VIDA
Estado de actividad. Existencia animada de un ser o duración de esa existencia. Las formas de vida terrestres por lo general poseen la facultad de crecer, metabolizar, responder a estímulos externos y reproducirse. La palabra hebrea de la que se traduce vida en las Escrituras es jai·yím, y la griega, zō·ḗ. También se utiliza el término hebreo né·fesch y el griego psy·kjḗ —ambos significan “alma”— para hacer referencia a la vida, no en sentido abstracto, sino a la vida como persona o animal. (Compárese el uso que se les da a las palabras “alma” y “vida” en Job 10:1; Sl 66:9; Pr 3:22.) La vegetación tiene vida en el sentido de que posee la facultad de crecer, reproducirse y adaptarse, pero no tiene vida como alma. En lo que respecta a la creación inteligente, la vida en el sentido pleno equivale a existencia en estado perfecto y el derecho a disfrutarla.
Jehová Dios es la fuente. La vida siempre ha existido porque Jehová Dios es el Dios vivo, la Fuente de la vida, y su existencia no tiene ni principio ni fin. (Jer 10:10; Da 6:20, 26; Jn 6:57; 2Co 3:3; 6:16; 1Te 1:9; 1Ti 1:17; Sl 36:9; Jer 17:13.) Dio vida a la primera de sus creaciones, la Palabra, su Hijo unigénito. (Jn 1:1-3; Col 1:15.) Por medio de este Hijo, creó otros hijos angélicos. (Job 38:4-7; Col 1:16, 17.) Más tarde llegó a existir el universo físico (Gé 1:1, 2), y en el tercero de los “días” creativos de la Tierra aparecieron las primeras formas de vida física: la hierba, la vegetación y los árboles frutales. En el quinto día creó las primeras almas vivientes: los animales marinos y las criaturas voladoras aladas. En el sexto día llegaron a existir los animales terrestres y, finalmente, el hombre. (Gé 1:11-13, 20-23, 24-31; Hch 17:25; véanse CREACIÓN; DÍA.)
Por consiguiente, la aparición de la vida en la Tierra no tuvo que esperar a que se produjera una combinación fortuita de elementos químicos en ciertas condiciones idóneas. Tal cosa no se ha observado jamás y, de hecho, es imposible. La vida en la Tierra vino a la existencia como resultado de un mandato directo de Jehová Dios, la Fuente de la vida, y por la acción directa de su Hijo al llevar a cabo ese mandato. Solo la vida puede engendrar vida. El relato bíblico dice en todos los casos que lo creado produjo prole a su semejanza o “según su género”. (Gé 1:12, 21, 25; 5:3.) Los científicos se han dado cuenta de que verdaderamente existen marcadas divisiones entre los diferentes “géneros”, y, además de la cuestión de su origen, este ha sido el principal obstáculo a su teoría de la evolución. (Véase GÉNERO.)
Fuerza de vida y aliento. En las criaturas terrestres o “almas” se conjugan la fuerza activa de vida, o “espíritu” que las anima, y el aliento que sustenta esa fuerza de vida. Tanto el espíritu (fuerza de vida) como el aliento son dones de Dios; Él puede destruir la vida quitando cualquiera de estas dos cosas. (Sl 104:29; Isa 42:5.) En el tiempo del Diluvio, los animales y los humanos se ahogaron; su aliento cesó y la fuerza de vida se extinguió. “Todo lo que tenía activo en sus narices el aliento de la fuerza de vida [literalmente, “todo en lo que [había] el aliento de la fuerza activa (espíritu) de vida en sus narices”], a saber, cuanto había en el suelo seco, murió.” (Gé 7:22, nota; compárese con ATI, BAS, CI, CJ, DK, Mod, SA, Val; véase ESPÍRITU.)
Organismo. Todo lo que tiene vida, sea espiritual o carnal, posee un organismo o cuerpo. La vida en sí misma es impersonal e incorpórea, y simplemente constituye el principio vital. Al hablar de la clase de cuerpo con el que volverían las personas resucitadas, el apóstol Pablo explica que en la creación hay diferentes clases de cuerpos, en función del ambiente para el que hayan sido creados. Dice en cuanto a los que viven en la Tierra: “No toda carne es la misma carne, sino que hay una de la humanidad, y hay otra carne del ganado, y otra carne de las aves, y otra de los peces”. También menciona que “hay cuerpos celestes, y cuerpos terrestres; mas la gloria de los cuerpos celestes es de una clase, y la de los cuerpos terrestres es de una clase diferente”. (1Co 15:39, 40.)
