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La familia frente a una enfermedad crónica¡Despertad! 2000 | 22 de mayo
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La familia frente a una enfermedad crónica
LA FAMILIA Du Toit manifiesta una felicidad contagiosa. Da gusto ver cuánto se quieren todos. A primera vista nadie diría que han sufrido graves dificultades.
Para empezar, a la hija primogénita de Braam y Ann, Michelle, le diagnosticaron con solo dos años un trastorno hereditario de carácter crónico que ocasiona astenia muscular debilitante.
“De buenas a primeras —explica Ann, la madre— hay que aprender a lidiar con una enfermedad crónica incapacitante, sabiendo que la vida de familia ya no será nunca igual.”
Después, cuando ya habían tenido otra hija y un niño, la desgracia volvió a abatirse sobre la familia. Cierto día, los tres pequeños salieron a jugar, y al rato entraron corriendo en casa las dos niñas, gritando: “¡Mamá, mamá! ¡Ven rápido! ¡A Neil le pasa algo!”.
Ann corrió hasta donde estaba su hijo de tres años y vio que la cabeza le colgaba hacia un lado, sin poder sostenerla erguida.
“Fue un susto espantoso —señala Ann—, y en aquel mismo instante comprendí con tristeza que mi hijo, tan sano como parecía, tendría que soportar el mismo mal que su hermana mayor.”
“La alegría de haber comenzado con una familia sana —explica Braam, el padre— se vio pronto empañada por algunos de los problemas más graves que hemos tenido que encarar.”
A pesar de recibir los mejores cuidados hospitalarios, Michelle terminó muriendo, con solo 14 años, a consecuencia de complicaciones de la afección, y Neil sigue luchando con esta.
Ante este caso y otros parecidos, surge la pregunta: ¿Cómo afrontan los Du Toit y otras familias en semejante situación las enfermedades crónicas de sus miembros? Para obtener la respuesta, veamos primero varios campos en los que dichos males afectan a las familias.
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Las enfermedades crónicas son asunto de familia¡Despertad! 2000 | 22 de mayo
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Las enfermedades crónicas son asunto de familia
¿QUÉ es una enfermedad crónica? En esencia, la que dura mucho tiempo. Como precisa una experta, se refiere a “la alteración en la salud que no se remedia con una intervención quirúrgica simple ni con un tratamiento médico breve”. Tanto este mal como los efectos que conlleva son muy penosos, no solo por la naturaleza del padecimiento y la terapia, sino por el hecho de tener que soportarlos durante un período sumamente largo.
Además, las consecuencias de tales afecciones rara vez se limitan al paciente. “La mayoría de los aquejados forman parte de una familia, y la conmoción y ansiedad que siente [el enfermo crónico] la comparten quienes están a su lado.” (Motor Neurone Disease—A Family Affair [La enfermedad de la neurona motora: asunto de familia].) Con esa opinión concuerda una madre cuya hija estuvo enferma de cáncer: “Afecta a todos los familiares, aunque no lo demuestren o no se percaten de ello”.
Claro, las derivaciones de la dolencia no son idénticas en todos los casos. Pero si los parientes entienden cuáles son las consecuencias generales, seguramente estarán mejor preparados para afrontar las dificultades peculiares de su situación. Además, si las personas ajenas al círculo familiar —compañeros de trabajo o de estudios, vecinos, amigos y otros— comprenden los estragos que acarrea el mal crónico, podrán brindar un mejor apoyo, más compasivo y significativo. Con esto presente, examinemos un aspecto de tales dolencias: sus repercusiones en la vida familiar.
Viaje por tierras extranjeras
La experiencia de los parientes que encaran padecimientos de este tipo podría asemejarse a una visita que hicieran a tierras extranjeras. Aunque observaran aspectos que les resultaran muy parecidos a los de su país, verían otros extraños o totalmente distintos. Cuando una enfermedad crónica se abate sobre un pariente, muchas características del modo de vida de la familia quedan iguales, pero otras cambian por completo.
Para empezar, la propia dolencia tal vez modifique el programa normal de actividades de la familia y obligue a cada integrante a adaptarse. Así lo reconoce Helen, de 14 años, cuya madre está aquejada de depresión crónica grave: “Cada día acomodamos nuestro horario a los quehaceres de mi madre, dependiendo de que le sea posible realizarlos o no”.
