Sol y la Luna permanecen inmóviles. Cuando Jehová obró en favor de los gabaonitas sitiados, unos cananeos que habían ejercido fe en Él, hizo que el Sol y la Luna permanecieran inmóviles desde el punto de vista de los que estaban en la batalla, posponiendo la puesta de sol por casi un día, para que Israel pudiera acabar con las fuerzas enemigas. (Jos 10:1-14.) Aunque este milagro pudiera suponer una detención del movimiento de rotación de la Tierra, el efecto pudo conseguirse por otros medios, como, por ejemplo, una refracción de los rayos solares y lunares. Cualquiera que fuera el método empleado, de nuevo puso de relieve que “todo cuanto a Jehová le deleitó hacer lo ha hecho en los cielos y en la tierra, en los mares y en todas las profundidades acuosas”. (Sl 135:6.) Como escribió tiempo después el apóstol Pablo, “toda casa es construida por alguien, pero el que ha construido todas las cosas es Dios”. (Heb 3:4.) Jehová hace lo que tiene a bien con aquello que edifica, utilizándolo como le conviene, igual que hace el hombre que construye una casa. (Compárese con 2Re 20:8-11.)
Durante los siguientes cuatro siglos, toda la época de los jueces, Jehová siguió ayudando a los israelitas cuando le eran leales y les retiró su apoyo cuando se volvieron a otros dioses. (Jue 6:11-22, 36-40; 4:14-16; 5:31; 14:3, 4, 6, 19; 15:14; 16:15-21, 23-30.)
Bajo la monarquía israelita. Durante los quinientos diez años que duró la monarquía israelita, el “brazo” poderoso de Jehová y su “mano” protectora con frecuencia tuvieron acorralados a sus agresores, confundieron y desbarataron sus fuerzas, y las obligaron a batirse en retirada a sus territorios de procedencia. Estas naciones no solo adoraban a los “dioses de la naturaleza”, sino a dioses (y diosas) de la guerra. En algunos casos tenían al cabeza de la nación por un dios. Como siguieron luchando contra su pueblo, Jehová se mostró de nuevo como “persona varonil de guerra”, un ‘glorioso Rey, poderoso en batalla’. (Éx 15:3; Sl 24:7-10; Isa 59:17-19.) Se enfrentó a ellas en todo tipo de terreno, empleó estrategias bélicas que burlaron a sus jactanciosos generales y venció a guerreros de muchas naciones, así como a su equipo bélico especial. (2Sa 5:22-25; 10:18; 1Re 20:23-30; 2Cr 14:9-12.) Podía hacer que su pueblo conociera los planes secretos de guerra de estas naciones con tanta exactitud como si se hubieran colocado aparatos electrónicos en sus palacios. (2Re 6:8-12.) A veces fortaleció a su pueblo para la batalla; en otros casos consiguió victorias sin que su pueblo siquiera desenvainara la espada. (2Re 7:6, 7; 2Cr 20:15, 17, 22, 24, 29.) De estos modos avergonzó a los dioses bélicos de las naciones, exponiéndolos como fracasados e impostores. (Isa 41:21-24; Jer 10:10-15; 43:10-13.)
Durante el exilio y la restauración. Aunque Jehová permitió que la nación fuera al exilio —Asiria conquistó el reino septentrional y Babilonia desoló el reino de Judá—, mantuvo en existencia la línea davídica en cumplimiento del pacto que había hecho con David para un reino eterno. (Sl 89:3, 4, 35-37.) Durante el exilio también mantuvo viva la fe de su pueblo, utilizando a Daniel y otros siervos suyos de maneras maravillosas y ejecutando actos milagrosos que hicieron que incluso gobernantes mundiales reconocieran humildemente Su poder. (Da 3:19-29; 4:34-37; 6:16-23.) Mediante la caída de la poderosa Babilonia, Jehová demostró de nuevo que era el único Dios, puso de relieve la irrealidad de los dioses paganos y los avergonzó. Su pueblo fue testigo de todo ello. (Isa 41:21-29; 43:10-15; 46:1, 2, 5-7.) Utilizó a los reyes de Persia en favor de Israel, liberando a su pueblo y permitiéndole regresar a su tierra para edificar el templo y después la ciudad de Jerusalén. (Esd 1:1-4; 7:6, 27, 28; Ne 1:11; 2:1-8.) Esdras no quiso pedir al rey persa protección militar para su compañía, aunque llevaba un cargamento cuyo valor total debía superar, al cambio actual, los 43.000.000 de dólares [E.U.A.]. Jehová los protegió durante el viaje a Jerusalén en respuesta a su oración. (Esd 8:21-27.)