La Encyclopædia Britannica (edición de 1942, vol. 14, pág. 42) dice con respecto a la diferencia de la carne de los diversos cuerpos terrestres: “Otra característica es la individualidad química que se manifiesta en todas partes, pues cada tipo distinto de organismo parece tener alguna proteína propia y distintiva, y un ritmo o tasa de metabolismo que le caracteriza. Así que, considerando la cualidad general de la persistencia en el metabolismo continuo, hay tres hechos fundamentales: 1) la síntesis de proteínas que compensa la descomposición de las mismas, 2) la aparición de dichas proteínas en un estado coloidal y 3) su carácter específico entre los diferentes tipos”. (Bastardillas nuestras.)
La transmisión de la fuerza de vida. Jehová dio origen a la fuerza de vida de las primeras criaturas de cada “género” (por ejemplo: de la primera pareja humana), fuerza de vida que podría transmitirse después a la prole por medio de la reproducción. Tras la concepción, los mamíferos le aportan oxígeno y otros nutrientes a la criatura hasta el momento de su nacimiento, cuando esta ya empieza a respirar por sí misma, lactar y, finalmente, comer.
Cuando Dios creó a Adán, formó su cuerpo, que necesitaba tanto el espíritu (fuerza de vida) como la respiración para poder vivir y mantenerse vivo. En Génesis 2:7 se dice que Dios procedió a “soplar en sus narices el aliento [forma de nescha·máh] de vida, y el hombre vino a ser alma viviente”. La expresión “aliento de vida” debe referirse a algo más que el mero hecho de respirar. Dios puso en Adán el espíritu o germen de vida, así como el sistema respiratorio para sostenerla. Fue entonces cuando Adán se convirtió en persona viviente y pudo dar expresión a las características de su personalidad, como también demostrar mediante la facultad del habla y sus acciones que era superior a los animales, que era un “hijo de Dios”, hecho a Su imagen y semejanza. (Gé 1:27; Lu 3:38.)
La vida del hombre y de los animales depende de la fuerza de vida iniciada en el primer ejemplar de cada especie y de la función de la respiración, esencial para sostenerla. La ciencia biológica da testimonio de este hecho por la forma en la que algunas autoridades intentan clasificar las diversas facetas del proceso de morir: muerte clínica, que es el cese de las funciones del sistema circulatorio y respiratorio; muerte cerebral, que es el cese absoluto e irreversible de las funciones cerebrales; muerte somática, que consiste en la desaparición gradual y finalmente definitiva de las funciones vitales de todos los órganos y tejidos del cuerpo. Así que, aunque se haya producido el cese completo de la función respiratoria, cardiaca y cerebral, la fuerza de vida todavía subsiste por un tiempo en los tejidos del cuerpo.
Muerte y envejecimiento. Tanto la vida vegetal como animal son transitorias. Sin embargo, para los científicos subsiste un interrogante: ¿por qué envejece y muere el hombre?
Cierto sector de la ciencia supone que toda célula tiene una duración de vida determinada genéticamente. En apoyo de esta idea se remiten a experimentos realizados con células cultivadas artificialmente cuya mitosis se detuvo después de la quincuagésima división. No obstante, hay científicos que afirman que dichos experimentos no explican por qué envejece todo el organismo. Aun se barajan otras explicaciones, como, por ejemplo, la teoría de que el cerebro libera hormonas que desempeñan un importante papel en el proceso de envejecimiento y muerte. Sin embargo, el comentario del médico Roy L. Walford respecto a este tema pone de manifiesto la necesidad de ser cautos a la hora de mostrar preferencia por una u otra explicación. Walford dijo: “No debe alarmar, ni siquiera sorprender, el hecho de que pueda demostrarse que el paradigma de Hayflick [la teoría de que el envejecimiento es un factor genético intraconstruido en la célula] está errado o pueda reemplazarse por otro mejor, que en última instancia también podría ser falso. Toda teoría puede ser cierta en su momento” (Maximum Life Span, 1983, pág. 75).
Cuando se analizan los descubrimientos y conclusiones a las que llega la ciencia, se puede ver que la mayoría de los científicos no atribuyen el origen de la vida al Creador, y esperan descubrir por sus propios medios el secreto del envejecimiento y de la muerte con la intención de prolongar la esperanza de vida indefinidamente. Pasan por alto que fue el propio Creador quien sentenció a muerte a la primera pareja humana e hizo que esa sentencia se cumpliese de un modo que al hombre no le es posible comprender plenamente. De manera parecida, Dios reserva el premio de la vida eterna a todo aquel que ejerza fe en su Hijo. (Gé 2:16, 17; 3:16-19; Jn 3:16.)
