SETENTA SEMANAS
Período de tiempo profético referido en Daniel 9:24-27, durante el cual se reedificaría Jerusalén, aparecería el Mesías y luego sería cortado; después de este período, tanto la ciudad como el lugar santo serían desolados.
En el primer año de Darío, “el hijo de Asuero de la descendencia de los medos”, el profeta Daniel discernió de la profecía de Jeremías que estaba cerca el tiempo para la liberación de los judíos de Babilonia y su regreso a Jerusalén. Entonces oró a Jehová con ahínco en armonía con las palabras de Jeremías: “Y ustedes ciertamente me llamarán y vendrán y me orarán, y yo ciertamente les escucharé. Y ustedes realmente me buscarán y me hallarán, porque me buscarán con todo su corazón. Y yo mismo ciertamente me dejaré hallar por ustedes —es la expresión de Jehová—. [...] Y de veras los traeré de vuelta al lugar del cual los hice ir al destierro”. (Jer 29:10-14; Da 9:1-4.)
Mientras Daniel oraba, Jehová envió a su ángel Gabriel con una profecía que casi todos los comentaristas bíblicos aceptan como mesiánica, aunque hay muchas variaciones en su interpretación. Gabriel dijo:
“Hay setenta semanas que han sido determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para poner fin a la transgresión, y para acabar con el pecado, y para hacer expiación por el error, y para introducir la justicia para tiempos indefinidos, y para imprimir un sello sobre visión y profeta, y para ungir el Santo de los Santos. Y debes saber y tener la perspicacia de que desde la salida de la palabra de restaurar y reedificar a Jerusalén hasta Mesías el Caudillo, habrá siete semanas, también sesenta y dos semanas. Ella volverá y será realmente reedificada, con plaza pública y foso, pero en los aprietos de los tiempos. Y después de las sesenta y dos semanas Mesías será cortado, con nada para sí. Y a la ciudad y al lugar santo el pueblo de un caudillo que viene los arruinará. Y el fin del tal será por la inundación. Y hasta el fin habrá guerra; lo que está decidido es desolaciones. Y él tiene que mantener el pacto en vigor para los muchos por una semana; y a la mitad de la semana hará que cesen el sacrificio y la ofrenda de dádiva. Y sobre el ala de cosas repugnantes habrá el que cause desolación; y hasta un exterminio, la misma cosa que se ha decidido irá derramándose también sobre el que yace desolado.” (Da 9:24-27.)
Una profecía mesiánica. Está claro que esta profecía es una “joya” para la identificación del Mesías. Es de máxima importancia determinar el tiempo del comienzo de las setenta semanas, así como su duración. Si estas fuesen semanas literales de siete días cada una, o no se habría cumplido la profecía, lo cual es imposible (Isa 55:10, 11; Heb 6:18), o el Mesías vino hace más de veinticuatro siglos, en los días del Imperio persa, y no fue identificado. En este último caso, el gran número de requisitos especificados en la Biblia para el Mesías no se habrían satisfecho o cumplido. De manera que las setenta semanas deben simbolizar un espacio de tiempo mucho más largo. Ciertamente los acontecimientos mencionados en la profecía eran de tal naturaleza que no podían haber ocurrido en setenta semanas literales, es decir, poco más de un año y cuatro meses. La mayoría de los eruditos bíblicos concuerdan en que las “semanas” de la profecía son semanas de años. Algunas traducciones dicen “setenta semanas de años” (BR; EMN, nota; PIB, nota; TA); la Tanakh, una traducción inglesa de la Biblia publicada en 1985 por la Jewish Publication Society también da esta opción en una nota al pie de la página. (Véase Da 9:24, nota.)
¿Cuándo empezaron las “setenta semanas” proféticas?
Nehemías recibió el permiso del rey Artajerjes de Persia para reedificar el muro y la ciudad de Jerusalén en el mes de Nisán del vigésimo año de su reinado. (Ne 2:1, 5, 7, 8.) Nehemías al parecer utilizó un año que empezaba el mes de Tisri (septiembre-octubre), como el actual año judío civil, y terminaba el mes de Elul (agosto-septiembre) como el mes duodécimo. Se desconoce si lo hizo por iniciativa propia o si era la costumbre seguida en Persia para ciertos propósitos.
