RESURRECCIÓN
La palabra griega a·ná·sta·sis, que significa literalmente “levantamiento; alzamiento”, se emplea con frecuencia en las Escrituras Griegas Cristianas para referirse a la resurrección de los muertos. El apóstol Pablo citó unas palabras de las Escrituras Hebreas —Oseas 13:14— que indican que se abolirá la muerte y se dejará sin poder al Seol (heb. scheʼóhl; gr. hái·dēs). (1Co 15:54, 55.) Algunas versiones traducen el término scheʼóhl por “sepultura” y “hoyo”. Las Escrituras dicen que es el lugar adonde van los muertos. (Gé 37:35; 1Re 2:6; Ec 9:10.) Los usos de este término en las Escrituras Hebreas y los de su equivalente hái·dēs en las Escrituras Griegas Cristianas muestran que no se refiere a una sepultura individual, sino a la sepultura común de toda la humanidad. (Eze 32:21-32; Rev 20:13; véanse HADES; SEOL.) Dejar sin poder al Seol significaría liberar a los que están en él, es decir, vaciar la sepultura común de la humanidad. Por supuesto, esto requeriría una resurrección, es decir, que se levantara de su condición inanimada de muerte o de la sepultura a los que están allí.
Por medio de Jesucristo. Lo expuesto indica que en las Escrituras Hebreas aparece la enseñanza de la resurrección. Sin embargo, quedó en manos de Jesucristo el “[arrojar] luz sobre la vida y la incorrupción mediante las buenas nuevas”. (2Ti 1:10.) Jesús dijo: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí”. (Jn 14:6.) Por medio de las buenas nuevas acerca de Jesucristo, se aclaró cómo vendría la vida eterna y, más aún, cómo recibirían algunos incorrupción. El apóstol afirma que la resurrección es una esperanza segura, y arguye: “Ahora bien, si de Cristo se está predicando que él ha sido levantado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos entre ustedes que no hay resurrección de los muertos? Realmente, si no hay resurrección de los muertos, tampoco ha sido levantado Cristo. Pero si Cristo no ha sido levantado, nuestra predicación ciertamente es en vano, y nuestra fe es en vano. Además, también se nos halla falsos testigos de Dios, porque hemos dado testimonio contra Dios de que él levantó al Cristo, pero a quien no levantó si los muertos verdaderamente no han de ser levantados. [...] Además, si Cristo no ha sido levantado, la fe de ustedes es inútil; todavía están en sus pecados. [...] Sin embargo, ahora Cristo ha sido levantado de entre los muertos, las primicias de los que se han dormido en la muerte. Pues, dado que la muerte es mediante un hombre, la resurrección de los muertos también es mediante un hombre”. (1Co 15:12-21.)
El propio Cristo resucitó a varias personas cuando estuvo en la Tierra. (Lu 7:11-15; 8:49-56; Jn 11:38-44.) La resurrección seguida de vida eterna solo será posible mediante él. (Jn 5:26.)
Un firme propósito de Dios. Jesucristo señaló a los saduceos, una secta que no creía en la resurrección, que los escritos de Moisés registrados en las Escrituras Hebreas —Escrituras que ellos poseían y en las que afirmaban creer— prueban que hay una resurrección; alegó que cuando Jehová dijo que era “el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”, personajes que en realidad estaban muertos, indicó que para Él era como si aquellos hombres estuvieran vivos, porque Él, “el Dios, no de los muertos, sino de los vivos”, se proponía resucitarlos. Mediante su poder, Dios “vivifica a los muertos y llama las cosas que no son como si fueran”. Pablo subraya este hecho cuando habla de la fe de Abrahán. (Mt 22:23, 31-33; Ro 4:17.)
Dios tiene el poder de resucitar. Para Aquel que tiene el poder de crear al hombre a su propia imagen, con un cuerpo perfecto y con el potencial de expresar a plenitud las maravillosas características implantadas en la personalidad humana, no supone ningún problema insuperable resucitar a una persona. Si el hombre puede grabar y conservar las imágenes y sonidos de una escena y luego reproducirla gracias a los principios científicos que Dios ha creado, ¡cuánto más fácil será para el gran Soberano Universal y Creador resucitar a una persona reproduciendo la misma personalidad en un cuerpo recién formado! Con respecto a la revivificación de las facultades reproductivas de Sara en su edad avanzada, el ángel dijo: “¿Hay cosa alguna demasiado extraordinaria para Jehová?”. (Gé 18:14; Jer 32:17, 27.)
Cómo surgió la necesidad de la resurrección. En el principio no era necesaria la resurrección, no era parte del propósito original de Dios para la humanidad, puesto que a los hombres no se les había creado para morir. El propósito de Dios, según Él mismo indicó, era llenar la Tierra de seres humanos vivos, no de una raza que se deteriorara y muriera. Su obra era perfecta, y, por ende, sin defecto, imperfección ni enfermedad. (Dt 32:4.) Jehová bendijo a la primera pareja humana y le dijo que se multiplicara y llenara la tierra. (Gé 1:28.) Esta bendición excluía la enfermedad y la muerte; Dios no fijó una duración limitada de vida para el hombre, sino que le dijo que moriría si desobedecía. De modo que si no desobedecía, viviría para siempre. Por su desobediencia, incurriría en el disfavor de Dios, perdería su bendición y se acarrearía una maldición. (Gé 2:17; 3:17-19.)
Por consiguiente, la muerte se introdujo en la raza humana por la transgresión de Adán. (Ro 5:12.) Debido al pecado de su padre y a la imperfección resultante, la descendencia de Adán no podía heredar de él la vida eterna, ni siquiera la esperanza de vivir para siempre. Jesús dijo que ‘un árbol podrido no puede producir fruto excelente’. (Mt 7:17, 18; Job 14:1, 2.) El concepto de la resurrección fue necesario, o se añadió, para superar esta incapacidad que tendrían los hijos de Adán que desearan obedecer a Dios.
El propósito de la resurrección. La resurrección no solo muestra el poder y la sabiduría ilimitados de Jehová, sino también su amor y misericordia, y lo vindica, además, como Aquel que conserva la vida de los que le sirven. (1Sa 2:6.) Como tiene el poder de resucitar, puede llegar al punto de mostrar que sus siervos le serán fieles hasta la mismísima muerte, y puede así responder a la acusación de Satanás que aseveraba: “Piel en el interés de piel, y todo lo que el hombre tiene lo dará en el interés de su alma”. (Job 2:4.) Jehová puede permitir que Satanás llegue hasta el extremo de matar a algunos en un esfuerzo vano por apoyar sus falsas acusaciones. (Mt 24:9; Rev 2:10; 6:11.) El hecho de que los siervos de Jehová estén dispuestos a entregar la vida en Su servicio prueba que no le sirven por razones egoístas, sino por amor. (Rev 12:11.) También prueba que reconocen a Jehová como el Todopoderoso, el Soberano Universal y el Dios de amor que es capaz de resucitarlos. Prueba, en definitiva, que rinden devoción exclusiva a Jehová por sus maravillosas cualidades, no por razones materiales egoístas. (Considérense algunas exclamaciones de los siervos de Dios registradas en Ro 11:33-36; Rev 4:11; 7:12.) Además, la resurrección es un medio del que se vale Jehová a fin de que se lleve a cabo su propósito para la Tierra, según le había declarado a Adán. (Gé 1:28.)
