AMOR
Afecto profundo o apego hacia una persona; cariño. También se designa con este término el afecto benevolente que Dios siente hacia sus criaturas o el afecto reverente que estas le deben a Él. Amor también es la atracción afectiva y apasionada hacia una persona del sexo opuesto, que constituye el incentivo emocional para la unión conyugal. Un concepto estrechamente relacionado con el amor es la “devoción”.
Aparte de las acepciones ya indicadas, las Escrituras también hablan del amor que se basa en principios, como por ejemplo: amor por la justicia o incluso por los enemigos, por quienes normalmente no se sentiría afecto. Esta faceta o expresión del amor consiste en una devoción altruista a la justicia y un interés sincero por el bienestar duradero de otros, acompañado de una manifestación activa de tal interés.
Las palabras hebreas que se utilizan principalmente para denotar amor en los sentidos supracitados son ʼa·hév y ʼa·háv (amar), junto con el sustantivo ʼa·haváh (amor), y es el contexto lo que determina el sentido específico de amor que representan.
Las Escrituras Griegas Cristianas emplean principalmente formas de las palabras a·gá·pē, fi·lí·a y dos palabras derivadas de stor·guḗ. A·gá·pē aparece con más frecuencia que los otros términos, mientras que é·ros, amor sexual, no se emplea.
El Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento (de W. E. Vine, 1984, vol. 1, pág. 87) dice sobre el sustantivo a·gá·pē y la forma verbal a·ga·pá·ō: “El amor sólo puede ser conocido en base de las acciones que provoca. El amor de Dios se ve en la dádiva de Su Hijo, 1 Jn 4:9, 10. Pero es evidente que no se trata de un amor basado en la complacencia, ni afecto, esto es, no fue causado por ninguna excelencia en sus objetos, Ro 5:8. Se trató de un ejercicio de la voluntad divina en una elección deliberada, hecha sin otra causa que aquella que proviene de la naturaleza del mismo Dios, cp. Dt 7:7, 8”.
Con respecto al verbo fi·lé·ō, Vine comenta: “Se debe distinguir de agapaō en que phileō denota más bien un afecto entrañable [...]. Además, amar (phileō) la vida, en base de un deseo indebido de preservarla, con olvido del verdadero propósito de vivir, se encuentra con la reprobación del Señor, Jn 12:25. Al contrario, amar la vida (agapaō) tal como se usa en 1 P 3:10, significa considerar el verdadero motivo de vivir. Aquí, la palabra phileō sería totalmente inapropiada” (vol. 1, pág. 88).
La Exhaustive Concordance of the Bible (de James Strong, 1890, págs. 75, 76) hace la siguiente observación en la sección del diccionario griego bajo el término fi·lé·ō: “Ser un amigo de (tener cariño a [un individuo o un objeto]), es decir, sentir afecto por (en el sentido de apego personal, bien por sentimiento o emoción; mientras que [a·ga·pá·ō] es más amplio, y abarca especialmente la decisión de amar después de un juicio y asentimiento deliberado sobre la base de los principios, el deber y el decoro [...])”. (Véase CARIÑO.)
Por lo tanto, a·gá·pē a menudo transmite el significado de amor basado o gobernado por principios. Por lo general, va acompañado de afecto y cariño. El hecho de que puede incluir estas cualidades resulta evidente en muchos pasajes. En Juan 3:35 Jesús dijo: “El Padre ama [a·ga·pái] al Hijo”, y en Juan 5:20 afirmó: “El Padre le tiene cariño [fi·léi] al Hijo”. Ciertamente el amor que Dios siente por Jesucristo está lleno de afecto. Jesús también explicó: “El que me ama [a·ga·pṓn] será amado [a·ga·pē·thḗ·se·tai] por mi Padre, y yo lo amaré [a·ga·pḗ·sō]”. (Jn 14:21.) A este amor del Padre y del Hijo lo acompaña un tierno afecto hacia esas personas que les muestran amor. Los adoradores de Jehová deben amar a Jehová y a Jesucristo, y amarse unos a otros, de la misma manera. (Jn 21:15-17.)
Por lo tanto, aunque el amor cristiano se distingue por su respeto a los principios, no es insensible; de otro modo, no se diferenciaría de la justicia fría. No obstante, no lo gobiernan la emoción o el sentimentalismo; nunca pasa por alto los principios. Los cristianos correctamente muestran amor a otros hacia quienes no sienten ningún afecto o simpatía en especial, pero lo hacen por su bienestar. (Gál 6:10.) Ahora bien, aunque no les tienen ningún afecto en especial, sienten compasión e interés sincero por tales seres humanos, pero dentro de los límites y a la manera que permiten y mandan los principios justos.
