ESPÍRITU
La palabra griega pnéu·ma (espíritu) viene de pné·ō, que significa “respirar o soplar”, y se cree que la voz hebrea rú·aj (espíritu) procede de una raíz de igual significado. Por lo tanto, el significado primario de rú·aj y pnéu·ma es “aliento”, aunque de este significado se han derivado otras acepciones. (Compárese con Hab 2:19; Rev 13:15.) Pueden significar viento; la fuerza vital de las criaturas; el espíritu del hombre; espíritus, incluidos Dios y sus criaturas angélicas, y la fuerza activa de Dios o espíritu santo. (Compárese con Lexicon in Veteris Testamenti Libros, de Koehler y Baumgartner, Leiden, 1958, págs. 877-879; A Hebrew and English Lexicon of the Old Testament, de Brown, Driver y Briggs, 1980, págs. 924-926; Theological Dictionary of the New Testament, edición de G. Friedrich, traducción al inglés de G. Bromiley, 1971, vol. 6, págs. 332-451.) Todos estos significados tienen algo en común: se refieren a aquello que es invisible a la vista humana y que da muestras de fuerza en movimiento. Tal fuerza invisible es capaz de producir efectos visibles.
Otro término hebreo, nescha·máh (Gé 2:7), también significa “aliento”, pero su significado es más limitado que el de rú·aj. La palabra griega pno·ḗ parece tener un sentido limitado similar (Hch 17:25), y en la Versión de los Setenta se utilizó para traducir nescha·máh.
Viento. Examinemos primero el sentido que tal vez sea de más fácil comprensión. El contexto muestra en muchos casos que rú·aj significa “viento”, como el “viento del este” (Éx 10:13) o los “cuatro vientos”. (Zac 2:6.) El que se hable en el contexto de nubes, tormenta o llevarse la paja u otros objetos de naturaleza similar suele indicar este sentido. (Nú 11:31; 1Re 18:45; 19:11; Job 21:18.) Debido a que los cuatro vientos se utilizan para referirse a las cuatro direcciones (este, oeste, norte y sur), a veces rú·aj se puede traducir por “dirección” o “lado”. (1Cr 9:24; Jer 49:36; 52:23; Eze 42:16-20.)
Job 41:15, 16 dice con respecto a las escamas apretadas de Leviatán que “ni siquiera el aire [werú·aj] puede entrar entre ellas”. Aquí rú·aj representa de nuevo aire en movimiento, a diferencia del aire quieto o inerte. De modo que está presente la idea de fuerza invisible, la característica básica del término hebreo rú·aj.
El único lugar de las Escrituras Griegas Cristianas donde se usa la palabra pnéu·ma en el sentido de “viento” es en Juan 3:8.
El hombre no puede controlar el viento; no puede dirigirlo, contenerlo o poseerlo. Debido a esto, el “viento [rú·aj]” con frecuencia representa lo incontrolable o inalcanzable para el hombre, lo elusivo, transitorio, vano o de ningún beneficio verdadero. (Compárese con Job 6:26; 7:7; 8:2; 16:3; Pr 11:29; 27:15, 16; 30:4; Ec 1:14, 17; 2:11; Isa 26:18; 41:29.) Si se desea considerar ampliamente este aspecto, véase VIENTO.
Espíritus. Dios es invisible a los ojos humanos (Éx 33:20; Jn 1:18; 1Ti 1:17), está vivo y ejerce fuerza insuperable por todo el universo. (2Co 3:3; Isa 40:25-31.) Cristo Jesús dice: “Dios es un Espíritu [Pnéu·ma]”. El apóstol escribe: “Ahora bien, Jehová es el Espíritu”. (Jn 4:24; 2Co 3:17, 18.) El templo edificado sobre Cristo, la piedra angular de fundamento, es un “lugar donde [habita] Dios por espíritu”. (Ef 2:22.)
Este hecho no significa que Dios sea una fuerza incorpórea e impersonal como el viento. Las Escrituras dan testimonio de su personalidad de forma inequívoca; Él también tiene su lugar de residencia, de manera que Cristo podía decir que ‘iba a su Padre’, para “comparecer ahora delante de la persona de Dios [literalmente, “rostro de Dios”] a favor de nosotros”. (Jn 16:28; Heb 9:24; compárese con 1Re 8:43; Sl 11:4; 113:5, 6); véase JEHOVÁ [La Persona identificada por el Nombre]).
La expresión “mi espíritu” (ru·jí), utilizada por Dios en Génesis 6:3, puede significar “yo, el Espíritu”, tal como su uso de la expresión “mi alma” (naf·schí) tiene el sentido de “yo, la persona”, o “mi persona”. (Isa 1:14; véase ALMA [Dios como poseedor de alma].) De ese modo Dios contrasta su posición espiritual celestial con la del hombre carnal terrestre.
El Hijo de Dios. El “hijo unigénito” de Dios, la Palabra, era un espíritu como su Padre; por consiguiente, “existía en la forma de Dios” (Flp 2:5-8), pero después “vino a ser carne” y residió entre la humanidad como el hombre Jesús. (Jn 1:1, 14.) Cuando terminó su derrotero terrestre, fue “muerto en la carne, pero hecho vivo en el espíritu”. (1Pe 3:18.) Su Padre lo resucitó, y le concedió la solicitud de ser glorificado junto con Él con la gloria que había tenido en su condición prehumana (Jn 17:4, 5), haciendo que llegara a ser “un espíritu dador de vida”. (1Co 15:45.) Por lo tanto, el Hijo llegó a ser de nuevo invisible a la vista humana, morando “en luz inaccesible, a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver”. (1Ti 6:14-16.)
Otras criaturas celestiales. A los ángeles se les designa con los términos rú·aj y pnéu·ma en varios textos. (1Re 22:21, 22; Eze 3:12, 14; 8:3; 11:1, 24; 43:5; Hch 23:8, 9; 1Pe 3:19, 20.) En las Escrituras Griegas Cristianas la mayoría de tales referencias tienen que ver con criaturas espíritus inicuas: demonios. (Mt 8:16; 10:1; 12:43-45; Mr 1:23-27; 3:11, 12, 30.)
El Salmo 104:4 dice que Dios hace “a sus ángeles espíritus, a sus ministros un fuego devorador”. Muchas traducciones lo vierten de manera que dice: “Tomas por mensajeros a los vientos, a las llamas del fuego por ministros”, o algo similar (BAS, BJ, MK, Val). Tal traducción del texto hebreo no es inadmisible (compárese con Sl 148:8); sin embargo, la cita que hace el apóstol Pablo de este texto (Heb 1:7) coincide con la Versión de los Setenta y armoniza con la traducción dada primero. (En el texto griego de Hebreos 1:7 el artículo definido [tous] está colocado delante de “ángeles”, no delante de “espíritus [pnéu·ma·ta]”, de modo que el tema que se está tratando son los ángeles.) Barnes’ Notes on the New Testament (1974) dice: “Es de suponer que [Pablo], quien conocía bien el lenguaje hebreo, estaría en mejor posición que nosotros para conocer su construcción [refiriéndose al Salmo 104:4]; y se puede tener la certeza moral de que utilizaría el pasaje en un argumento tal como lo entendían comúnmente aquellos a quienes escribía, es decir, los que estaban familiarizados con la lengua y literatura hebreas”. (Compárese con Heb 1:14.)