Esencial para la felicidad del hombre. La resurrección de los muertos, una bondad inmerecida de parte de Dios, es esencial para la felicidad de la humanidad y para reparar todo el daño, sufrimiento y opresión que le ha sobrevenido a la raza humana como resultado de la imperfección y las enfermedades, las guerras que ha peleado, los asesinatos y las acciones inhumanas cometidas por los inicuos a instigación de Satanás el Diablo. No podemos ser totalmente felices si no creemos en una resurrección. El apóstol Pablo expresó este sentimiento en las siguientes palabras: “Si solo en esta vida hemos esperado en Cristo, de todos los hombres somos los más dignos de lástima”. (1Co 15:19.)
¿Cuándo se dio por primera vez la esperanza de la resurrección? Después que Adán pecó y como consecuencia se acarreó la muerte a sí mismo y la introdujo entre sus futuros descendientes, Dios dijo a la serpiente: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la descendencia de ella. Él te magullará en la cabeza y tú le magullarás en el talón”. (Gé 3:15.)
El que causó originalmente la muerte tiene que ser eliminado. Jesús dijo a los judíos religiosos que se oponían a él: “Ustedes proceden de su padre el Diablo, y quieren hacer los deseos de su padre. Ese era homicida cuando principió, y no permaneció firme en la verdad, porque la verdad no está en él”. (Jn 8:44.) Estas palabras prueban que fue el Diablo quien habló por medio de la serpiente, y que fue un homicida desde el principio de su proceder mentiroso y diabólico. En la visión que posteriormente Cristo dio a Juan, reveló que a Satanás el Diablo también se le llama “la serpiente original”. (Rev 12:9.) Satanás se apoderó de la humanidad, pues al inducir a Adán a rebelarse contra Dios, consiguió tener bajo su influencia a los hijos de Adán. De modo que en la primera profecía, registrada en Génesis 3:15, Jehová dio la esperanza de que esta serpiente sería eliminada. (Compárese con Ro 16:20.) No solo se aplastará a Satanás la cabeza, sino que se desbaratarán, destruirán o desharán todas sus obras. (1Jn 3:8; NM, BAS, CI.) El cumplimiento de esta profecía exige que se anule la muerte adámica, lo que implica una resurrección de los descendientes de Adán que están en el Seol (Hades) como resultado de los efectos heredados del pecado. (1Co 15:26.)
La esperanza de libertad implica una resurrección. El apóstol Pablo habla de la situación que Dios permitió que existiese después que el hombre pecó, así como del propósito que tuvo al permitirla: “Porque la creación fue sujetada a futilidad [por haber nacido todos en pecado y haber sido condenados a la muerte], no de su propia voluntad [a los hijos de Adán se les trajo al mundo en esta situación, aunque no lo habían elegido ni podían cambiar lo que Adán había hecho], sino por aquel [Dios, en su sabiduría] que la sujetó, sobre la base de la esperanza de que la creación misma también será libertada de la esclavitud a la corrupción y tendrá la gloriosa libertad de los hijos de Dios”. (Ro 8:20, 21; Sl 51:5.) Con el fin de experimentar el cumplimiento de esta esperanza de gloriosa libertad, los que han muerto tendrían que ser resucitados, libertados de la muerte y de la sepultura. Así que mediante su promesa de una “descendencia” venidera que aplastaría la cabeza de la serpiente, Dios colocó una maravillosa esperanza ante la humanidad. (Véase DESCENDENCIA, SEMILLA.)
El fundamento de la fe de Abrahán. Del registro bíblico se desprende que cuando Abrahán intentó ofrecer a su hijo Isaac, tenía fe en el poder y el propósito de Dios de levantar a los muertos. Como se declara en Hebreos 11:17-19, recibió a Isaac de entre los muertos “a manera de ilustración”. (Gé 22:1-3, 10-13.) El fundamento de la fe de Abrahán en una resurrección era la promesa que Dios le había hecho en cuanto a la “descendencia”. (Gé 3:15.) Además, tanto Abrahán como Sara ya habían experimentado algo comparable a una resurrección cuando Dios revivificó sus facultades reproductivas. (Gé 18:9-11; 21:1, 2, 12; Ro 4:19-21.) Job expresó una fe similar al decir cuando sufría intensamente: “¡Oh que en el Seol me ocultaras, [...] que me fijaras un límite de tiempo y te acordaras de mí! Si un hombre físicamente capacitado muere, ¿puede volver a vivir? [...] Tú llamarás, y yo mismo te responderé. Por la obra de tus manos sentirás anhelo”. (Job 14:13-15.)
Resurrecciones anteriores al rescate. Los profetas Elías y Eliseo resucitaron a algunas personas. (1Re 17:17-24; 2Re 4:32-37; 13:20, 21.) Sin embargo, los resucitados volvieron a morir, al igual que les ocurrió a los que resucitó Jesús cuando estuvo en la Tierra y a los que posteriormente resucitaron los apóstoles. Esto muestra que la resurrección no siempre es para vida eterna.
Puesto que Jesús había resucitado a su amigo Lázaro, es posible que este estuviera vivo para el Pentecostés de 33 E.C., cuando se derramó el espíritu santo y se ungió y engendró por espíritu (Hch 2:1-4, 33, 38) a los primeros en recibir el llamamiento celestial. (Heb 3:1.) Aunque la resurrección de Lázaro fue parecida a la que realizaron los profetas Elías y Eliseo, probablemente le dio la oportunidad de recibir una resurrección como la de Cristo, que de otro modo no hubiera tenido. ¡Cuánto amor demostró Jesús con esta acción! (Jn 11:38-44.)
“Una resurrección mejor.” Pablo dice sobre ciertas personas fieles de tiempos antiguos: “Hubo mujeres que recibieron a sus muertos por resurrección; pero otros hombres fueron atormentados porque rehusaron aceptar la liberación por algún rescate, con el fin de alcanzar una resurrección mejor”. (Heb 11:35.) Estos hombres demostraron su fe en la esperanza de la resurrección, pues sabían que la vida que tenían en aquel tiempo no era lo más importante. La resurrección que estas y otras personas experimentaron mediante Cristo tiene lugar después de la resurrección de este y su comparecencia en el cielo ante su Padre con el valor de su sacrificio de rescate. En ese tiempo, recompró el derecho a la vida de la raza humana, y pasó a ser el “Padre Eterno” en potencia. (Heb 9:11, 12, 24; Isa 9:6.) Él es “un espíritu dador de vida”. (1Co 15:45.) Tiene “las llaves de la muerte y del Hades [Seol]”. (Rev 1:18.) Con la autoridad que ahora tiene de conceder vida eterna, al debido tiempo de Dios llevará a cabo una “resurrección mejor”, pues los que la experimenten podrán vivir para siempre, sin que tengan que volver a morir inevitablemente. Si son obedientes, continuarán viviendo.