Sin embargo, si bien el a·gá·pē cristiano se refiere al amor gobernado por principios, cabe la posibilidad de expresar una clase incorrecta de a·gá·pē, guiado por el egoísmo. Por ejemplo, Jesús dijo: “Si ustedes aman [a·ga·pá·te] a los que los aman, ¿de qué mérito les es? Porque hasta los pecadores aman a los que los aman. Y si hacen bien a los que les hacen bien, ¿de qué mérito, realmente, les es a ustedes? Hasta los pecadores hacen lo mismo. También, si prestan sin interés a aquellos de quienes esperan recibir, ¿de qué mérito les es? Hasta los pecadores prestan sin interés a los pecadores para que se les devuelva otro tanto”. (Lu 6:32-34.) El principio por el que estas personas actúan es: “Trátame bien y te trataré bien”.
El apóstol Pablo dijo de uno que había sido su colaborador: “Demas me ha abandonado porque ha amado [a·ga·pḗ·sas] el presente sistema de cosas”. (2Ti 4:10.) Según parece, Demas amaba el mundo por motivos egoístas, tal vez por sus beneficios materiales. Por otra parte, Jesús dijo: “Los hombres han amado [ē·gá·pē·san] la oscuridad más bien que la luz, porque sus obras eran inicuas. Porque el que practica cosas viles odia la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean censuradas”. (Jn 3:19, 20.) Ellos aman la oscuridad porque esta los ayuda a ocultar sus obras inicuas.
Jesús mandó: “Continúen amando [a·ga·pá·te] a sus enemigos”. (Mt 5:44.) Fue Dios mismo quien estableció este principio, pues Pablo dijo: “Dios recomienda su propio amor [a·gá·pēn] a nosotros en que, mientras todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros [...]. Porque si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios mediante la muerte de su Hijo, mucho más, ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida”. (Ro 5:8-10.) Un ejemplo sobresaliente de ese amor se ve en los tratos de Dios con Saulo de Tarso, quien llegó a ser el apóstol Pablo. (Hch 9:1-16; 1Ti 1:15.) Por lo tanto, el amar a nuestros enemigos debería regirse por el principio que Dios ha establecido, y ese amor debería ejercerse en obediencia a sus mandamientos, tanto si entraña cierto cariño o afecto, como si no.
Dios. El apóstol Juan escribe: “Dios es amor”. (1Jn 4:8.) Él es la mismísima personificación del amor y esta es su cualidad dominante. Sin embargo, no es cierta la idea que comunica la inversión de la frase, es decir, ‘el amor [la cualidad abstracta] es Dios’. En la Biblia, Dios se manifiesta como una Persona y habla en sentido figurado de sus “ojos”, sus “manos”, su “corazón”, su “alma”, etc. También tiene otros atributos, como la justicia, el poder y la sabiduría. (Dt 32:4; Job 36:22; Rev 7:12.) Por otra parte, tiene la capacidad de odiar, una cualidad completamente opuesta al amor. Su amor a la justicia exige que odie la iniquidad. (Dt 12:31; Pr 6:16.) El amor incluye sentir y expresar afecto personal, algo que solo una persona puede hacer o que solo se puede mostrar a una persona. Por supuesto, Jesucristo, el Hijo de Dios, no es una cualidad abstracta, y él dijo que había estado con su Padre, trabajando con Él, agradándole y escuchándole, y que los ángeles contemplan el rostro de su Padre, todo lo cual sería imposible si Dios fuese simplemente una cualidad abstracta. (Mt 10:32; 18:10; Jn 5:17; 6:46; 8:28, 29, 40; 17:5.)
La prueba de su amor. Hay abundante prueba de que Jehová, el Creador y Dios del universo, es amor. Esta se puede ver en la misma creación física. ¡Con qué cuidado tan extraordinario ha sido hecha para la salud, el placer y el bienestar del hombre! El ser humano no solo está hecho para existir, sino para disfrutar de comer, para deleitarse en contemplar el color y la belleza de la creación, para disfrutar de los animales y en especial de la compañía de sus semejantes, y para gozar de los otros incontables deleites de la vida. (Sl 139:14, 17, 18.) Pero Dios ha desplegado su amor aún más al hacer al hombre a su imagen y semejanza (Gé 1:26, 27), con facultad para la espiritualidad y capacidad de amar, así como al revelarse a la humanidad por medio de su Palabra y su espíritu santo. (1Co 2:12, 13.)
