PECADO
Todo aquello que es contrario a la personalidad, normas, caminos y voluntad de Dios, o que perjudica la relación de una persona con Él. Se puede pecar por palabras (Job 2:10; Sl 39:1), hechos (por acción [Le 20:20; 2Co 12:21] u omisión [Nú 9:13; Snt 4:17]), o por actitudes impropias de la mente o el corazón (Pr 21:4; compárese también con Ro 3:9-18; 2Pe 2:12-15). La falta de fe en Dios es un pecado grave, pues en realidad presupone falta de confianza o de fe en su capacidad de realizar lo que se propone. (Heb 3:12, 13, 18, 19.) Un estudio de los términos empleados en los idiomas originales y de ejemplos relacionados confirmará esta explicación.
El término hebreo común para “pecado” es jat·táʼth, y el griego es ha·mar·tí·a. En ambas lenguas las formas verbales (heb. ja·táʼ; gr. ha·mar·tá·nō) significan “errar” en el sentido de marrar o no alcanzar una meta, camino, objetivo o blanco exacto. En Jueces 20:16 se utiliza ja·táʼ en una frase negativa para referirse a los benjamitas como ‘personas que podían tirar piedras con honda a un cabello y no erraban’. Los escritores griegos solían utilizar ha·mar·tá·nō con respecto al lancero que erraba su blanco. Ambas palabras se empleaban para referirse a errar, marrar o no alcanzar, no simplemente objetivos o metas materiales (Job 5:24), sino también morales o intelectuales. Proverbios 8:35, 36 dice que el que halla sabiduría piadosa halla vida, pero ‘el que no alcanza (heb. ja·táʼ) la sabiduría le está haciendo violencia a su alma’, pues la lleva a la muerte. En las Escrituras, tanto el término hebreo como el griego se refieren principalmente al acto de pecar que solo puede darse en las criaturas inteligentes de Dios, errar el objetivo con respecto a su Creador.
El lugar del hombre en el propósito de Dios. El hombre fue creado “a la imagen de Dios” (Gé 1:26, 27), existe, como todo lo creado, por voluntad divina. (Rev 4:11.) El que Dios le diera trabajo mostró que el hombre estaría al servicio del propósito de Dios sobre la Tierra. (Gé 1:28; 2:8, 15.) Según palabras del apóstol Pablo, el hombre fue creado a “la imagen y gloria de Dios” (1Co 11:7), por lo que debería reflejar Sus cualidades y comportarse de modo que fuese un reflejo de Su gloria. Como hijo terrestre de Dios, el hombre debería ser la imagen de su Padre celestial. Obrar de otro modo negaría su paternidad divina y equivaldría a repudiarla. (Compárese con Mal 1:6.)
Jesús mostró esto cuando animó a sus discípulos a manifestar bondad y amor de un modo superior a lo que ya hacían personas ‘pecadoras’, conocidas por su conducta pecaminosa. Les explicó que solo siguiendo el ejemplo de Dios de amor y misericordia demostrarían ser “hijos de su Padre que está en los cielos”. (Mt 5:43-48; Lu 6:32-36.) Pablo relacionó la pecaminosidad humana con la gloria de Dios, al decir: “Porque todos han pecado y no alcanzan a la gloria de Dios”. (Ro 3:23; compárese con Ro 1:21-23; Os 4:7.) En 2 Corintios 3:16-18 y 4:1-6, el apóstol explica que aquellos que abandonan el pecado y se vuelven a Jehová “con rostros descubiertos [reflejan] como espejos la gloria de Jehová, [y son] transformados en la misma imagen de gloria en gloria”, debido a que ‘la iluminación de las gloriosas buenas nuevas acerca de Cristo, que es la imagen de Dios, pasa a ellos’. (Compárese también con 1Co 10:31.) Cuando el apóstol Pedro expuso cuál era la voluntad de Dios para Sus siervos humanos, citó de las Escrituras Hebreas y dijo: “De acuerdo con el Santo que los llamó, háganse ustedes mismos santos también en toda su conducta, porque está escrito: ‘Tienen que ser santos, porque yo soy santo’”. (1Pe 1:15, 16; Le 19:2; Dt 18:13.)
Por consiguiente, puede decirse que el pecado empaña en el hombre el reflejo de la semejanza y gloria de Dios, profana al hombre, lo convierte en persona inmunda, impura, lo empobrece en sentido espiritual y moral. (Compárese con Isa 6:5-7; Sl 51:1, 2; Eze 37:23; véase SANTIDAD.)
Todos estos pasajes destacan que el propósito original de Dios para el hombre era que viviera en armonía con Su personalidad y fuese como su Creador, tal como un padre humano que ama a su hijo desea que le imite, tenga su misma comprensión de la vida, normas de conducta y calidad humana. (Compárese con Pr 3:11, 12; 23:15, 16, 26; Ef 5:1; Heb 12:4-6, 9-11.) Siendo esta la voluntad de Dios, es imperativo que el hombre le obedezca y se sujete a Su voluntad, bien sea que esté explícita en un mandamiento concreto o no. El pecado es, por lo tanto, un fracaso moral, presupone haber errado el blanco en todos estos aspectos considerados.
El principio del pecado. El pecado se produjo primero en la región de los espíritus antes de introducirse en la Tierra. Desde tiempos inmemoriales había prevalecido en el universo una completa armonía con Dios. Pero esa armonía fue interrumpida por una criatura celestial a la que se llama simplemente Resistidor, Adversario (heb. Sa·tán; gr. Sa·ta·nás; Job 1:6; Ro 16:20), el principal Acusador Falso o Calumniador (gr. Di·á·bo·los) de Dios. (Heb 2:14; Rev 12:9.) Por consiguiente, el apóstol Juan dice: “El que se ocupa en el pecado se origina del Diablo, porque el Diablo ha estado pecando desde el principio”. (1Jn 3:8.)
Con la expresión “desde el principio”, Juan claramente se refiere al principio de la persistente oposición de Satanás, igual que en 1 Juan 2:7; 3:11 se utiliza “principio” para referirse al comienzo del discipulado de los cristianos. Las palabras de Juan muestran que Satanás continuó su proceder pecaminoso después de haber dado principio al pecado. Por consiguiente, todo el que “hace del pecado su ocupación o práctica” demuestra que es ‘hijo’ del Adversario, descendiente espiritual que refleja las cualidades de su “padre”. (The Expositor’s Greek Testament, edición de W. R. Nicoll, 1967, vol. 5, pág. 185; Jn 8:44; 1Jn 3:10-12.)
Como alimentar un deseo impropio hasta que se hace fértil es una acción que precede al momento en que se “da a luz el pecado” (Snt 1:14, 15), antes de que el pecado se manifestara en la criatura celestial que se volvió opositora, esta ya había empezado a desviarse de la justicia y a distanciarse de Dios.