Hasta la terapia, que debería suponer un alivio, puede trastocar aún más las labores de la familia. Tomemos como ejemplo a Braam y Ann, de quienes hablamos en el artículo anterior. “El tratamiento de los niños exigió grandes cambios en nuestra vida cotidiana”, señala Braam. “Todos los días —explica Ann— íbamos y veníamos con ellos de casa al hospital. Además, el médico nos recomendó que les diéramos seis comidas ligeras a fin de compensar las carencias nutritivas ocasionadas por la enfermedad. Tuve que aprender nuevas formas de cocinar.” Pero más le costó conseguir que los niños realizaran los ejercicios indicados para fortalecerles los músculos. “Era una lucha diaria”, añade Ann.
Al irse adaptando a la incomodidad —y a veces al dolor— que le ocasionan la terapia y los exámenes médicos, el paciente necesita cada vez más que los familiares le den ayuda práctica y apoyo emocional. De ahí que estos no solo tengan que aprender nuevas técnicas de cuidado físico, sino modificar sus actitudes, emociones, estilos de vida y horarios.
No es difícil entender que, ante todas estas exigencias, el aguante de los seres queridos se vea sometido a una presión cada vez mayor. Una madre que ingresó a su hija en un hospital para que recibiera tratamiento contra el cáncer dice que a veces “es más agotador de lo que cabe imaginar”.
En constante incertidumbre
“Los continuos altibajos de la enfermedad crónica ocasionan una amenazante sensación de incertidumbre”, indica la obra Coping With Chronic Illness—Overcoming Powerlessness (Cómo superar los sentimientos de impotencia al afrontar una enfermedad crónica). Justo cuando los familiares están adaptándose a un conjunto de circunstancias, es posible que se topen con cambios que quizás les dificulten más la situación. Puede que los síntomas sean erráticos o empeoren repentinamente, y que la terapia no surta el efecto previsto. Quizás el tratamiento requiera cambios periódicos o cause complicaciones inesperadas. Dado que el paciente necesita cada vez más la ayuda de sus agobiados familiares, es posible que afloren sin control emociones hasta entonces dominadas.
El curso impredecible de muchas dolencias y tratamientos suscita inevitablemente preguntas como: ¿Cuánto durará la enfermedad?, ¿cuánto empeorará?, ¿cuánto más podremos soportar esta situación? Las enfermedades terminales suelen plantear la última incertidumbre: “¿Cuánto tiempo pasará hasta que llegue la muerte?”.
La afección, las terapias, el agotamiento y la incertidumbre producen otra consecuencia inesperada.
Las repercusiones en la vida social
“Tuve que superar la aplastante sensación de estar aislada y enclaustrada —explica Kathleen, cuyo esposo padecía depresión crónica—. Y no había visos de cambio, pues nunca podíamos aceptar invitaciones ni relacionarnos con otros. Nuestra vida social terminó reducida a la mínima expresión.” Al igual que Kathleen, muchos acaban afrontando sentimientos de culpa por no ser hospitalarios y rechazar las invitaciones. ¿Qué lleva a tal situación?
La propia enfermedad (o los efectos secundarios del tratamiento) dificulta y hasta impide la participación en actos sociales. Es posible que la familia y el paciente crean que la afección conlleva un estigma social, o teman que incomode a la gente. El deprimido tal vez se sienta indigno de sus amistades, o sencillamente los familiares no tengan fuerzas para relacionarse. Por diversas razones, los males crónicos propician el aislamiento y la soledad de toda la familia.
Por otro lado, no todo el mundo sabe qué decir o hacer al hallarse frente a un discapacitado (véase el recuadro “Formas de apoyar a la familia”, en la pág. 11). “Cuando tu hijo es distinto a los demás, muchos se le quedan mirando o hablan sin pensar —dice Ann—. Lo cierto es que tú misma tiendes a responsabilizarte por la enfermedad, y lo que dice la gente solo te hace sentir más culpable.” Este comentario incide en otro problema que aflige con frecuencia a las familias.
Las emociones siembran el caos
“A la hora del diagnóstico, muchas familias reaccionan con aturdimiento, incredulidad y negación de la realidad —señala una investigadora—. Les resulta insoportable.” En efecto, constituye todo un golpe enterarse de que un ser querido padece un mal gravemente peligroso o debilitante. A los familiares quizás les parezca que se han desvanecido sus sueños y esperanzas, dejándolos con un futuro inseguro y con un intenso sentimiento de pérdida y tristeza.