Puede que algunos objeten a lo antedicho y que se apoyen en Nehemías 7:73, donde dice que Israel se puso a morar en sus ciudades en el mes séptimo (contando el año de Nisán a Nisán). No obstante, Nehemías copió este dato del “libro del registro genealógico de los que subieron al principio” con Zorobabel, en 537 a. E.C. (Ne 7:5.) Nehemías vuelve a decir que en su día la fiesta de las cabañas se celebró en el séptimo mes. (Ne 8:9, 13-18.) No obstante, esto se debe a que el relato dice que hallaron el mandato de Jehová “escrito en la ley”, y esa ley decía en Levítico 23:39-43 que la fiesta de las cabañas tenía que celebrarse en el “séptimo mes” (es decir, del calendario sagrado, que iba de Nisán a Nisán).
No obstante, como prueba de que Nehemías pudo usar un calendario que iba de otoño a otoño en relación con ciertos acontecimientos, puede compararse Nehemías 1:1-3 con 2:1-8. En el primer pasaje se lee que recibió las malas noticias sobre el estado de Jerusalén en Kislev (tercer mes del calendario civil y noveno del sagrado) del año veinte de Artajerjes. En el segundo pasaje pide permiso al rey para ir a reedificar Jerusalén, y se le concede en el mes de Nisán (séptimo mes del calendario civil y primero del sagrado), pero aún en el año veinte de Artajerjes. De modo que es obvio que Nehemías no contó los años del reinado de Artajerjes de Nisán a Nisán.
Para fijar la fecha del año veinte de Artajerjes, tenemos que retroceder al final del reinado de su padre y predecesor, Jerjes, quien murió en la última parte del año 475 a. E.C. El año de ascenso de Artajerjes empezó, pues, en 475 a. E.C., y su primer año reinante debe contarse a partir de 474 a. E.C., como muestran otros datos históricos. Por lo tanto, el año veinte del reinado de Artajerjes correspondió a 455 a. E.C. (Véase PERSIA, PERSAS [Los reinados de Jerjes y Artajerjes].)
“La salida de la palabra.” La profecía dice que habría sesenta y nueve semanas de años “desde la salida de la palabra de restaurar y reedificar a Jerusalén hasta Mesías el Caudillo”. (Da 9:25.) La historia seglar en combinación con la bíblica muestran que Jesús fue a Juan para ser bautizado, y así convertirse en el Ungido o Mesías el Caudillo, a principios del otoño del año 29 E.C. (Véase JESUCRISTO [Cuándo nació y cuánto duró su ministerio].) Retrocediendo desde este punto de la historia, podemos determinar que las sesenta y nueve semanas de años empezaron en 455 a. E.C. En ese año tuvo lugar la significativa “salida de la palabra de restaurar y reedificar a Jerusalén”.
En Nisán (marzo-abril) del año veinte del reinado de Artajerjes (455 a. E.C.), Nehemías le pidió al rey: “Si tu siervo parece bueno ante ti, que me envíes a Judá, a la ciudad de las sepulturas de mis antepasados, para que la reedifique”. (Ne 2:1, 5.) El rey le dio permiso, y Nehemías realizó el largo viaje de Susa a Jerusalén. Alrededor del 4 de Ab (julio-agosto), después de hacer una inspección nocturna de los muros, Nehemías ordenó a los judíos: “Vengan y reedifiquemos el muro de Jerusalén, para que ya no continuemos siendo un oprobio”. (Ne 2:11-18.) De modo que Nehemías llevó a efecto aquel mismo año ‘la palabra que salió’ de la boca de Artajerjes para reedificar Jerusalén. Esto prueba claramente que las setenta semanas empezaron a contar a partir del año 455 a. E.C.
La reconstrucción de los muros terminó el día 25 de Elul (agosto-septiembre), solo cincuenta y dos días después de haber empezado la obra. (Ne 6:15.) Luego siguió la reedificación de la ciudad. En cuanto a las siete primeras “semanas” (cuarenta y nueve años), Nehemías, con la ayuda de Esdras, y después otros que posiblemente les sucedieron, trabajaron “en los aprietos de los tiempos”, con dificultades internas —entre los mismos judíos— y externas —procedentes de los samaritanos y de otras gentes—. (Da 9:25.) El libro de Malaquías, escrito después de 443 a. E.C., censura la mala situación en la que se hallaba entonces el sacerdocio judío. Se cree que el regreso de Nehemías a Jerusalén una vez que visitó a Artajerjes (compárese con Ne 5:14; 13:6, 7) se produjo después de esta fecha. La Biblia no revela exactamente cuánto tiempo continuó él personalmente edificando Jerusalén después del año 455 a. E.C. Sin embargo, la obra debió quedar prácticamente terminada en cuarenta y nueve años (siete semanas de años), y Jerusalén y su templo permanecieron hasta que llegó el Mesías. (Véase MALAQUÍAS, LIBRO DE [Cuándo se escribió].)