Aunque los ángeles de Dios pueden materializarse en forma humana y aparecerse a los hombres, no son por naturaleza materiales o carnales; por consiguiente, son invisibles. Están vivos y pueden ejercer mucha fuerza, por lo que los términos rú·aj y pnéu·ma los describen bien.
Efesios 6:12 dice que la lucha del cristiano “no [es] contra sangre y carne, sino contra los gobiernos, contra las autoridades, contra los gobernantes mundiales de esta oscuridad, contra las fuerzas espirituales inicuas en los lugares celestiales”. La última parte del texto en griego dice literalmente: “Hacia las [cosas] espirituales [gr. pneu·ma·ti·ká] de la iniquidad en los [lugares] celestiales”. La mayoría de las traducciones modernas reconocen que aquí no se hace referencia simplemente a algo abstracto, “malicias espirituales” (Val, 1909), sino a la iniquidad llevada a cabo por espíritus. Por lo tanto, se han dado las siguientes traducciones: “Las fuerzas espirituales del mal habitantes de un mundo supraterreno” (BI), “las huestes espirituales de iniquidad en las regiones celestiales” (Mod), “perversas huestes espirituales en el mundo espiritual” (PNT), “las fuerzas espirituales de la maldad, en los espacios celestiales” (Besson).
El espíritu santo: la fuerza activa de Dios. La gran mayoría de las veces que aparecen las palabras rú·aj y pnéu·ma tienen que ver con el espíritu de Dios, su espíritu santo.
No es una persona. La enseñanza de que el espíritu santo es una persona y parte de la “Divinidad” no llegó a ser un dogma oficial hasta el siglo IV E.C. Los “padres” primitivos de la Iglesia no lo enseñaron así; Justino Mártir, del siglo II E.C., enseñó que el espíritu santo era una ‘influencia o forma de actuar de la Deidad’; tampoco le atribuyó Hipólito personalidad alguna al espíritu santo. Las Escrituras mismas muestran que el espíritu santo de Dios no es una persona, sino la fuerza activa de Dios por medio de la cual lleva a cabo su propósito y ejecuta su voluntad.
Puede notarse en primer lugar que las palabras “en el cielo, el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y estos tres son uno” (Mod), que se hallan en traducciones antiguas de 1 Juan 5:7, son en realidad añadiduras espurias al texto original. La traducción Moderna dice en su nota marginal: “El texto entre corchetes, no se halla en MSS. [manuscritos] de más autoridad”. Además, una nota al pie de la página que aparece en la Biblia de Jerusalén, traducción católica, dice que estas palabras son “un inciso [...] ausente de los mss griegos antiguos, de las antiguas versiones y de los mejores mss de la Vulg[ata]”. La obra A Textual Commentary on the Greek New Testament (de Bruce Metzger, 1975, págs. 716-718) traza en detalle la historia de este pasaje espurio. Dice que se encuentra por primera vez en un tratado del siglo IV, titulado Liber Apologeticus, y que aparece en antiguos manuscritos latinos y de la Vulgata a partir del siglo VI. Las traducciones modernas en general, tanto católicas como protestantes, no lo incluyen en el cuerpo principal del texto por reconocer que es de naturaleza espuria (NBE, BJ, VP).
La personificación no prueba que sea una persona. Es verdad que Jesús se refirió al espíritu santo como un “ayudante” y dijo que tal ayudante ‘enseñaría’, ‘daría testimonio’, ‘daría evidencia’, ‘guiaría’, ‘hablaría’, ‘oiría’ y ‘recibiría’. Además, según el griego original, Jesús usó a veces el pronombre personal masculino para referirse a ese “ayudante” (paráclito). (Compárese con Jn 14:16, 17, 26; 15:26; 16:7-15.) Sin embargo, no es raro que en las Escrituras se personifique algo que en realidad no es una persona. En el libro de Proverbios (1:20-33; 8:1-36) se personifica a la sabiduría, y en el hebreo original, así como en las traducciones españolas, se le da el género femenino. La sabiduría también está personificada en Mateo 11:19 y Lucas 7:35 y se dice que tiene “obras” e “hijos”. Cuando el apóstol Pablo habla del pecado, la muerte y la bondad inmerecida, los personifica como “reyes”. (Ro 5:14, 17, 21; 6:12.) Dijo que el pecado ‘recibía incentivo’, ‘obraba codicia’, ‘seducía’ y ‘mataba’. (Ro 7:8-11.) Sin embargo, es obvio que Pablo no quería decir que el pecado fuese en realidad una persona.
De igual manera, las palabras de Jesús registradas en Juan con respecto al espíritu santo deben considerarse teniendo en cuenta el contexto. Jesús personificó al espíritu santo cuando dijo que era “un ayudante”, que en griego es el sustantivo masculino pa·rá·klē·tos. Por lo tanto, es apropiado que cuando Juan menciona las palabras de Jesús, utilice pronombres personales masculinos para referirse al espíritu santo en su función de “ayudante”. Por otro lado, cuando, también con referencia al espíritu santo, se utiliza la palabra griega pnéu·ma en el mismo contexto, Juan emplea un pronombre neutro, ya que pnéu·ma es neutro. Por consiguiente, el uso del pronombre personal en masculino con pa·rá·klē·tos es un ejemplo de conformidad a las reglas gramaticales, no de doctrina. (Jn 14:16, 17; 16:7, 8.)
Falta la identificación personal. Como Dios mismo es un Espíritu y es santo, y como todos sus hijos angélicos fieles son espíritus y son santos, es lógico que si el “espíritu santo” fuese una persona, de algún modo las Escrituras permitirían identificar y distinguir a tal persona espíritu de todos los demás ‘espíritus santos’. Se esperaría que, al menos, el artículo definido se usase con esta expresión en todos los casos donde no se le llamase “espíritu santo de Dios” o no estuviese modificado por alguna expresión similar. Por lo menos esto lo distinguiría como EL Espíritu Santo. Pero, por el contrario, en muchos casos la expresión “espíritu santo” aparece en el griego original sin el artículo, lo que indica que no se trata de una persona. (Compárese con Hch 6:3, 5; 7:55; 8:15, 17, 19; 9:17; 11:24; 13:9, 52; 19:2; Ro 9:1; 14:17; 15:13, 16, 19; 1Co 12:3; Heb 2:4; 6:4; 2Pe 1:21; Jud 20, Int y otras traducciones interlineales.)
¿Qué significa bautizarse en su “nombre”? En Mateo 28:19 se hace referencia al “nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo”. La palabra “nombre” puede significar más que solo un nombre personal. Cuando en español decimos “en el nombre de la ley” o “en el nombre de la justicia”, no usamos “nombre” para referirnos a una persona, sino a ‘lo que la ley representa o a su autoridad’ y ‘lo que la justicia representa o exige’. El término griego para “nombre” (ó·no·ma) también puede tener este sentido. Por lo tanto, aunque algunas traducciones (Mod, Besson) traducen literalmente el texto griego en Mateo 10:41 literalmente y dicen que el que “recibe a un profeta en nombre de profeta, galardón de profeta recibirá; y el que recibe a un justo en nombre de justo, galardón de justo recibirá”, otras leen: “Recibe a un profeta porque es profeta” y “reciba a un justo porque es justo”, o algo similar (BJ, RH, Val, NM). Así, la obra Imágenes verbales en el Nuevo Testamento (de A. T. Robertson, 1988, vol. 1, pág. 254) comenta sobre Mateo 28:19: “El empleo de nombre ([griego] onoma) aquí es común en la LXX y en los papiros para denotar poder o autoridad”. Por consiguiente, el bautismo ‘en el nombre del espíritu santo’ implica reconocer que ese espíritu proviene de Dios y obra según la voluntad divina.