En el tiempo transcurrido entre que terminaron de escribirse las Escrituras Hebreas y el nacimiento del Hijo de Dios en la Tierra, el poder de Dios debió estar activo para garantizar la preservación de la nación de Israel; de su capital, Jerusalén; de la ciudad vecina de Belén; del templo y su sacerdocio, y de otros rasgos del sistema judío, pues todo ello tenía que estar allí para el cumplimiento de la profecía en Cristo Jesús y su actividad. La historia cuenta de intentos de helenizar por completo el sistema judío, es decir, convertirlo a la forma griega de adorar. Pero estos intentos fracasaron. (Véase GRECIA, GRIEGOS [El efecto de la helenización en los judíos].)
“Cristo el poder de Dios.” Desde el nacimiento milagroso de Jesús en adelante, Dios manifestó su poder hacia él y por medio de él como nunca antes. Como el salmista, Jesús llegó a ser “justamente como milagro para muchas personas”. (Sl 71:7.) Jesús y sus discípulos, al igual que Isaías y sus hijos, fueron “como señales y como milagros en Israel de parte de Jehová de los ejércitos”, anunciando el futuro y revelando el propósito de Dios. (Isa 8:18; Heb 2:13; compárese con Lu 2:10-14.) Las obras poderosas de Dios realizadas durante miles de años se cumplieron entonces en Jesús, se realizaron en él. Con razón pudo el apóstol llamar a Jesús “el poder de Dios y la sabiduría de Dios”. (1Co 1:24.)
Jesús demostró que era el Mesías esperado por tanto tiempo, el ungido de Jehová, predicho para manifestar el ‘espíritu de poderío’. (Isa 11:1-5.) Como tal, era de esperar que proporcionara un poderoso testimonio para apoyar ese hecho. (Miq 5:2-5; compárese con Jn 7:31.) Mediante el nacimiento de Jesús de una virgen judía, Dios ya había empezado a dar testimonio a favor de su Hijo. (Lu 1:35-37.) Este nacimiento no fue simplemente un despliegue espectacular de poder divino, sino que sirvió para fines muy definidos: proveyó un ser humano perfecto, un ‘segundo Adán’, alguien capaz de santificar el nombre de su Padre, borrar el oprobio que el primer hijo humano había acarreado a ese nombre y así probó que el desafío de Satanás era falso; además, Jesús, como hombre perfecto, suministraría una base legal para rescatar a la humanidad obediente de las garras de los reyes Pecado y Muerte. (1Co 15:45-47; Heb 2:14, 15; Ro 5:18-21; véase RESCATE.) Y este descendiente perfecto de David sería el heredero de un Reino eterno. (Lu 1:31-33.)
El ungimiento de Jesús por el espíritu de Dios estuvo acompañado de poder divino. (Hch 10:38.) Moisés “era poderoso en sus palabras y hechos”. Como Jesús fue el ‘profeta mayor que Moisés’, sus credenciales fueron correspondientemente mayores. (Dt 34:10-12; Hch 7:22; Lu 24:19; Jn 6:14.) Era propio que ‘enseñara con autoridad’. (Mt 7:28, 29.) Así pues, tal como Dios dio razones para tener fe en Moisés, Josué y otros siervos suyos, entonces suministró una base sólida para que se tuviera fe en su Hijo. (Mt 11:2-6; Jn 6:29.) Jesús no se atribuyó el mérito a sí mismo; al contrario, admitió constantemente que Dios era la Fuente de sus obras poderosas. (Jn 5:19, 26; 7:28, 29; 9:3, 4; 14:10.) Las personas honradas reconocieron “el poder majestuoso de Dios” manifestado por medio de él. (Lu 9:43; 19:37; Jn 3:2; 9:28-33; compárese con Lu 1:68; 7:16.)
