¿Escucha usted con empatía?
IMAGÍNESE que tuviera los medios para hacer un regalo costoso a todos sus familiares y amigos. ¡Qué felices y agradecidos se sentirían! Pues usted puede hacerles un regalo muy especial, algo que realmente necesitan, y no le costará nada de dinero. ¿De qué se trata? De su atención. Casi todas las personas desean atención y responden con gratitud cuando la reciben. Sin embargo, para dedicar a alguien atención de calidad, debe escucharlo con empatía.
Si es padre, empresario o hay personas que acuden a usted en busca de consejo y guía por el puesto que ocupa, es necesario que escuche con empatía. Si no lo hace, otros lo notarán y ya no les inspirará tanta confianza.
Aunque no sea alguien a quien se le pida consejo con frecuencia, igualmente debe escuchar a otros con empatía, como por ejemplo, cuando algún amigo recurra a usted en busca de consuelo. Un proverbio bíblico dice que quien no escucha antes de hablar puede resultar humillado. (Proverbios 18:13.) ¿Cuáles son algunas de las maneras de manifestar empatía al escuchar a otros?
Esté absorto en lo que le dicen
¿Qué significa escuchar con empatía? El Diccionario de la lengua española define el término “empatía” de la siguiente manera: “Participación afectiva, y por lo común emotiva, de un sujeto en una realidad ajena”. Y para el verbo “escuchar” da esta definición: “Prestar atención a lo que se oye”. De estas definiciones se deduce que para escuchar con empatía no basta con oír lo que alguien dice. Hay que prestar atención y compartir los pensamientos y sentimientos de la otra persona.
Para ello hace falta estar absorto en lo que uno oye, sin dejar que la mente divague. Simplemente pensar en lo que va a responder ya le impide escuchar bien. Disciplínese para concentrarse en lo que le esté diciendo la otra persona.
Mire directamente a su interlocutor. Si no lo hace, parecerá que no le interesa lo que le está diciendo. Observe su expresión y sus ademanes. ¿Está sonriente, o con el ceño fruncido? ¿Reflejan sus ojos humor, tristeza, o recelo? ¿Es importante lo que deja sin decir? No se preocupe por lo que va a responder; si escucha con atención, la respuesta le vendrá por sí sola.
Mientras escucha, podría ir asintiendo con la cabeza y también verbalmente, utilizando expresiones como “ya” o “comprendo”. Es una manera de demostrar que está prestando atención. Ahora bien, no piense que con solo hacer eso las personas creerán que usted está escuchando si en realidad no es así. Asentir continuamente con la cabeza puede delatar impaciencia. Es como si usted estuviese diciendo: “Date prisa, vamos, termina ya”.
De todas formas, no hay por qué preocuparse demasiado de seguir cierta técnica. No tiene más que escuchar con verdadero interés, y sus respuestas reflejarán su sinceridad.
Las preguntas adecuadas también demuestran que está absorto en lo que le dicen y presta atención. Manifiestan su interés. Pida que le aclaren los aspectos que no se digan o que usted no entienda. Haga preguntas que inviten a la otra persona a explicarse con más detalles. No le dé apuro interrumpir de vez en cuando, pero no lo haga demasiado. Entender las cosas con claridad forma parte del proceso de escuchar. Si no interrumpe demasiado, la otra persona percibirá su deseo de comprender cabalmente lo que le está diciendo.
Muestre comprensión
Aunque usted realmente se compadezca de su interlocutor, lo más difícil quizás sea mostrarle comprensión. Cuando alguien angustiado acude a usted, ¿salta enseguida con sugerencias y soluciones optimistas? ¿Le dice inmediatamente que su situación no es tan mala cuando se compara con el sufrimiento de alguna otra persona? Quizás piense que así lo ayuda, pero pudiera tener un efecto negativo.
Existen varias razones por las que usted pudiera sentirse inclinado a dejar de escuchar y empezar a dar soluciones. Quizás crea que sus sugerencias entusiásticas son precisamente lo que la persona necesita para que se le levante el ánimo. O pudiera pensar que tiene la responsabilidad de “arreglar” lo que está “mal” y que, de no hacerlo, no está siendo de ayuda o no está “cumpliendo con su deber”.
Sin embargo, un bombardeo rápido de soluciones suele comunicar ideas desanimadoras como las siguientes: “Tu problema me parece mucho más sencillo de lo que dices”, “me interesa más mi reputación de saber resolver problemas que tu bienestar” o quizás “ni lo entiendo ni quiero entenderlo”. Si se compara el problema de la persona afectada con los de otros, podría parecer que se le dice: “Deberías avergonzarte de sentirte así sabiendo que hay otras personas que sufren más que tú”.
Si inconscientemente insinúa algo así, su amigo notará que usted en realidad no le escuchó, que no ha logrado hacerse entender. Hasta puede llegar a la conclusión de que usted se ve superior a él, y acudirá a otra persona la próxima vez que necesite consuelo. (Filipenses 2:3, 4.)