Adán perdió la vida para sí mismo y para su prole. Cuando Dios creó a Adán, puso en el jardín de Edén el “árbol de la vida”. (Gé 2:9.) El fruto de este árbol no tenía ninguna cualidad intrínseca que impartiese vida; más bien, representaba la garantía de vivir “hasta tiempo indefinido” que Dios otorgaría a aquel que recibiese su permiso para comer del fruto. Como Dios colocó el árbol en el jardín con algún propósito, a Adán sin duda se le hubiese permitido comer de su fruto una vez que hubiera demostrado su fidelidad hasta un grado que Dios considerara satisfactorio y suficiente. Después que Adán transgredió, se le impidió comer del árbol. Jehová dijo: “Ahora, para que no alargue la mano y efectivamente tome fruto también del árbol de la vida y coma y viva hasta tiempo indefinido...”. Seguidamente hizo valer su palabra; no permitiría que alguien indigno de la vida viviese en el jardín que había sido creado para personas justas y comiese del árbol de la vida. (Gé 3:22, 23.)
Adán, que había disfrutado de vida perfecta —cuya continuidad estaba condicionada a su obediencia a Jehová (Gé 2:17; Dt 32:4)—, experimentó entonces la operación del pecado y su fruto: la muerte. Sin embargo, seguía teniendo gran energía vital. Incluso en su triste situación, aislado de Dios y de la verdadera espiritualidad, vivió novecientos treinta años antes de que lo abatiese la muerte. Mientras tanto, pudo transmitir a sus descendientes una medida de vida, no su plenitud, que permitió a muchos de ellos vivir de setecientos a novecientos años. (Gé 5:3-32.) Santiago, el medio hermano de Jesús, explica el proceso que se dio en Adán: “Cada uno es probado al ser provocado y cautivado por su propio deseo. Entonces el deseo, cuando se ha hecho fecundo, da a luz el pecado; a su vez, el pecado, cuando se ha realizado, produce la muerte”. (Snt 1:14, 15.)
Lo que el hombre necesita para vivir. La inmensa mayoría de los investigadores científicos no solo pasan por alto la razón por la que muere la humanidad, sino, lo que es más importante, desconoce cuál es el requisito principal para alcanzar la vida eterna. Si bien es necesario que el cuerpo humano se alimente con regularidad, respire, beba y coma, hay algo mucho más importante para la conservación de la vida. Jehová hizo referencia a esto en su Palabra al decir: “No solo de pan vive el hombre, sino que de toda expresión de la boca de Jehová vive el hombre”. (Dt 8:3.) Jesucristo repitió este mismo principio y dijo además: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y terminar su obra”. (Jn 4:34; Mt 4:4.) En otra ocasión dijo: “Así como me envió el Padre viviente y yo vivo a causa del Padre, así también el que se alimenta de mí, sí, ese mismo vivirá a causa de mí”. (Jn 6:57.)
Cuando Dios creó al hombre, lo hizo a su imagen, según su semejanza. (Gé 1:26, 27.) Como es natural, no a Su imagen y semejanza física, pues Dios es un espíritu y el hombre es de carne. (Gé 6:3; Jn 4:24.) Es decir, el hombre, a diferencia de los “animales irracionales” (2Pe 2:12), podía ejercer la facultad de la razón, tendría atributos como los de Dios: amor, sentido de justicia, sabiduría y poder. (Compárese con Col 3:10.) Podía entender el porqué de su existencia y lo que el Creador requería de él. Por consiguiente, a diferencia de los animales, tenía capacidad espiritual, podía expresar su aprecio por el Creador y adorarlo. Esta capacidad creó una necesidad en Adán: necesitaba algo más que alimento físico; necesitaba sustento espiritual. Y para poder disfrutar de bienestar mental y físico, tenía que ejercitar su espiritualidad.
De manera que no puede haber una continuidad indefinida de la vida independientemente de Jehová Dios y sus bendiciones espirituales. Jesús dijo sobre vivir para siempre: “Esto significa vida eterna, el que estén adquiriendo conocimiento de ti, el único Dios verdadero, y de aquel a quien tú enviaste, Jesucristo”. (Jn 17:3.)
Regeneración. Con el fin de que el hombre pueda recuperar la perfección corporal y la perspectiva de vivir para siempre, Jehová ha provisto la verdad, “la palabra de vida”. (Jn 17:17; Flp 2:16.) El seguir la verdad proporcionará un conocimiento de lo que Dios ha suministrado mediante Jesucristo, que se dio a sí mismo “en rescate en cambio por muchos”. (Mt 20:28.) Únicamente a través de esta medida se puede restablecer al hombre a la plenitud en sentido espiritual y físico. (Hch 4:12; 1Co 1:30; 15:23-26; 2Co 5:21; véase RESCATE.)