Resurrección celestial. A Jesucristo se le llama “el primogénito de entre los muertos” (Col 1:18), porque fue el primero en ser resucitado para vida eterna. Su resurrección fue “en el espíritu”, es decir, para vivir en el cielo. (1Pe 3:18.) Además, cuando se le resucitó, se le concedió una forma superior de vida y una posición superior a la que había tenido en los cielos antes de venir a la Tierra. Recibió inmortalidad e incorrupción, algo que ninguna criatura carnal puede tener, y fue hecho “más alto que los cielos”, para ocupar, después de Jehová Dios, la posición más alta del universo. (Heb 7:26; 1Ti 6:14-16; Flp 2:9-11; Hch 2:34; 1Co 15:27.) Fue el propio Jehová Dios quien lo resucitó. (Hch 3:15; 5:30; Ro 4:24; 10:9.)
Sin embargo, durante los cuarenta días que siguieron a su resurrección, Jesús se apareció a sus discípulos en diferentes ocasiones y con diversos cuerpos carnales, tal como algunos ángeles habían hecho para aparecerse a ciertos hombres de tiempos antiguos. Al igual que aquellos ángeles, Jesús tenía el poder de formar y desintegrar esos cuerpos a voluntad con el fin de probar visiblemente que había sido resucitado. (Mt 28:8-10, 16-20; Lu 24:13-32, 36-43; Jn 20:14-29; Gé 18:1, 2; 19:1; Jos 5:13-15; Jue 6:11, 12; 13:3, 13.) Las muchas veces que se apareció, especialmente aquella en la que se manifestó ante más de 500 personas, constituyen un testimonio convincente de que verdaderamente resucitó. (1Co 15:3-8.) Por ello, su resurrección está muy bien atestiguada y proporciona “a todos los hombres una garantía” de que en el futuro habrá un día de juicio o ajuste de cuentas. (Hch 17:31.)
La resurrección de los “hermanos” de Cristo. Los que son “llamados y escogidos y fieles”, seguidores de las pisadas de Cristo, sus “hermanos”, que han sido engendrados espiritualmente como “hijos de Dios”, han recibido la promesa de una resurrección como la de Cristo. (Rev 17:14; Ro 6:5; 8:15, 16; Heb 2:11.) El apóstol Pedro escribió lo siguiente a sus compañeros cristianos: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, porque, según su gran misericordia, nos dio un nuevo nacimiento a una esperanza viva mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, a una herencia incorruptible e incontaminada e inmarcesible. Está reservada en los cielos para ustedes”. (1Pe 1:3, 4.)
Pedro también dijo que la esperanza que poseen son “preciosas y grandiosísimas promesas, para que por estas [...] lleguen a ser partícipes de la naturaleza divina”. (2Pe 1:4.) Los “hermanos” de Cristo tienen que experimentar un cambio de naturaleza, de humana a “divina”, a fin de participar con él en su gloria. Han de pasar por una muerte como la de Cristo —manteniendo integridad y renunciando para siempre a la vida humana— para luego recibir por medio de la resurrección un cuerpo inmortal e incorruptible como el de él. (Ro 6:3-5; 1Co 15:50-57; 2Co 5:1-3.) El apóstol Pablo explica que no se resucita el cuerpo; asemeja esa experiencia a una semilla que se planta y brota, pues “Dios le da un cuerpo así como le ha agradado”. (1Co 15:35-40.) Dios resucita al alma, a la persona, con un cuerpo adecuado para el ámbito en el que resucita.
En el caso de Jesucristo, entregó su vida humana como sacrificio de rescate en beneficio de la humanidad. El escritor cristiano del libro de Hebreos aplica a Jesús el Salmo 40, y dice que cuando vino al “mundo” como el Mesías de Dios, dijo: “Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me preparaste un cuerpo”. (Heb 10:5.) El propio Jesús comentó: “De hecho, el pan que yo daré es mi carne a favor de la vida del mundo”. (Jn 6:51.) De esto se desprende que Cristo no podía volver a recibir su cuerpo cuando resucitase y retirar así el sacrificio que había ofrecido a Dios en favor de los hombres. Además, ya no tenía que vivir más en la Tierra. Su “casa” está en los cielos, con su Padre, quien no es de carne, sino un espíritu. (Jn 14:3; 4:24.) Por lo tanto, Jesucristo recibió un glorioso cuerpo inmortal e incorruptible, porque “él es el reflejo de [la] gloria [de Jehová] y la representación exacta de su mismo ser, y sostiene todas las cosas por la palabra de su poder; y después de haber hecho una purificación por nuestros pecados se sentó a la diestra de la Majestad en lugares encumbrados. De modo que ha llegado a ser mejor que los ángeles [que son poderosas personas celestiales], al grado que ha heredado un nombre más admirable que el de ellos”. (Heb 1:3, 4; 10:12, 13.)
Los hermanos fieles de Cristo, que se unen a él en los cielos, renuncian a la vida humana. El apóstol Pablo muestra que habrán de tener un nuevo cuerpo transformado, o amoldado, para su nueva existencia: “En cuanto a nosotros, nuestra ciudadanía existe en los cielos, lugar de donde también aguardamos con intenso anhelo a un salvador, el Señor Jesucristo, que amoldará de nuevo nuestro cuerpo humillado para que se conforme a su cuerpo glorioso, según la operación del poder que él tiene”. (Flp 3:20, 21.)
Cuándo acontece la resurrección celestial. La resurrección celestial de los coherederos de Cristo da comienzo después que Jesucristo regresa en gloria celestial para dar atención, en primer lugar, a sus hermanos espirituales. Al propio Cristo se le llama “las primicias de los que se han dormido en la muerte”. Luego Pablo dice que cada uno será resucitado según su propia categoría: “Cristo las primicias, después los que pertenecen al Cristo durante su presencia”. (1Co 15:20, 23.) Estos, como “la casa de Dios”, han estado bajo juicio durante su derrotero de vida cristiano, empezando con los primeros de ellos en Pentecostés. (1Pe 4:17.) Son “ciertas [literalmente, “algunas”] primicias”. (Snt 1:18, Besson; Rev 14:4.) A Jesucristo se le puede comparar a las primicias de la cebada que los israelitas ofrecían el 16 de Nisán (“Cristo las primicias”), y a sus hermanos espirituales como “primicias” (“ciertas primicias”) se les puede comparar a las primicias del trigo que se ofrecían en el día del Pentecostés, el día quincuagésimo a partir del 16 de Nisán. (Le 23:4-12, 15-20.)