¿Qué presagiaron los milagros de Jesús?
Lo que Jesús hizo dio prueba del interés de Dios en la humanidad, y también fue una muestra de lo que Él haría con el tiempo a favor de todos aquellos que amaban la rectitud. Las obras poderosas de Jesús estuvieron muy relacionadas con los problemas de la humanidad; de estos, el primero y fundamental es el pecado, con todos sus efectos perjudiciales. La enfermedad y la muerte son concomitantes al pecado, y la facultad que Jesús tenía de curar toda clase de enfermedades (Mt 8:14, 15; Lu 6:19; 17:11-14; 8:43-48) e incluso de resucitar a los muertos (Mt 9:23-25; Lu 7:14, 15; Jn 11:39-44) dio prueba de que era el medio nombrado por Dios para libertar a la humanidad del pecado y de su castigo. (Compárese con Mr 2:5-12.) Jesús fue “el verdadero pan del cielo”, “el pan de la vida”, muy superior al maná que Israel comió en el desierto. (Jn 6:31-35, 48-51.) Él no proporcionó agua literal procedente de una roca, sino “agua viva”, el ‘agua de vida’. (Jn 7:37, 38; Rev 22:17; compárese con Jn 4:13, 14.)
Sus obras poderosas también fueron presagios de otras bendiciones que tenían que venir por medio de su reinado. Mientras que Eliseo había alimentado a cien personas con solo veinte panes y algo de grano, Jesús alimentó a miles con mucho menos. (2Re 4:42-44; Mt 14:19-21; 15:32-38.) Moisés y Eliseo convirtieron agua amarga o envenenada en agua dulce. Jesús convirtió simple agua en vino excelente que contribuyó al disfrute de un banquete de bodas. (Éx 15:22-25; 2Re 2:21, 22; Jn 2:1-11.) Por lo tanto, su gobernación ciertamente habría de librar del hambre a todos sus súbditos y proporcionar un agradable ‘banquete para todos los pueblos’. (Isa 25:6.) Su capacidad para hacer productivo el trabajo del hombre, como cuando bendijo los esfuerzos de sus discípulos en la pesca, fue una garantía de que bajo la bendición de su Reino los hombres no se verán obligados a ganarse la vida con grandes dificultades tan solo para poder subsistir. (Lu 5:4-9; compárese con Jn 21:3-7.)
Pero lo más significativo es que todas esas cosas estaban relacionadas con asuntos espirituales. Además de dar vista, habla y salud espirituales a los que estaban ciegos, mudos y enfermos espiritualmente, Jesús también proveyó alimento y bebida espirituales en abundancia y garantizó la productividad del ministerio de sus discípulos. (Compárese con Lu 5:10, 11; Jn 6:35, 36.) Cuando en ciertas ocasiones Jesús satisfizo de manera milagrosa las necesidades físicas de las personas, lo hizo principalmente para fortalecer su fe. El bien físico no era el fin más importante. (Compárese con Jn 6:25-27.) El alimento y la bebida no era lo que debía buscarse primero, sino el Reino y la justicia de Dios. (Mt 6:31-33.) Jesús puso el ejemplo al rehusar convertir las piedras en panes para su propio beneficio. (Mt 4:1-3.)
Liberación espiritual. Israel había conocido guerreros poderosos, pero el poder de Dios por medio de su Hijo estaba dirigido contra unos enemigos mayores que meros militaristas humanos. Jesús fue el Libertador (Lu 1:69-74) que proporcionó la manera de obtener libertad de la principal fuente de opresión: Satanás y sus demonios. (Heb 2:14, 15.) No solo libertó personalmente a muchos endemoniados (Lu 4:33-36), sino que mediante sus palabras poderosas de verdad, abrió de par en par las puertas de la libertad para aquellos que deseaban librarse de las cargas opresivas y de la esclavitud que la religión falsa les había impuesto. (Mt 23:4; Lu 4:18; Jn 8:31, 32.) Mediante su derrotero fiel e íntegro, no solo conquistó una ciudad o un imperio, sino “el mundo”. (Jn 14:30; 16:33.)