La llegada del Mesías después de ‘sesenta y nueve semanas’. En cuanto a las siguientes sesenta y dos “semanas” (Da 9:25), estas, como parte de las setenta y mencionadas en segundo lugar, continuarían a partir de la conclusión de las “siete semanas”. Por lo tanto, el tiempo que pasó “desde la salida de la palabra” para reconstruir Jerusalén hasta “Mesías el Caudillo” fue de siete más sesenta y dos “semanas”, es decir, sesenta y nueve “semanas” (cuatrocientos ochenta y tres años), que transcurrieron desde 455 a. E.C. hasta 29 E.C. Como se dijo antes, en el otoño de ese año, 29 E.C., Jesús fue bautizado en agua, fue ungido con espíritu santo y empezó su ministerio como “Mesías el Caudillo”. (Lu 3:1, 2, 21, 22.)
De modo que, con siglos de antelación, la profecía de Daniel señaló con precisión el año exacto de la llegada del Mesías. No se puede confirmar que los judíos del primer siglo hubieran calculado cuándo llegaría el Mesías basándose en la profecía de Daniel. Pero la Biblia informa que “el pueblo [estaba] en expectación, y todos razonando en sus corazones acerca de Juan: ‘¿Acaso será él el Cristo?’”. (Lu 3:15.) Aunque esperaban al Mesías, no podían determinar con exactitud ni el día, ni la semana, ni el mes de su llegada. Por ello se preguntaban si Juan era el Cristo, aunque este debió empezar su ministerio en la primavera de 29 E.C.
“Cortado” a la mitad de la semana. A continuación Gabriel le dijo a Daniel: “Después de las sesenta y dos semanas Mesías será cortado, con nada para sí”. (Da 9:26.) Algún tiempo después del final de las ‘siete más sesenta y dos semanas’, en realidad, unos tres años y medio después, Cristo fue cortado al morir en un madero de tormento, entregando todo lo que tenía como un rescate para la humanidad. (Isa 53:8.) Los hechos indican que Jesús empleó la primera mitad de la “semana” en efectuar su ministerio. En una ocasión, probablemente en el otoño del año 32 E.C., dio una ilustración en la que al parecer comparaba la nación judía a una higuera (compárese con Mt 17:15-20; 21:18, 19, 43) que no había producido fruto por “tres años”. El viñador le dijo al amo de la viña: “Amo, déjala también este año, hasta que cave alrededor de ella y le eche estiércol; y si entonces produce fruto en el futuro, bien está; pero si no, la cortarás”. (Lu 13:6-9.) Puede que aquí se haya referido al período de tiempo de su propio ministerio a aquella nación insensible, ministerio que hasta ese punto había durado unos tres años y que tenía que continuar durante parte de un cuarto año.
El pacto en vigor “por una semana”. Daniel 9:27 dice: “Y él tiene que mantener el pacto en vigor para los muchos por una semana [o siete años]; y a la mitad de la semana hará que cesen el sacrificio y la ofrenda de dádiva”. Este “pacto” no podría ser el pacto de la Ley, pues el sacrificio de Cristo, tres años y medio después de empezar la septuagésima “semana”, resultó en que Dios lo aboliese: “Ha quitado [el pacto de la Ley] del camino clavándolo al madero de tormento”. (Col 2:14.) También, “Cristo, por compra, nos libró de la maldición de la Ley [...]. El propósito fue que la bendición de Abrahán llegara a ser para las naciones por medio de Jesucristo”. (Gál 3:13, 14.) Por medio de Cristo, Dios extendió las bendiciones del pacto abrahámico a la prole natural de Abrahán, lo que excluyó a los gentiles hasta que estos recibieron el evangelio gracias a la predicación de Pedro a Cornelio, de nacionalidad italiana. (Hch 3:25, 26; 10:1-48.) La conversión de Cornelio y su casa ocurrió después de la conversión de Saulo de Tarso, la cual por lo general se cree que tuvo lugar alrededor del año 34 E.C.; después de esto la congregación disfrutó de un período de paz y edificación. (Hch 9:1-16, 31.) De modo que, al parecer, Cornelio entró en la congregación cristiana alrededor del otoño del año 36 E.C., el final de la septuagésima “semana”, cuatrocientos noventa años después de 455 a. E.C.