Otra prueba de su naturaleza impersonal. Otra prueba de que el espíritu santo no es una persona es que se le equipara a otras cosas impersonales, como el agua y el fuego. (Mt 3:11; Mr 1:8.) Por otra parte, se dice que los cristianos son bautizados “en espíritu santo”. (Hch 1:5; 11:16.) Se exhorta a que las personas se ‘llenen de espíritu’ en lugar de vino. (Ef 5:18.) También se habla de personas que se ‘llenan’ de espíritu y de cualidades como la sabiduría y la fe (Hch 6:3, 5; 11:24) o el gozo (Hch 13:52), y el espíritu santo se intercala entre varias de tales cualidades en 2 Corintios 6:6. Es muy poco probable que se dijera esto del espíritu santo si fuera una persona divina. En cuanto a que el espíritu ‘da testimonio’ (Hch 5:32; 20:23), puede notarse que lo mismo se dice del “agua y la sangre” en 1 Juan 5:6-8. Aunque en algunos textos se afirma que el espíritu ‘testifica’, ‘habla’ o ‘dice’ cosas, en otros se aclara que hablaba a través de personas, que no tenía ninguna voz personal propia. (Compárese con Heb 3:7; 10:15-17; Sl 95:7; Jer 31:33, 34; Hch 19:2-6; 21:4; 28:25.) Por lo tanto, puede comparársele a las ondas de radio que transmiten un mensaje de una persona que habla por un micrófono a otras personas que están a gran distancia, en realidad, ‘hablando’ el mensaje por medio de un altavoz de radio. Mediante su espíritu, Dios transmite sus mensajes y comunica su voluntad a la mente y el corazón de sus siervos en la Tierra, quienes a su vez pueden transmitirlos a otros.
Se le distingue de “poder”. Por lo tanto, cuando rú·aj y pnéu·ma se utilizan con referencia al espíritu santo de Dios, se refieren a su fuerza activa invisible, por medio de la cual realiza su propósito divino y voluntad. Es “santo” porque viene de Él, no de una fuente terrestre, y está libre de toda corrupción como “espíritu de la santidad”. (Ro 1:4.) No es el “poder” de Jehová, pues esta palabra española traduce más correctamente otros términos de los lenguajes originales (heb. kó·aj; gr. dý·na·mis). Rú·aj y pnéu·ma se utilizan en estrecha relación o hasta en paralelo con estos términos que significan “poder”, lo que muestra que, si bien no son equivalentes, sí son afines. (Miq 3:8; Zac 4:6; Lu 1:17, 35; Hch 10:38.) “Poder” es básicamente la capacidad de actuar o hacer cosas, y puede ser latente, residiendo inoperante en alguien o algo. Por otro lado, “fuerza” designa de forma más específica la energía proyectada y ejercida sobre personas o cosas, y se puede definir como “una influencia que produce o tiende a producir movimiento o lo modifica”. El “poder” pudiera asemejarse a la energía acumulada en una batería, mientras que la “fuerza” se podría comparar a la corriente que fluye de tal batería. De modo que “fuerza” representa con más exactitud el sentido de los términos del hebreo y griego utilizados con referencia al espíritu de Dios, lo que corrobora un examen de las Escrituras.
Su cometido en la creación. Jehová Dios realizó la creación del universo material por medio de su espíritu o fuerza activa. Con respecto a las primeras etapas de formación del planeta Tierra, el registro expresa que “la fuerza activa de Dios [o “espíritu” (rú·aj)] se movía de un lado a otro sobre la superficie de las aguas”. (Gé 1:2.) El Salmo 33:6 dice: “Por la palabra de Jehová los cielos mismos fueron hechos, y por el espíritu de su boca todo el ejército de ellos”. Como un soplo poderoso, el espíritu de Dios puede ser enviado para ejercer poder aunque no haya ningún contacto corporal con aquello sobre lo que actúa. (Compárese con Éx 15:8, 10.) Tal como un artesano humano utiliza la fuerza de sus manos y sus dedos para producir cosas, Dios utiliza su espíritu. Por consiguiente, también se alude a ese espíritu como la “mano” o los “dedos” de Dios. (Compárese con Sl 8:3; 19:1; y Mt 12:28 con Lu 11:20.)
Para la ciencia moderna, la materia es energía organizada, como si fuera paquetes de energía, y afirma que la “materia puede transformarse en energía y la energía en materia”. (The World Book Encyclopedia, 1987, vol. 13, pág. 246.) La inmensidad del universo que el hombre ha podido divisar con sus telescopios da una pequeña idea de la inagotable fuente de energía que debe hallarse en Jehová Dios. Como escribió el profeta: “¿Quién ha tomado las proporciones del espíritu de Jehová?”. (Isa 40:12, 13, 25, 26.)
Fuente de vida animada, de facultades de reproducción. No solo la creación inanimada, sino también la animada, debe su existencia y vida a la actuación del espíritu de Jehová, pues este produjo las criaturas vivientes originales de las que han procedido todas las que hoy existen. (Compárese con Job 33:4; véase la sección de este artículo “Aliento, aliento de vida, fuerza de vida”.) Jehová usó su espíritu santo para reavivar las facultades de reproducción de Abrahán y Sara, por lo que podía decirse que Isaac “nació a la manera del espíritu”. (Gál 4:28, 29.) Mediante su espíritu Dios también transfirió del cielo a la tierra la vida de su Hijo, y así hizo que fuera concebido en la matriz de la virgen judía María. (Mt 1:18, 20; Lu 1:35.)
El espíritu se utiliza en favor de los siervos de Dios. Una función principal del espíritu de Dios tiene que ver con informar, iluminar y revelar lo que Él desea. Por tanto David pudo orar: “Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios. Tu espíritu es bueno; que me guíe en la tierra de la rectitud”. (Sl 143:10.) Mucho antes José había interpretado los sueños proféticos de Faraón con la ayuda de Dios. El gobernante egipcio reconoció que el espíritu de Dios estaba con José. (Gé 41:16, 25-39.) Este poder iluminador del espíritu es particularmente notable en la profecía. Como muestra el apóstol, la profecía no proviene de la interpretación humana de circunstancias o sucesos; no es el resultado de ninguna capacidad innata de interpretación o vaticinio propia de los profetas, más bien, estos hombres fueron “llevados por espíritu santo”, es decir, movidos y guiados por la fuerza activa de Dios. (2Pe 1:20, 21; 2Sa 23:2; Zac 7:12; Lu 1:67; 2:25-35; Hch 1:16; 28:25; véanse PROFECÍA; PROFETA.) De modo que toda Escritura también es “inspirada de Dios”, que traduce la palabra griega the·ó·pneu·stos, cuyo significado literal es “insuflada por Dios”. (2Ti 3:16.) El espíritu actuaba de distintas maneras al comunicarse con estos hombres y guiarlos, en algunos casos por medio de visiones o sueños (Eze 37:1; Joe 2:28, 29; Rev 4:1, 2; 17:3; 21:10), pero siempre influyendo en su mente y corazón para impulsarlos y guiarlos según el propósito de Dios. (Da 7:1; Hch 16:9, 10; Rev 1:10, 11; véase INSPIRACIÓN.)