Por lo tanto, la regeneración a la vida viene por medio de Jesucristo. Se dice que él es “el último Adán [...] un espíritu dador de vida”. (1Co 15:45.) Se le llama proféticamente “Padre Eterno” (Isa 9:6), y se le identifica como el que “derramó su alma hasta la mismísima muerte” y que la ‘puso como ofrenda por la culpa’. Como tal “Padre”, puede regenerar a la humanidad, dando así vida a los que son obedientes y ejercen fe en la ofrenda de su alma. (Isa 53:10-12.)
La esperanza de los hombres de tiempos antiguos. Los fieles de la antigüedad tenían la esperanza de vivir. El apóstol Pablo hace notar este hecho. Se remonta al tiempo de la prole de Abrahán antes de que se diera la Ley y habla de sí mismo, un hebreo, como si estuviese vivo entonces, en el sentido de que era un descendiente en potencia de sus antepasados. Dice: “Yo estaba vivo en otro tiempo aparte de ley; mas cuando llegó el mandamiento, el pecado revivió, pero yo morí. Y el mandamiento que era para vida, este hallé que fue para muerte”. (Ro 7:9, 10; compárese con Heb 7:9, 10.) Hombres como Abel, Enoc, Noé y Abrahán esperaban en Dios. Creían en la “descendencia” o simiente que magullaría la cabeza de la serpiente, lo que significaría liberación (Gé 3:15; 22:16-18); esperaban que llegase el Reino de Dios, la “ciudad que tiene fundamentos verdaderos”, y creían en una resurrección de los muertos. (Heb 11:10, 16, 35.)
Jehová dijo cuando dio la Ley: “Tienen que guardar mis estatutos y mis decisiones judiciales, los cuales, si el hombre los hace, entonces tendrá que vivir por medio de ellos”. (Le 18:5.) Seguramente, cuando los israelitas recibieron la Ley, la aceptaron como una vía que abría ante ellos la esperanza de la vida. La Ley era ‘santa y justa’, y todo aquel que pudiese cumplir a plenitud sus normas quedaría marcado como persona absolutamente justa. (Ro 7:12.) No obstante, en lugar de dar vida, puso de manifiesto la condición imperfecta y pecaminosa de los israelitas, así como de la humanidad en general. Además, la Ley condenaba a muerte a los judíos. (Gál 3:19; 1Ti 1:8-10.) Pablo dijo: “Cuando llegó el mandamiento, el pecado revivió, pero yo morí”. Por consiguiente, la Ley no podía dar vida.
El apóstol razona: “Si se hubiera dado una ley capaz de dar vida, la justicia realmente habría sido por medio de ley”. (Gál 3:21.) Entonces, como la Ley había condenado a los judíos, estos ya no solo eran pecadores como prole de Adán, sino que también estaban bajo una incapacidad adicional. Por esta razón Cristo murió en un madero de tormento. Pablo dijo: “Cristo, por compra, nos libró de la maldición de la Ley, llegando a ser una maldición en lugar de nosotros, porque está escrito: ‘Maldito es todo aquel que es colgado en un madero’”. (Gál 3:13.) Al remover este obstáculo (la maldición que se acarrearon los judíos por quebrantar la Ley), Jesucristo quitó de delante de los judíos la barrera que les impedía alcanzar la vida, dándoles así la oportunidad de conseguirla. De este modo, su rescate podía beneficiarles a ellos y también a otras personas.
La vida eterna: recompensa de Dios. En todo el registro bíblico se manifiesta que la esperanza de los siervos de Jehová ha sido la de recibir vida eterna de Su parte. Esta esperanza los ha animado a mantener fidelidad. No es una expectativa egoísta. El apóstol escribe: “Además, sin fe es imposible serle de buen agrado, porque el que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que llega a ser remunerador de los que le buscan solícitamente”. (Heb 11:6.) Dios es remunerador, y esa es una de las cualidades por las que merece la plena devoción de sus criaturas.
Inmortalidad, incorrupción, vida divina. La Biblia dice que Jehová es inmortal e incorruptible. (1Ti 1:17.) Su Hijo ha sido la primera criatura a la que Él ha concedido estos dones. Cuando el apóstol Pablo escribió a Timoteo, Cristo era el único que había recibido la inmortalidad. (1Ti 6:16.) No obstante, también se les ha prometido a los hermanos espirituales de Cristo. (Ro 2:7; 1Co 15:53, 54.) Ellos también llegan a ser partícipes de la “naturaleza divina”, partícipes con Cristo en su gloria. (2Pe 1:4.) Los ángeles son criaturas celestiales, pero no son inmortales, pues los que se volvieron demonios serán destruidos. (Mt 25:41; Lu 4:33, 34; Rev 20:10, 14; véanse INCORRUPCIÓN; INMORTALIDAD.)