El amor de Jehová a la humanidad es el de un Padre a sus hijos. (Mt 5:45.) Él no escatima nada que sea para su bien, sin importar lo que le cueste; su amor trasciende de todo lo que nosotros podamos sentir o expresar. (Ef 2:4-7; Isa 55:8; Ro 11:33.) Su mayor manifestación de amor, lo más sublime que un padre puede hacer, fue lo que Él hizo por la humanidad: dar la vida de su fiel Hijo unigénito. (Jn 3:16.) El apóstol Juan escribe: “En cuanto a nosotros, amamos, porque él nos amó primero”. (1Jn 4:19.) Por consiguiente, Él es la Fuente del amor. Pablo, coapóstol de Juan, también dice: “Porque apenas muere alguien por un hombre justo; en realidad, por el hombre bueno, quizás, alguien hasta se atreva a morir. Pero Dios recomienda su propio amor a nosotros en que, mientras todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros”. (Ro 5:7, 8; 1Jn 4:10.)
El amor perdurable de Dios. El amor de Jehová por sus siervos fieles es perdurable; no falla ni disminuye, prescindiendo de las circunstancias en las que se hallen —desahogadas o acuciantes— o de las incidencias —grandes o pequeñas— que pudieran sobrevenirles. A este respecto Pablo dijo: “Porque estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni gobiernos, ni cosas aquí ahora, ni cosas por venir, ni poderes, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra creación podrá separarnos del amor de Dios que está en Cristo Jesús nuestro Señor”. (Ro 8:38, 39.)
La soberanía de Dios basada en el amor. Jehová se gloría en el hecho de que tanto su soberanía como el apoyo que le dan sus criaturas se basa principalmente en el amor. Solo desea como súbditos a aquellos que aman Su soberanía y la prefieren a cualquier otra por sus excelentes cualidades y porque es justa. (1Co 2:9.) Dichas personas escogen servir bajo Su soberanía más bien que intentar la independencia, ya que al conocerle, reconocen que Jehová es muy superior a ellas en amor, justicia y sabiduría. (Sl 84:10, 11.) El Diablo fracasó en este respecto, ya que con egotismo buscó su propia independencia, como hicieron Adán y Eva. De hecho, desafió la manera de gobernar de Dios, diciendo en realidad que no era ni amorosa ni justa (Gé 3:1-5), y que las criaturas no le servían por amor, sino por egoísmo. (Job 1:8-12; 2:3-5.)
Jehová Dios le ha permitido vivir y poner a prueba a sus siervos, incluso a su Hijo unigénito, hasta el extremo de causarles la muerte. Dios predijo que Jesucristo le sería leal. (Isa 53.) ¿Cómo podía comprometer su palabra por su Hijo? Por amor. Jehová conocía a su hijo y sabía del amor que este le tenía y de su amor por la rectitud. (Heb 1:9.) Conocía a su Hijo muy íntimamente y a cabalidad. (Mt 11:27.) Tenía absoluta confianza en su lealtad. Más aún, como dice la Biblia, ‘El amor es un vínculo perfecto de unión’. (Col 3:14.) Es el vínculo más fuerte del universo, pues une al Padre y al Hijo inseparablemente. Por razones similares a estas, Jehová puede confiar en su organización, compuesta de personas que le sirven, pues sabe que cuando sean probadas, la mayoría de ellas se mantendrán adheridas a Él, inconmovibles, y que, como organización, nunca se separarán de Él. (Sl 110:3.)
Jesucristo. Siendo que por tiempos incalculables Jesucristo ha tenido una relación muy estrecha con su Padre, la Fuente del amor, y le conoce íntima y completamente, pudo decir: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre también”. (Jn 14:9; Mt 11:27.) Por lo tanto, el amor de Jesús es completo, perfecto. (Ef 3:19.) Él dijo a sus discípulos: “Nadie tiene mayor amor que este: que alguien entregue su alma a favor de sus amigos” (Jn 15:13), y con anterioridad les había dicho: “Les doy un nuevo mandamiento: que se amen unos a otros; así como yo los he amado, que ustedes también se amen los unos a los otros”. (Jn 13:34.) Este mandamiento era nuevo, ya que la Ley, bajo la cual estaban Jesús y sus discípulos en aquel tiempo, mandaba: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”. (Le 19:18; Mt 22:39.) Exigía amor al prójimo, pero no un amor que se autosacrificase hasta el punto de entregar la vida a favor del prójimo. Tanto la vida como la muerte de Jesús fueron un ejemplo del amor que exigía este nuevo mandamiento. El seguidor de Cristo no solo tiene que hacer el bien cuando se presenta la oportunidad; más bien, ha de tomar la iniciativa y, siguiendo las instrucciones de Cristo, dar ayuda espiritual y de otras clases a los demás. Tiene que trabajar activamente para el bien de otros. La predicación y la enseñanza de las buenas nuevas a otros, algunos de los cuales pueden ser enemigos, es una de las mayores expresiones de amor, pues puede resultar en vida eterna para ellos. El cristiano debe ‘impartir, no solo las buenas nuevas de Dios, sino también su propia alma’, al ayudar a los que aceptan las buenas nuevas y trabajar con ellos. (1Te 2:8.) Además debería estar listo para entregar su alma (o vida) a favor de ellos. (1Jn 3:16.)