De modo que el espíritu santo no solo revela y aclara la voluntad de Dios, sino que también da vigor a sus siervos para realizarla. El espíritu actúa como fuerza que los motiva e impele, por lo que Marcos dice que el espíritu “impelió” a Jesús a ir al desierto después de su bautismo. (Mr 1:12; compárese con Lu 4:1.) Dicho espíritu actúa en ellos como un “fuego” interior que los hace ‘fulgurar’ (1Te 5:19; Hch 18:25; Ro 12:11), una fuerza de tal intensidad que los capacita para acometer cierta tarea. (Compárese con Job 32:8, 18-20; 2Ti 1:6, 7.) Reciben el “poder del espíritu”, o “poder mediante el espíritu de él”. (Lu 2:27; Ef 3:16; compárese con Miq 3:8.) No obstante, este no es un mero impulso ciego o inconsciente, pues afecta también a la mente y al corazón para que puedan colaborar inteligentemente con la fuerza activa que se les da. De modo que el apóstol pudo decir de los que habían recibido el don de la profecía en la congregación cristiana que los “dones del espíritu de los profetas han de ser controlados por los profetas” a fin de mantener el buen orden. (1Co 14:31-33.)
Variedad de funciones. Tal como la corriente eléctrica puede usarse para realizar gran variedad de funciones, así el espíritu de Dios puede comisionar y capacitar a personas para hacer una amplia variedad de cosas. (Isa 48:16; 61:1-3.) Pablo escribió en cuanto a los dones milagrosos del espíritu en su día: “Ahora bien, hay variedades de dones, pero hay el mismo espíritu; y hay variedades de ministerios, y sin embargo hay el mismo Señor; y hay variedades de operaciones, y sin embargo es el mismo Dios quien ejecuta todas las operaciones en todos. Pero la manifestación del espíritu se da a cada uno con un propósito provechoso”. (1Co 12:4-7.)
El espíritu tiene la facultad de capacitar; puede capacitar a personas para un trabajo o para un oficio. Aunque Bezalel y Oholiab posiblemente eran artesanos antes de su nombramiento para hacer los utensilios del tabernáculo y las prendas de vestir sacerdotales, el espíritu de Dios ‘les llenó con sabiduría, entendimiento y conocimiento’ a fin de que pudieran efectuar el trabajo tal como se había indicado. Realzaba cualquier habilidad natural y conocimiento adquirido que ya tuvieran, y los capacitaba para enseñar a otros. (Éx 31:1-11; 35:30-35.) A David se le dieron los planos arquitectónicos del templo por inspiración, es decir, por medio de la influencia del espíritu de Dios, lo que le permitió emprender los extensos preparativos necesarios para la construcción. (1Cr 28:12.)
El espíritu de Dios actuó sobre Moisés y por medio de él al profetizar y llevar a cabo actos milagrosos, así como al conducir a la nación y actuar como juez para ella, y de ese modo prefiguró el papel futuro de Cristo Jesús. (Isa 63:11-13; Hch 3:20-23.) Sin embargo, Moisés era un humano imperfecto, así que halló pesada aquella carga de responsabilidad, de modo que Dios ‘quitó algo del espíritu que estaba sobre él y lo colocó sobre setenta ancianos’ que pudieran ayudarle a llevar dicha carga. (Nú 11:11-17, 24-30.) El espíritu también llegó a hacerse operativo sobre David desde el tiempo en que Samuel lo ungió en adelante, guiándole y preparándole para su gobernación real futura. (1Sa 16:13.)
Josué llegó a estar “lleno del espíritu de sabiduría” como sucesor de Moisés, pero el espíritu no produjo en él la capacidad de profetizar y realizar obras milagrosas al grado que había hecho en Moisés. (Dt 34:9-12.) Sin embargo, le permitió acaudillar a Israel en la campaña militar que llevó a la conquista de Canaán. De manera similar, el espíritu de Jehová “envolvió” a otros hombres y ‘los impelió’ a luchar a favor del pueblo de Dios, como por ejemplo, a Otniel, Gedeón, Jefté y Sansón. (Jue 3:9, 10; 6:34; 11:29; 13:24, 25; 14:5, 6, 19; 15:14.)
El espíritu de Dios dio vigor a hombres para que hablaran el mensaje de la verdad con denuedo y valentía ante opositores arriesgando su vida. (Miq 3:8.)
El que este se ‘derrame’ sobre su pueblo es muestra del favor divino, y resulta en bendiciones y prosperidad. (Eze 39:29; Isa 44:3, 4.)
Juzgar y ejecutar juicio. Por medio de su espíritu, Dios juzga a hombres y naciones; también ejecuta sus decretos judiciales, castigando o destruyendo. (Isa 30:27, 28; 59:18, 19.) En tales casos rú·aj podría traducirse “ráfaga”, como cuando Jehová habla de hacer que “estalle una ráfaga [rú·aj] de tempestades de viento” en su furia. (Eze 13:11, 13; compárese con Isa 25:4; 27:8.) El espíritu de Dios puede llegar a todas partes, actuando a favor o en contra de aquellos a quienes dirige su atención. (Sl 139:7-12.)
En Revelación 1:4 se hace referencia a los “siete espíritus” de Dios que están delante de su trono, y después se dan siete mensajes, cada uno de los cuales concluye con la exhortación de “[oír] lo que el espíritu dice a las congregaciones”. (Rev 2:7, 11, 17, 29; 3:6, 13, 22.) Estos mensajes contienen declaraciones de juicio que invitan a un examen de conciencia y promesas de recompensa por la fidelidad. Se dice que el Hijo de Dios tiene estos “siete espíritus de Dios” (Rev 3:1), y se dice que son “siete lámparas de fuego” (Rev 4:5) y también siete ojos del Cordero que había sido degollado, “los cuales ojos significan los siete espíritus de Dios que han sido enviados por toda la tierra”. (Rev 5:6.) Como el número siete se utiliza para representar lo completo en otros textos proféticos (véase NÚMERO), estos siete espíritus deben simbolizar la completa capacidad activa de observar, discernir o detectar que posee el glorificado Jesucristo, el Cordero de Dios, y que le permite inspeccionar toda la Tierra.