Claro, puede que el diagnóstico alivie algo a los parientes del enfermo que lleva sufriendo por mucho tiempo síntomas inquietantes sin saberse la causa. Pero la familia no siempre reacciona así. Una madre sudafricana admite: “Me dolió tanto enterarme finalmente de cuál era el problema de nuestros hijos que, a decir verdad, hubiese sido mejor no haber escuchado el diagnóstico”.
El libro A Special Child in the Family—Living With Your Sick or Disabled Child (Un niño especial en la familia: la vida con un hijo enfermo o discapacitado) explica: “Es natural sumirse en un torbellino emocional [...] mientras nos ajustamos a la nueva realidad. A veces los sentimientos son tan abrumadores que nos invade el miedo a no ser capaces de afrontarlos”. La autora del libro, Diana Kimpton, madre de dos niños que sufrieron fibrosis quística, relata su caso: “Me aterraban mis propias emociones y necesitaba saber que era lógico sentirse tan mal”.
No es raro que los familiares vivan con miedo a lo desconocido, a la enfermedad, al tratamiento, al dolor y a la muerte. Es posible que los niños, en particular, tengan temores de los que no hablen, sobre todo si no reciben explicaciones lógicas de lo que ocurre.
También es muy frecuente la ira. “El paciente —explica la revista sudafricana TLC— suele emplear a los familiares como chivos expiatorios, desfogando en ellos la irritación.” Estos, a su vez, también se enojan: con los médicos, por no haber detectado antes el mal; con ellos mismos, por haber transmitido un defecto genético; con el enfermo, por no haberse cuidado; con Satanás, por haberles causado el sufrimiento, o hasta con Dios, por creerlo responsable de la dolencia. Otra reacción común es la culpa. “Casi todos los padres y hermanos de niños aquejados de cáncer se sienten culpables”, dice la obra Children With Cancer—A Comprehensive Reference Guide for Parents (Los niños con cáncer: guía completa para los padres).
A mayor o menor grado, este torbellino emocional suele desencadenar depresión. “Probablemente sea esta la reacción más habitual de todas —señala una investigadora—. Tengo un archivo repleto de cartas que así lo demuestran.”
Las familias pueden afrontar la situación
Mirándolo desde el lado positivo, muchas familias han visto que la situación no resultó tan difícil de sobrellevar como habían creído. “Los males que imaginamos son peores que la realidad”, afirma Diana Kimpton. Por experiencia propia ha descubierto que “el futuro rara vez es tan tenebroso como se piensa al comienzo”. Pueden estar seguros de que otras familias han sobrevivido al viaje por las tierras extranjeras de la enfermedad crónica, y ustedes también pueden lograrlo. Muchos han hallado alivio y esperanza en el simple hecho de saber que otras personas han conseguido afrontarla.
Como es lógico, los parientes quizás se pregunten: “Pero ¿cómo podemos afrontar la enfermedad crónica?”. El próximo artículo indica varios métodos que han empleado algunas familias.
[Comentario de la página 5]
Además de cuidar al paciente, los familiares deben modificar sus propias actitudes, emociones y modo de vida
[Comentario de la página 6]
Tanto el paciente como la familia afrontarán emociones intensas
[Comentario de la página 7]
No se desesperen. Otras familias han logrado afrontarlo, y ustedes también pueden
[Recuadro de la página 7]
Retos de la enfermedad crónica
• Informarse sobre la afección y la manera de sobrellevarla
• Adaptar el modo de vida y el programa personal de actividades
• Afrontar el cambio en las relaciones sociales
• Mantener la sensación de normalidad y control
• Reponerse de las pérdidas que acarrea la enfermedad
• Encarar las emociones conflictivas
• Conservar una actitud positiva
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Modos de afrontar en familia la enfermedad crónica¡Despertad! 2000 | 22 de mayo
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Modos de afrontar en familia la enfermedad crónica
CABRÍA definir el afrontamiento como “la capacidad de encarar y manejar eficazmente las tensiones a que nos vemos sometidos” (Taber’s Cyclopedic Medical Dictionary). Esto implica conllevar los problemas de los males crónicos de modo tal que mantengamos cierto control y serenidad. Ya que estas dolencias son asunto de familia, todos los miembros deben colaborar con cariño y lealtad a fin de sobrellevar bien la situación. Examinemos varias formas de lograrlo.