Vida terrestre sin corrupción. ¿Con qué esperanza cuenta el resto de la humanidad que no recibe vida celestial? Jesús dijo: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que tenga vida eterna”. (Jn 3:16.) En la parábola de las ovejas y las cabras, las personas de las naciones que han sido juzgadas como ovejas y separadas a la diestra de Jesús parten “a la vida eterna”. (Mt 25:46.) Pablo habla de los “hijos de Dios” y “coherederos con Cristo”, y dice que “la expectación anhelante de la creación aguarda la revelación de los hijos de Dios”. Luego pasa a decir: “La creación misma también será libertada de la esclavitud a la corrupción y tendrá la gloriosa libertad de los hijos de Dios”. (Ro 8:14-23.) Cuando Adán fue creado como humano perfecto, era un “hijo de Dios”. (Lu 3:38.) La visión profética de Revelación 21:1-4 señala al tiempo en el que existirá “un nuevo cielo” y “una nueva tierra”, y promete que entonces “la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor”. Como esta no es una promesa para las criaturas celestiales, sino específicamente para “la humanidad”, da la garantía de que habrá una nueva sociedad humana terrestre que vivirá bajo el “nuevo cielo” y experimentará el restablecimiento de la mente y el cuerpo hasta tener salud completa y vida eterna como “hijos de Dios” terrestres.
En el mandato que Dios dio a Adán estaba implícito que Adán no moriría si obedecía. (Gé 2:17.) Lo mismo es cierto de la humanidad obediente; cuando su último enemigo, la muerte, sea reducida a la nada, no habrá en el cuerpo de la persona obediente ningún pecado que obre en él para ocasionarle la muerte. Vivirá hasta tiempo indefinido. (1Co 15:26.) La muerte será reducida a la nada al final del reinado de Cristo, que, según el libro de Revelación, durará mil años. En este libro se dice que los que serán reyes y sacerdotes con Cristo ‘llegarán a vivir, y reinarán con el Cristo por mil años’. “Los demás de los muertos”, que no llegarán a vivir ‘hasta que se terminen los mil años’, tienen que ser los que sigan con vida al fin de los mil años, pero antes de que Satanás sea liberado del abismo y traiga la prueba decisiva para la humanidad. Al fin de los mil años, las personas de la Tierra habrán alcanzado la perfección humana y estarán en la misma condición en que se hallaban Adán y Eva antes de pecar. Entonces podrá decirse que verdaderamente tienen vida en perfección. Los que después pasen la prueba, cuando Satanás sea soltado por un corto período de tiempo, podrán disfrutar de esa condición de vida para siempre. (Rev 20:4-10.)
El camino a la vida. Jehová, la Fuente de la vida, ha revelado cuál es el camino de la vida por medio de su Palabra de verdad. El Señor Jesucristo “ha arrojado luz sobre la vida y la incorrupción mediante las buenas nuevas”. (2Ti 1:10.) Dijo a sus discípulos: “El espíritu es lo que es dador de vida; la carne no sirve para nada. Los dichos que yo les he hablado son espíritu y son vida”. Un poco después, preguntó a sus apóstoles si le iban a dejar como ya habían hecho otros. Pedro respondió: “Señor, ¿a quién nos iremos? Tú tienes dichos de vida eterna”. (Jn 6:63, 66-68.) El apóstol Juan llamó a Jesús “la palabra de la vida”, y dijo: “Por medio de él era vida”. (1Jn 1:1, 2; Jn 1:4.)
Las palabras de Jesús hacen patente que los esfuerzos humanos por prolongar la vida de manera indefinida son fútiles, al igual que las teorías de que ciertas dietas o regímenes traerán vida a la humanidad. Como máximo, pueden mejorar la salud temporalmente. El único camino a la vida es la obediencia a las buenas nuevas, es decir, a “la palabra de vida”. (Flp 2:16.) Para conseguir vida, la persona debe mantener su mente fija “en las cosas de arriba, no en las cosas sobre la tierra”. (Col 3:1, 2.) Jesús dijo a sus oyentes: “El que oye mi palabra y cree al que me envió tiene vida eterna, y no entra en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida”. (Jn 5:24; 6:40.) Ya no son pecadores condenados que están en el camino de la muerte. El apóstol Pablo escribió: “Por lo tanto, no tienen condenación los que están en unión con Cristo Jesús. Porque la ley de ese espíritu que da vida en unión con Cristo Jesús te ha libertado de la ley del pecado y de la muerte”. (Ro 8:1, 2.) Juan dice que un cristiano sabe que ha “pasado de muerte a vida” si ama a sus hermanos. (1Jn 3:14.)