Importancia relativa de los actos milagrosos. Aunque Jesús destacó principalmente las verdades que proclamaba, sin embargo, mostró la relativa importancia que tenían sus obras poderosas, y muchas veces hizo referencia a ellas para acreditar su comisión y mensaje. La importancia de las obras poderosas radicaba en especial en que cumplían profecías. (Jn 5:36-39, 46, 47; 10:24-27, 31-38; 14:11; 20:27-29.) Los que veían tales obras contraían una responsabilidad especial. (Mt 11:20-24; Jn 15:24.) Como Pedro les dijo más tarde en el Pentecostés a las muchedumbres, Jesús era “varón públicamente mostrado por Dios a ustedes mediante obras poderosas y portentos presagiosos y señales que Dios hizo mediante él en medio de ustedes, así como ustedes mismos lo saben”. (Hch 2:22.) Tales demostraciones de poder divino ponían de manifiesto que el reino de Dios los había ‘alcanzado’. (Mt 12:28, 31, 32.)
Al valerse de manera tan significativa de su Hijo, Dios hizo que los ‘razonamientos de muchos corazones fuesen descubiertos’. (Lu 2:34, 35.) Ellos estaban viendo manifestado ‘el brazo de Jehová’, pero muchos, la mayoría, prefirieron ver otro significado en los acontecimientos que contemplaban, o permitir que los intereses egoístas les impidieran actuar en armonía con la “señal” vista. (Jn 12:37-43; 11:45-48.) Muchas personas deseaban obtener beneficios personales del poder de Dios, pero no tenían un anhelo sincero por la verdad y la justicia. Su corazón no se conmovió por la compasión y la bondad que impulsaron tantas de las obras poderosas de Jesús (compárense Lu 1:78; Mt 9:35, 36; 15:32-37; 20:34; Mr 1:40, 41; Lu 7:11-15 con Lu 14:1-6; Mr 3:1-6), una compasión que reflejaba la de su Padre. (Mr 5:18, 19.)
Ejercicio responsable del poder. Jesús siempre utilizó su poder de manera responsable, y nunca para hacer una mera exhibición. La maldición de la higuera infructífera obviamente tuvo un significado simbólico. (Mr 11:12-14; compárese con Mt 7:19, 20; 21:42, 43; Lu 13:6-9.) Jesús rehusó implicarse en exhibiciones sin propósito como las que le sugería Satanás. Cuando anduvo sobre las aguas, lo hizo porque a esa hora avanzada no había ningún medio de transporte que lo llevara a donde quería ir, algo completamente diferente de saltar desde el almenaje del templo como si fuera un suicida en potencia. (Mt 4:5-7; Mr 6:45-50.) La curiosidad malsana de Herodes no quedó satisfecha, puesto que Jesús se negó a entretenerle con una exhibición de milagros. (Lu 23:8.) Anteriormente, Jesús se había negado a realizar una “señal del cielo” solicitada por los fariseos y saduceos, debido a que ellos no la buscaban para fortalecer su fe en el cumplimiento de la Palabra de Dios, sino para eliminar la necesidad de tal fe. Tenían un mal motivo. (Mt 16:1-4; compárese con 15:1-6; 22:23, 29.)
De manera similar, la falta de fe de los habitantes de Nazaret lo retuvo de efectuar muchas obras poderosas, con toda seguridad no porque su fuente de poder fuese insuficiente, sino porque las circunstancias no las justificaban ni daban pie para realizarlas. El poder divino no debía desperdiciarse con personas escépticas que no eran receptivas. (Mr 6:1-6; compárese con Mt 10:14; Lu 16:29-31.) El hecho de que la fe de otros no era absolutamente esencial para que Jesús efectuase obras milagrosas puede verse en que sanó milagrosamente la oreja que le habían cortado al esclavo del sumo sacerdote que iba con la muchedumbre que le fue a detener. (Lu 22:50, 51.)