El valor del conocimiento
Aunque una incapacidad sea incurable, el conocimiento de cómo afrontarla puede minimizar su impacto mental y emocional. Ya lo indica un antiguo dicho: “El hombre de conocimiento está reforzando el poder” (Proverbios 24:5). ¿De qué medios disponen los parientes para informarse?
El primer paso es conseguir un médico comunicativo y servicial, dispuesto a explicarles todo con detalle a ellos y al enfermo. “Además de tener la debida formación —señala el libro A Special Child in the Family—, el doctor ideal toma en consideración a la familia entera.”
El siguiente paso consiste en formularle cuantas preguntas sean necesarias para entender la situación lo mejor posible. Debe recordarse que cuando uno habla con el médico es fácil olvidarse por nerviosismo de cuestiones que deseaba tratar. Por eso resulta útil llevarlas escritas. En particular, quizás se desee saber el posible curso de la enfermedad y el tratamiento, así como las medidas aconsejables (véase el recuadro “Preguntas que puede hacer la familia al médico”).
Algo esencial es informar bien a los hermanos del enfermo crónico infantil. “Desde los primeros días, explíqueles qué ocurre —recomienda una madre—. Es fácil que se sientan desplazados del círculo familiar si no entienden lo que sucede.”
Hay familias que han conseguido información útil —a menudo con explicaciones detalladas sobre la enfermedad en cuestión— investigando en bibliotecas, librerías o en Internet.
Mantener una buena calidad de vida
Es perfectamente natural que la familia desee que el paciente conserve una buena calidad de vida. Tomemos como ejemplo a Neil du Toit, de quien hablamos en el primer artículo. Aunque los efectos debilitantes de la enfermedad no dejan de frustrarle, dedica todos los meses unas setenta horas a su labor predilecta: hablar con los vecinos de su esperanza basada en las Escrituras. “También —dice— me resulta gratificante impartir instrucción bíblica en la congregación.”
La calidad de vida abarca asimismo la capacidad de amar y ser amado, de participar en actividades placenteras y de mantener la esperanza. Muchos pacientes desean disfrutar de la vida al grado que se lo permitan la dolencia y el tratamiento. El padre de una familia que lleva más de veinticinco años soportando esta situación explica: “Aunque nos encanta la vida al aire libre, no podemos realizar caminatas a causa de las limitaciones de mi hijo. Por eso nos adaptamos y vamos a lugares donde no haya que hacer grandes esfuerzos físicos”.
En efecto, un buen número de enfermos conservan aptitudes que, a mayor o menor grado, les permiten disfrutar de la vida. Las características de algunas dolencias no impiden que muchos sigan apreciando los sonidos e imágenes agradables. El enfermo necesita sentir que controla ciertos aspectos de su existencia. Cuanto más fuerte sea este sentimiento, más probable será que tenga una buena calidad de vida.
Cómo lidiar con las emociones difíciles
Parte esencial del afrontamiento es aprender a dominar las emociones negativas, entre ellas la ira. Al tiempo que admite motivos válidos para la irritación, la Biblia exhorta al lector a ser “tardo para la cólera” (Proverbios 14:29). ¿Por qué es sabio proceder así? Según una obra de consulta, porque la ira “puede consumirnos, amargarnos o hacernos decir algo que luego lamentemos”. Un solo arrebato pudiera ocasionar daños que tome mucho tiempo subsanar.
Las Escrituras recomiendan: “No se ponga el sol estando ustedes en estado provocado” (Efesios 4:26). Como es obvio, nos resulta del todo imposible demorar la puesta del sol. Pero sí podemos tomar medidas para superar con presteza la irritación y así detener el daño que esta nos causa tanto a nosotros como al prójimo. Además, probablemente se afrontará mejor la situación una vez recuperada la calma.
Todas las familias, sin excepción, experimentan altibajos en estas circunstancias. Muchos han visto que sobrellevan mejor las dificultades sincerándose con otros familiares o con alguna persona compasiva que sepa ponerse en su lugar. Así le ocurrió a Kathleen, quien primero atendió a su madre enferma de cáncer y luego a su esposo, aquejado de depresión crónica y más tarde de Alzheimer. Kathleen admite que se “sentía muy consolada y aliviada cuando conversaba con amigos comprensivos”. Rosemary, que cuidó de su madre dos años, concuerda con ella: “Hablar con una amiga muy franca me ayudó a no perder el equilibrio”.