Como los fieles ungidos han estado bajo juicio, cuando Cristo regresa es el tiempo para darles la recompensa, como prometió a sus once apóstoles fieles la noche antes de morir: “Voy a preparar un lugar para ustedes. También, [...] vengo otra vez y los recibiré en casa a mí mismo, para que donde yo estoy también estén ustedes”. (Jn 14:2, 3; Lu 19:12-23; compárese con 2Ti 4:1, 8; Rev 11:17, 18.)
“Las bodas del Cordero.” A estos cristianos como cuerpo se les llama su “esposa” (en perspectiva). (Rev 21:9.) Están prometidos a él en matrimonio y deben ser resucitados para vida en los cielos a fin de tomar parte en “las bodas del Cordero”. (2Co 11:2; Rev 19:7, 8.) Esta era la resurrección que esperaba el apóstol Pablo, una resurrección celestial. (2Ti 4:8.) Para el tiempo de la “presencia” de Cristo, todavía están en la Tierra algunos de sus hermanos espirituales, “invitados a la cena de las bodas del Cordero”, pero los de ese grupo que ya han muerto reciben el galardón en primer lugar por medio de una resurrección. (Rev 19:9.) Este hecho se explica en 1 Tesalonicenses 4:15, 16: “Porque esto les decimos por palabra de Jehová: que nosotros los vivientes que sobrevivamos hasta la presencia del Señor no precederemos de ninguna manera a los que se han dormido en la muerte; porque el Señor mismo descenderá del cielo con una llamada imperativa, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, y los que están muertos en unión con Cristo se levantarán primero”.
Pablo añade a continuación: “Después nosotros los vivientes que sobrevivamos seremos arrebatados, juntamente con ellos, en nubes al encuentro del Señor en el aire; y así siempre estaremos con el Señor”. (1Te 4:17.) De modo que cuando la muerte da fin a su carrera fiel en la Tierra, los restantes invitados a “la cena de las bodas del Cordero” son resucitados inmediatamente para unirse a sus compañeros de la clase de la novia en los cielos. No se ‘duermen en la muerte’ en el sentido de tener que aguardar su resurrección durante un largo sueño, como fue el caso de los apóstoles, sino que cuando mueren, son “cambiados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, durante la última trompeta. Porque sonará la trompeta, y los muertos serán levantados incorruptibles, y nosotros seremos cambiados”. (1Co 15:51, 52.) De todos modos, “las bodas del Cordero” no tendrán lugar hasta después que se haya ejecutado juicio sobre “Babilonia la Grande”. (Rev 18.) Tras describir la destrucción de esta “gran ramera”, Revelación 19:7 dice: “Regocijémonos y llenémonos de gran gozo, y démosle la gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado”. Una vez que todos los 144.000 sean finalmente aprobados y “sellados” como fieles y resucitados a los cielos, las bodas podrán realizarse.
Primera resurrección. En Revelación 20:5, 6 se llama “primera resurrección” a la resurrección de los que reinarán con Cristo. El apóstol Pablo también se refiere a ella como “la resurrección más temprana de entre los muertos [literalmente, la fuera-resurrección la fuera de los muertos]”. (Flp 3:11, NM; Rotherham [en inglés]; Int.) La obra Imágenes verbales en el Nuevo Testamento (de Robertson, 1989, vol. 4, pág. 603) dice sobre la expresión que Pablo utiliza en este versículo: “Aparentemente, Pablo está aquí pensando sólo [en] la resurrección de los creyentes de entre los muertos, empleando por ello un doble ex [fuera] (tēn exanastasin tēn ek nekrōn). Pablo no está negando una resurrección general con este lenguaje, pero destaca la de los creyentes”. La obra Commentaries (de Charles Ellicott, 1865, vol. 2, pág. 87) hace la siguiente observación sobre Filipenses 3:11: “La resurrección de los muertos: i. e., como sugiere el contexto, la primera resurrección (Rev. XX. 5), cuando, en el advenimiento del Señor, los muertos en Él se levantarán primero (1Tesalon. IV. 16), y los vivos serán arrebatados para encontrarse con él en las nubes (1Tes. IV. 17); compárese con Lucas XX. 35. La primera resurrección incluirá solo a los verdaderos creyentes, y al parecer precederá en el tiempo a la segunda, la de los no creyentes e incrédulos. [...] Está fuera de lugar en este pasaje toda referencia a una resurrección meramente de tipo ético (Cocceius)”. Como uno de los significados básicos de la palabra e·xa·ná·sta·sis es la “acción de levantarse [de la cama por la mañana]”, puede significar muy bien una resurrección que ocurre temprano o, con otras palabras, “la primera resurrección”. La traducción inglesa de Rotherham lee en Filipenses 3:11: “Si de algún modo puedo adelantar a la resurrección más temprana que es de entre los muertos”.
Resurrección terrestre. Mientras Jesús colgaba del madero, uno de los malhechores que estaban junto a él comentó que Jesús no merecía tal castigo, y a continuación le solicitó: “Acuérdate de mí cuando entres en tu reino”. Jesús respondió: “Verdaderamente te digo hoy: Estarás conmigo en el Paraíso”. (Lu 23:42, 43.) Jesús le estaba diciendo en realidad: ‘En este día sombrío, cuando el que yo pretenda tener un reino parece muy improbable, tú expresas fe. Efectivamente, cuando yo entre en mi reino, me acordaré de ti’. (Véase PARAÍSO.) Esta promesa hacía necesario que el malhechor resucitase. Este hombre no era un fiel seguidor de Jesucristo. Había tenido una mala conducta, había transgredido la Ley, por lo que merecía la pena de muerte. (Lu 23:40, 41.) De modo que no podía esperar que fuese a recibir la primera resurrección. Además, murió cuarenta días antes de que Jesús ascendiera al cielo y, por lo tanto, antes del Pentecostés, que se celebró diez días después de la ascensión y fue cuando Dios ungió por medio de Jesús a las primeras personas que recibirían la resurrección celestial. (Hch 1:3; 2:1-4, 33.)
Jesús dijo que el malhechor estaría en el Paraíso. Esa palabra significa “parque; jardín o finca de recreo”. En Génesis 2:8, la Septuaginta traduce la palabra hebrea para “jardín” (gan) por la griega pa·rá·dei·sos. El paraíso en el que estará el malhechor no es el “paraíso de Dios” que se promete en Revelación 2:7 “al que venza”, pues el malhechor no había vencido al mundo con Jesucristo. (Jn 16:33.) Por consiguiente, el malhechor no será miembro del Reino celestial (Lu 22:28-30), sino que será un súbdito de ese Reino cuando los que experimentan la “primera resurrección” se sienten sobre tronos para gobernar con Cristo mil años en calidad de reyes establecidos de Dios y de Cristo. (Rev 20:4, 6.)
‘Los justos y los injustos.’ El apóstol Pablo dijo a un grupo de judíos que también abrigaban la esperanza de la resurrección: “Va a haber resurrección así de justos como de injustos”. (Hch 24:15.)
La Biblia muestra con claridad quiénes son los “justos”. Los primeros en ser declarados justos son los que van a recibir una resurrección celestial. (Ro 8:28-30.)