El que busca la vida debe seguir a Cristo, pues “no hay otro nombre debajo del cielo que se haya dado entre los hombres mediante el cual tengamos que ser salvos”. (Hch 4:12.) Jesús mostró que hay que tener conciencia de la necesidad espiritual y tener hambre y sed de justicia. (Mt 5:3, 6.) No solo debe oír las buenas nuevas, sino que también ha de ejercer fe en Jesucristo e invocar el nombre de Jehová por medio de él. (Ro 10:13-15.) Siguiendo el ejemplo de Jesús, tal persona debe bautizarse en agua. (Mt 3:13-15; Ef 4:5.) Luego tiene que seguir buscando el Reino y la justicia de Jehová. (Mt 6:33.)
Ha de salvaguardarse el corazón. La persona que se hace discípulo de Jesucristo debe mantenerse en el camino de la vida. De hecho, se le advierte: “El que piensa que está en pie, cuídese de no caer”. (1Co 10:12.) Además, se le aconseja: “Más que todo lo demás que ha de guardarse, salvaguarda tu corazón, porque procedentes de él son las fuentes de la vida”. (Pr 4:23.) Jesús explicó que del corazón emanan razonamientos inicuos, adulterios, asesinatos y otras malas inclinaciones, tendencias que podrían culminar en muerte. (Mt 15:19, 20.) La persona puede salvaguardarse de esa clase de razonamientos si procura llenar el corazón con alimento espiritual vivificante —la verdad de la Fuente pura de la vida— y así protegerlo de una inclinación impropia que podría resultar en que se apartase del camino de la vida. (Ro 8:6; véase CORAZÓN.)
Salvaguardar la vida protegiendo el corazón incluye tener la lengua controlada, pues “muerte y vida están en el poder de la lengua, y el que la ama comerá su fruto”. (Pr 18:21.) Jesús dio la explicación al decir: “Las cosas que proceden de la boca salen del corazón, y esas cosas contaminan al hombre”. (Mt 15:18; Snt 3:5-10.) No obstante, el que da buen uso a la lengua, para alabar a Dios y hablar sobre cosas constructivas, podrá mantenerse en el camino de la vida. (Sl 34:12-14; 63:3; Pr 15:4.)
La vida presente. El rey Salomón probó todo lo que esta vida le podía ofrecer en cuanto a riquezas, casas, jardines y otros placeres, y tras ello llegó a la conclusión: “Odié la vida, porque el trabajo que se ha hecho bajo el sol era calamitoso desde mi punto de vista, porque todo era vanidad y un esforzarse tras viento”. (Ec 2:17.) Salomón no odió la vida en sí, pues es una ‘dádiva buena y don perfecto de arriba’. (Snt 1:17.) Lo que odió fue la vida calamitosa y vana que resulta de vivir como lo hace el mundo sujeto a futilidad. (Ro 8:20.) En la conclusión de su libro, dio la exhortación de temer al Dios verdadero y guardar sus mandamientos, que es el camino a la verdadera vida. (Ec 12:13, 14; 1Ti 6:19.) El apóstol Pablo dijo de sí mismo y de sus compañeros cristianos que si, después de su vigorosa predicación, en la que dieron testimonio acerca de Cristo y de la resurrección, ‘solo en esta vida habían esperado en Cristo, de todos los hombres eran los más dignos de lástima’. ¿Por qué? Porque habrían confiado en una esperanza falsa. “Sin embargo —continuó Pablo—, ahora Cristo ha sido levantado de entre los muertos.” “Por consiguiente, amados hermanos míos, háganse constantes, inmovibles, siempre teniendo mucho que hacer en la obra del Señor, sabiendo que su labor no es en vano en lo relacionado con el Señor.” (1Co 15:19, 20, 58.)
Árboles de la vida. Además de la referencia al árbol de la vida que hubo en Edén (Gé 2:9), del que ya se ha tratado anteriormente, la expresión “árbol[es] de la vida” aparece en varias ocasiones en las Escrituras, y siempre en un sentido figurado o simbólico. Se dice que la sabiduría es “árbol de vida a los que se asen de ella”, por cuanto les suministrará lo que necesitan —no solo para disfrutar de la vida presente, sino también de la vida eterna—, es decir, conocimiento de Dios, discernimiento y buen juicio para obedecer sus mandamientos. (Pr 3:18; 16:22.)