¿Y si su amigo está preocupado innecesariamente? Por ejemplo, quizás se sienta culpable sin una causa válida. ¿Debería decírselo cuanto antes para que pueda empezar a sentirse mejor? No, porque si no le ha escuchado primero, sus palabras tranquilizadoras serán de poco consuelo. En lugar de sentirse aliviado, le parecerá que todavía no se ha desahogado, y seguirá sintiéndose culpable. Como dijo Henry David Thoreau, filósofo del siglo XIX, “se requieren dos para decir la verdad: uno para expresarla y otro para escucharla”.
Qué apropiado es este consejo bíblico: “Tiene que ser presto en cuanto a oír, lento en cuanto a hablar”. (Santiago 1:19.) Y también es muy importante escuchar con empatía. Hágase partícipe de los sentimientos de la persona que se confía a usted. Reconozca la complejidad de su problema y su profunda angustia. No minimice la seriedad de la situación con comentarios como: “Bueno, simplemente estás pasando un mal día”, o: “No es para tanto”. Resulta irónico, pero es posible que de esa manera solo consiga intensificar su angustia. Y la persona se sentirá frustrada porque usted no toma en serio lo que le dice. Por consiguiente, deje que sus respuestas indiquen que escucha lo que se le dice y que acepta que, por el momento, así es como se siente la persona frente a la situación.
Escuchar con empatía no significa que concuerde con quien se sinceró con usted. Quizás piense que no tiene razón justificada para exclamar algo como: “¡Detesto mi trabajo!”. Pero si desaprueba su comentario (‘No deberías sentirte así’) o lo desmiente (‘No lo dices en serio’), la persona llegará a la conclusión de que usted no comprende lo que le pasa. Sus palabras deberían reflejar comprensión. En el caso supracitado, podría decir: “Debe provocar mucha tensión”. Pídale que le dé más detalles. Con ello no está necesariamente concordando en que debería detestar su trabajo, sino solo reconociendo cómo se siente la persona en esos momentos. Le da la satisfacción de haber sido escuchada, de haber expresado totalmente sus sentimientos. Con frecuencia, el simple hecho de hablar de un problema ya lo mitiga.
Del mismo modo, cuando alguien dice: “Hoy tienen que hacerle un reconocimiento médico a mi esposa”, pudiera querer decir: “Estoy preocupado”. Procure que su respuesta refleje que reconoce su preocupación. Así indicará que percibió lo que había detrás de sus palabras, y eso le consolará más que si lo pasa por alto, lo desmiente o trata de corregirlo diciéndole que no debería preocuparse. (Romanos 12:15.)
Los buenos oyentes también hablan
La obra titulada The Art of Conversation (El arte de conversar) comenta sobre aquellas personas que escuchan pero hablan muy poco, “pensando que eso les confiere un aire de dignidad y reserva”. Obrando así obligan a su interlocutor a llevar toda la carga de la conversación, lo cual es desconsiderado. Por otro lado, también es desconsiderado, y fastidioso, el que la persona a la que usted está escuchando siga hablando sin parar y no le deje expresarse. De modo que aunque debe ser un buen oyente, también ha de procurar que la otra persona sepa que usted tiene algo útil que decir.
¿Qué le podría decir? Después de haber escuchado con respeto a su amigo, ¿es necesario darle algún consejo? Si está cualificado para darlo, quizás podría hacerlo. Es obvio que si tiene una solución para el problema de su amigo, debería exponérsela. Tenga en cuenta que sus palabras tendrán más peso, pues anteriormente ha dedicado tiempo a escucharle. Y en caso de no estar en la debida posición para dar a su amigo la clase de orientación o ayuda que él necesita, trate de ponerle en contacto con alguien que sí lo esté.
Sin embargo, a veces no se necesita ni se pide ningún consejo. Trate de no debilitar con mucha palabrería el buen efecto de haber escuchado. Puede que su amigo sencillamente tenga que aguantar una situación que está fuera de su control o darse tiempo para superar poco a poco sus sentimientos negativos. Acudió a usted para contarle su preocupación. Usted le escuchó, compartió sus sentimientos y le aseguró que lo tenía en cuenta, que pensaría en él y oraría a favor suyo. Hágale saber que puede sentirse libre de volver a acudir a usted y que siempre respetará la naturaleza confidencial de sus preocupaciones. Probablemente le ayude más así que tratando de arreglar su problema. (Proverbios 10:19; 17:17; 1 Tesalonicenses 5:14.)
El acto de escuchar, acompañado o no de consejo, beneficia a ambos interlocutores. El que habla tiene la satisfacción de ser oído y comprendido. Le consuela saber que alguien se interesa lo suficiente en él como para escuchar todo lo que desea decir. El que escucha también sale beneficiado, pues otros aprecian el interés que manifiesta. Si da algún consejo, se acepta mucho mejor porque no habla hasta haber comprendido cabalmente la situación que le presentan. Es cierto que escuchar con empatía toma tiempo. Pero vale la pena. En efecto, cuando usted presta sincera atención a otra persona, le está haciendo un regalo especial.