La sublevación en Edén. La voluntad de Dios dada a conocer a Adán y a su esposa era ante todo positiva, pues enumeraba cosas que tenían que hacer. (Gé 1:26-29; 2:15.) Adán recibió un solo mandato prohibitorio: no comer (ni siquiera tocar) del árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo. (Gé 2:16, 17; 3:2, 3.) La prueba de obediencia y devoción que Dios le puso al hombre se destaca por el respeto que mostró a su dignidad. Con ella Dios no le atribuyó a Adán nada malo; no utilizó como prueba la prohibición de cometer, por ejemplo, bestialidad, asesinato ni ninguna otra acción vil o degradada similar. Dios sabía que Adán no tenía inclinaciones depravadas. El comer era normal, apropiado, y a Adán se le había dicho que “[comiese] hasta quedar satisfecho” de lo que Dios le había dado. (Gé 2:16.) De modo que Dios probó a Adán al prohibirle comer del fruto de este árbol en concreto, y así convirtió su ingestión en un símbolo del conocimiento que permitía decidir por uno mismo lo que era “bueno” y lo que era “malo” para el hombre. Por consiguiente, Dios no le impuso ninguna penalidad a Adán ni le atribuyó nada que desmereciera su dignidad como hijo humano de Dios.
La mujer fue el primer ser humano que pecó. La tentación a la que la sometió el adversario de Dios, quien utilizó a una serpiente como medio de comunicación (véase PERFECCIÓN [El primer pecador y el rey de Tiro]), no consistió en un llamamiento abierto a la inmoralidad de naturaleza sensual. Más bien, hacía gala de ser un llamamiento al deseo de una supuesta elevación intelectual y libertad. En primer lugar el tentador hizo que Eva repitiese la ley de Dios, que debió haberle transmitido su esposo, y después atacó la veracidad y la bondad de Dios. Aseveró que el comer el fruto del árbol prohibido no resultaría en muerte, sino en iluminación y aptitud como la de Dios para determinar por uno mismo lo que era bueno o malo. Esa declaración revela que en aquel tiempo el corazón del tentador estaba completamente alejado de su Creador, pues sus palabras constituyeron una clara contradicción de lo que Dios había dicho y una calumnia disimulada contra Él. No acusó a Dios de haberse equivocado inconscientemente, sino de tergiversar deliberadamente las cosas, al decir: “Porque Dios sabe [...]”. Cuando se analizan los métodos rebajados que utilizó este espíritu para lograr sus fines, convirtiéndose en un mentiroso y engañador, en un asesino impulsado por su ambición, puede verse la gravedad del pecado y la naturaleza detestable de su desamor, pues obviamente conocía las fatales consecuencias de lo que le estaba proponiendo a Eva. (Gé 3:1-5; Jn 8:44.)
Como muestra el relato, el deseo impropio empezó a obrar en la mujer. En lugar de reaccionar con completa repugnancia y justa indignación por ponerse en duda la justicia de la ley de Dios, llegó a mirar al árbol como algo deseable. Codició lo que correctamente le pertenecía a Jehová Dios como su Soberano: su aptitud y prerrogativa de determinar lo que es bueno y lo que es malo para sus criaturas. De este modo, empezaba a conformarse a los caminos, las normas y la voluntad del opositor, que contradecía abiertamente a su Creador y a su cabeza nombrado por Dios, su esposo. (1Co 11:3.) Confiada en las palabras del tentador, se dejó seducir, comió del fruto y así puso de manifiesto el pecado que había nacido en su corazón y en su mente. (Gé 3:6; 2Co 11:3; compárese con Snt 1:14, 15; Mt 5:27, 28.)
Más tarde, cuando Eva le ofreció el fruto a Adán, este tomó de él. El apóstol muestra que el pecado del hombre difirió del de su esposa en el sentido de que Adán no fue engañado por la propaganda del tentador, y por consiguiente no hizo ningún caso de la alegación de que podía comerse del árbol con impunidad. (1Ti 2:14.) Por lo tanto, el que Adán comiera tuvo que deberse a su deseo por su esposa, de modo que ‘escuchó la voz de ella’ más bien que la de su Dios. (Gé 3:6, 17.) Se conformó a los caminos y a la voluntad de ella, y por medio de ella, a los del adversario de Dios. Por lo tanto, ‘erró el blanco’, no actuó a la imagen y semejanza de Dios, no reflejó la gloria de Dios, y de hecho, insultó a su Padre celestial.
Los efectos del pecado. El pecado hizo que el hombre ya no estuviera en armonía con su Creador. No solo dañó sus relaciones con Dios, sino también sus relaciones con el resto de la creación de Dios, e incluso se dañó a sí mismo, a su mente, corazón y cuerpo. Las consecuencias fueron funestas para la raza humana.
La conducta de la pareja humana reveló inmediatamente esta falta de armonía. El que cubrieran ciertas partes de su cuerpo, que Dios había hecho, y el que después intentaran esconderse de Él, eran indicios claros del alejamiento que se había producido en su mente y corazón. (Gé 3:7, 8.) De manera que el pecado introdujo en ellos sentimientos de culpabilidad, ansiedad, inseguridad y vergüenza. Este hecho ilustra la idea que el apóstol destacó en Romanos 2:15, donde dijo que la ley de Dios está ‘escrita en el corazón del hombre’, de modo que su violación trastocaría el interior del hombre y su conciencia le acusaría de haber actuado mal. Por decirlo así, el hombre tenía incorporado un detector de mentiras que hacía imposible que escondiese su condición pecaminosa ante su Creador. En respuesta a la excusa que el hombre le ofreció para explicar su cambio de actitud hacia su Padre celestial, Dios le preguntó: “¿Del árbol del que te mandé que no comieras has comido?”. (Gé 3:9-11.)
Para ser consecuente consigo mismo, así como para el bien del resto de su familia universal, Jehová Dios no podía aprobar tal proceder pecaminoso ni por parte de sus criaturas humanas ni por parte del hijo celestial que se había rebelado. Manteniendo su santidad, Dios les impuso a todos ellos con toda justicia la sentencia de muerte. Luego se expulsó a la pareja humana del jardín de Dios en Edén, y por lo tanto se le cortó el acceso a otro árbol que Dios había designado como el “árbol de la vida”. (Gé 3:14-24.)
Las consecuencias para toda la humanidad. Romanos 5:12 dice que “por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y la muerte mediante el pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habían pecado”. (Compárese con 1Jn 1:8-10.) Hay quienes han dicho que estas palabras significan que toda la prole futura de Adán participa del pecado original, porque Adán, como cabeza de la familia humana, actuó como su representante e hizo partícipes de su pecado a todos los seres humanos. Sin embargo, lo que el apóstol dice es que la muerte se “extendió” a todos los hombres, lo que indica que el pecado de Adán tuvo en la humanidad un efecto progresivo, no simultáneo.
El apóstol continúa diciendo que la muerte había gobernado como rey “desde Adán hasta Moisés, aun sobre los que no habían pecado a la semejanza de la transgresión de Adán”. (Ro 5:14.) Al pecado de Adán se le llama correctamente una “transgresión”, ya que se traspasó una ley declarada, un mandamiento expreso que Dios le había dado. Además, cuando Adán pecó, lo hizo por decisión propia, en calidad de ser humano perfecto, que no padecía incapacidad alguna, una condición de la que su prole obviamente nunca ha disfrutado. Por lo tanto, estos factores no parecen encajar con el punto de vista de que ‘cuando Adán pecó, todos sus futuros descendientes pecaron con él’. Para que a todos los descendientes de Adán se les considerara responsables de participar en el pecado personal de Adán, se requeriría que hubieran expresado el deseo de tenerlo como su cabeza de familia. Sin embargo ninguno de ellos decidió nacer de él; el que las personas nazcan en el linaje de Adán es el resultado de la voluntad de sus padres. (Jn 1:13.)