Pero no se sorprenda si se le saltan las lágrimas en plena conversación. “El llanto es una válvula de escape de las tensiones y las penas, y ayuda a superar la pesadumbre”, señala el libro A Special Child in the Family.a
Cómo conservar el optimismo
“El ánimo del hombre lo sostiene en su enfermedad”, escribió el sabio rey Salomón (Proverbios 18:14, Nueva Reina-Valera). Los investigadores actuales indican que las expectativas del paciente —sean positivas o negativas— suelen influir en el resultado del tratamiento. Pero ¿cómo puede mantener el optimismo la familia ante una afección crónica?
Los familiares sobrellevan mejor el problema cuando se centran en todo lo que aún les es posible realizar, pero sin cerrar los ojos ante la realidad. “La situación nos puede volver totalmente pesimistas —señala un padre—, pero hay que comprender que todavía nos queda mucho. Tenemos la vida, la familia y los amigos.”
Aunque no debe tomarse la enfermedad crónica a la ligera, un buen sentido del humor contribuye a evitar el pesimismo. Sirva para ilustrar este punto la jovialidad de la familia Du Toit. Collette, la hermana más joven de Neil du Toit, explica lo siguiente: “Como hemos aprendido a afrontar diversas situaciones, podemos reírnos de cosas que nos ocurren que a otros pudieran parecerles terribles. Pero esta manera de actuar contribuye a paliar la tensión”. La Biblia nos garantiza que “un corazón que está gozoso hace bien como sanador” (Proverbios 17:22).
Importantísimos valores espirituales
Una de las claves de la salud espiritual del cristiano verdadero estriba en ‘dar a conocer sus peticiones a Dios por oración y ruego’. La Biblia promete este resultado: “La paz de Dios que supera a todo pensamiento guardará sus corazones y sus facultades mentales” (Filipenses 4:6, 7). Después de cuidar durante casi treinta años a dos hijos enfermos crónicos, una madre dice: “Hemos aprendido que Jehová sí ayuda a afrontar la situación. De verdad nos sustenta”.
Además, a muchos los fortalecen las promesas bíblicas de que habrá una Tierra paradisíaca exenta de dolores y sufrimientos (Revelación [Apocalipsis] 21:3, 4). “Las enfermedades crónicas que han afectado a nuestra familia —dice Braam— hacen que la promesa divina de que ‘el cojo trepará justamente como lo hace el ciervo, y la lengua del mudo clamará con alegría’ cobre más sentido para nosotros.” Como muchos más, los Du Toit anhelan que, ya en el Paraíso, llegue el día en que “ningún residente dirá: ‘Estoy enfermo’” (Isaías 33:24; 35:6).
¡Ánimo! Los dolores y sufrimientos que abruman a la humanidad forman parte del conjunto de pruebas de que se avecinan condiciones mejores (Lucas 21:7, 10, 11). Entretanto, muchos cuidadores y pacientes dan fe de que Jehová es, sin duda, “el Padre de tiernas misericordias y el Dios de todo consuelo, que nos consuela en toda nuestra tribulación” (2 Corintios 1:3, 4).
[Nota]
a El impacto emocional de la dolencia se trata con detalle en el reportaje “Cómo afrontar la tarea de cuidar a un pariente”, en ¡Despertad! del 8 de febrero de 1997, págs. 3-13.
[Ilustración y recuadro de la página 8]
Preguntas que puede hacer la familia al médico
• ¿Qué curso seguirá la enfermedad y qué resultado tendrá?
• ¿Cuáles serán los síntomas y cómo podrán controlarse?
• ¿Qué opciones terapéuticas existen?
• ¿Qué efectos secundarios, riesgos y beneficios ofrece cada tratamiento?
• ¿Qué acciones deben tomarse para mejorar la situación, y qué debe evitarse?
[Ilustración y recuadro de la página 11]
Formas de apoyar a la familia
Hay quienes se retraen de hacer visitas o de ofrecer ayuda porque no saben qué decir ni cómo comportarse en tales situaciones. Otros quizás tiendan a ser dominantes y, al imponer lo que consideran medidas útiles, agravan la presión que sufren los parientes del enfermo crónico. Así pues, ¿cómo puede usted, lector, apoyar a los familiares sin inmiscuirse en su vida privada?
