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En casa de un fariseoEl hombre más grande de todos los tiempos
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¡Qué pobres aquellas excusas! Lo normal es examinar un campo o el ganado antes de comprarlo; por eso, en verdad no es urgente verlos después. El casamiento de alguien tampoco debería impedirle aceptar una invitación tan importante. Por eso, al enterarse de estas excusas, el amo se encoleriza y da este mandato a su esclavo:
“‘Sal pronto a los caminos anchos y a las callejuelas de la ciudad, y trae acá a los pobres y a los lisiados y a los ciegos y a los cojos.’ Andando el tiempo, el esclavo dijo: ‘Amo, se ha hecho lo que ordenaste, y todavía hay lugar’. Y el amo dijo al esclavo: ‘Sal a los caminos y a los lugares cercados, y oblígalos a entrar, para que se llene mi casa. [...] Ninguno de aquellos varones que fueron invitados gustará mi cena’”.
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En casa de un fariseoEl hombre más grande de todos los tiempos
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Los primeros a quienes se invitó a estar entre los que pueden entrar en el Reino fueron, sobre todos los demás, los líderes religiosos judíos de los días de Jesús. Pero ellos rechazaron la invitación. Por eso, comenzando particularmente en el Pentecostés de 33 E.C., se extendió una invitación, la segunda, a las personas despreciadas y humildes de la nación judía. Pero no hubo suficiente respuesta como para llenar los 144.000 lugares del Reino celestial de Dios. Por eso, en 36 E.C., tres años y medio más tarde, la invitación tercera y final se extendió a los no judíos incircuncisos, y su recogimiento ha continuado hasta nuestros tiempos. (Lucas 14:1-24.)
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