Por consiguiente, todos los indicios muestran que el pecado pasó de Adán a las generaciones sucesivas debido a la reconocida ley de la herencia. Seguramente, esta sería la idea del salmista cuando dijo: “Con error fui dado a luz con dolores de parto, y en pecado me concibió mi madre”. (Sl 51:5.) Luego entró el pecado, con todas sus penosas consecuencias, y se extendió a toda la humanidad, no porque Adán fuese el cabeza de la familia humana, sino porque él, no Eva, fue el progenitor de la vida humana. Su prole heredaría inevitablemente de él y de Eva tanto las características físicas como todas las manifestaciones de la personalidad, incluso la inclinación al pecado. (Compárese con 1Co 15:22, 48, 49.)
Las palabras de Pablo también señalan a esta conclusión cuando dice que “así como mediante la desobediencia del solo hombre [Adán] muchos fueron constituidos pecadores, así mismo, también, mediante la obediencia de la sola persona [Cristo Jesús] muchos serán constituidos justos”. (Ro 5:19.) Todos los que fuesen “constituidos justos” por la obediencia de Cristo no serían constituidos justos en el mismísimo momento en que Cristo presentara su sacrificio de rescate a Dios, sino que llegarían a estar bajo los beneficios de ese sacrificio progresivamente, al ejercer fe en esa disposición y llegar a reconciliarse con Dios. (Jn 3:36; Hch 3:19.) Del mismo modo, todas las generaciones de descendientes de Adán han sido constituidas pecadoras al ser concebidas en el linaje de Adán por sus padres, pecadores innatos.
El poder y el salario del pecado. “El salario que el pecado paga es muerte” (Ro 6:23), y por haber nacido en el linaje de Adán, todos los hombres han llegado a estar bajo la “ley del pecado y de la muerte”. (Ro 8:2; 1Co 15:21, 22.) El pecado y la muerte ‘han reinado’ sobre la humanidad y la han subyugado, sometiéndola a la esclavitud a la que Adán la vendió. (Ro 5:17, 21; 6:6, 17; 7:14; Jn 8:34.) Estas declaraciones muestran que al pecado no solo se le considera la comisión u omisión de ciertas acciones, sino también una ley, principio gobernante o fuerza que actúa en los humanos, a saber, la inclinación innata a cometer el mal que han heredado de Adán. De modo que su herencia adámica ha producido ‘debilidad de la carne’, imperfección. (Ro 6:19.) La “ley” del pecado obra continuamente en sus miembros, intentando controlar su proceder, hacerlos sus súbditos, a fin de que no estén en armonía con Dios. (Ro 7:15, 17, 18, 20-23; Ef 2:1-3.)
El “rey” pecado puede dictar sus ‘órdenes’ de maneras muy diversas a personas de distintos antecedentes y en momentos diferentes. De ahí que cuando Dios observó que Caín se enardeció de cólera, le advirtiese que depusiese su ira y procurase el bien, pues, como Jehová le dijo, “hay pecado agazapado a la entrada, y su deseo vehemente es por ti; y tú, por tu parte, ¿lograrás el dominio sobre él?”. Sin embargo, Caín permitió que el pecado de la envidia lo dominara e hiciese de él un asesino. (Gé 4:3-8; compárese con 1Sa 15:23.)
La enfermedad, el dolor y el envejecimiento. Como la muerte de los hombres suele deberse a la enfermedad o al envejecimiento, se desprende que estos últimos son concomitantes del pecado. Bajo el pacto de la ley mosaica, las leyes que regulaban los sacrificios por el pecado incluían la expiación para los que habían sufrido la plaga de la lepra. (Le 14:2, 19.) Los que tocaban un cadáver humano o entraban en la tienda donde hubiera muerto una persona se hacían inmundos y tenían que someterse a purificación ceremonial. (Nú 19:11-19; compárese con Nú 31:19, 20.) Jesús también asoció la enfermedad con el pecado (Mt 9:2-7; Jn 5:5-15), aunque mostró que ciertas enfermedades específicas no son necesariamente el resultado de pecados específicos. (Jn 9:2, 3.) Otros textos muestran los efectos beneficiosos de la justicia (un proceder opuesto al del pecado) en la salud física. (Pr 3:7, 8; 4:20-22; 14:30.) Durante el reinado de Cristo, se eliminarán la muerte —que reina con el pecado (Ro 5:21)— y el dolor. (1Co 15:25, 26; Rev 21:4.)
El pecado y la Ley. El apóstol Juan escribe que “todo el que practica pecado también está practicando desafuero, de modo que el pecado es desafuero” (1Jn 3:4); también dice que “toda injusticia es pecado”. (1Jn 5:17.) El apóstol Pablo, por otro lado, habla de “todos los que hayan pecado sin ley”. Más adelante explica que “hasta la Ley [dada por medio de Moisés] había pecado en el mundo, pero a nadie se imputa pecado cuando no hay ley. No obstante, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, aun sobre los que no habían pecado a la semejanza de la transgresión de Adán”. (Ro 2:12; 5:13, 14.) Las palabras de Pablo se deben entender según el contexto; sus primeras declaraciones en esta carta a los Romanos muestran que comparaba a los que estaban bajo el pacto de la Ley con aquellos que no lo estaban y que por tanto no estaban bajo su código de leyes, y demostraba que ambos grupos de personas eran pecadores. (Ro 3:9.)
Durante los más de dos mil quinientos años que transcurrieron entre la desviación de Adán y la inauguración del pacto de la Ley, en 1513 a. E.C., Dios no dio a la humanidad ningún código extenso de leyes ni ninguna ley sistemática que definiera específicamente el pecado en todas sus ramificaciones y formas. Es verdad que había emitido ciertos decretos, como los que le dio a Noé después del diluvio universal (Gé 9:1-7) y el pacto de la circuncisión celebrado con Abrahán y su casa, que incluía a sus esclavos extranjeros. (Gé 17:9-14.) Pero con respecto a Israel, el salmista pudo escribir que Dios “está anunciando su palabra a Jacob, sus disposiciones reglamentarias y sus decisiones judiciales a Israel. No ha hecho así a ninguna otra nación; y en cuanto a sus decisiones judiciales, no las han conocido”. (Sl 147:19, 20; compárese con Éx 19:5, 6; Dt 4:8; 7:6, 11.) En cuanto al pacto de la Ley dada a Israel se podía afirmar: “El hombre que ha cumplido la justicia de la Ley vivirá por ella”, pues la adherencia perfecta a esta Ley y la conformidad con ella solo podía lograrla un hombre sin pecado, como fue el caso de Cristo Jesús. (Ro 10:5; Mt 5:17; Jn 8:46; Heb 4:15; 7:26; 1Pe 2:22.) No sucedió así con ninguna otra ley dada entre Adán y el pacto de la Ley.