Cómo se adquiere el amor. Dios utilizó su espíritu al crear al primer hombre y la primera mujer, y les dio una medida de este atributo suyo, el amor, además de la capacidad de desplegarlo, ensancharlo y enriquecerlo. El amor es un fruto del espíritu de Dios. (Gál 5:22.) Como tal, no es una cualidad que se tiene sin saber por qué, como puede suceder con ciertas aptitudes físicas o mentales, la belleza física, el talento para la música u otras cualidades similares que se heredan. Tampoco se desarrolla sin antes haber adquirido conocimiento de Dios y si no se le sirve, como tampoco si no se cultiva la meditación y el aprecio. Solo cultivando así el amor se puede llegar a ser imitador de Dios, la Fuente del amor. (Sl 77:11; Ef 5:1, 2; Ro 12:2.) Adán no lo hizo, por lo que no progresó hacia la perfección del amor; no estaba unido a Dios por ese vínculo perfecto de unión. No obstante, aun en estado de imperfección y pecado, transmitió a su prole, producida “a su imagen”, la facultad y capacidad de amar (Gé 5:3), y en general la humanidad expresa ese amor, aunque con frecuencia es un amor mal dirigido, deteriorado y torcido.
El amor puede estar mal dirigido. Por estas razones, está claro que el amor verdadero y bien dirigido solo proviene de buscar y seguir el espíritu de Dios y el conocimiento que emana de su Palabra. Por ejemplo, un padre puede sentir afecto hacia su hijo, pero quizás permita que ese amor se deteriore o, debido al sentimentalismo, se desencamine. Tal vez le dé al niño todo, no le niegue nada, e incluso es posible que no ejerza su autoridad paternal en lo que respecta a la disciplina y, cuando es necesario, el castigo. (Pr 22:15.) Puede que tal supuesto “amor” en realidad sea orgullo de familia, pero eso es egoísmo. La Biblia dice que una persona de esa clase no actúa con amor, sino con odio, porque no está siguiendo el proceder que salvará la vida de su hijo. (Pr 13:24; 23:13, 14.)
Ese no es el amor que procede de Dios. El amor piadoso impele a la persona a hacer por otros lo que resulta en su bien y les es provechoso. “El amor edifica.” (1Co 8:1.) Amor no debe confundirse con sentimentalismo. Es firme, fuerte y lo gobierna la sabiduría piadosa; además, por encima de todo, es casto y recto. (Snt 3:17.) Jehová demostró estas características del amor con su pueblo Israel, al castigarlo con severidad por su desobediencia en el interés de su bienestar. (Dt 8:5; Pr 3:12; Heb 12:6.) Las siguientes palabras de Pablo a los cristianos están en armonía con esto: “Para disciplina ustedes están aguantando. Dios está tratando con ustedes como con hijos. Pues, ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? [...] Además, solíamos tener padres que eran de nuestra carne para disciplinarnos, y les mostrábamos respeto. ¿No hemos de sujetarnos mucho más al Padre de nuestra vida espiritual, y vivir? Pues ellos por unos cuantos días nos disciplinaban según lo que les parecía bien, pero él lo hace para provecho nuestro de modo que participemos de su santidad. Es cierto que ninguna disciplina parece por el presente ser cosa de gozo, sino penosa; sin embargo, después, a los que han sido entrenados por ella, da fruto pacífico, a saber, justicia”. (Heb 12:7-11.)
