Aplíquese a la lectura
LOS animales no tienen la capacidad de hacer lo que usted está haciendo ahora: leer. Además, una sexta parte de la humanidad no ha adquirido esta destreza, en muchos casos por no haber tenido acceso a la educación. Por otro lado, un gran número de los que sí han aprendido a leer no acostumbran hacerlo. Sin embargo, la palabra escrita nos permite viajar a otros países, conocer a personas cuyas vidas nos enriquecen y adquirir conocimientos prácticos que nos ayudan a afrontar las inquietudes de la vida.
La calidad de la lectura repercute en el rendimiento escolar. En el mercado laboral puede influir en el tipo de empleo que se consiga y en la cantidad de horas que se tengan que trabajar para obtener el sustento. Las amas de casa que son buenas lectoras están más preparadas para cuidar a sus familias en los campos de la nutrición, higiene y prevención de enfermedades. De igual modo, las madres aficionadas a leer pueden ejercer una influencia muy positiva en el desarrollo intelectual de sus hijos.
Claro está, el mayor beneficio de la lectura es que nos permite ‘hallar el mismísimo conocimiento de Dios’ (Pro. 2:5). Tal capacidad incide en muchas facetas de nuestro servicio sagrado, como las reuniones de la congregación, en las que se leen las Escrituras y las publicaciones cristianas, o el ministerio del campo, donde la calidad de la lectura repercute directamente en la eficacia. Además, prepararse para estas actividades requiere leer. Por consiguiente, su crecimiento espiritual depende en gran medida de sus hábitos de lectura.
Aproveche la oportunidad
Algunas personas que aprenden los caminos divinos han tenido poco acceso a la educación, de modo que tal vez sea preciso enseñarles a leer a fin de acelerar su progreso espiritual. O quizá necesiten ayuda personal para adquirir más soltura. Donde las circunstancias lo requieren, las congregaciones procuran organizar clases de alfabetización basadas en el folleto Aplícate a la lectura y a la escritura, de las que ya se han beneficiado millares de alumnos. En vista de la importancia de leer bien, algunas congregaciones ponen en marcha cursos de perfeccionamiento, que se celebran de forma conjunta con la Escuela del Ministerio Teocrático. E incluso donde no se imparten tales cursos, todo estudiante puede mejorar si lee a diario en voz alta y no deja de asistir a la escuela y de participar en ella.
Lamentablemente, distracciones como las historietas y la televisión han relegado la palabra escrita a un lugar muy secundario en la vida de muchas personas. Las horas frente a la pantalla y la falta de práctica dificultan el dominio de la lectura y, además, limitan la capacidad de pensar, razonar y expresarse con claridad.
“El esclavo fiel y discreto” nos proporciona publicaciones que nos ayudan a entender la Biblia y que contienen todo un caudal de importantísima información espiritual (Mat. 24:45; 1 Cor. 2:12, 13). Además, nos mantienen al tanto de destacados acontecimientos mundiales y de lo que significan; amplían nuestros conocimientos sobre la naturaleza; nos preparan para afrontar las preocupaciones y, por encima de todo, nos enseñan a servir a Dios y obtener su aprobación. Tal lectura saludable promueve el crecimiento espiritual.
Claro está, la habilidad de leer bien no es una virtud en sí misma. Para que le beneficie, tiene que darle un uso apropiado. La lectura, al igual que la comida, debe seleccionarse con cuidado. ¿Por qué ingerir alimento sin valor nutritivo, o incluso tóxico? Del mismo modo, ¿por qué exponerse, aunque sea de vez en cuando, a información que podría corromper tanto su mente como su corazón? La lectura que escoja debe estar a la altura de los principios bíblicos. A la hora de decidir, tenga presentes pasajes como Eclesiastés 12:12, 13; Efesios 4:22-24; 5:3, 4; Filipenses 4:8; Colosenses 2:8; 1 Juan 2:15-17 ó 2 Juan 10.
Lea con un buen motivo
La importancia de una buena motivación se pone de relieve en un examen de los Evangelios. El que Mateo escribió, por ejemplo, nos muestra que Jesús formuló a los instruidos guías religiosos interrogantes tales como: “¿No han leído ustedes[?]” o “¿Nunca leyeron esto[?]”, antes de responder con las Escrituras a sus preguntas capciosas (Mat. 12:3, 5; 19:4; 21:16, 42; 22:31). De ello aprendemos que si leemos con una motivación impropia, podríamos extraer conclusiones erróneas o no comprender nada en absoluto. Los fariseos leían la Palabra de Dios porque pensaban que mediante ella conseguirían la vida eterna, pero, como señaló Jesús, tal recompensa no se otorga a quienes no aman a Dios ni aceptan Su medio de salvación (Juan 5:39-43). Aquellos hombres eran egoístas en sus pretensiones; por consiguiente, muchas de sus deducciones estaban equivocadas.
El motivo más puro para leer la Biblia es el amor a Jehová. Puesto que este sentimiento “se regocija con la verdad”, nos mueve a aprender cuál es la voluntad divina (1 Cor. 13:6). Incluso si en el pasado no nos gustaba leer, amar a Jehová con “toda [nuestra] mente” nos impulsará a utilizar al máximo nuestras facultades mentales para adquirir el conocimiento de Dios (Mat. 22:37). El amor despierta el interés, y el interés nos estimula a aprender.