Se ‘hacen cesar’ el sacrificio y la ofrenda. La expresión ‘hacer que cesen’, usada con referencia al sacrificio y la ofrenda de dádiva, significa literalmente “hacer o causar que se sabatice, descanse o desista de trabajar”. El “sacrificio y la ofrenda de dádiva” que se ‘hicieron cesar’, según Daniel 9:27, no podrían ser el sacrificio de rescate de Jesús ni ningún sacrificio espiritual de sus seguidores. Tienen que referirse a los sacrificios y las ofrendas de dádiva que ofrecían los judíos en el templo de Jerusalén de acuerdo con la ley de Moisés.
La “mitad de la semana” sería a la mitad de los siete años, o después de tres años y medio de haber empezado esa “semana” de años. Como la septuagésima “semana” empezó en el otoño del año 29 E.C., cuando Jesús se bautizó y fue ungido para ser el Cristo, la mitad de esa semana (tres años y medio) llegaría hasta la primavera del año 33 E.C., es decir, hasta el tiempo de la Pascua (14 de Nisán) de aquel año. Este día parece haber sido el 1 de abril de 33 E.C., según el calendario gregoriano. (Véase CENA DEL SEÑOR [Cuándo se instituyó].) El apóstol Pablo nos dice que Jesús ‘vino para hacer la voluntad de Dios’, que era ‘eliminar lo primero [los sacrificios y las ofrendas según la Ley] para establecer lo segundo’. Hizo esto al ofrecer como sacrificio su propio cuerpo. (Heb 10:1-10.)
Aunque los sacerdotes judíos continuaron ofreciendo sacrificios en el templo de Jerusalén hasta su destrucción en el año 70 E.C., los sacrificios por el pecado cesaron en lo que respecta a tener aceptación y validez para Dios. Jesús dijo a Jerusalén justo antes de morir: “Su casa se les deja abandonada a ustedes”. (Mt 23:38.) Cristo “ofreció un solo sacrificio por los pecados perpetuamente [...]. Porque por una sola ofrenda de sacrificio él ha perfeccionado perpetuamente a los que están siendo santificados”. “Ahora bien, donde hay perdón de estos [de pecados y actos desaforados], ya no hay ofrenda por el pecado.” (Heb 10:12-14, 18.) El apóstol Pablo explica que la profecía de Jeremías hablaba de un nuevo pacto, por lo que el anterior (el pacto de la Ley) había quedado anticuado y estaba “próximo a desvanecerse”. (Heb 8:7-13.)
Se pone fin a la transgresión y al pecado. El cortamiento o muerte de Jesús, su resurrección y su presentación en el cielo resultaron en que se ‘pusiera fin a la transgresión, y se acabara con el pecado, e hiciera expiación por el error’. (Da 9:24.) El pacto de la Ley había expuesto y condenado a los judíos como pecadores, y les había acarreado la maldición por haberlo quebrantado. Pero donde ‘abundaba’ el pecado, expuesto o hecho evidente por la ley mosaica, la misericordia de Dios y su favor abundaba mucho más mediante su Mesías. (Ro 5:20.) Por medio del sacrificio del Mesías, pueden cancelarse la transgresión y el pecado de los pecadores arrepentidos, y se les puede eximir del castigo.
Se introduce la justicia eterna. El valor de la muerte de Cristo sobre el madero hizo posible la reconciliación de los creyentes arrepentidos. Se corrió una cubierta propiciatoria sobre sus pecados y se abrió el camino para que Dios los ‘declarara justos’. Tal justicia será eterna y proporcionará vida eterna a los que sean declarados justos. (Ro 3:21-25.)