“Hacen por naturaleza las cosas de la ley.” Esto no significó que los hombres que vivieron durante el período entre Adán y Moisés estaban libres de pecado debido a que no había ningún código extenso de leyes con el que medir su conducta. Pablo escribe en Romanos 2:14, 15: “Porque siempre que los de las naciones que no tienen ley hacen por naturaleza las cosas de la ley, estos, aunque no tienen ley, son una ley para sí mismos. Son los mismísimos que demuestran que la sustancia de la ley está escrita en sus corazones, mientras su conciencia da testimonio con ellos y, entre sus propios pensamientos, están siendo acusados o hasta excusados”. Como originalmente al hombre se le hizo a la imagen y semejanza de Dios, tiene una naturaleza moral que resulta en la facultad de la conciencia. Como Pablo indica, hasta los hombres pecadores, imperfectos, tienen un grado de conciencia. (Véase CONCIENCIA.) Puesto que una ley es básicamente una ‘regla de conducta’, esta naturaleza moral actúa en sus corazones como si se tratara de una ley. Sin embargo, por encima de dicha ley de naturaleza moral, hay otra ley heredada, la “ley del pecado”, que guerrea contra las tendencias justas y esclaviza a los que no oponen resistencia a su dominación. (Ro 6:12; 7:22, 23.)
Esta naturaleza moral y su consiguiente facultad de la conciencia pueden observarse hasta en el caso de Caín. Aunque Dios no le había dado ninguna ley sobre el homicidio, la conciencia de Caín le condenó después de haber asesinado a Abel, como lo demuestra la respuesta evasiva que dio a la pregunta de Dios. (Gé 4:8, 9.) José, el hebreo, mostró que tenía la ‘ley de Dios en su corazón’ cuando respondió a la solicitud seductora de la esposa de Potifar: “¿Cómo podría yo cometer esta gran maldad y realmente pecar contra Dios?”. Aunque Dios no había condenado específicamente el adulterio, José reconoció que estaba mal, que violaba la voluntad de Dios para los humanos expresada en Edén. (Gé 39:7-9; compárese con Gé 2:24.)
Por eso, durante el período patriarcal, desde Abrahán hasta el tiempo de los doce hijos de Jacob, las Escrituras muestran que hombres de muchas razas y naciones hablaron de “pecado” (jat·táʼth), como, por ejemplo: pecados contra la persona para la que se trabaja (Gé 31:36), contra el gobernante de quien se es súbdito (Gé 40:1; 41:9), contra un pariente (Gé 42:22; 43:9; 50:17) o simplemente contra un compañero (Gé 20:9). En cualquier caso, el que usaba el término “pecado” reconocía cierta relación con la persona contra que la que se cometía o pudiera cometerse el pecado, así como una responsabilidad concomitante de respetar y no ir en contra de los intereses de esa persona (o su voluntad y autoridad, si era el caso de un gobernante). Esto mostraba que tenían una naturaleza moral. No obstante, con el transcurso del tiempo, el dominio del pecado sobre los que no servían a Dios se hizo mayor, por lo que Pablo pudo decir que las personas de las naciones ‘se hallan mentalmente en oscuridad, y alejadas de la vida que pertenece a Dios, más allá de todo sentido moral’. (Ef 4:17-19.)
Cómo hizo la Ley que “abundase” el pecado. Aunque la medida de conciencia que el hombre tenía le dio cierto sentido natural para distinguir lo correcto de lo incorrecto, Dios identificó específicamente el pecado en sus múltiples aspectos al hacer el pacto de la Ley con Israel. La boca de cualquier descendiente de Abrahán, Isaac y Jacob —amigos de Dios— que alegara inocencia de pecado ‘sería cerrada y todo el mundo quedaría expuesto a castigo ante Dios’. La razón era que la carne imperfecta que heredaron de Adán hacía imposible que fuesen declarados justos ante Dios por obras de ley, “porque por ley es el conocimiento exacto del pecado”. (Ro 3:19, 20; Gál 2:16.) La Ley explicó claramente cuál era el alcance del pecado, de manera que en realidad hizo que la transgresión y el pecado ‘abundaran’, en el sentido de que para entonces había muchas acciones y hasta actitudes identificadas como pecaminosas. (Ro 5:20; 7:7, 8; Gál 3:19; compárese con Sl 40:12.) Sus sacrificios sirvieron continuamente para recordar la condición pecadora de los que estaban bajo la Ley. (Heb 10:1-4, 11.) De esta manera, la Ley actuó como un tutor para conducirlos al Cristo, con el fin de que pudieran ser declarados “justos debido a fe”. (Gál 3:22-25.)
¿Cómo pudo el mandamiento de Dios a Israel ‘incentivar el pecado’?
Cuando Pablo explica que la ley mosaica no es el medio de alcanzar una condición justa a la vista de Dios, dice: “Cuando estábamos en conformidad con la carne, las pasiones pecaminosas que eran excitadas por la Ley obraban en nuestros miembros para que produjéramos fruto para muerte. [...] Entonces, ¿qué diremos? ¿Es pecado la Ley? ¡Jamás llegue a ser eso así! Realmente, yo no habría llegado a conocer el pecado si no hubiera sido por la Ley; y, por ejemplo, no habría conocido la codicia si la Ley no hubiera dicho: ‘No debes codiciar’. Pero el pecado, recibiendo un incentivo por medio del mandamiento, obró en mí toda clase de codicia, porque aparte de ley el pecado estaba muerto”. (Ro 7:5-8.)
De no haber existido la Ley, Pablo no hubiese conocido o discernido el amplio espectro del pecado, por ejemplo, el pecado de la codicia. Como él mismo dijo, la Ley ‘excitó’ la pasión pecaminosa, y el mandamiento que condenaba la codicia ‘incentivó’ el pecado. Estas observaciones de Pablo deben entenderse a la luz de su propio comentario: “Aparte de ley el pecado estaba muerto”. En tanto el pecado no se hubiese tipificado explícitamente, no se podía acusar a nadie de pecado si la imputación carecía de definición legal. Antes de la existencia de la Ley, tanto Pablo como otras personas de su raza vivían libres de acusación por pecados aún no tipificados. Sin embargo, con la llegada de la Ley se les constituyó en pecadores condenados a muerte. La Ley les hizo más conscientes aún de su condición pecadora, lo que no quiere decir que los indujo al pecado, sino que hizo muy manifiesto el hecho de que eran pecadores. En este sentido la Ley incentivó y produjo en Pablo y los de su raza el pecado. La Ley proporcionó la base legal para imputar pecado a un mayor número de personas y por muchas más causas.
En consecuencia, la respuesta a la pregunta “¿Es pecado la Ley?”, es un tajante ‘No’. (Ro 7:7.) La Ley cumplió con el propósito para el que Dios la originó, de modo que no ‘erró el blanco’, sino que dio justamente en la diana, y no solo por ser conveniente y provechosa como guía protectora para sus observantes, sino por haber determinado legalmente que toda persona, sin excluir a los israelitas, era pecadora y necesitaba redención divina. Además, encaminó a los israelitas hacia Cristo como su único Redentor.