El conocimiento le da al amor la orientación correcta. Nuestro amor debe estar dirigido primero a Dios, por encima de todos los demás. De otro modo, estaría mal orientado e incluso podría desviarse, hasta el punto de hacer objeto de culto a criaturas o cosas. Es esencial conocer los propósitos de Dios, porque entonces la persona sabe qué es mejor para su bienestar y el de otros, y cómo manifestar su amor de manera apropiada. Nuestro amor a Dios debe ejercerse con ‘todo el corazón, la mente, el alma y las fuerzas’. (Mt 22:36-38; Mr 12:29, 30.) Debe ser el fiel reflejo de nuestro yo interior, no una mera manifestación superficial. El amor debe comprometer nuestras emociones (1Pe 1:22); no obstante, si la mente no está equipada con el conocimiento de lo que es amor verdadero y de cómo actúa, este puede asumir una orientación equivocada. (Jer 10:23; 17:9; compárese con Flp 1:9.) La mente debe conocer a Dios, sus cualidades, sus propósitos y cómo expresa Él el amor. (1Jn 4:7.) En armonía con esto, y ya que el amor es la cualidad más importante, la dedicación a Dios significa dedicarse a la persona de Jehová mismo (en quien el amor es la cualidad dominante), no a una obra o una causa. Luego, el amor debe llevarse a la práctica con toda el alma, toda fibra de nuestro organismo, y todas nuestras fuerzas deben emplearse en el empeño.
El amor es expansivo. El amor verdadero, que es un fruto del espíritu de Dios, es expansivo. (2Co 6:11-13.) No es mezquino ni está limitado o circunscrito. Para que sea completo, se debe compartir. Hay que amar primero a Dios (Dt 6:5) y a su Hijo (Ef 6:24), luego a toda la asociación de hermanos cristianos por todo el mundo. (1Pe 2:17; 1Jn 2:10; 4:20, 21.) Se debe amar a la esposa, quien, a su vez, amará al esposo (Pr 5:18, 19; Ec 9:9; Ef 5:25, 28, 33), y el amor ha de extenderse a los hijos. (Tit 2:4.) Hay que amar a toda la humanidad, incluso a los propios enemigos, y se deben manifestar obras cristianas para con todos. (Mt 5:44; Lu 6:32-36.) Al comentar sobre los aspectos del fruto del espíritu, de los que el amor es el primero, la Biblia dice: “Contra tales cosas no hay ley”. (Gál 5:22, 23.) Esto significa que no hay ninguna ley que lo pueda limitar. Es posible desplegarlo en cualquier momento o lugar y a cualquier grado con aquellos a quienes se les debe. De hecho, lo único que los cristianos tendrían que deberse unos a otros es el amor. (Ro 13:8.) Este amor entre unos y otros es una marca identificadora de los verdaderos cristianos. (Jn 13:35.)
Cómo actúa el amor piadoso. El amor, como el que Dios mismo personifica, es tan maravilloso que es difícil de definir. Resulta más fácil decir cómo actúa. En el comentario que se hace a continuación sobre esta hermosa cualidad, se considera cómo aplica a los cristianos. En primer lugar, Pablo destaca lo esencial que es para un creyente cristiano, y luego detalla cómo actúa altruistamente: “El amor es sufrido y bondadoso. El amor no es celoso, no se vanagloria, no se hincha, no se porta indecentemente, no busca sus propios intereses, no se siente provocado. No lleva cuenta del daño. No se regocija por la injusticia, sino que se regocija con la verdad. Todas las cosas las soporta, todas las cree, todas las espera, todas las aguanta”. (1Co 13:4-7.)
“El amor es sufrido y bondadoso.” Sobrelleva circunstancias desfavorables y acciones impropias por parte de otras personas porque lo mueve un propósito: contribuir a la salvación de aquellos que han obrado mal o que están implicados en las circunstancias desfavorables que tiene que sobrellevar, y, fundamentalmente, vindicar la soberanía de Dios. (2Pe 3:15.) El amor es bondadoso, sin importar la naturaleza de la provocación. El que un cristiano trate a otros con aspereza o brusquedad no resulta en bien alguno. No obstante, el amor es firme y obra con justicia en aras de la rectitud. Aquellos a quienes se les ha conferido autoridad pueden disciplinar a un malhechor, pero al hacerlo, deben tratarlo con bondad, pues la falta de bondad no beneficia ni al consejero áspero ni al transgresor; más bien, solo puede resultar en alejarlo aún más del arrepentimiento y de la posibilidad de que rectifique su comportamiento. (Ro 2:4; Ef 4:32; Tit 3:4, 5.)