Unción del Santo de los Santos. Se ungió a Jesús con espíritu santo cuando se bautizó y este descendió sobre él representado visiblemente en forma de paloma. Sin embargo, la unción del “Santo de los Santos” se refiere a algo más que a la unción del Mesías, porque esta expresión no se refiere a una persona. La expresión “el Santo de los Santos”, o “el Santísimo”, se utiliza para referirse al santuario de Jehová Dios. (Éx 26:33, 34; 1Re 6:16; 7:50.) Por lo tanto, la unción del “Santo de los Santos” mencionada en el libro de Daniel tiene que estar relacionada con la “tienda más grande y más perfecta no hecha de manos”, en la que entró Jesucristo como el gran Sumo Sacerdote “con su propia sangre”. (Da 9:24; Heb 9:11, 12.) Cuando Jesús presentó el valor de su sacrificio humano a su Padre, el cielo mismo tenía el aspecto de la realidad espiritual representada por el Santísimo del tabernáculo y del templo posterior. Así que la residencia celestial de Dios en realidad había sido ungida o apartada como “el Santo de los Santos” en el gran templo espiritual que llegó a existir cuando se ungió a Jesús con espíritu santo en el año 29 E.C. (Mt 3:16; Lu 4:18-21; Hch 10:37, 38; Heb 9:24.)
‘Imprimir un sello sobre visión y profeta.’ Toda esta obra realizada por el Mesías —su sacrificio, su resurrección, su presentación con el valor de su sacrificio ante el Padre celestial y las demás cosas que ocurrieron durante la septuagésima semana— ‘imprime un sello sobre visión y profeta’, mostrando que estos son verdaderos y procedentes de Dios. Los marca con el sello de respaldo divino, como procedentes de una fuente divina, y no del hombre imperfecto. Sella la visión como limitada al Mesías porque halla su cumplimiento en él y en la obra de Dios por medio de él. (Rev 19:10.) Su interpretación se halla en él, y no podemos esperar que se cumpla en nadie más. Ninguna otra cosa revelará su significado. (Da 9:24.)
Desolaciones para la ciudad y el lugar santo. Después de las setenta “semanas”, como resultado directo de que los judíos rechazaran a Cristo durante la septuagésima “semana”, se cumplieron los acontecimientos de las últimas partes de Daniel 9:26 y 27. La historia registra que Tito, el hijo del emperador Vespasiano de Roma, fue el caudillo de las fuerzas romanas que atacaron Jerusalén. Estos ejércitos en realidad entraron en Jerusalén y en el templo mismo como una inundación, y desolaron la ciudad y su templo. El que los ejércitos paganos se estacionaran en el lugar santo los convirtió en una “cosa repugnante”. (Mt 24:15.) Todos los intentos por impedir que Jerusalén llegara a su fin fracasaron, pues Dios había decretado: “Lo que está decidido es desolaciones”, y “hasta un exterminio, la misma cosa que se ha decidido irá derramándose también sobre el que yace desolado”.
Punto de vista judío. El texto masorético, que contiene una puntuación vocálica, se preparó en la segunda mitad del I milenio E.C. Seguramente debido a que no aceptaban a Jesús como el Mesías, los masoretas puntuaron el texto hebreo en Daniel 9:25 con un ʼath·náj, o “acento pausante”, después de “siete semanas”, de modo que separaron las “siete semanas” de las “sesenta y dos semanas”; por consiguiente, las sesenta y dos semanas de la profecía, a saber, cuatrocientos treinta y cuatro años, parecen aplicar al tiempo de la reconstrucción de la antigua Jerusalén. Por ello, algunas traducciones judías leen de manera semejante a la siguiente: “Sabe pues y ten en cuenta que desde que salga la orden para restaurar y reedificar a Jerusalén hasta la venida de un ungido, un príncipe, habrá siete semanas, [el acento pausante se representa aquí por una coma] y en sesenta y dos semanas será reconstruida con plaza, y foso, pero en tiempos difíciles” (MK).
El profesor E. B. Pusey hace la siguiente observación sobre el punto masorético en una nota a un discurso presentado en la universidad de Oxford: “Los judíos pusieron el acento pausante principal del versículo bajo שִׁבְעָה [siete], para separar los dos números, 7 y 62. Debieron hacer esto deshonestamente, למען המינים (como dice Rashi [un importante rabí judío de los siglos XI y XII E.C.], al rechazar exposiciones literales que favorecían a los cristianos), ‘por causa de los herejes’, i. e., los cristianos. Pues así dividida, la última cláusula solo podía significar ‘y durante sesenta y dos semanas las calles y los muros serán restaurados y reedificados’, es decir, que Jerusalén sería reedificada durante 434 años, lo cual no tendría sentido”. (Daniel the Prophet, 1885, pág. 190.)