La Biblia también llama justos a hombres fieles de la antigüedad, como Abrahán. (Gé 15:6; Snt 2:21.) Muchos de estos hombres se encuentran en la lista del capítulo 11 de Hebreos, y el escritor dice de ellos: “Y, no obstante, todos estos, aunque recibieron testimonio por su fe, no obtuvieron el cumplimiento de la promesa, puesto que Dios previó algo mejor para nosotros, para que ellos no fueran perfeccionados aparte de nosotros”. (Heb 11:39, 40.) De modo que se les perfeccionará después que se perfeccione a los que tienen parte en “la primera resurrección”.
Después está la gran muchedumbre, de la que se habla en el capítulo 7 de Revelación, cuyos integrantes no forman parte de los 144.000 “sellados”, y por consiguiente no tienen la “prenda” del espíritu al no haber sido engendrados por él. (Ef 1:13, 14; 2Co 5:5.) Las Escrituras dicen que “salen de la gran tribulación” como sobrevivientes de ella, lo que permite ubicar el recogimiento de este grupo en los últimos días, poco antes de esa tribulación. Estas personas son justas por fe, y están vestidas con largas ropas blancas lavadas en la sangre del Cordero. (Rev 7:1, 9-17.) No será necesario resucitarlas como clase, pero Dios resucitará a su debido tiempo a los fieles de ese grupo que mueran antes de la gran tribulación.
Además, hay muchos “injustos” enterrados en el Seol (Hades), el sepulcro común de la humanidad, o en “el mar”, bajo las aguas. En Revelación 20:12, 13 se habla del juicio de estos y de los “justos” a los que se resucita en la Tierra. “Y vi a los muertos, los grandes y los pequeños, de pie delante del trono, y se abrieron rollos. Pero se abrió otro rollo; es el rollo de la vida. Y los muertos fueron juzgados de acuerdo con las cosas escritas en los rollos según sus hechos. Y el mar entregó los muertos que había en él, y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos, y fueron juzgados individualmente según sus hechos.”
Cuándo acontece la resurrección terrestre. Este juicio se ubica en la Biblia durante el reinado milenario de Cristo y sus reyes y sacerdotes asociados. El apóstol Pablo dijo que estos “juzgarán al mundo”. (1Co 6:2.) “Los grandes y los pequeños”, personas de toda condición, estarán allí para ser juzgados imparcialmente. Se les juzgará “de acuerdo con las cosas escritas en los rollos” que se abrirán entonces. Estos no pueden referirse al registro de su vida pasada ni a un conjunto de normas con el que juzgar los hechos de su vida pasada. Como el “salario que el pecado paga es muerte”, estas personas ya habrán saldado con su muerte sus pecados pasados. (Ro 6:7, 23.) Entonces se les resucitará a fin de que puedan demostrar su actitud hacia Dios y si desean beneficiarse del sacrificio de rescate de Jesucristo para toda la humanidad. (Mt 20:28; Jn 3:16.) Aunque no se les contarán sus pecados pasados, necesitarán el rescate para ser elevados a la perfección. Tendrán que cambiar su modo de pensar y vivir anterior y amoldarlo a la voluntad y disposiciones divinas para la Tierra y su población. Por ello, “los rollos” deberán contener la voluntad y la ley de Dios para ellos durante el Día de Juicio, y su fe y obediencia a las instrucciones escritas en estos rollos suministrarán la base para el juicio y para al fin escribir sus nombres indeleblemente en el “rollo de la vida”.
Resurrección para vida y para juicio. Jesús dio esta consoladora seguridad a la humanidad: “La hora viene, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan hecho caso vivirán. [...] No se maravillen de esto, porque viene la hora en que todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz y saldrán, los que hicieron cosas buenas a una resurrección de vida, los que practicaron cosas viles a una resurrección de juicio”. (Jn 5:25-29.)
Un juicio de condenación. En las susodichas palabras de Jesús, “juicio” traduce el término griego krí·sis. El helenista Parkhurst, en su obra A Greek and English Lexicon to the New Testament (Londres, 1845, pág. 342), da los siguientes significados para krí·sis en las Escrituras Griegas Cristianas: “I. Juicio; [...] II. Juicio, justicia, Mat. XXIII. 23. Comp. con XII. 20; [...] III. Sentencia condenatoria, condenación, perdición. Marcos III. 29; Juan V. 24, 29; [...] IV. La causa o base de condenación o castigo. Juan III. 19; V. Un determinado tribunal de justicia de los judíos. [...] Mat. V. 21, 22”.
Si Jesús hubiera tenido presente un juicio que podría resultar en vida al hablar de una resurrección de juicio, no habría habido ningún contraste entre esta y la “resurrección de vida”. Por lo tanto, el contexto indica que por “juicio” Jesús se refería a un juicio con sentencia condenatoria.
Los “muertos” que oyeron hablar a Jesús cuando estuvo en la Tierra. Cuando examinamos las palabras de Jesús, notamos que algunos de los “muertos” estaban escuchando su voz mientras hablaba. Pedro usó un lenguaje similar cuando dijo: “De hecho, con este propósito las buenas nuevas fueron declaradas también a los muertos, para que fueran juzgados en cuanto a la carne desde el punto de vista de los hombres, pero vivieran en cuanto al espíritu desde el punto de vista de Dios”. (1Pe 4:6.) Esto es así porque los que escuchaban a Cristo estaban ‘muertos en ofensas y pecados’ antes de oírle, pero empezarían a ‘vivir’ espiritualmente al ejercer fe en las buenas nuevas. (Ef 2:1; compárese con Mt 8:22; 1Ti 5:6.)
Juan 5:29 se refiere al fin de un período de juicio. Para comprender bien en qué momento se sitúan la ‘resurrección de vida y la resurrección de juicio’ de que habló Jesús, es muy importante recordar lo que dijo un poco antes en ese mismo contexto respecto a los que vivían entonces y que estaban muertos espiritualmente (como se explica en el subtítulo ‘Pasar de muerte a vida’). Dijo: “La hora viene, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan hecho caso [literalmente, “los que hayan oído”] vivirán”. (Jn 5:25, Int.) Esto indica que no hablaba de los que oyeran audiblemente su voz, sino, más bien, de ‘los que habían oído’, es decir, los que después de oír, aceptaron como verdad lo que habían oído. Los términos “oír” y “escuchar” se usan con mucha frecuencia en la Biblia con el significado de “hacer caso” u “obedecer”. (Véase OBEDIENCIA.) Los que resulten ser obedientes vivirán. (Compárese con el uso del mismo término griego [a·kóu·ō], “oír” o “escuchar”, como en Jn 6:60; 8:43, 47; 10:3, 27.) No se les juzga teniendo en cuenta lo que hicieron antes de oír su voz, sino lo que hicieron después de oírla.