Escuche con empatía. “Tiene que ser presto en cuanto a oír”, dice Santiago 1:19. En muestra de interés, escuche con atención y déjelos desahogarse si ellos desean hablar. Es más probable que quieran hacerlo si ven que usted ‘comparte sentimientos como compañero’ (1 Pedro 3:8). Tenga en cuenta, sin embargo, que no existen dos personas o dos familias que reaccionen igual ante los males crónicos. Por consiguiente, “no recomiende nada a menos que conozca a fondo la dolencia o la situación”, señala Kathleen, quien cuidó primero a su madre y luego a su esposo enfermo crónico (Proverbios 10:19). Recuerde que, aunque esté informado del asunto, el paciente y los familiares tienen el derecho de no pedirle consejo o no aceptárselo.
Ofrezca ayuda práctica. Al tiempo que comprende que la familia necesita intimidad, esté listo para colaborar cuando de veras lo necesiten (1 Corintios 10:24). Braam, al que se ha citado en todo el reportaje, dice: “El apoyo de los hermanos cristianos fue extraordinario. Por ejemplo, al exigir el estado crítico de Michelle que nos quedáramos a dormir en el hospital, nos acompañaron todas las noches entre cuatro y seis amigos. Nos ayudaban cuando hacía falta”. Ann, la esposa de Braam, agrega: “Fue un invierno muy crudo, así que durante dos semanas nos llevaron una sopa distinta cada día. Nos sustentaron con sopa caliente y mucho cariño”.
Ore con los familiares. A veces será poca o ninguna la ayuda práctica que pueda dar. Pero entre las medidas más alentadoras figuran repasar pensamientos edificantes tomados de las Escrituras o hacer una oración sincera con el enfermo y los familiares (Santiago 5:16). “Nunca subestime el poder que tienen las oraciones en favor del enfermo crónico y su familia que se realizan junto a ellos”, señala Nicolas (18 años), cuya madre sufre depresión crónica.
En efecto, el apoyo preciso ayuda mucho a los seres queridos a soportar las tensiones que generan tales enfermedades. Como bien dice la Biblia, “el amigo ama en cualquier ocasión, y un hermano nace para compartir la adversidad” (Proverbios 17:17, Levoratti-Trusso).
[Ilustración y recuadro de la página 12]
Ante una enfermedad terminal
Hay familias poco dispuestas a hablar de la pérdida inminente de un pariente enfermo terminal. Pero el libro Caring—How to Cope indica que “tener una idea de lo que cabe esperar y de lo que debe hacerse tal vez contribuya a atenuar el pánico”. Aunque los pasos variarán según las leyes y costumbres del lugar, los familiares pueden examinar las siguientes recomendaciones si atienden en casa al enfermo terminal.
Con antelación
1. Pregunten al médico qué situaciones podrían plantearse durante los últimos días y horas, y qué deben hacer si el fallecimiento ocurre de noche.
2. Elaboren una lista de las personas a las que conviene notificarles la muerte.
3. Analicen las opciones funerarias:
• ¿Qué desea el paciente?
• ¿Entierro o cremación? Comparen los precios y servicios de diversas funerarias.
• ¿Cuándo será el funeral? Den tiempo para organizar los viajes necesarios.
• ¿Quién dirigirá el funeral o el acto conmemorativo?
• ¿Dónde se celebrará?
4. Aunque el paciente se encuentre sedado, puede tener conciencia de lo que se habla y hace cerca de él. Por lo tanto, no digan en su presencia nada que no deseen que oiga. Tal vez quieran tranquilizarlo hablándole con calma y tomándolo de la mano.
Tras el fallecimiento
Formas en que uno puede ayudar a los dolientes:
1. Permita que se queden a solas con el difunto un tiempo prudencial para que vayan asimilando la pérdida.
2. Ore con ellos.
3. Cuando estén listos, quizás agradezcan que les ayude a dar los siguientes avisos:
• Al doctor, para que certifique la defunción y les entregue el acta correspondiente.
• A la funeraria, el depósito de cadáveres o el crematorio, para que se encarguen del difunto.
• A otros parientes y amigos. (Con tacto, pudiera decir algo así: “Llamo con referencia a [nombre del paciente]. Lamento comunicarle malas noticias. Como sabe, llevaba ya un tiempo luchando con [la enfermedad], y ha muerto a [hora y lugar]”.)
• A las oficinas de un periódico para colocar la esquela mortuoria (si así lo desea la familia).
4. Los parientes quizás quieran que alguien los acompañe a realizar los últimos trámites del funeral.
[Ilustración de la página 9]
Los familiares deben hacer cuanto puedan por mantener una buena calidad de vida
[Ilustración de la página 10]
Orar con los parientes puede ayudarles a afrontar la situación
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