En cuanto a Daniel 9:26 (MK), que lee en parte: “Y después de las sesenta y dos semanas será cortado un ungido y no será más”, los comentaristas judíos aplican las sesenta y dos semanas a un período que llega hasta la época macabea, y el término “ungido”, al rey Agripa II, que vivía cuando Jerusalén fue destruida en el año 70 E.C. Otros dicen que era un sumo sacerdote llamado Onías, al que Antíoco Epífanes depuso en 175 a. E.C. La aplicación de la profecía a cualquiera de estos dos hombres la desposeería de verdadera importancia, y la discrepancia cronológica de estos acontecimientos con respecto a las sesenta y dos semanas la haría completamente inexacta. (Véase Soncino Books of the Bible [comentario sobre Da 9:25, 26], edición de A. Cohen, Londres, 1951.)
Intentando justificar su punto de vista, los eruditos judíos dicen que las “siete semanas” no son siete veces siete, o cuarenta y nueve años, sino setenta años, aunque siguen contando las sesenta y dos semanas como siete veces sesenta y dos, es decir, cuatrocientos treinta y cuatro años. Aplican ese tiempo al período del exilio babilonio. Hacen de Ciro, Zorobabel o el sumo sacerdote Josué el “ungido” de este versículo (Da 9:25), mientras que consideran que el “ungido” de Daniel 9:26 es otra persona.
La mayoría de las versiones españolas no siguen la puntuación masorética en este versículo. O bien tienen la conjunción “y” o una coma después de la expresión “siete semanas”, o bien indican en la redacción que las sesenta y dos semanas siguen a las siete como parte de las setenta, sin dar a entender que las sesenta y dos semanas apliquen al tiempo de la reconstrucción de Jerusalén. (Véase Da 9:25 en BAS, BJ, BR, Mod, NM, TA, Val.) Una nota editorial de James Strong en el Commentary on the Holy Scriptures, de Lange (Da 9:25, nota, pág. 198), dice: “La única justificación de esta traducción, que separa los dos períodos de siete semanas y sesenta y dos semanas y considera la primera como el terminus ad quem del Príncipe Ungido, y la última como el tiempo de la reconstrucción, está en la puntuación masorética, que coloca el Athnaj [acento pausante] entre los dos [...], y esta traducción implica una construcción forzada del segundo período, que está sin preposición. Por lo tanto, es mejor y más sencillo adherirse a la Versión Autorizada, que sigue todas las traducciones más antiguas” (edición de P. Schaff, 1976).
Se han expuesto muchos otros puntos de vista, algunos mesiánicos y otros no, en cuanto al significado de esta profecía. Debe notarse a este respecto que el texto de la Septuaginta que aparece en la copia más antigua que existe tergiversa de manera importante el texto hebreo. Como explicó el profesor Pusey en su obra Daniel the Prophet (págs. 328, 329), el traductor falsificó los períodos de tiempo mencionados y también añadió, alteró y cambió el lugar de las palabras a fin de que la profecía apoyara la lucha macabea. Esta traducción, que obviamente está manipulada, se ha sustituido en la mayoría de las ediciones actuales de la Septuaginta por la de Teodoción (docto judío del siglo II E.C.) que se ajusta al texto hebreo.
Algunos intentan cambiar el orden de los períodos de la profecía, mientras que otros los yuxtaponen o niegan que tengan un cumplimiento temporal. Pero los que presentan tales puntos de vista enmarañan de tal modo la explicación, que llegan a conclusiones absurdas o niegan la inspiración y veracidad de la profecía. Sobre estos últimos puntos de vista, que crean más problemas de los que solucionan, el erudito supracitado, E. B. Pusey, observa: “Estos eran los problemas que la incredulidad no podía resolver; tenía que resolverlos a su manera, lo que hasta cierto grado era más fácil, pues no hay nada que sea imposible que la incredulidad crea, excepto lo que Dios revela” (pág. 206).