Por lo tanto, cuando Jesús habló de “los que hicieron cosas buenas” y de “los que practicaron cosas viles”, se debía estar colocando al final del período de juicio, como si mirase atrás en retrospección o en repaso de las acciones de estos resucitados después de tener la oportunidad de obedecer o desobedecer las “cosas escritas en los rollos”. Solo al final del período de juicio se demostraría quién había hecho bien o mal. El resultado para “los que hicieron cosas buenas” (según las “cosas escritas en los rollos”) sería la recompensa de vida; para “los que practicaron cosas viles”, un juicio con sentencia condenatoria. De modo que la resurrección habría resultado ser de vida o de condenación.
En la Biblia es frecuente hablar de cosas como si ya se hubieran cumplido, verlas retrospectivamente, desde la óptica de su realización. No en vano Dios es “Aquel que declara desde el principio el final, y desde hace mucho las cosas que no se han hecho”. (Isa 46:10.) Así lo hace Judas cuando dice sobre ciertos hombres que se habían introducido en la congregación: “¡Ay de ellos, porque han ido en la senda de Caín, y por la paga se han precipitado en el curso erróneo de Balaam, y han perecido [literalmente, “se destruyeron”] en el habla rebelde de Coré!”. (Jud 11.) Algunas profecías emplean lenguaje similar. (Compárese con Isa 40:1, 2; 46:1; Jer 48:1-4.)
Por consiguiente, en Juan 5:29 no se hace referencia al mismo asunto que en Hechos 24:15, donde Pablo habla de la resurrección de ‘justos y de injustos’. Pablo alude claramente a los que han tenido una posición justa o injusta delante de Dios durante esta vida, y que serán resucitados. Ellos son “los que están en las tumbas conmemorativas”. (Jn 5:28; véase TUMBA CONMEMORATIVA.) En Juan 5:29, Jesús habla de esas personas después que salen de las tumbas conmemorativas y después que, por su proceder durante el reinado de Jesucristo y sus reyes y sacerdotes asociados, hayan resultado ser obedientes, con la “vida” eterna como recompensa, o desobedientes y, por lo tanto, merecedores de “juicio [de condenación]” de parte de Dios.
La recuperación del alma del Seol. El rey David de Israel escribió: “Preveía al Señor delante de mí continuamente; porque está a mi diestra, para que yo no sea conmovido [...] y además también mi carne residirá en esperanza. Porque no dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás que tu Santo vea la corrupción”. (Sl 15:8-11, LXX [16:8-11 NM].) En el día del Pentecostés del año 33 E.C., el apóstol Pedro aplicó este salmo a Jesucristo cuando explicó a los judíos la verdad sobre su resurrección. (Hch 2:25-31.) Por consiguiente, tanto las Escrituras Hebreas como las Griegas muestran que el “alma” de Jesucristo resucitó. Fue “muerto en la carne, pero hecho vivo en el espíritu”. (1Pe 3:18.) “Carne y sangre no pueden heredar el reino de Dios” (1Co 15:50), lo que también excluye carne y huesos, que no tienen vida a menos que tengan sangre. Esto se debe a que en ella está el “alma”, es decir, que es necesaria para la vida de la criatura carnal. (Gé 9:4.)
Las Escrituras muestran sin ambages que no hay un “alma inmaterial” separada y distinta del cuerpo. El alma muere cuando muere el cuerpo. Hasta de Jesucristo está escrito que “derramó su alma hasta la mismísima muerte”. Su alma estaba en el Seol. Él no existía como alma o persona durante ese tiempo. (Isa 53:12; Hch 2:27; compárese con Eze 18:4; véase ALMA.) Por consiguiente, en la resurrección no se efectúa ninguna unión entre alma y cuerpo. Sin embargo, la persona ha de tener un cuerpo, sea espiritual o terrestre, pues todas las personas, tanto celestiales como terrestres, poseen un cuerpo. Para que vuelva a ser una persona, el que ha muerto debe tener un cuerpo, sea físico o espiritual. La Biblia dice: “Si hay cuerpo físico, también lo hay espiritual”. (1Co 15:44.)
Pero, ¿vuelven a juntarse las células del cuerpo anterior en la resurrección? ¿Es acaso una reproducción exacta del cuerpo anterior, hecho precisamente tal como era cuando la persona murió? Las Escrituras responden de manera negativa cuando hablan de la resurrección de los hermanos ungidos de Cristo: “No obstante, alguien dirá: ‘¿Cómo han de ser levantados los muertos? Sí, ¿con qué clase de cuerpo vienen?’. ¡Persona irrazonable! Lo que siembras no es vivificado a menos que primero muera; y en cuanto a lo que siembras, no siembras el cuerpo que se desarrollará, sino un grano desnudo, sea de trigo o cualquiera de los demás; pero Dios le da un cuerpo así como le ha agradado, y a cada una de las semillas su propio cuerpo”. (1Co 15:35-38.)
Los que alcanzan la herencia celestial reciben un cuerpo espiritual, pues Dios se complace en que tengan cuerpos que correspondan al ámbito celestial. Pero ¿qué cuerpo reciben aquellos a quienes Jehová se deleita en dar una resurrección terrestre? No podría ser el mismo cuerpo, con exactamente los mismos átomos. Cuando una persona muere y es enterrada, el proceso de descomposición convierte el cuerpo en elementos químicos que puede absorber la vegetación. Cabe la posibilidad de que otras personas coman de esa vegetación, de modo que los elementos, los átomos de la persona muerta, pueden estar en otras muchas personas. Es obvio que cuando se produzca la resurrección, esos mismos átomos no podrán estar en la persona resucitada y en todas las demás al mismo tiempo.
El cuerpo resucitado tampoco tiene por qué ser una copia exacta del cuerpo al momento de la muerte. Si el cuerpo de una persona antes de morir estaba mutilado, ¿volverá de la misma manera? Sería irrazonable, porque pudiera darse el caso de que no estuviera ni siquiera en condición de oír y hacer “las cosas escritas en los rollos”. (Rev 20:12.) Digamos que una persona murió por haberse desangrado. ¿Volverá sin sangre? No, porque no podría vivir con un cuerpo humano sin sangre. (Le 17:11, 14.) Más bien, recibirá un cuerpo del agrado de Dios. Como la voluntad y el gusto de Dios es que la persona resucitada obedezca las “cosas escritas en los rollos”, deberá tener un cuerpo sano, que posea todas sus facultades. (Jesús resucitó a Lázaro con un cuerpo entero y sano, aunque ya había empezado a descomponerse; Jn 11:39.) De esta manera, toda persona podrá ser considerada, debida y justamente, responsable de sus hechos durante el período de juicio. Sin embargo, no será perfecto en el momento en que se le resucite, pues tendrá que ejercer fe en el sacrificio de rescate de Cristo y recibir los servicios sacerdotales de Cristo y su “sacerdocio real”. (1Pe 2:9; Rev 5:10; 20:6.)