“El fruto del justo es un árbol de vida, y el que está ganando almas es sabio”, dice otro proverbio. (Pr 11:30.) El justo gana almas por su habla y ejemplo, es decir, que las personas que le escuchan consiguen alimento espiritual, se las conduce a servir a Dios y reciben la vida que Él provee. De manera similar, “la calma de la lengua es árbol de vida, pero el torcimiento en ella significa un quebrantamiento del espíritu”. (Pr 15:4.) El habla calmada de la persona sabia ayuda y reconforta el espíritu de los que le oyen, fomenta en ellos buenas cualidades y les ayuda a proseguir en el camino de la vida; pero la torcedura de la lengua es como un fruto podrido, trae problemas y desánimo, y daña a los que escuchan lo que dice.
Proverbios 13:12 dice: “La expectación pospuesta enferma el corazón, pero la cosa deseada es árbol de vida cuando sí viene”. El cumplimiento de un deseo que se ha esperado por mucho tiempo es fortalecedor y reconfortante, y renueva las energías.
El glorificado Jesucristo promete al cristiano que venza que le concederá comer del “árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios” (Rev 2:7), y en los últimos versículos del libro de Revelación leemos de nuevo: “Y si alguien quita algo de las palabras del rollo de esta profecía, Dios le quitará su porción de los árboles de la vida y de la santa ciudad, cosas de las cuales se ha escrito en este rollo”. (Rev 22:19.) En el contexto de estos dos pasajes bíblicos, Cristo Jesús está hablando a los que vencen, a aquellos que no ‘recibirán daño de la muerte segunda’ (Rev 2:11), a quienes se dará “autoridad sobre las naciones” (Rev 2:26), se hará una “columna en el templo de mi Dios” (Rev 3:12) y que se sentarán con Cristo en su trono celestial. (Rev 3:21.) Por lo tanto, el árbol o los árboles no pueden ser literales, pues los que venzan y coman de dichos árboles son participantes del llamamiento celestial (Heb 3:1) y tienen lugares reservados para ellos en el cielo. (Jn 14:2, 3; 2Pe 1:3, 4.) De modo que deben simbolizar lo que Dios ha suministrado para vida ininterrumpida, en este caso, la vida celestial e inmortal que se concede a los fieles como vencedores con Cristo.
En Revelación 22:1, 2 se habla de “árboles de vida” en un contexto diferente. Se muestra que las naciones comen las hojas de los árboles con propósitos curativos. Estas personas se encuentran a lo largo del río que fluye del templo-palacio de Dios, donde está su trono. Ese cuadro aparece después de verse establecer el nuevo cielo y la nueva tierra y oírse la declaración de que “la tienda de Dios está con la humanidad”. (Rev 21:1-3, 22, 24.) Este sería, pues, un simbolismo de las medidas curativas y sustentadoras de la vida para la humanidad a fin de que esta finalmente pueda vivir para siempre. Estas medidas proceden del trono real de Dios y del Cordero Jesucristo.
Se hacen varias referencias al “rollo de la vida” o al “libro” de Dios, en el que deben hallarse los nombres de todos aquellos que debido a su fe pueden esperar que se les conceda el premio de la vida, bien en el cielo o sobre la Tierra. Contiene los nombres de todos los siervos de Jehová “desde la fundación del mundo”, el mundo de la humanidad redimible. Parece ser que el nombre de Abel fue el primero en escribirse. (Rev 17:8; Mt 23:35; Lu 11:50, 51.)
¿Qué significa el que el nombre de una persona se escriba en el “libro” o “rollo de la vida” de Dios?
El que el nombre de una persona se escriba en “el libro de la vida” no significa que esa persona queda predestinada a la vida eterna. Para que su nombre permanezca escrito, la persona tiene que ser obediente. De ahí que Moisés rogara a Jehová a favor de Israel, diciendo: “Pero ahora si perdonas su pecado..., y si no, bórrame, por favor, de tu libro que has escrito”. Jehová respondió: “Al que haya pecado contra mí, lo borraré de mi libro”. (Éx 32:32, 33.) De modo que la lista habría de experimentar ciertos cambios debido a la desobediencia de algunos, por lo que sus nombres serían ‘borrados’ o ‘tachados’ del “libro”. (Rev 3:5.)
En la escena de juicio que aparece en Revelación 20:11-15 se ve que durante el reinado milenario de Cristo se abre “el rollo de la vida” para que se apunten nuevos nombres en él, y también se abren otros rollos que contienen instrucciones. Aquellos que vuelven a la vida gracias a la ‘resurrección de los injustos’ tendrán entonces la oportunidad de conseguir que sus nombres sean escritos en “el libro de la vida”, siempre y cuando cumplan obedientemente con las instrucciones que se hallan escritas en los rollos. (Hch 24:15.) Como cabe esperar, los siervos fieles de Dios que vuelvan en la ‘resurrección de los justos’ ya tendrán sus nombres escritos en “el rollo de la vida”. Su obediencia leal a las instrucciones divinas hará posible que sus nombres permanezcan escritos en él.