Errores, transgresiones, ofensas. Las Escrituras con frecuencia enlazan “error” (heb. ʽa·wón), “transgresión” (heb. pé·schaʽ; gr. pa·rá·ba·sis), “ofensa” (gr. pa·rá·ptō·ma) y otros términos semejantes, con “pecado” (heb. jat·táʼth; gr. ha·mar·tí·a). Todos estos términos relacionados presentan aspectos específicos del pecado, las formas que adquiere.
Errores, equivocaciones y tontedad. El sustantivo ʽa·wón está relacionado básicamente con el hecho de errar, actuar de manera torcida o incorrecta. Este término hebreo se refiere a un error o mal moral, una distorsión de lo que es correcto. (Job 10:6, 14, 15.) Los que no se someten a la voluntad de Dios obviamente no se guían por su sabiduría y justicia perfectas, así que es inevitable que yerren. (Compárese con Isa 59:1-3; Jer 14:10; Flp 2:15.) Seguramente debido a que el pecado hace que el hombre se desequilibre y distorsione lo que es recto (Job 33:27; Hab 1:4), ʽa·wón es el término hebreo que con más frecuencia se enlaza o se usa en paralelo con jat·táʼth (pecado, la acción de errar el blanco). (Éx 34:9; Dt 19:15; Ne 4:5; Sl 32:5; 85:2; Isa 27:9.) Este desequilibrio produce confusión y falta de armonía dentro del hombre y además dificulta sus tratos con Dios y con el resto de Su creación.
El “error” (ʽa·wón) puede ser intencionado o no, puede ser una desviación consciente de lo que es justo o un acto inconsciente, una “equivocación” (schegha·gháh); pero sea como sea, la persona ha cometido un error y es culpable ante Dios. (Le 4:13-35; 5:1-6, 14-19; Nú 15:22-29; Sl 19:12, 13.) Por supuesto, la importancia de un error intencionado es mucho mayor que la del que se comete por equivocación. (Nú 15:30, 31; compárese con Lam 4:6, 13, 22.) El error es contrario a la verdad, y los que pecan voluntariamente pervierten la verdad, un proceder que solo les conduce a un pecado aún más grave. (Compárese con Isa 5:18-23.) El apóstol Pablo habla del “poder engañoso del pecado”, el cual endurece el corazón humano. (Heb 3:13-15; compárese con Éx 9:27, 34, 35.) El mismo escritor, al citar de Jeremías 31:34, (donde en el hebreo original se habla del “error” y el “pecado” de Israel), escribió ha·mar·tí·a (pecado) y a·di·kí·a (injusticia) en Hebreos 8:12, y ha·mar·tí·a y a·no·mí·a (desafuero) en Hebreos 10:17.
Proverbios 24:9 dice que “la conducta relajada de la tontedad es pecado”, y los términos hebreos que transmiten la idea de tontedad a menudo se utilizan en conexión con la acción de pecar, pues a veces el pecador arrepentido reconoce: “He obrado tontamente”. (1Sa 26:21; 2Sa 24:10, 17.) Si Dios no disciplina al pecador este se enreda en sus errores y tontamente se descarría. (Pr 5:22, 23; compárese con 19:3.)
Transgredir equivale a “traspasar”. El pecado puede tomar la forma de una “transgresión”. La palabra griega pa·rá·ba·sis (transgresión) tiene el significado básico de “acción de traspasar”, es decir, el hecho de sobrepasar o ir más allá de ciertos límites, en especial en lo tocante a quebrantar una ley. Mateo utiliza la forma verbal (pa·ra·bái·nō) cuando registra la pregunta de los escribas y fariseos en cuanto a por qué los discípulos de Jesús ‘traspasaron la tradición de los hombres de otros tiempos’, así como la pregunta con la que Jesús respondió en cuanto a por qué estos opositores ‘traspasaban el mandamiento de Dios a causa de su tradición’, y de ese modo invalidaban la palabra de Dios. (Mt 15:1-6.) Este verbo también puede significar “descarriarse” o “desviarse”, como cuando Judas “se desvió” de su ministerio y apostolado. (Hch 1:25.) En algunos textos griegos se utiliza el mismo verbo al referirse a “todo el que prevarica, y no persevera en la doctrina de Cristo”. (2Jn 9, JT.)
En las Escrituras Hebreas hay referencias similares al pecado de personas que ‘traspasaron’, ‘pasaron por alto’ o ‘pasaron más allá’ (heb. ʽa·vár) del pacto o las órdenes específicas de Dios. (Nú 14:41; Dt 17:2, 3; Jos 7:11, 15; 1Sa 15:24; Isa 24:5; Jer 34:18.)
El apóstol Pablo muestra la estrecha relación del término pa·rá·ba·sis con la violación de la ley al decir que “donde no hay ley, tampoco hay transgresión”. (Ro 4:15.) Por consiguiente, si no existe una ley que le acuse, no se puede llamar “transgresor” al pecador. De manera consecuente, Pablo y los otros escritores cristianos utilizan pa·rá·ba·sis (y pa·ra·bá·tēs, “transgresor”) en un contexto legal. (Compárese con Ro 2:23-27; Gál 2:16, 18; 3:19; Snt 2:9, 11.) Como Adán había recibido un mandato directo de Dios, era culpable de “transgresión” de una ley declarada. Su esposa, aunque fue engañada, también era culpable de transgredir aquella ley. (1Ti 2:14.) El pacto de la Ley dado a Moisés mediante ángeles se añadió al pacto abrahámico “para poner de manifiesto las transgresiones”, de manera que ‘todas las cosas juntas pudieran entregarse a la custodia del pecado’, condenando legalmente a todos los descendientes de Adán, entre los que estaban los israelitas, y demostrando que todos necesitaban el perdón y la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús. (Gál 3:19-22.) Por lo tanto, si Pablo se hubiera sometido de nuevo a la ley mosaica, se hubiera vuelto a convertir en un “transgresor” de aquella Ley, sujeto a su condenación, y por lo tanto habría desestimado la bondad inmerecida de Dios que proporcionaba liberación de aquella condenación. (Gál 2:18-21; compárese con 3:1-4, 10.)
La palabra hebrea pé·schaʽ transmite la idea de ‘transgresión’ (Sl 51:3; Isa 43:25-27; Jer 33:8) y de ‘sublevación’, que es negarse a obedecer al que manda. (1Sa 24:11; Job 13:23, 24; 34:37; Isa 59:12, 13.) De modo que la transgresión voluntaria equivale a rebelión contra la gobernación y autoridad paterna de Dios. Coloca la voluntad de la criatura en contra de la del Creador, por lo que esta se subleva contra la soberanía de Dios, Su gobierno supremo.