‘Pasar de muerte a vida.’ Jesús habló de los que ‘tienen vida eterna’ porque oyen sus palabras con fe y obediencia y creen en el Padre que le envió. Dijo en cuanto a cada uno de ellos: “No entra en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida. Muy verdaderamente les digo: La hora viene, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan hecho caso vivirán”. (Jn 5:24, 25.)
Los que han ‘pasado de la muerte a la vida ahora’ no son los que habían muerto literalmente y estaban en las sepulturas. Cuando Jesús dijo estas palabras, toda la humanidad estaba condenada a muerte ante Dios el Juez de todos. Por lo tanto, Jesús se refería a personas que estaban muertas en sentido espiritual, a la clase de muertos espirituales que debió tener presente cuando dijo al judío que quería ir primero a su casa a enterrar a su padre: “Continúa siguiéndome, y deja que los muertos entierren a sus muertos”. (Mt 8:21, 22.)
Los que se han hecho cristianos verdaderos se encontraron en un tiempo entre las personas del mundo que estaban muertas espiritualmente. El apóstol Pablo recordó a la congregación este hecho, diciendo: “A ustedes Dios los vivificó aunque estaban muertos en sus ofensas y pecados, en los cuales en un tiempo anduvieron conforme al sistema de cosas de este mundo [...]. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, nos vivificó junto con el Cristo, aun cuando estábamos muertos en ofensas —por bondad inmerecida han sido salvados ustedes— y nos levantó juntos y nos sentó juntos en los lugares celestiales en unión con Cristo Jesús”. (Ef 2:1, 2, 4-6.)
De modo que Jehová retiró su condenación debido a que ya no andaban en ofensas y pecados contra Dios y por su fe en Cristo. Los levantó de la muerte espiritual y les dio la esperanza de vida eterna. (1Pe 4:3-6.) El apóstol Juan describe este cambio de muerte en ofensas y pecados a vida espiritual con estas palabras: “No se maravillen, hermanos, de que el mundo los odie. Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, porque amamos a los hermanos”. (1Jn 3:13, 14.)
Una bondad inmerecida de parte de Dios. El regalo de la resurrección para la humanidad es realmente una bondad inmerecida de Dios, pues Él no estaba obligado a suministrarla. Su amor al mundo de la humanidad le impulsó a dar a su Hijo unigénito a fin de que millones de personas —es más: miles de millones que han muerto sin tener un verdadero conocimiento de Dios— pudieran recibir la oportunidad de conocerle y amarle, y a fin de que los que le aman y le sirven puedan tener esta esperanza e incentivo para aguantar con fidelidad, incluso hasta la muerte. (Jn 3:16.) Con el fin de consolar a sus compañeros cristianos con la esperanza de la resurrección, el apóstol Pablo escribió a la congregación de Tesalónica sobre los que habían muerto con la esperanza de una resurrección celestial: “Además, hermanos, no queremos que estén en ignorancia respecto a los que están durmiendo en la muerte; para que no se apesadumbren ustedes como lo hacen también los demás que no tienen esperanza. Porque si nuestra fe es que Jesús murió y volvió a levantarse, así, también, a los que se han dormido en la muerte mediante Jesús, Dios los traerá con él.” (1Te 4:13, 14.)
De igual manera, los cristianos no deben apesadumbrarse, como les ocurre a los que no tienen esperanza, por aquellas personas fieles a Dios que han muerto con la esperanza de vivir en la Tierra durante Su Reino mesiánico o por los que han muerto sin haber conocido a Dios. Cuando se abra el Seol (Hades), saldrán todos los que estén allí. La Biblia menciona a muchos de los que allí se encuentran, entre ellos gente de los antiguos Egipto, Asiria, Elam, Mesec, Tubal, Edom y Sidón. (Eze 32:18-31.) Jesús indicó que al menos algunas personas impenitentes de Betsaida, Corazín y Capernaum estarán presentes en el Día de Juicio. Aunque su actitud anterior hará muy difícil que se arrepientan, se les dará la oportunidad de hacerlo. (Mt 11:20-24; Lu 10:13-15.)
El rescate se aplicará a todos aquellos por los que se ha pagado. La grandeza y generosidad del amor y la bondad inmerecida de Dios al dar a su Hijo para que ‘todo el que crea en él tenga vida’ no permite una aplicación limitada del rescate solo a los que Dios escoge para el llamamiento celestial. (Jn 3:16.) De hecho, el sacrificio de rescate de Jesucristo no sería completo si únicamente beneficiase a los que pasan a ser miembros del Reino de los cielos. No cumpliría todo el propósito para el que Dios lo ha provisto, pues Él se propuso que el Reino tuviera súbditos terrestres. Jesucristo no solo es el Sumo Sacerdote de los sacerdotes que están con él, sino del mundo de la humanidad que vivirá cuando sus asociados también gobiernen con él como reyes y sacerdotes. (Rev 20:4, 6.) Él “ha sido probado en todo sentido igual que nosotros [sus hermanos espirituales], pero sin pecado”. Por consiguiente, puede condolerse de las debilidades de las personas que se esfuerzan a conciencia por servir a Dios; y a sus reyes y sacerdotes asociados se les ha probado de la misma manera. (Heb 4:15, 16; 1Pe 4:12, 13.) ¿A favor de quiénes podrían ser sacerdotes, si no fuera a favor de la humanidad, entre la que se cuenta a los que serán resucitados durante el reinado y juicio de mil años?
Los siervos de Dios han esperado ansiosos el día de la resurrección. En el planteamiento de sus propósitos, Dios ha fijado el tiempo exacto para ello, cuando su sabiduría y gran paciencia serán completamente vindicadas. (Ec 3:1-8.) Tanto Dios como su Hijo pueden y desean efectuar la resurrección y la completarán en ese tiempo fijado.
Jehová espera gozoso la resurrección. Jehová y su Hijo deben esperar con gran gozo la completa realización de esa obra. Jesús mostró esta disposición y deseo cuando un leproso le suplicó: “‘Si tan solo quieres, puedes limpiarme.’ Con esto, él se enterneció, y extendió la mano y lo tocó, y le dijo: ‘Quiero. Sé limpio’. E inmediatamente la lepra desapareció de él, y quedó limpio”. Este conmovedor incidente, que demuestra la bondad y el amor de Cristo a la humanidad, se registró en tres evangelios. (Mr 1:40-42; Mt 8:2, 3; Lu 5:12, 13.) Y sobre el amor de Dios a la humanidad y su deseo de ayudarla, el fiel Job reflexionó: “Si un hombre físicamente capacitado muere, ¿puede volver a vivir? [...] Tú llamarás, y yo mismo te responderé. Por la obra de tus manos sentirás anhelo”. (Job 14: 14, 15.)
Algunos no serán resucitados. Aunque es verdad que el sacrificio de rescate de Cristo se ofreció para beneficio de toda la humanidad, Jesús indicó que su verdadera aplicación estaría limitada. Dijo: “Así como el Hijo del hombre no vino para que se le ministrara, sino para ministrar y para dar su alma en rescate en cambio por muchos”. (Mt 20:28.) Jehová Dios tiene el derecho de negarse a aceptar un rescate a favor de cualquiera que no considere merecedor. El rescate de Cristo cubre los pecados cometidos como consecuencia de la herencia pecaminosa de Adán; pero una persona puede añadir a esos pecados un proceder de pecado deliberado y voluntario, en cuyo caso su muerte se debería a ese proceder que el rescate no cubre.