La Palabra de Dios es la “espada” del espíritu (Ef 6:17) que revela lo que una persona realmente es, pone al descubierto cualidades o actitudes escondidas del corazón y hace que ablande su corazón y lo conforme a la voluntad de Dios expresada por medio de esa Palabra, o, por el contrario, lo endurezca en rebelión. (Compárese con Heb 4:11-13; Isa 6:9, 10; 66:2, 5.) La Palabra de Dios predice con claridad el juicio adverso del rebelde, y puesto que esta tiene que cumplirse, la realización de ese juicio se asemeja a la acción del fuego sobre la paja y a la de un martillo de fragua que desmenuza el peñasco. (Jer 23:28, 29.) Cristo Jesús, el Vocero principal de Dios, “La Palabra de Dios”, proclama los mensajes de juicio divino y está autorizado para ordenar la ejecución de tales juicios sobre aquellos que son juzgados. Este debe ser el significado de los textos que dicen que acabará con los enemigos de Dios “por el espíritu [fuerza activa] de su boca”. (Compárese con 2Te 2:8; Isa 11:3, 4; Rev 19:13-16, 21.)
El espíritu de Dios actúa como “ayudante” de la congregación. Como había prometido, Jesús solicitó a su Padre el espíritu santo o fuerza activa cuando ascendió al cielo, y Dios le concedió la autoridad de usar este espíritu. Lo ‘derramó’ sobre sus fieles discípulos en el día del Pentecostés, y siguió derramándolo después en favor de quienes se volvían a Dios por medio de él. (Jn 14:16, 17, 26; 15:26; 16:7; Hch 1:4, 5; 2:1-4, 14-18, 32, 33, 38.) Tal como habían sido bautizados en agua, entonces todos ellos eran “bautizados para formar un solo cuerpo” por ese solo espíritu, sumergidos en él, por decirlo así, en cierto modo parecido a un pedazo de hierro que es sumergido en un campo magnético de modo que se imbuye de fuerza magnética. (1Co 12:12, 13; compárese con Mr 1:8; Hch 1:5.) Aunque el espíritu de Dios había actuado antes sobre los discípulos, como lo prueba el que pudieran expulsar demonios (compárese con Mt 12:28; Mr 3:14, 15), entonces actuaba sobre ellos de una forma más amplia y extensa y de maneras nuevas que no se habían experimentado antes. (Compárese con Jn 7:39.)
Como rey mesiánico, Cristo Jesús tiene el “espíritu de sabiduría y de entendimiento, el espíritu de consejo y de poderío, el espíritu de conocimiento y del temor de Jehová”. (Isa 11:1, 2; 42:1-4; Mt 12:18-21.) Esta fuerza a favor de la justicia se manifiesta por cómo se vale Jesucristo de la fuerza activa o espíritu de Dios para dirigir a la congregación cristiana en la Tierra, siendo él, por nombramiento de Dios, su Cabeza, Dueño y Señor. (Col 1:18; Jud 4.) Este espíritu, o “ayudante”, amplió su entendimiento de la voluntad y propósito de Dios y les reveló el significado de su Palabra profética. (1Co 2:10-16; Col 1:9, 10; Heb 9:8-10.) Se les activó para servir como testigos en toda la Tierra (Lu 24:49; Hch 1:8; Ef 3:5, 6), y se les concedieron ‘dones del espíritu’ milagrosos que les permitieron hablar en lenguas extranjeras, profetizar, sanar y realizar otras actividades que les facilitarían su proclamación de las buenas nuevas y demostrarían que Dios los había comisionado y que contaban con su respaldo. (Ro 15:18, 19; 1Co 12:4-11; 14:1, 2, 12-16; compárese con Isa 59:21; véase DONES DE DIOS [Dones del espíritu].)
En calidad de superintendente de la congregación, Jesús utilizó el espíritu para dirigir la selección de hombres que habrían de cumplir misiones especiales y servir en la superintendencia, la enseñanza y el “reajuste” de la congregación. (Hch 13:2-4; 20:28; Ef 4:11, 12.) Los dirigió y les indicó dónde concentrar sus esfuerzos ministeriales (Hch 16:6-10; 20:22), e hizo que fuesen escritores eficaces de ‘cartas de Cristo, inscritas con el espíritu de Dios sobre tablas de carne, corazones humanos’. (2Co 3:2, 3; 1Te 1:5.) Tal como se les prometió, el espíritu refrescó su memoria, estimuló sus facultades mentales y les dio denuedo para dar testimonio hasta delante de gobernantes. (Compárese con Mt 10:18-20; Jn 14:26; Hch 4:5-8, 13, 31; 6:8-10.)
Se les transformó en “piedras vivas” de un templo espiritual cuyo fundamento es Cristo, un templo por medio del cual se harían “sacrificios espirituales” (1Pe 2:4-6; Ro 15:15, 16), donde se cantarían canciones espirituales (Ef 5:18, 19) y en el que Dios residiría por espíritu. (1Co 3:16; 6:19, 20; Ef 2:20-22; compárese con Ag 2:5.) El espíritu de Dios es una fuerza unificadora de enorme poder y, siempre que los miembros de la congregación permitieran que fluyera con libertad entre ellos, les uniría pacíficamente en los lazos de amor y devoción a Dios, a su Hijo y unos para con otros. (Ef 4:3-6; 1Jn 3:23, 24; 4:12, 13; compárese con 1Cr 12:18.) El don del espíritu no los capacitaba para hacer trabajos de artesanía, como había sido el caso de Bezalel y otros que fabricaron estructuras y utensilios materiales, sino que los capacitaba para obras espirituales de enseñar, dirigir, pastorear y aconsejar. El templo espiritual que ellos formaban tenía que estar adornado con el hermoso fruto del espíritu de Dios: “Amor, gozo, paz, gran paciencia, benignidad, bondad, fe”, que, junto con otras cualidades similares, eran prueba de que el espíritu de Dios actuaba en ellos y entre ellos. (Gál 5:22, 23; compárese con Lu 10:21; Ro 14:17.) Este era el factor básico y principal que produciría orden y buena dirección entre ellos. (Gál 5:24-26; 6:1; Hch 6:1-7; compárese con Eze 36:26, 27.) Se sometieron a la ‘ley del espíritu’, una fuerza eficaz en favor de la justicia que obraría para rechazar las prácticas de la carne pecaminosa. (Ro 8:2; Gál 5:16-21; Jud 19-21.) Confiaban en la energía del espíritu de Dios que actuaba en ellos, no en sus aptitudes o antecedentes. (1Co 2:1-5; Ef 3:14-17; Flp 3:1-8.)
El espíritu santo ayudó a llegar a decisiones sobre diferentes cuestiones, como la de la circuncisión, decidida por el cuerpo o concilio de apóstoles y ancianos de Jerusalén. Pedro dijo que a las personas incircuncisas de las naciones se les había concedido el espíritu, Pablo y Bernabé relataron las actuaciones del espíritu en el ministerio que efectuaron entre tales personas y Santiago, a quien el espíritu santo debió ayudar a recordar pasajes de las Escrituras, llamó la atención de ellos a la profecía inspirada de Amós, en la que se predecía que personas de las naciones serían llamadas por el nombre de Dios. Por lo tanto, todo el impulso del espíritu santo de Dios señalaba en una dirección, así que, en reconocimiento de ello, este cuerpo o concilio dijo al escribir la carta que transmitía su decisión: “Porque al espíritu santo y a nosotros mismos nos ha parecido bien no añadirles ninguna otra carga, salvo estas cosas necesarias”. (Hch 15:1-29.)