Ofensa. La palabra griega pa·rá·ptō·ma significa literalmente “caída al lado”, de donde adquiere el sentido de traspié o paso en falso (Ro 11:11, 12), o desacierto, “ofensa”. (Ef 1:7; Col 2:13.) El pecado que cometió Adán cuando comió del fruto prohibido fue una “transgresión”, por cuanto él traspasó la ley de Dios; fue una “ofensa” en el sentido de que cayó o dio un paso en falso en vez de mantenerse en pie o andar con rectitud, en armonía con los justos requisitos de Dios y en apoyo de su autoridad. Los muchos estatutos y requisitos del pacto de la Ley en realidad abrieron el camino para que, debido a la imperfección de los que estaban sujetos a ella, se cometieran muchas de tales ofensas (Ro 5:20); la nación de Israel en conjunto cometió el desacierto de no guardar aquel pacto. (Ro 11:11, 12.) Como todos los diversos estatutos de aquella Ley eran parte de un único pacto, la persona que daba “un paso en falso” en un solo estatuto se convertía en ofensor y “transgresor” de todo el pacto y, por consiguiente, de todos sus estatutos. (Snt 2:10, 11.)
“Pecadores.” Como “no hay hombre que no peque” (2Cr 6:36), a todos los descendientes de Adán se les puede llamar apropiadamente “pecadores” por naturaleza. Sin embargo, en las Escrituras el término “pecadores” por lo general tiene una aplicación más específica, pues designa a los que practican el pecado o tienen una reputación de pecar. Sus pecados se han vuelto de conocimiento público. (Lu 7:37-39.) A los amalequitas que Saúl tenía que destruir por orden de Jehová se les llama “pecadores”. (1Sa 15:18.) El salmista oró que Dios no se llevase su alma “junto con los pecadores”, y sus siguientes palabras identificaron a estos como “hombres culpables de sangre, en cuyas manos hay conducta relajada, y cuya diestra está llena de soborno”. (Sl 26:9, 10; compárese con Pr 1:10-19.) Los líderes religiosos censuraron el que Jesús se relacionase con “recaudadores de impuestos y pecadores”, y los judíos consideraban a los recaudadores de impuestos como una clase de reconocida mala reputación. (Mt 9:10, 11.) Jesús dijo que tanto ellos como las rameras irían al Reino delante de los líderes religiosos judíos. (Mt 21:31, 32.) Zaqueo, recaudador de impuestos y “pecador” a los ojos de muchos, reconoció que había ‘arrancado’ dinero a otros ilegalmente. (Lu 19:7, 8.)
Por consiguiente, cuando Jesús afirmó que habría “más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de arrepentimiento”, hablaba en sentido relativo (véase JUSTICIA [La bondad y la justicia]), pues todos los hombres son pecadores por naturaleza y no hay quien sea justo en el sentido absoluto del término. (Lu 15:7, 10; compárese con Lu 5:32; 13:2; véase DECLARAR JUSTO.)
La relativa gravedad del mal. Aunque el pecado siempre es pecado y en cualquier caso podría con justicia hacer que el culpable fuese merecedor del “salario” del pecado, la muerte, las Escrituras muestran que para Dios el mal tiene diferentes grados de gravedad. Por ejemplo, los hombres de Sodoma eran “pecadores en extremo contra Jehová”, y su pecado era “muy grave”. (Gé 13:13; 18:20; compárese con 2Ti 3:6, 7.) El que los israelitas hicieran un becerro de oro también se llamó un “gran pecado” (Éx 32:30, 31), y la adoración de becerros promovida por Jeroboán hizo que los habitantes del reino norteño “[pecasen] con un gran pecado”. (2Re 17:16, 21.) El pecado de Judá fue “semejante al de Sodoma”, lo que convirtió al reino de Judá en algo aborrecible a los ojos de Dios. (Isa 1:4, 10; 3:9; Lam 1:8; 4:6.) Tal proceder de violación de la voluntad de Dios puede hacer que hasta las propias oraciones personales sean pecado. (Sl 109:7, 8, 14.) Como el pecado es una afrenta contra la persona de Dios, Él no se mantiene indiferente; cuando aumenta la gravedad del pecado, es comprensible que aumente la indignación y la ira de Dios. (Ro 1:18; Dt 29:22-28; Job 42:7; Sl 21:8, 9.) Sin embargo, su ira no solo se debe a que el pecado sea una afrenta contra su persona, sino que también la provoca el daño y la injusticia hechos a los seres humanos, especialmente a sus siervos fieles. (Isa 10:1-4; Mal 2:13-16; 2Te 1:6-10.)
La debilidad y la ignorancia humanas. Jehová toma en cuenta la debilidad de los hombres imperfectos que descienden de Adán, de manera que los que le buscan con sinceridad pueden decir: “No ha hecho con nosotros aun conforme a nuestros pecados; ni conforme a nuestros errores ha traído sobre nosotros lo que merecemos”. Las Escrituras muestran la misericordia y bondad amorosa tan maravillosas que Dios ha desplegado en la manera paciente de tratar a los seres humanos. (Sl 103:2, 3, 10-18.) Él también toma en cuenta que la ignorancia es un factor que contribuye al pecado (1Ti 1:13; compárese con Lu 12:47, 48), siempre que tal ignorancia no sea deliberada. No se excusa a los que rechazan a sabiendas el conocimiento y la sabiduría que Dios ofrece, ‘complaciéndose en la injusticia’. (2Te 2:9-12; Pr 1:22-33; Os 4:6-8.) Hay quienes se han extraviado temporalmente de la verdad, pero que con ayuda vuelven (Snt 5:19, 20), mientras que otros ‘cierran sus ojos a la luz y olvidan el anterior limpiamiento de sus pecados’. (2Pe 1:9.)
¿Qué es el pecado imperdonable?
El conocimiento conlleva mayor responsabilidad. El pecado de Pilato no fue tan grande como el de los líderes religiosos judíos que entregaron a Jesús al gobernador, ni como el de Judas, que traicionó a su Señor. (Jn 19:11; 17:12.) Jesús dijo a los fariseos de su día que si fuesen ciegos, no tendrían pecado, con lo que probablemente quería decir que Dios podría perdonar sus pecados debido a su ignorancia; sin embargo, como negaron hallarse en ignorancia, ‘su pecado permaneció’. (Jn 9:39-41.) Jesús dijo que no tenían “excusa de su pecado”, porque habían sido testigos de sus palabras y obras poderosas que había realizado por la acción del espíritu de Dios. (Jn 15:22-24; Lu 4:18.) Los que blasfemaron voluntariosamente y a sabiendas contra el espíritu de Dios así manifestado, fuera de palabra o por su proceder, serían culpables “de pecado eterno” y no tendrían ninguna posibilidad de perdón. (Mt 12:31, 32; Mr 3:28-30; compárense con Jn 15:26; 16:7, 8.) Este podría ser el caso de algunos que se hicieron cristianos y luego se apartaron deliberadamente de la adoración pura de Dios. Hebreos 10:26, 27 dice que “si voluntariosamente practicamos el pecado después de haber recibido el conocimiento exacto de la verdad, no queda ya sacrificio alguno por los pecados, sino que hay cierta horrenda expectación de juicio y hay un celo ardiente que va a consumir a los que están en oposición”.