“El amor no es celoso.” No envidia las cosas buenas que otras personas tienen. Se regocija al ver que su semejante es ascendido a un puesto de mayor responsabilidad, y ni siquiera se resiente porque sus enemigos reciben algún beneficio. Es generoso. Sabe que Dios hace llover en beneficio tanto de justos como de injustos. (Mt 5:45.) Los siervos de Dios que manifiestan amor están contentos con lo que tienen (1Ti 6:6-8) y con el papel que desempeñan, no se salen de su lugar ni egoístamente ambicionan el puesto que otros ocupan. Movido por la codicia y la envidia, Satanás el Diablo abandonó su lugar y hasta deseó que Jesucristo le rindiese adoración. (Lu 4:5-8.)
El amor “no se vanagloria, no se hincha”. No busca el aplauso ni la admiración de otros. (Sl 75:4-7; Jud 16.) La persona que tiene amor no rebajará a su semejante con el objeto de aparentar ser más importante, sino que, más bien, exaltará la persona de Dios y procurará con sinceridad animar y edificar a su semejante. (Ro 1:8; Col 1:3-5; 1Te 1:2, 3.) Le regocijará ver que otros compañeros cristianos progresan. No alardeará de lo que piensa hacer (Pr 27:1; Lu 12:19, 20; Snt 4:13-16), y reconocerá que todo cuanto hace se debe al poder que proviene de Jehová. (Sl 34:2; 44:8.) Jehová le dijo al pueblo de Israel: “Pero el que se gloría, gloríese a causa de esta misma cosa: de tener perspicacia y de tener conocimiento de mí, que yo soy Jehová, Aquel que ejerce bondad amorosa, derecho y justicia en la tierra; porque en estas cosas de veras me deleito”. (Jer 9:24; 1Co 1:31.)
El amor “no se porta indecentemente”. No es mal educado. No toma parte en conducta indecente, como abusos deshonestos y comportamiento obsceno, ni es rudo, vulgar, descortés, insolente, grosero o irrespetuoso con ninguna persona. El que manifiesta amor evitará hacer aquello que, directa o indirectamente, perturbe el ánimo de sus hermanos cristianos. Pablo dio esta instrucción a la congregación corintia: “Que todas las cosas se efectúen decentemente y por arreglo”. (1Co 14:40.) Además, el amor impulsará al cristiano a comportarse de una manera honorable a la vista de quienes no son creyentes. (Ro 13:13; 1Te 4:12; 1Ti 3:7.)
El amor “no busca sus propios intereses”. Se apega al principio: “Que cada uno siga buscando, no su propia ventaja, sino la de la otra persona”. (1Co 10:24.) Es aquí donde se pone de manifiesto el interés del cristiano en el bienestar eterno de otros. Esta clase de interés sincero constituye una de las motivaciones más fuertes del amor y, en lo que respecta a los resultados, una de las más eficaces y beneficiosas. La persona que manifiesta amor no exige que las cosas se hagan a su modo. Pablo dijo: “A los débiles me hice débil, para ganar a los débiles. Me he hecho toda cosa a gente de toda clase, para que de todos modos salve a algunos. Pero hago todas las cosas por causa de las buenas nuevas, para hacerme partícipe de ellas con otros”. (1Co 9:22, 23.) El amor tampoco reclama sus “derechos”; está más interesado en el bienestar espiritual de su semejante. (Ro 14:13, 15.)
El amor “no se siente provocado”. No busca ni una ocasión ni una excusa para sentirse provocado. No da lugar a estallidos de cólera, pues son una obra de la carne. (Gál 5:19, 20.) La persona que tiene amor no se ofende con facilidad por lo que otros dicen o hacen. No está preocupada en exceso porque se hiera su “dignidad”.
El amor “no lleva cuenta del daño” (literalmente: no “cuenta lo malo”, Int). No se considera herido para luego registrar la ofensa en un ‘libro de cuentas’ con la intención de dirimirla o reclamar una compensación en un momento conveniente, y, en lo que ese momento llega, abstenerse de relacionarse con el ofensor. Ese proceder reflejaría un espíritu vengativo que la Biblia condena. (Le 19:18; Ro 12:19.) El amor no imputa malos motivos; más bien, se inclina a hacer concesiones y a conceder a otros un margen de confianza. (Ro 14:1, 5.)