Unge, engendra, da ‘vida espiritual’. Tal como Dios había ungido a Jesús con su espíritu santo cuando se bautizó (Mr 1:10; Lu 3:22; 4:18; Hch 10:38), así también ungió a los discípulos de su Hijo. Dicha unción con el espíritu era una “prenda” para ellos de la herencia celestial a la que se les llamaba (2Co 1:21, 22; 5:1, 5; Ef 1:13, 14), y les daba testimonio de que Dios los había ‘engendrado’ o producido para ser sus hijos con la promesa de vida como espíritus en los cielos. (Jn 3:5-8; Ro 8:14-17, 23; Tit 3:5; Heb 6:4, 5.) Fueron limpiados, santificados y declarados justos “en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y con el espíritu de nuestro Dios”, el mismo espíritu por el que se había capacitado a Jesús para ofrecerse como sacrificio de rescate y convertirse así en el sumo sacerdote de Dios. (1Co 6:11; 2Te 2:13; Heb 9:14; 1Pe 1:1, 2.)
Debido a este llamamiento y herencia celestiales, los seguidores de Jesús ungidos por espíritu tenían una vida espiritual, aunque todavía vivían como criaturas carnales imperfectas. Es obvio que el apóstol se refería a este hecho cuando contrastó a los padres terrestres con Jehová Dios, el “Padre de nuestra vida espiritual [literalmente, “Padre de los espíritus”]”. (Heb 12:9; compárese con el vs. 23.) Como coherederos con Cristo que serían levantados de la muerte en un cuerpo espiritual y llevarían la imagen celestial de aquel, tendrían que vivir en la Tierra como “un solo espíritu” en unión con él como su Cabeza, no permitiendo que los deseos o las tendencias inmorales de su carne fuesen la fuerza que los controlase, lo que pudiera resultar incluso en que llegasen a ser una “sola carne” con una ramera. (1Co 6:15-18; 15:44-49; Ro 8:5-17.)
Conseguir y retener el espíritu de Dios. El espíritu santo es la “dádiva gratuita” de Dios que concede con gusto a todos los que lo buscan y solicitan con sinceridad. (Hch 2:38; Lu 11:9-13.) Un corazón recto es el factor clave (Hch 15:8), pero el conocimiento y la disposición de amoldarse a los requisitos de Dios también son factores fundamentales. (Compárese con Hch 5:32; 19:2-6.) Una vez recibido, el cristiano no debería ‘contristar’ el espíritu de Dios no haciéndole caso (Ef 4:30; compárese con Isa 63:10), tomando un proceder contrario a su dirección, fijando el corazón en otras metas aparte de aquellas a las que él dirige e impele o rechazando la Palabra inspirada de Dios y su consejo por dejar de aplicárselo a sí mismo. (Hch 7:51-53; 1Te 4:8; compárese con Isa 30:1, 2.) Una persona puede hipócritamente “tratar con engaño” al espíritu santo por medio del cual Cristo dirige a la congregación, pero aquellos que ‘ponen a prueba’ su poder de esta manera escogen un proceder desastroso. (Hch 5:1-11; contrástese con Ro 9:1.) La oposición y la rebelión deliberada contra la manifestación evidente del espíritu de Dios puede significar blasfemia contra ese espíritu, un pecado imperdonable. (Mt 12:31, 32; Mr 3:29, 30; compárese con Heb 10:26-31.)
Aliento, aliento de vida, fuerza de vida. El relato de la creación del hombre dice que Dios lo formó del polvo del suelo y procedió a “soplar [na·fáj] en sus narices el aliento [nescha·máh] de vida, y el hombre vino a ser alma viviente [né·fesch]”. (Gé 2:7.) Como se muestra en el artículo ALMA, né·fesch puede traducirse literalmente “respirador”, es decir, una “criatura que respira”, tanto humana como animal. En realidad, nescha·máh se utiliza para referirse a “cosa [o criatura] que respira”, y, como tal, se utiliza como sinónimo de né·fesch, “alma”. (Compárese con Dt 20:16; Jos 10:39, 40; 11:11; 1Re 15:29.) El registro de Génesis 2:7 utiliza nescha·máh cuando explica que Dios hizo que el cuerpo de Adán tuviera vida y llegara a ser un “alma viviente”. Sin embargo, otros textos muestran que hubo más que el simple hecho de respirar aire, es decir, más que la mera introducción de aire en los pulmones y su posterior expulsión. Así, Génesis 7:22 dice lo siguiente con respecto a la destrucción de la vida humana y animal fuera del arca en el tiempo del Diluvio: “Todo lo que tenía activo en sus narices el aliento [nescha·máh] de la fuerza [o “espíritu” (rú·aj)] de vida, a saber, cuanto había en el suelo seco, murió”. Nescha·máh, “aliento”, está, por lo tanto, vinculado directamente con rú·aj, que aquí hace referencia al “espíritu” o “fuerza de vida” que está activo en todas las criaturas vivas: almas humanas y animales.
El Theological Dictionary of the New Testament (vol. 6, pág. 336) dice: “El aliento solo se puede advertir por el movimiento [bien el del tórax o la dilatación de las ventanas de la nariz], y es también una señal, condición y agente de vida que parece estar particularmente enlazado con la respiración”. Por consiguiente, el nescha·máh, o simple aliento, es tanto el producto de rú·aj, o fuerza de vida, como un medio principal de sostener esa fuerza de vida en las criaturas vivas. Gracias a ciertos estudios científicos se sabe que la vida está presente en cada una de los cien billones de células del cuerpo, y que, aunque cada minuto mueren miles de millones de células, continúa una constante reproducción de nuevas células vivas. La fuerza activa de vida en todas las células vivas depende del oxígeno que la respiración aporta al cuerpo y que la sangre transporta a todas las células. Sin oxígeno, algunas células empiezan a morir después de varios minutos; otras, después de un período más largo. Aunque una persona puede resistir sin respirar por unos cuantos minutos y todavía sobrevivir, si desaparece la fuerza de vida de sus células, muere sin que haya posibilidad humana de revivirla. Las Escrituras Hebreas, inspiradas por el Diseñador y Creador del hombre, usan rú·aj para denotar esta fuerza vital que es el mismísimo principio fundamental de la vida, y nescha·máh para representar la respiración que la sostiene.
Debido a que la respiración es inseparable de la vida, nescha·máh y rú·aj se utilizan paralelamente en varios textos. Job expresó su determinación de evitar la injusticia ‘mientras su aliento [nescha·máh] todavía estuviera entero dentro de él, y el espíritu [werú·aj] de Dios estuviera en sus narices’. (Job 27:3-5.) Elihú dijo: “Si el espíritu [rú·aj] y aliento [nescha·máh] de aquel él [Dios] lo recoge a sí, toda carne expira [es decir, “exhala”] junta, y el hombre terrestre mismo vuelve al mismísimo polvo”. (Job 34:14, 15.) De igual manera, el Salmo 104:29 dice de las criaturas de la Tierra, tanto humanas como animales: “Si [tú, Dios,] les quitas su espíritu, expiran, y a su polvo vuelven”. En Isaías 42:5 se habla de Jehová como “Aquel que tiende la tierra y su producto, Aquel que da aliento a la gente sobre ella, y espíritu a los que andan en ella”. El aliento (nescha·máh) sostiene su existencia; el espíritu (rú·aj) da la energía y es la fuerza de vida que le permite al hombre ser una criatura animada, moverse, andar, estar activo. (Compárese con Hch 17:28.) No es como los ídolos de fabricación humana, sin vida, sin aliento e inanimados. (Sl 135:15, 17; Jer 10:14; 51:17; Hab 2:19.)