Cuando en 1 Juan 5:16, 17 Juan habla de un “pecado que sí incurre en muerte”, a diferencia del que no, se refiere al pecado voluntario, consciente. (Compárese con Nú 15:30.) Si hay prueba de que alguien ha pecado de manera voluntaria y consciente, el cristiano no debería orar por esa persona. Naturalmente, Dios es el juez final de la actitud de corazón del pecador. (Compárese con Jer 7:16; Mt 5:44; Hch 7:60.)
Pecado aislado y práctica del pecado. Juan también hace una distinción entre el pecado aislado y la práctica del pecado, según se ve al comparar 1 Juan 2:1 con 3:4-8 en la Traducción del Nuevo Mundo. La obra Imágenes verbales en el Nuevo Testamento (de A. T. Robertson, CLIE, 1990, vol. 6, pág. 247) dice en cuanto a lo propio de la traducción “todo el que practica pecado [poi·ṓn tēn ha·mar·tí·an]” (1Jn 3:4): “El participio presente en voz activa (poiōn) significa el hábito de practicar el pecado”. En cuanto a 1 Juan 3:6, donde aparece la frase oukj ha·mar·tá·nei en el texto griego, la misma obra comenta (pág. 247): “Presente lineal [...] de indicativo en voz activa de hamartanō: ‘no persiste en pecar’”. Por consiguiente, es posible que en un determinado momento el cristiano fiel incurra o caiga en pecado debido a debilidad o a ser descarriado, pero “no se ocupa en el pecado”, es decir no anda de continuo en ese camino. (1Jn 3:9, 10; compárese con 1Co 15:33, 34; 1Ti 5:20.)
Participación en los pecados ajenos. Una persona puede hacerse culpable de pecado ante Dios si se asocia de manera voluntaria con los malhechores, aprueba su maldad o la encubre a fin de que los ancianos no sepan de su conducta y tomen las medidas pertinentes. (Compárese con Sl 50:18, 21; 1Ti 5:22.) Por eso, los que permanecen en la simbólica ciudad de “Babilonia la Grande” también “[reciben] parte de sus plagas”. (Rev 18:2, 4-8.) Un cristiano que se asocie o que siquiera dirija “un saludo” al que abandona la enseñanza del Cristo se hace “partícipe en sus obras inicuas”. (2Jn 9-11; compárese con Tit 3:10, 11.)
Pablo advirtió a Timoteo que no fuera “partícipe de los pecados ajenos”. (1Ti 5:22.) Las palabras precedentes de Pablo en cuanto a ‘nunca imponer las manos apresuradamente a ningún hombre’ deben referirse a la autoridad que había recibido Timoteo de nombrar superintendentes en las congregaciones. No tenía que nombrar a un hombre recién convertido, pues podría hincharse de orgullo; si no prestaba atención a este consejo, sería hasta cierto grado responsable del mal que tal persona pudiera cometer. (1Ti 3:6.)
Toda una nación podría ser culpable de pecado ante Dios sobre la base de los principios supracitados. (Pr 14:34.)
Pecados contra los hombres, contra Dios y contra Cristo. Como se mostró anteriormente, las Escrituras Hebreas registran casos específicos de pecados que cometieron personas de diferentes naciones durante la época de los patriarcas. Eran principalmente casos de pecados contra otros hombres.
Puesto que Dios es el único modelo de justicia y bondad, pecar contra el semejante no consiste en no conformarse a la ‘imagen y semejanza’ de la persona contra la que se peca. Más bien, es faltar el respeto a sus legítimos derechos e intereses, lo que supone una ofensa para dicha persona y un daño inmerecido. (Jue 11:12, 13, 27; 1Sa 19:4, 5; 20:1; 26:21; Jer 37:18; 2Co 11:7.) Jesús enunció los principios por los que una persona debería guiarse si se cometiera algún pecado grave contra ella. (Mt 18:15-17.) Aunque un hermano pecase contra otro 77 veces o 7 veces en un solo día, habría que perdonarle si mostraba arrepentimiento cuando se le reprendía. (Mt 18:21, 22; Lu 17:3, 4; compárese con 1Pe 4:8.) Pedro habla de sirvientes de casa a los que se abofeteaba por haber cometido pecados contra su dueño. (1Pe 2:18-20.) Se puede pecar contra la autoridad constituida si no se le muestra el debido respeto. Pablo se declaró a sí mismo inocente de cualquier pecado “contra la Ley de los judíos [o] contra el templo [o] contra César”. (Hch 25:8.)
No obstante, los pecados contra los seres humanos también son pecados contra el Creador, a quien los hombres tienen que rendir cuentas. (Ro 14:10, 12; Ef 6:5-9; Heb 13:17.) Cuando Dios detuvo al rey filisteo Abimélec para impedir que tuviese relaciones con Sara, le dijo: “Estaba deteniéndote de pecar contra mí”. (Gé 20:1-7.) De igual manera, José reconoció que el adulterio era un pecado contra el Creador del hombre y la mujer, Aquel que instituyó el matrimonio (Gé 39:7-9), y lo mismo reconoció el rey David. (2Sa 12:13; Sl 51:4.) La Ley clasificaba los pecados de robo, fraude o malversación de bienes ajenos como ‘comportamiento infiel para con Jehová’. (Le 6:2-4; Nú 5:6-8.) Tanto los que endurecían su corazón y eran “como un puño” para con sus hermanos pobres como los que retenían el salario de los hombres debían encararse a la censura divina. (Dt 15:7-10; 24:14, 15; compárese con Pr 14:31; Am 5:12.) Samuel dijo que era inconcebible por su parte “pecar contra Jehová cesando de orar” a favor de sus compañeros israelitas cuando estos se lo solicitaban. (1Sa 12:19-23.)
A tenor de lo dicho, en Santiago 2:1-9 se condena como pecado el favoritismo o el hacer distinción de clases entre cristianos. Pablo dice que aquellos que no prestan atención a la conciencia débil de sus hermanos y por tanto les hacen tropezar, “están pecando contra Cristo”, el Hijo de Dios, quien dio su vida por todos sus seguidores. (1Co 8:10-13.)
Por consiguiente, aunque en realidad todos los pecados son pecados contra Dios, para Jehová hay pecados que atentan más directamente contra su propia persona, como la idolatría (Éx 20:2-5; 2Re 22:17), la falta de fe (Ro 14:22, 23; Heb 10:37, 38; 12:1), la falta de respeto por las cosas sagradas (Nú 18:22, 23) y todas las formas de adoración falsa (Os 8:11-14). Esta debió de ser la razón por la que el sumo sacerdote Elí les dijo a sus hijos, quienes no mostraban respeto por el tabernáculo y el servicio de Dios, que “si peca un hombre contra un hombre, Dios decidirá como árbitro por él [compárese con 1Re 8:31, 32]; pero si es contra Jehová contra quien peca un hombre, ¿quién hay que pueda orar por él?”. (1Sa 2:22-25; compárese con los vss. 12-17.)