La resurrección de Jesucristo de entre los muertos a la vida celestial fue la mayor demostración que ha habido del poder de Dios. Sin ella, la fe cristiana sería “en vano”, sus seguidores serían “de todos los hombres [...] los más dignos de lástima”. (1Co 15:12-19.) Fue el acontecimiento que los discípulos de Jesús relataron con más frecuencia y el factor más importante que contribuyó a fortalecer la fe. Las distancias no impidieron que Jesús utilizara su poder cuando estuvo en la Tierra (Mt 8:5-13; Jn 4:46-53), y luego, desde su posición celestial, ungió a sus seguidores con el espíritu de Dios en el Pentecostés, lo que les permitió hacer obras poderosas en su ausencia. De esa manera refrendó el testimonio de ellos concerniente a su resurrección (Hch 4:33; Heb 2:3, 4) y también dio prueba de que eran el pueblo aprobado de Dios, su congregación. (Hch 2:1-4, 14-36, 43; 3:11-18.)
La muerte de su Hijo como ser humano no había acortado la mano de Jehová, tal como testificaron los muchos milagros, señales y portentos efectuados por los apóstoles y otros cristianos. (Hch 4:29, 30; 6:8; 14:3; 19:11, 12.) Las obras poderosas que efectuaron fueron como las de su Maestro: curaron a cojos (Hch 3:1-9; 14:8-10) y enfermos (Hch 5:12-16; 28:7-9), levantaron muertos (Hch 9:36-41; 20:9-11), expulsaron demonios (Hch 8:6, 7; 16:16-18), y todo lo hicieron sin buscar beneficio personal u honra para sí mismos. (Hch 3:12; 8:9-24; 13:15-17.) Por medio de ellos, Dios expresó juicios en contra de los malhechores, como había hecho valiéndose de los profetas de la antigüedad, edificando el debido respeto hacia sí mismo y hacia sus representantes. (Hch 5:1-11; 13:8-12.) Se les otorgaron nuevas facultades, como el hablar en lenguas extranjeras e interpretarlas. Esto también tuvo un “propósito provechoso”, puesto que pronto tendrían que extender la obra de predicar más allá de Israel, y hablar acerca de las obras maravillosas de Jehová entre las naciones. (1Co 12:4-11; Sl 96:3, 7.)
Jehová Dios también realizó otras obras poderosas, como abrir ‘puertas’ de oportunidad que les permitieran predicar en ciertos territorios, protegerles de los que querían acabar con su obra ministerial y dirigir su actividad. Normalmente hizo estas obras de manera que pasasen inadvertidas a las personas. (Hch 5:17-20; 8:26-29, 39, 40; 9:1-8; 10:19-22, 44-48; 12:6-11; 13:2; 16:6-10, 25-33; 18:9, 10; 1Co 16:8, 9.)
Se predijo que la facultad de obrar milagros que el espíritu concedía a los apóstoles y que ellos transmitían a otras personas, solo duraría durante la ‘infancia’ de la congregación cristiana y después desaparecería. (1Co 13:8-11; véase DONES DE DIOS [Dones del espíritu].) La Cyclopædia, de M’Clintock y Strong (vol. 6, pág. 320), explica: “Es una afirmación incuestionable que durante los primeros cien años que siguieron a la muerte de los apóstoles, se oye poco o nada en cuanto a que los primeros cristianos realizasen milagros”. Con todo, Jesús y sus apóstoles advirtieron que tanto los apóstatas como una bestia salvaje simbólica, todos ellos enemigos de Dios, harían obras poderosas con el fin de engañar. (Mt 7:21-23; 24:23-25; 2Te 2:9, 10; Rev 13:11-13; véase BESTIAS SIMBÓLICAS.)
Las manifestaciones del poder divino alcanzan su culminación con el establecimiento del reino de Dios en manos de Cristo Jesús y con los juicios que resultan de ese suceso.
Véase LLENAR LA MANO DE PODER.