¿Cómo puede lograr una persona que su nombre sea inscrito permanentemente en “el libro de la vida”? Aquellos cuya esperanza es la vida celestial consiguen la inscripción permanente de sus nombres ‘venciendo’ al mundo mediante su fe y demostrando fidelidad “hasta la misma muerte”. (Rev 2:10; 3:5.) En cambio, quienes tienen esperanza de vivir sobre la Tierra deberán demostrar su lealtad a Jehová durante la prueba final y decisiva que tendrá lugar al fin del reinado milenario de Cristo. (Rev 20:7, 8.) Una vez conseguido, habrán logrado que Dios retenga sus nombres permanentemente en “el libro de la vida”, lo que significará que Jehová habrá reconocido que son justos en todo sentido y merecedores del derecho a la vida eterna sobre la Tierra. (Ro 8:33.)
‘El rollo del Cordero.’ “El rollo de la vida del Cordero” es un rollo aparte. Parece ser que solo contiene los nombres de los que acompañan al Cordero, Jesucristo, aquellos con quienes él comparte su gobierno del Reino, lo que incluye a los que aún están en la Tierra a la espera de su herencia celestial. (Rev 13:8; compárese con Rev 14:1, 4.) Se dice que los que tienen sus nombres en el ‘rollo del Cordero’ entran en la santa ciudad, la Nueva Jerusalén, y llegan a formar parte del Reino mesiánico celestial. (Rev 21:2, 22-27.) Sus nombres se hallan tanto en ‘el rollo del Cordero’ como en “el libro de la vida” de Dios. (Flp 4:3; Rev 3:5.)
El río de agua de vida. En la visión registrada en el libro de Revelación, Juan vio “un río de agua de vida, claro como el cristal, que fluía desde el trono de Dios y del Cordero” por en medio del camino ancho de la santa ciudad, la Nueva Jerusalén. (Rev 22:1, 2; 21:2.) El agua es esencial para la vida. El cumplimiento de la visión comienza durante “el día del Señor”, poco después del establecimiento del Reino de Dios. (Rev 1:10.) Es un tiempo en el que miembros de la novia todavía están en la tierra invitando personalmente a “cualquiera que tenga sed” a tomar gratis el agua de la vida. (Rev 22:17.) Después de la destrucción del sistema de cosas actual, el río continúa fluyendo, cada vez con más caudal, en el nuevo mundo. La visión muestra que a lo largo del río hay árboles que producen fruto y cuyas hojas son para la curación de las naciones. De modo que estas aguas vivificantes deben ser todo lo que Jehová ha proporcionado para la vida por medio del Cordero, Jesucristo, a favor de todos los que recibirán vida.
‘La humedad de la vida.’ En el Salmo 32:1-5, David muestra la felicidad que se experimenta cuando hay perdón, aunque también revela la angustia que se siente antes de confesar a Jehová las transgresiones y recibir Su perdón. Antes de su confesión mientras intentaba ocultar su error, al salmista le remordió la conciencia y dijo: “La humedad de mi vida se ha cambiado como en el calor seco del verano”. Le agotó intentar reprimir una conciencia culpable, y la angustia debilitó su vigor tal como un árbol puede perder su humedad vivificante durante una sequía o en el intenso calor seco del verano. Las palabras de David pueden indicar sufrimiento mental y físico, o, al menos, la pérdida de gozo en la vida por no haber confesado su pecado. El perdón y el alivio solo vendrían como resultado de confesar su pecado a Jehová. (Pr 28:13.)
“La bolsa de la vida.” Cuando Abigail suplicó a David que no se vengase de Nabal y de este modo le libró de incurrir en culpa de sangre, le dijo: “Cuando se levante un hombre para ir en seguimiento de ti y para buscar tu alma, el alma de mi señor ciertamente resultará estar envuelta en la bolsa de la vida con Jehová tu Dios; pero, en cuanto al alma de tus enemigos, la lanzará como de dentro del hueco de la honda”. (1Sa 25:29-33.) Tal como una persona envuelve algo valioso para protegerlo y conservarlo, la vida de David estaba en las manos del Dios vivo, quien lo salvaría de sus enemigos si esperaba en Él y no intentaba conseguir la salvación por sus propios medios. Por otra parte, Dios desecharía el alma de los enemigos de David.