Pecar contra el propio cuerpo. Cuando Pablo previno contra la fornicación (relaciones sexuales entre personas que no están unidas en matrimonio), dijo que “todo otro pecado que el hombre cometa está fuera de su cuerpo, pero el que practica la fornicación peca contra su propio cuerpo”. (1Co 6:18; véase FORNICACIÓN.) El contexto muestra que Pablo había estado recalcando que los cristianos tenían que estar unidos con su Señor y Cabeza, Cristo Jesús. (1Co 6:13-15.) El fornicador se convierte en una carne con otra persona, a menudo una ramera, lo cual es impropio y un pecado. (1Co 6:16-18.) Como ningún otro pecado puede separar el cuerpo del cristiano de la unión con Cristo y hacerlo ‘uno’ con otra persona, esta debe ser la razón por la que todos los otros pecados se consideran como ‘fuera del cuerpo de uno’. Además, la fornicación también puede resultar en daño incurable al propio cuerpo físico del fornicador.
Ángeles pecadores. Como los hijos celestiales de Dios también tienen que reflejar Su gloria y alabarlo cumpliendo Su voluntad (Sl 148:1, 2; 103:20, 21), pueden pecar en el mismo sentido básico que los seres humanos. Segunda de Pedro 2:4 muestra que algunos de los hijos celestiales de Dios pecaron, y Dios los “entregó a hoyos de densa oscuridad para que fueran reservados para juicio”. Primera de Pedro 3:19, 20 se refiere a la misma situación al hacer referencia a “los espíritus en prisión, que en un tiempo habían sido desobedientes cuando la paciencia de Dios estaba esperando en los días de Noé”. Y Judas 6 indica que el ‘errar el blanco’ o pecar de tales criaturas celestiales consistió en que “no guardaron su posición original, sino que abandonaron su propio y debido lugar de habitación”; lógicamente, ese propio lugar de habitación se refería a los cielos, donde Dios está presente.
Como el sacrificio de Jesucristo no encierra disposición alguna para cubrir los pecados de las criaturas celestiales, no hay razón para creer que los pecados de aquellos ángeles desobedientes fuesen perdonables. (Heb 2:14-17.) Al igual que Adán, eran criaturas perfectas sin ninguna debilidad innata que pudiera considerarse un factor atenuante al juzgar su maldad.
El perdón de los pecados. Como se explicó en el artículo DECLARAR JUSTO (Cómo se ‘cuenta’ como justo a alguien), Jehová Dios en realidad ‘acredita’ justicia en la cuenta de la persona que vive conforme a su fe. De ese modo ‘cubre’, ‘borra’ o ‘remueve’ los pecados que de otro modo podrían cargarse en la cuenta de esa persona fiel. (Compárese con Sl 32:1, 2; Isa 44:22; Hch 3:19.) Por eso Jesús asemejó las “ofensas” y los “pecados” a ‘deudas’. (Mt 6:14; 18:21-35; Lu 11:4.) En consecuencia, aun siendo sus pecados como el color escarlata, Jehová ‘lava’ la mancha que los hace inmundos. (Isa 1:18; Hch 22:16.) En cuanto al medio del que Dios se vale para manifestar su tierna misericordia y bondad sin apartarse de su norma de justicia y rectitud perfectas, véanse ARREPENTIMIENTO; RECONCILIACIÓN; RESCATE, y otros artículos relacionados.
Evitar el pecado. El amor a Dios y al prójimo es un medio fundamental para evitar el pecado, que es desafuero, pues el amor es una cualidad sobresaliente de Dios; Él hizo del amor la base de su Ley a Israel. (Mt 22:37-40; Ro 13:8-11.) De esta manera, el cristiano no está alejado de Dios, sino en una unión gozosa con Él y su Hijo. (1Jn 1:3; 3:1-11, 24; 4:16.) Tales personas pueden recibir la guía del espíritu santo de Dios y “[vivir] en cuanto al espíritu desde el punto de vista de Dios”, desistiendo de los pecados (1Pe 4:1-6) y produciendo el fruto justo del espíritu de Dios en lugar del fruto inicuo de la carne pecaminosa. (Gál 5:16-26.) Por lo tanto, pueden ser libertados del dominio del pecado. (Ro 6:12-22.)
Si se tiene fe en la recompensa segura que Dios dará a los que obren con justicia (Heb 11:1, 6), se puede resistir la tentación de participar en el disfrute temporal del pecado. (Heb 11:24-26.) Como “de Dios uno no se puede mofar”, es ineludible la regla: “Cualquier cosa que el hombre esté sembrando, esto también segará”, y el conocimiento de este hecho protege a la persona del engaño del pecado. (Gál 6:7, 8.) Se da cuenta de que los pecados no pueden permanecer escondidos para siempre (1Ti 5:24), y de que “aunque un pecador esté haciendo lo malo cien veces y continuando largo tiempo según le plazca”, sin embargo, “les resultará bien a los que temen al Dios verdadero”, pero no al inicuo que no está en el temor de Dios. (Ec 8:11-13; compárese con Nú 32:23; Pr 23:17, 18.) Sin importar la riqueza material que hayan obtenido los inicuos, no pueden comprar la protección de Dios (Sof 1:17, 18), y, realmente, con el tiempo la prosperidad del pecador será “algo que está atesorado para el justo”. (Pr 13:21, 22; Ec 2:26.) Los hombres de fe que buscan la justicia pueden evitar llevar la “carga pesada” que el pecado trae, es decir, la pérdida de la paz mental y la paz de corazón y la debilidad de la enfermedad espiritual. (Sl 38:3-6, 18; 41:4.)
El conocimiento de la Palabra de Dios es la base para tal fe y el medio de fortalecerla. (Sl 119:11; compárese con 106:7.) La persona que actúa apresuradamente sin primero buscar conocimiento en cuanto a su proceder, ‘errará en el blanco’, es decir, pecará. (Pr 19:2, nota.) El darse cuenta de que “un solo pecador puede destruir mucho bien”, hace que la persona justa intente actuar con sabiduría verdadera. (Compárese con Ec 9:18; 10:1-4.) El proceder sabio es evitar relacionarse con personas que practican la adoración falsa y que tienen tendencias inmorales, pues su compañía podría entrampar al cristiano en el pecado y echar a perder los hábitos útiles. (Éx 23:33; Ne 13:25, 26; Sl 26:9-11; Pr 1:10-19; Ec 7:26; 1Co 15:33, 34.)
Por supuesto, hay muchas cosas que pueden hacerse o dejarse de hacer, o que pueden llevarse a cabo de diversas maneras, sin que se incurra en pecado. (Compárese con 1Co 7:27, 28.) Dios no acorraló al hombre con una cantidad innumerable de reglas que rigieran hasta el más mínimo detalle de su vida. El hombre tenía que usar su inteligencia, y además se le dio amplio margen para desarrollar su propia personalidad y manifestar sus preferencias personales. El pacto de la Ley contenía muchos estatutos; sin embargo, ni siquiera estos privaron al hombre de la libertad de expresar su personalidad. El cristianismo, en el que tanto se recalca el amor a Dios y al prójimo, igualmente permite a los hombres la libertad más amplia posible que las personas de corazón justo pudieran desear. (Compárese con Mt 22:37-40; Ro 8:21; véanse JEHOVÁ [Un Dios de normas morales]; LIBERTAD.)