El amor “no se regocija por la injusticia, sino que se regocija con la verdad”. El amor se regocija con la verdad aunque esta modifique puntos de vista que se hayan sostenido antes o afirmaciones que se hayan expuesto. Se adhiere a la Palabra de verdad de Dios. Está siempre de parte de lo que es recto y no se complace en el error, la mentira o en cualquier clase de injusticia, prescindiendo de quién sea la víctima, incluso si se tratase de un enemigo. Sin embargo, si supiese de algo impropio o engañoso, el amor no tendría temor de exponerlo en aras de la verdad y para el bien de otras personas. (Gál 2:11-14.) Además, prefiere sufrir el mal si por pretender corregir un mal, pudiese incurrir en otro. (Ro 12:17, 20.) Por otra parte, cuando alguien es corregido merecidamente por quien tiene las debidas atribuciones para hacerlo, la persona amorosa no se pone de parte del que ha sido corregido, criticando la validez de la corrección o a la persona que la dio. Proceder de ese modo reflejaría falta de amor a la persona a la que se ha corregido. Así podría ganarse sus simpatías, pero le ocasionaría un mal, no un bien.
El amor “todas las cosas las soporta”. Desea perseverar, sufrir por causa de la justicia. Una traducción literal de la expresión es: “Todo lo cubre” (Scío, nota). La persona amorosa no descubre con ligereza al que le ha ofendido. Si no se trata de una ofensa muy grave, la pasa por alto. En cambio, se atiene al proceder que Jesús recomendó en Mateo 18:15-17 siempre que su aplicación sea pertinente. Cuando en tales ocasiones el ofensor pide perdón y repara el daño después de exponérsele en privado, la persona amorosa demostrará que su perdón es genuino, que para ella —en imitación de Dios— la ofensa ha quedado cubierta por completo. (Pr 10:12; 17:9; 1Pe 4:7, 8.)
“Todas las cree.” El amor tiene fe en todo cuanto Dios ha dicho en Su Palabra, aun cuando las circunstancias parezcan contradecirla y el mundo incrédulo se burle. Este amor, en especial el que le tenemos a Dios, es un reconocimiento de Su veracidad, basado en sus tratos fieles y confiables del pasado, tal como no dudamos de la palabra de un verdadero amigo al que conocemos y amamos cuando nos dice algo sin más base que su palabra. (Jos 23:14.) El amor cree en todo lo que Dios dice aunque la persona no sea capaz de comprenderlo completamente, pero está dispuesto a esperar con paciencia hasta que la información se presente en términos mucho más explícitos o hasta que se logre entenderla. (1Co 13:9-12; 1Pe 1:10-13.) El amor, además, confía en la dirección de Dios sobre la congregación cristiana y sus siervos nombrados y respalda las decisiones basadas en la Palabra de Dios que estos toman. (1Ti 5:17; Heb 13:17.) Sin embargo, el amor no es crédulo, pues se guía por el consejo dado en la Palabra de Dios: “Prueben las expresiones inspiradas para ver si se originan de Dios”, por lo que comprueba todas las cosas aplicando la regla de medir bíblica. (1Jn 4:1; Hch 17:11, 12.) El amor genera confianza en los hermanos cristianos fieles; un cristiano no sospecharía o dudaría de ellos a menos que existiera prueba incontestable de que están en un error. (2Co 2:3; Gál 5:10; Flm 21.)
“Todas las espera.” El amor cifra su esperanza en todas las promesas de Jehová. (Ro 12:12; Heb 3:6.) Prosigue su trabajo mientras espera con paciencia que Jehová lo haga fructificar y crecer. (1Co 3:7.) La persona amorosa desea que sus hermanos cristianos salgan airosos de cualquier circunstancia por la que atraviesen, aun en el caso de aquellos que tal vez estén débiles en su fe. Reconocerá que si Jehová es paciente incluso con estos, él debe adoptar la misma actitud. (2Pe 3:15.) Continúa proporcionando ayuda a aquellos a quienes enseña la verdad, con la esperanza de que el espíritu de Dios los mueva a servirle a Él.
“Todas las aguanta.” Se requiere amor de los cristianos para que permanezcan íntegros a Jehová Dios. Sin importar lo que el Diablo haga con el fin de poner a prueba la firmeza de la devoción y fidelidad cristianas a Dios, el amor aguantará de tal modo que ayudará al cristiano a permanecer leal a Él. (Ro 5:3-5; Mt 10:22.)
“El amor nunca falla.” Nunca terminará ni dejará de existir. Tal vez un nuevo conocimiento y entendimiento modifique nuestro punto de vista sobre lo que en un tiempo creímos, o quizás cifremos nuestra esperanza en nuevos objetivos al irse materializando las cosas esperadas, pero el amor permanece inalterable y se hace cada vez más fuerte. (1Co 13:8-13.)
