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Parte 14—Se lleva la lucha a los tribunalesLa Atalaya 1956 | 15 de enero
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de 1935, Lillian y William Gobitis, hijos de Walter Gobitis, un testigo de Jehová, se negaron a saludar la bandera y fueron expulsados de la escuela pública de Minersville, Pensilvania.c La causa de ellos, hecha prominente en los tribunales federales, atrajo la atención de la nación entera, llegando a ser la causa clave para todo el país. La lucha siguió hasta la Corte Suprema en Wáshington. El abogado de setenta años J. F. Rútherford, presidente de la Sociedad Watch Tówer, estuvo personalmente ante la Corte Suprema de los Estados Unidos y presentó los argumentos a favor de los testigos de Jehová.d Mientras el poder judicial federal y de estado demoraba un lustro en llegar a su decisión final, los testigos de Jehová, a fin de dar educación a sus hijos, tuvieron que organizar escuelas particulares, conocidas como “Escuelas del Reino,” y proveer fondos para ellas. Estas escuelas particulares de internos funcionaron en Pensilvania, Massachusetts, Nueva Jersey, Maryland y Georgia.e Finalmente, el 3 de junio de 1940, la Corte Suprema de los Estados Unidos decidió 8 contra 1 en contra de los testigos de Jehová, dando la opinión de que quedaba con las juntas de educación, y no con los tribunales, el decidir cuáles reglas serían obligatorias para los niños en las escuelas.f Ésta era una pérdida mayor en la lucha por la libertad de adoración. Este golpe de derrota dió comienzo a una nueva ola de persecución amarga hasta el 14 de junio de 1943, cuando la Corte Suprema revocó su decisión. En cuanto a la reacción de la década de 1940, ésta se describirá en la parte que sigue.
(Continuará)
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Siguiendo tras mi propósito en la vidaLa Atalaya 1956 | 15 de enero
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Siguiendo tras mi propósito en la vida
Según lo relató Robert W. Kirk
ALLÁ en el otoño de 1938, mientras trabajaba en una fábrica, le dije a un amigo: “¿No va nunca usted a la iglesia?” Él, puesto que estaba en la verdad, me dió un breve testimonio, invitándome a su casa. Allí por primera vez aprendí la verdad. Mi madre también aceptó la verdad, y unos tres años más tarde abandonamos nuestro departamento hermoso y vendimos los muebles para que yo pudiera ser precursor. Después que compramos un autocasa yo ingresé en las filas de los precursores. ¡Cuán feliz estaba de ser precursor! A mis amigos yo solía anunciar orgullosamente: “¡Soy precursor ahora!” Pronto resolví que haría todo el esfuerzo necesario para permanecer de precursor, porque, aunque había renunciado a un buen empleo, ¡valía el sacrificio! Ahora yo realmente había comenzado a seguir tras mi propósito en la vida. ¡Maravilloso era mi gozo al poder servir a Jehová de tiempo cabal!
En 1944, en una convención en Pitsburgo, oí el aviso de que cualquiera que cumpliera ciertos requisitos y que quisiera ir a la Escuela de Galaad debería hablar con el hermano Knorr. Entonces llené la solicitud preliminar. ¡Qué gozo sentí cuando se me invitó a asistir a la próxima clase! La invitación decía que quizás no volvería a casa; de modo que vendí mi automóvil y otras cosas que yo consideré inadecuadas para llevar a
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