Aunque los términos nescha·máh (aliento) y rú·aj (espíritu, fuerza activa, fuerza de vida) a veces se utilizan paralelamente, no son equivalentes. Es verdad que en ocasiones se habla del “espíritu” o rú·aj como si fuese la respiración misma (nescha·máh), pero esto parece deberse tan solo a que la respiración es la principal prueba visible de que existe fuerza de vida en el cuerpo. (Job 9:18; 19:17; 27:3.)
Por eso, en Ezequiel 37:1-10, donde se registra la visión simbólica del valle de los huesos secos, se dice que los huesos se juntan, se cubren con tendones, carne y piel, pero “en cuanto a aliento [werú·aj], no había ninguno en ellos”. A Ezequiel se le mandó que profetizara al “viento [ha·rú·aj]”, diciendo: “De los cuatro vientos [rú·aj] ven, oh viento, y sopla sobre estos que han sido muertos, para que lleguen a vivir”. La referencia a los cuatro vientos muestra que el término “viento” es la traducción apropiada de rú·aj en este caso. Sin embargo, cuando este “viento”, que simplemente es aire en movimiento, entró en las narices de las personas muertas de la visión, se convirtió en “aliento”, que también es aire en movimiento. Por lo tanto, traducir rú·aj por “aliento” en este punto del relato (vs. 10) es más apropiado que traducirla por “espíritu” o “fuerza de vida”. Ezequiel también podría ver los cuerpos empezando a respirar, aunque no podría ver la fuerza de vida o espíritu que daba energía a dichos cuerpos. Como muestran los versículos 11 al 14, esta visión simbolizaba una revivificación espiritual (no física) del pueblo de Israel, que por un tiempo estuvo en una condición de muerto en sentido espiritual debido a su exilio en Babilonia. Como en sentido físico ya estaban vivos y respirando, es lógico que en el versículo 14, donde Dios dice que pondrá ‘su espíritu’ en su pueblo para que viva espiritualmente, el término rú·aj se traduzca “espíritu”.
En el capítulo 11 de Revelación se da una visión simbólica similar. Se presenta el cuadro de “dos testigos” cuyos cadáveres se dejan en el camino por tres días y medio. Luego, “espíritu [o “aliento”, pnéu·ma] de vida procedente de Dios entró en ellos, y se pusieron de pie”. (Rev 11:1-11.) Esta visión de nuevo recurre a una realidad física para ilustrar una revivificación espiritual. También muestra que tanto la palabra griega pnéu·ma como la hebrea rú·aj pueden representar la fuerza dadora de vida procedente de Dios que anima el alma humana o persona. Como dice Santiago 2:26, “el cuerpo sin espíritu [pnéu·ma·tos] está muerto” (NTI).
Por lo tanto, cuando Dios creó al hombre en Edén y sopló en sus narices el “aliento [nescha·máh] de vida”, es evidente que además de llenar los pulmones de Adán con aire, hizo que la fuerza de vida o espíritu (rú·aj) diera vida a todas las células de su cuerpo. (Gé 2:7; compárese con Sl 104:30; Hch 17:25.)
Los padres pasan a su prole esta fuerza de vida por medio de la concepción. Como Jehová es la fuente original de esta fuerza de vida y el Autor del proceso de la procreación, es apropiado que sea a Él a quien se atribuya la vida, aunque no la recibamos directamente de Él, sino a través de nuestros padres. (Compárese con Job 10:9-12; Sl 139:13-16; Ec 11:5.)
La fuerza de vida o espíritu es impersonal. Como se ha mostrado, las Escrituras dicen que la rú·aj o fuerza de vida no solo está en los humanos, sino también en los animales. (Gé 6:17; 7:15, 22.) Eclesiastés 3:18-22 muestra que el hombre muere de la misma manera que las bestias, pues “todos tienen un solo espíritu [werú·aj], de modo que no hay superioridad del hombre sobre la bestia”, es decir, en cuanto a la fuerza de vida que es común en ambos. Siendo así, resulta evidente que el “espíritu” o la fuerza de vida (rú·aj) utilizada en este sentido es impersonal. Como ilustración, podría compararse a otra fuerza invisible, la electricidad, que puede utilizarse para hacer que funcionen diversos tipos de aparatos (hacer que las estufas produzcan calor, que los ventiladores produzcan viento, que los ordenadores resuelvan problemas o que los aparatos de televisión reproduzcan imágenes, voces y otros sonidos) y, sin embargo, dicha corriente eléctrica nunca asume ninguna de las características de los aparatos en los que funciona o está activa.
Por lo tanto, el Salmo 146:3, 4 dice que cuando “sale su [del hombre] espíritu [rú·aj], él vuelve a su suelo; en ese día de veras perecen sus pensamientos”. El espíritu o fuerza de vida que estaba activo en las células corporales del hombre no retiene ninguna de las características de aquellas células, como pudieran ser las células del cerebro, esenciales para la facultad del pensamiento. Si el espíritu o fuerza de vida (rú·aj; pnéu·ma) no fuese impersonal, eso significaría que los hijos de ciertas mujeres que fueron resucitados por los profetas Elías y Eliseo en realidad tuvieron una existencia consciente en algún lugar durante el período en el que estuvieron muertos. Lo mismo hubiera sido verdad en el caso de Lázaro, quien hacía ya cuatro días que estaba en la tumba cuando Jesús lo resucitó. (1Re 17:17-23; 2Re 4:32-37; Jn 11:38-44.) Si tal hubiese sido el caso, es razonable que hubieran recordado su existencia consciente durante aquel período, y hubieran hablado de ella después de resucitar. No hay nada que indique que alguno de ellos lo hiciera. Por consiguiente, la personalidad del individuo muerto no se perpetúa en la fuerza de vida o espíritu que deja de funcionar en las células corporales de la persona muerta.
Eclesiastés 12:7 dice que cuando la persona muere su cuerpo vuelve al polvo “y el espíritu mismo vuelve al Dios verdadero que lo dio”. La persona misma nunca estuvo en el cielo con Dios; lo que “vuelve” a Dios, por lo tanto, es la fuerza vital que le permitió vivir.
En vista de la naturaleza impersonal de la fuerza de vida o espíritu del hombre (así como también de la creación animal), es evidente que las palabras de David del Salmo 31:5 que Jesús citó justo antes de morir (Lu 23:46) —“En tus manos encomiendo mi espíritu”— significaban una invocación a Dios para confiarle la fuerza de vida. (Compárese con Hch 7:59.) No se requiere que haya una transmisión verdadera y literal de cierta fuerza desde este planeta a la presencia celestial de Dios. Tal como se decía que Dios ‘olía’ los aromas fragantes de los sacrificios animales (Gé 8:20, 21), aunque tal olor sin duda permanecía dentro de la atmósfera terrestre, así también Dios podía ‘recoger’, o aceptar como confiado a Él, el espíritu o fuerza de vida en un sentido figurado, es decir, sin ninguna transmisión literal de fuerza de vida desde la Tierra. (Job 34:14; Lu 23:46.) El que una persona encomiende su espíritu debe significar que deposita su esperanza en Dios para que Él le restaure en el futuro esa fuerza de vida por medio de una resurrección. (Compárese con Nú 16:22; 27:16; Job 12:10; Sl 104:29, 30.)