“Tiempo de amar.” El amor solo se retiene de aquellos a quienes Jehová señala como indignos de ser amados, o de los que están resueltos a seguir en un proceder de maldad. De otro modo, ha de hacerse extensivo a todas las personas, mientras estas no demuestren odiar a Dios. Tanto Jehová Dios como Jesucristo aman la justicia y odian el desafuero. (Sl 45:7; Heb 1:9.) No se debe mostrar amor a los que odian intensamente al Dios verdadero. De hecho, no se conseguiría nada aunque se les siguiera mostrando amor, pues los que odian a Dios no responderán a su amor. (Sl 139:21, 22; Isa 26:10.) Por lo tanto, Dios merecidamente los odia y tiene un tiempo para tomar acción contra ellos. (Sl 21:8, 9; Ec 3:1, 8.)
Cosas que no se deben amar. El apóstol Juan escribe: “No estén amando ni al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él; porque todo lo que hay en el mundo —el deseo de la carne y el deseo de los ojos y la exhibición ostentosa del medio de vida de uno— no se origina del Padre, sino que se origina del mundo”. (1Jn 2:15, 16.) Después dice: “El mundo entero yace en el poder del inicuo”. (1Jn 5:19.) Por consiguiente, los que aman a Dios odian todo proceder inicuo. (Sl 101:3; 119:104, 128; Pr 8:13; 13:5.)
Si bien la Biblia muestra que los esposos y las esposas deberían amarse y que este amor incluye las relaciones conyugales (Pr 5:18, 19; 1Co 7:3-5), también indica que es impropia la práctica carnal —común al mundo— de tener relaciones sexuales con otra persona que no sea el cónyuge. (Pr 7:18, 19, 21-23.) Otra práctica común al mundo es el materialismo, el “amor al dinero” (fi·lar·gy·rí·a, literalmente: “cariño a la plata”, Int), que es raíz de toda suerte de cosas perjudiciales. (1Ti 6:10; Heb 13:5.)
Jesucristo advirtió del peligro de buscar la gloria del hombre. Denunció con severidad a los líderes religiosos hipócritas judíos, a quienes les gustaba orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de los caminos anchos para que los vieran, y también les gustaban los lugares más prominentes en las cenas y los asientos delanteros en las sinagogas. Entonces dijo que ya habían recibido su galardón completo, el que amaban y deseaban, es decir, el honor y la gloria de los hombres; por lo tanto, no merecían ninguna recompensa por parte de Dios. (Mt 6:5; 23:2, 5-7; Lu 11:43.) El registro dice: “Hasta de los gobernantes muchos realmente pusieron fe en él [Jesús], pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga; porque amaban la gloria de los hombres más que la misma gloria de Dios”. (Jn 12:42, 43; 5:44.)
Al hablar a sus discípulos, dijo: “El que tiene afecto [fi·lṓn] a su alma la destruye, pero el que odia su alma en este mundo la resguardará para vida eterna”. (Jn 12:23-25.) El que prefiere proteger su vida actual y no está dispuesto a sacrificarla como seguidor de Cristo perderá la vida eterna, pero el que considera la vida en este mundo como algo secundario y ama a Jehová y a Cristo, así como la justicia de ellos, por encima de todo lo demás, recibirá la vida eterna.
Dios odia a los mentirosos porque no aman la verdad. La visión del apóstol Juan dice al respecto: “Afuera [de la santa ciudad, la Nueva Jerusalén] están los perros y los que practican espiritismo y los fornicadores y los asesinos y los idólatras y todo aquel a quien le gusta [fi·lṓn] la mentira y se ocupa en ella”. (Rev 22:15; 2Te 2:10-12.)
El amor de la persona puede llegar a enfriarse. Cuando Jesucristo habló con sus discípulos sobre los acontecimientos que habrían de ocurrir en el futuro, les dijo que se enfriaría el amor (a·gá·pē) de muchos que profesarían ser cristianos. (Mt 24:3, 12.) El apóstol Pablo también indicó que una característica de los tiempos críticos que habrían de venir sería el que muchos llegarían a ser “amadores del dinero”. (2Ti 3:1, 2.) En consecuencia, está claro que una persona puede alejarse de los principios rectos que ha defendido y hasta desvanecérsele el amor genuino que en un tiempo tuvo. Este hecho recalca la importancia de ejercer y acrecentar continuamente el amor meditando en la Palabra de Dios y amoldando la vida a Sus principios. (Ef 4:15, 22-24.)