Preste atención al ritmo
Leer y reconocer van de la mano. Ahora mismo, mientras lee, está reconociendo términos y recordando su significado. Pues bien, si amplía la zona de reconocimiento, aumentará la velocidad de la lectura. En vez de detenerse a mirar cada palabra, trate de ver varias de un golpe. Según vaya dominando esta técnica, entenderá con más claridad lo que lea.
No obstante, si se trata de información más profunda, mejorará su rendimiento siguiendo otro método. Con respecto a la lectura de las Escrituras, Jehová aconsejó a Josué: “Este libro de la ley no debe apartarse de tu boca, y día y noche tienes que leer en él en voz baja” (Jos. 1:8). Cuando reflexionamos, a menudo hablamos en susurros, por lo que el vocablo hebreo que se traduce por “leer [...] en voz baja” también se vierte ‘meditar’ (Sal. 63:6; 77:12; 143:5). Meditar es pensar con detenimiento, sin apresurarse. La lectura meditativa logra que la Palabra de Dios nos cale más hondo. La Biblia contiene información muy valiosa para quienes desean andar en las sendas de Jehová, pues en sus páginas hallamos profecías, consejos, proverbios, poesías, expresiones de juicio divino, aspectos del propósito del Creador y numerosas experiencias de la vida real. Es muy provechoso, por tanto, leer las Escrituras de tal forma que se graben en la mente y el corazón.
Aprenda a concentrarse
Introdúzcase en las escenas que describe la lectura. Trate de visualizar los personajes e implíquese emocionalmente en sus experiencias. No le resultará muy difícil hacerlo en relatos como el de David y Goliat, recogido en el capítulo 17 de 1 Samuel. Pero hasta los detalles de Éxodo y Levítico sobre la construcción del tabernáculo o la instauración del sacerdocio cobrarán vida si se hace una imagen mental de las dimensiones y los materiales, o si imagina los olores del incienso, el grano al tostarse o los animales ofrecidos en holocausto. Piense en el temor reverente que debieron sentir quienes llevaron a cabo servicios sacerdotales (Luc. 1:8-10). Si sus sentidos y emociones entran de este modo en el cuadro, le resultará más fácil entender lo que lee y lo recordará mejor.
Por otra parte, tenga cuidado de no divagar. Aunque recorra el texto con la mirada, sus pensamientos pudieran hallarse en otro sitio. ¿Llegan hasta usted el sonido de la música o del televisor, o las voces de su familia? Si es posible, es mejor leer en un lugar tranquilo. Ahora bien, puede que la distracción no provenga del exterior, sino de usted mismo, quizá por haber tenido un día ajetreado. ¡Qué fácil es rememorar las actividades de la jornada! Claro está que repasarlas es bueno, pero evítelo mientras lee. Tal vez se concentre al principio y hasta comience con una oración a Dios, pero después su mente empieza a desviarse. Cuando esto ocurra, oblíguese a poner nuevamente toda su atención en la lectura, y verá cómo mejora poco a poco.
¿Qué hace cuando se encuentra con una palabra que no entiende? A veces, los términos poco conocidos se definen o explican en el propio texto, o quizá el contexto le permita deducir su significado. En caso contrario, deténgase a consultar un diccionario o ponga una marca para preguntar a alguien más tarde. De esta forma, ampliará su vocabulario y su comprensión de la lectura.
Lectura pública
Cuando el apóstol Pablo le dijo a Timoteo que continuara aplicándose a la lectura, se refería concretamente a la que se realiza en beneficio de otras personas (1 Tim. 4:13). La lectura pública eficaz entraña más que pronunciar palabras; también exige entender el significado de estas y de los pensamientos que expresan, pues solo así se logra la correcta transmisión de las ideas y emociones. Claro está que para ello se requiere preparación y práctica. De ahí la exhortación de Pablo: “Continúa aplicándote a la lectura pública”. La Escuela del Ministerio Teocrático le brindará una valiosa formación en este campo.
Aparte tiempo para leer
“Los planes del diligente propenden de seguro a ventaja, pero todo el que es apresurado se encamina de seguro a la carencia.” (Pro. 21:5.) Estas palabras son muy ciertas en lo que concierne al deseo de leer. Obtendrá “ventaja” si con diligencia hace planes para que otras actividades no desplacen a la lectura.
¿Cuándo lee usted? ¿Prefiere hacerlo por la mañana temprano, o se siente más despejado en otro momento de la jornada? Si invierte siquiera quince o veinte minutos diarios, se sorprenderá de cuánto puede abarcar. La clave es la constancia.
¿Por qué decidió Jehová que sus grandiosos propósitos se plasmaran en un libro? Para que los seres humanos pudieran consultar su Palabra escrita y así examinar las maravillosas obras divinas, contárselas a sus hijos y grabarlas en la memoria (Sal. 78:5-7). La intensidad con que nos aplicamos a leer la vivificante Palabra de Jehová es la mejor indicación del aprecio que sentimos por su generosidad al transmitirnos tales revelaciones.