Inclinación mental dominante. Tanto rú·aj como pnéu·ma se utilizan para designar la fuerza que hace que una persona manifieste cierta actitud o emoción o que tome cierta acción o proceder. Aunque esa fuerza que está dentro de la persona es invisible, produce efectos que sí son visibles. Este uso de los términos hebreos y griegos traducidos por “espíritu”, términos relacionados básicamente con el aliento o aire en movimiento, guarda un paralelo considerable con algunas expresiones españolas. Decimos que una persona ‘se da aires’, manifiesta ‘un aire de suficiencia’ o que ‘está de mal aire’. Hablamos de ‘quebrantar el espíritu’ de alguien, en el sentido de desanimarle y descorazonarle. Al aplicar el concepto a un grupo de personas y a la fuerza que los mueve, podemos hablar del ‘espíritu que los motiva’ o referirnos al ‘espíritu violento de una chusma’. De manera metafórica decimos que ‘soplan en la nación vientos de cambio y revolución’. Con todas estas expresiones aludimos a la fuerza motivadora invisible que obra en las personas y las mueve a hablar y actuar.
De manera similar, leemos de la “amargura de espíritu” de Isaac y Rebeca como consecuencia de que Esaú se casara con mujeres hititas (Gé 26:34, 35), y la tristeza de espíritu que agobió a Acab y hasta le robó el apetito. (1Re 21:5.) Un “espíritu de celos” podía hacer que un hombre mirase a su esposa con sospecha, e incluso que formulara acusaciones de adulterio contra ella. (Nú 5:14, 30.)
El sentido básico de una fuerza que motiva e “impele” las acciones y el habla también se deduce de lo que se dijo de Josué, “un hombre en quien hay espíritu” (Nú 27:18), y de Caleb, que demostró un “espíritu diferente” del de la mayoría de los israelitas, que se habían desmoralizado por el mal informe de los diez espías. (Nú 14:24.) Elías era un hombre de mucho empuje y fuerza en su servicio celoso a Dios, y Eliseo, como su sucesor, solicitó tener dos partes del espíritu de Elías. (2Re 2:9, 15.) Juan el Bautista demostró tener el mismo empuje vigoroso y celo enérgico de Elías, por lo que causó un gran efecto en sus oyentes; por esta razón pudo decirse que actuó “con el espíritu y poder de Elías”. (Lu 1:17.) En cambio, la riqueza y sabiduría de Salomón tuvo un efecto tan abrumador e impresionante en la reina de Seba, que “resultó que no hubo más espíritu en ella”. (1Re 10:4, 5.) En este mismo sentido fundamental, el espíritu, o la fuerza motivadora, puede ser ‘excitado’ o ‘despertado’ (1Cr 5:26; Esd 1:1, 5; Ag 1:14; compárese con Ec 10:4), estar ‘agitado’ o ‘irritado’ (Gé 41:8; Da 2:1, 3; Hch 17:16), ‘calmado’ (Jue 8:3), ‘angustiado’, ‘desmayado’ (Job 7:11; Sl 142:2, 3; compárese con Jn 11:33; 13:21) y ser ‘revivido’ o ‘refrescado’ (Gé 45:27, 28; Isa 57:15, 16; 1Co 16:17, 18; 2Co 7:13; compárese con 2Co 2:13).
Corazón y espíritu. Con frecuencia se relaciona al corazón con el espíritu. Como el corazón figurado tiene capacidad para pensar y motivar, y es el asiento de las emociones y los afectos (véase CORAZÓN), debe desempeñar un papel importante en el desarrollo del espíritu (la inclinación mental impelente) de la persona. Éxodo 35:21 establece un paralelo entre el corazón y el espíritu al decir: “Vinieron, todo aquel cuyo corazón lo impelió, y trajeron, todo aquel cuyo espíritu lo incitó, la contribución de Jehová para la obra de la tienda de reunión”. Por otro lado, cuando los cananeos se enteraron de las obras poderosas de Jehová a favor de Israel, ‘su corazón empezó a derretírseles y no se levantó espíritu en ninguno de ellos’, es decir, perdieron el impulso para pelear contra las fuerzas israelitas. (Jos 2:11; 5:1; compárese con Eze 21:7.) También se utilizan las expresiones ‘dolor de corazón y quebranto de espíritu’ (Isa 65:14) u otras similares. (Compárese con Sl 34:18; 143:4, 7; Pr 15:13.) Debido al influyente efecto que la fuerza motivadora de la persona tiene en la mente, Pablo aconseja: “Deben ser hechos nuevos en la fuerza que impulsa [forma de pnéu·ma] su mente, y deben vestirse de la nueva personalidad que fue creada conforme a la voluntad de Dios en verdadera justicia y lealtad”. (Ef 4:23, 24.)
La necesidad vital de controlar el espíritu se recalca mucho en la Biblia. “Como una ciudad en que se ha hecho irrupción, que no tiene muro, es el hombre que no tiene freno para su espíritu.” (Pr 25:28.) Es posible que ante la provocación actúe como el estúpido que con impaciencia ‘deja salir todo su espíritu’, mientras que el sabio “lo mantiene calmado hasta lo último”. (Pr 29:11; compárese con 14:29, 30.) Moisés se dejó provocar de forma indebida cuando los israelitas “le amargaron el espíritu” en una ocasión, y “empezó a hablar imprudentemente con sus labios” para su propio perjuicio. (Sl 106:32, 33.) Así, “el que es tardo para la cólera es mejor que un hombre poderoso; y el que controla su espíritu, que el que toma una ciudad”. (Pr 16:32.) La humildad es esencial a este respecto (Pr 16:18, 19; Ec 7:8, 9), y el que es “humilde de espíritu se asirá de la gloria”. (Pr 29:23.) El conocimiento y el discernimiento mantienen a un hombre “sereno de espíritu”, con control de su lengua. (Pr 17:27; 15:4.) Jehová está “avaluando los espíritus” y juzga a los que no ‘se guardan respecto a su espíritu’. (Pr 16:2; Mal 2:14-16.)
El espíritu de un grupo de personas. Así como un individuo puede mostrar cierto espíritu, un grupo de personas también puede manifestar cierto espíritu, una inclinación mental impelente. (Gál 6:18; 1Te 5:23.) La congregación cristiana tenía que estar unida en espíritu, reflejando el espíritu de su Cabeza, Cristo Jesús. (2Co 11:4; Flp 1:27; compárese con 2Co 12:18; Flp 2:19-21.)
Pablo hace un contraste entre el “espíritu del mundo”, y el espíritu de Dios. (1Co 2:12.) Bajo el control del adversario de Dios (1Jn 5:19), el mundo demuestra un espíritu de complacencia con los deseos de la carne caída, de egoísmo, que lleva a la enemistad con Dios. (Ef 2:1-3; Snt 4:5.) Como en el caso del Israel infiel, la motivación inmunda del sistema promueve fornicación, tanto física como espiritual, e idolatría. (Os 4:12, 13; 5:4; Zac 13:2; compárese con 2Co 7:1.)