El pecado contra el espíritu santo. Jesucristo dijo que el que peque contra el espíritu santo no tendrá perdón ni en este sistema de cosas ni en el venidero. (Mt 12:31, 32.) La persona que, según el juicio de Dios, peque contra el espíritu santo en este sistema de cosas no obtendría ningún beneficio de resucitar, pues como es imposible que se le perdonen los pecados, tal resurrección resultaría inútil. Jesús dictó sentencia en el caso de Judas Iscariote al llamarle “el hijo de destrucción”. A él no le aplicará el rescate, de modo que no resucitará, pues su destrucción es una sentencia establecida judicialmente. (Jn 17:12.)
Jesucristo dijo a sus opositores, los líderes religiosos judíos: “¿Cómo habrán de huir del juicio del Gehena [un símbolo de destrucción eterna]?”. (Mt 23:33; véase GEHENA.) Sus palabras indican que si no se volvían a Dios antes de morir, recibirían un juicio final adverso. La resurrección no tendría sentido para ellos, pues no les serviría de nada. Ese también parece ser el caso del “hombre del desafuero”. (2Te 2:3, 8; véase HOMBRE DEL DESAFUERO.)
Pablo dice que los que han conocido la verdad, han sido partícipes del espíritu santo y luego han apostatado, han caído en un estado del que es imposible “revivificarlos otra vez al arrepentimiento, porque de nuevo fijan en un madero al Hijo de Dios para sí mismos y lo exponen a vergüenza pública”. El rescate ya no puede ayudarlos; por esa razón, no serán resucitados. El apóstol los asemeja a un campo que solo produce espinos y cardos, por lo que se le rechaza y al fin se le quema. Esto ilustra el futuro que tienen ante ellos: aniquilación completa. (Heb 6:4-8.)
Pablo vuelve a manifestar que para los que “voluntariosamente [practican] el pecado después de haber recibido el conocimiento exacto de la verdad, no queda ya sacrificio alguno por los pecados, sino que hay cierta horrenda expectación de juicio y hay un celo ardiente que va a consumir a los que están en oposición”. Luego pone una ilustración: “Cualquiera que ha desatendido la ley de Moisés muere sin compasión, por el testimonio de dos o tres. ¿De cuánto más severo castigo piensan ustedes que será considerado digno el que ha hollado al Hijo de Dios y que ha estimado como de valor ordinario la sangre del pacto por la cual fue santificado, y que ha ultrajado con desdén el espíritu de bondad inmerecida? [...] Es cosa horrenda caer en las manos del Dios vivo”. El juicio es más severo porque a ellos no solo se les da muerte y se les entierra en el Seol, como les sucedía a los violadores de la ley de Moisés, sino que van al Gehena, de donde no hay resurrección. (Heb 10:26-31.)
Pedro indica a sus hermanos que por ser “casa de Dios”, están bajo juicio, y luego cita de Proverbios 11:31 (LXX) y les advierte del peligro de la desobediencia. En esos versículos muestra que el juicio actual de ellos podría finalizar con una sentencia de destrucción eterna, tal como Pablo había escrito. (1Pe 4:17, 18.)
El apóstol Pablo también menciona que algunos “sufrirán el castigo judicial de destrucción eterna de delante del Señor y de la gloria de su fuerza, al tiempo en que él viene para ser glorificado con relación a sus santos”. (2Te 1:9, 10.) Estas personas no sobrevivirán para hallarse bajo el reinado milenario de Cristo, y como su destrucción es “eterna”, no serán resucitados.
Resurrección durante los mil años. No se sabe con exactitud cuántos humanos han vivido en la Tierra. Pero supongamos, a modo de ejemplo, que Jehová resucitara a 20.000 millones de personas. En tal caso, no se producirían problemas alimentarios ni de habitabilidad en el planeta. La tierra seca tiene una superficie de unos 148 millones de Km.2 (14.800 millones de hectáreas). Incluso si se dedicara la mitad de esa superficie a otros propósitos, todavía le correspondería a cada persona más de la tercera parte de una hectárea. Esta superficie bastaría para proveer alimento a una persona, sobre todo si se tiene en cuenta que, como ya quedó demostrado en el caso de la nación de Israel, la bendición de Dios resulta en abundancia de alimento. (1Re 4:20; Eze 34:27.)
Con respecto a la cuestión de si la Tierra podrá producir suficiente alimento, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura sostiene que con solo algunas mejoras básicas en la agricultura, la Tierra podría alimentar hasta nueve veces la población que se prevé para el año 2000, incluso en las zonas en desarrollo. (Land, Food and People, Roma, 1984, págs. 16, 17.)
Pero, ¿cómo se podrá atender adecuadamente a los miles de millones de resucitados, si se tiene en cuenta que la mayoría de ellos no conocían a Dios en el pasado y deberán aprender a conformarse a Sus leyes? En primer lugar, la Biblia dice que el reino del mundo llega a ser “el reino de nuestro Señor y de su Cristo, y él [reina] para siempre jamás”. (Rev 11:15.) Y el principio bíblico indica que “cuando hay juicios procedentes de [Jehová] para la tierra, justicia es lo que los habitantes de la tierra productiva ciertamente aprenden”. (Isa 26:9.) A su debido tiempo, cuando sea necesario hacérselo saber a Sus siervos, Dios revelará cómo se propone realizar esta obra. (Am 3:7.)
¿Cómo será posible resucitar y educar en solo mil años a los millones de personas que en la actualidad están muertas?
Supongamos, no con ánimo de profetizar, sino únicamente a modo de ejemplo, que la “gran muchedumbre” de personas justas que sobreviven a “la gran tribulación” (Rev 7:9, 14) se compone de unos 6.000.000 de personas (aproximadamente 1/1000 de la población mundial actual). Si tras permitir unos cien años para su formación y para que ‘sojuzguen’ parte de la Tierra (Gé 1:28), Dios decidiese devolver a la vida a un 3% de esa cantidad, entonces por cada resucitado, habría 33 personas que podrían atenderle. Puesto que un incremento anual del 3% duplica la cantidad aproximadamente cada veinticuatro años, el número total de 20.000 millones de personas podría resucitar antes de que hubiesen transcurrido cuatrocientos años del Reino de mil años de Cristo, con lo que se daría suficiente tiempo para educar y juzgar a los resucitados sin afectar la armonía ni el orden de la Tierra. De esta manera, Dios, con su poder y sabiduría infinitos, puede llevar su propósito a un fin glorioso dentro del marco de las leyes y disposiciones que ha dado a la humanidad desde su comienzo, con la bondad inmerecida añadida de la resurrección. (Ro 11:33-36.)