ÉXODO
Nombre que recibe la liberación que experimentó la nación de Israel de la esclavitud a Egipto. Después de haber prometido a Abrahán que su descendencia heredaría la tierra, Jehová le dijo (a. 1933 a. E.C.) las siguientes palabras: “Puedes saber con seguridad que tu descendencia llegará a ser residente forastera en tierra ajena, y tendrá que servirles, y estos ciertamente la afligirán por cuatrocientos años. Pero a la nación que ellos servirán yo la voy a juzgar, y después de aquello saldrán con muchos bienes [...]. Pero a la cuarta generación ellos volverán acá, porque todavía no ha quedado completo el error de los amorreos”. (Gé 15:13-16.)
El comienzo del período de cuatrocientos años de aflicción debía esperar a que llegara la “descendencia” prometida. Abrahán aún no tenía hijos cuando, algún tiempo atrás, había visitado Egipto durante un período de hambre en Canaán y había tenido algunas dificultades con Faraón. (Gé 12:10-20.) No mucho después de la declaración de Dios sobre los cuatrocientos años de aflicción, cuando Abrahán contaba ochenta y seis años de edad (en 1932 a. E.C.), su esclava egipcia y concubina le dio un hijo, Ismael. Pero catorce años más tarde (1918 a. E.C.), su esposa libre, Sara, también le dio un hijo, Isaac, a quien Dios designó como aquel por medio de quien vendría la descendencia prometida. Sin embargo, todavía no había llegado el tiempo de Dios para dar a Abrahán o a su descendencia la tierra de Canaán, de modo que fueron, como se predijo, ‘residentes forasteros en una tierra que no era suya’. (Gé 16:15, 16; 21:2-5; Heb 11:13.)
Tiempo del éxodo. ¿Cuándo, por lo tanto, comenzaron y terminaron los cuatrocientos años de aflicción? La tradición judía los calcula a partir del nacimiento de Isaac. No obstante, en realidad la aflicción se manifestó por primera vez el día en que se destetó a Isaac. Por consiguiente, todo parece indicar que comenzó en 1913 a. E.C., cuando Isaac tenía cinco años e Ismael, diecinueve. Fue entonces cuando Ismael, ‘quien nació a la manera de la carne’, “se puso a perseguir al que nació a la manera del espíritu”. (Gál 4:29.) Ismael, que en parte tenía sangre egipcia, mostró celos y odio hacia Isaac, entonces un niño muy pequeño, y comenzó a ‘burlarse’ de él. Esto era algo más que una mera riña infantil. (Gé 21:9.) Otras versiones dicen que le “embromaba” (CI, BC [nota: con burlas de mala ley]). La aflicción de la descendencia de Abrahán continuó durante toda la vida de Isaac. A pesar de que Jehová lo bendijo en su vida como adulto, los cananeos lo persiguieron y se vio obligado a ir de lugar en lugar debido a las dificultades que estos le acarrearon. (Gé 26:19-24, 27.) Por último, cuando la vida del hijo de Isaac, Jacob, tocaba a su fin, la predicha “descendencia” entró en Egipto para residir allí. Con el tiempo, esta descendencia llegó a estar en esclavitud.
¿Mediante qué pruebas internas de la Biblia se puede fijar la fecha del éxodo de Israel de Egipto?
Por lo tanto, el período de cuatrocientos años de aflicción se extendió desde 1913 a. E.C. hasta 1513 a. E.C. Asimismo, fue un período de gracia o tolerancia divina para los cananeos, una de cuyas tribus principales eran los amorreos. Para cuando acabase este período, su error se habría completado. Entonces merecerían, sin ninguna duda, ser expulsados por completo de la tierra. El primer paso que Dios daría en este sentido sería volver su atención a su pueblo, que estaba en Egipto, liberándolo de la esclavitud y poniéndolo en camino a la Tierra Prometida. (Gé 15:13-16.)
El período de cuatrocientos treinta años. Otro modo de hacer el cálculo se basa en las palabras que se encuentran en Éxodo 12:40, 41: “Y la morada de los hijos de Israel, que habían morado en Egipto, fue de cuatrocientos treinta años. Y aconteció al cabo de los cuatrocientos treinta años, sí, aconteció en este mismo día, que todos los ejércitos de Jehová salieron de la tierra de Egipto”. La nota al pie de la página sobre Éxodo 12:40 dice concerniente a la expresión “que habían morado”: “En heb[reo] este verbo está en pl[ural]. El pronombre relativo ʼaschér, ‘que’, puede aplicar a los ‘hijos de Israel’ más bien que a la ‘morada’”. La Versión de los Setenta vierte el versículo 40 como sigue: “Pero la morada de los hijos de Israel que ellos moraron en la tierra de Egipto y en la tierra de Canaán [fue de] cuatrocientos treinta años”. El Pentateuco samaritano dice: “En la tierra de Canaán y en la tierra de Egipto”. Todas estas versiones dan a entender que el período de cuatrocientos treinta años no abarca solo el tiempo de la morada de los israelitas en Egipto.
El apóstol Pablo muestra que este período de cuatrocientos treinta años mencionado en Éxodo 12:40 comenzó cuando se dio validez al pacto abrahámico y finalizó con el éxodo. Pablo explica: “Además, digo esto: En cuanto al pacto [abrahámico] previamente validado por Dios, la Ley que vino a existir cuatrocientos treinta años después [en el mismo año del éxodo] no lo invalida, para así abolir la promesa [...]; mientras que Dios bondadosamente la ha dado a Abrahán mediante una promesa”. (Gál 3:16-18.)
Entonces, ¿cuánto tiempo pasó desde que se validó el pacto abrahámico hasta que los israelitas se mudaron a Egipto? Según Génesis 12:4, 5, Abrahán tenía setenta y cinco años cuando se marchó de Harán y cruzó el Éufrates camino de Canaán, momento en el que entró en vigor el pacto abrahámico, la promesa que se le había hecho con anterioridad en Ur de los caldeos. Las referencias genealógicas de Génesis 12:4; 21:5; 25:26, así como la declaración de Jacob en Génesis 47:9, permiten deducir que pasaron doscientos quince años desde que se dio validez al pacto abrahámico hasta que Jacob se mudó a Egipto con su familia. De modo que los israelitas en realidad vivieron en Egipto doscientos quince años (1728-1513 a. E.C.). Esta cifra armoniza con otros datos cronológicos.
Desde el éxodo hasta la edificación del templo. Otros dos datos cronológicos concuerdan con este punto de vista y vienen a corroborarlo. Salomón comenzó la edificación del templo en el cuarto año de su gobernación (1034 a. E.C.), que, según 1 Reyes 6:1, era “el año cuatrocientos ochenta” después del éxodo (1513 a. E.C.).
“Unos cuatrocientos cincuenta años.” El discurso de Pablo ante un auditorio de Antioquía de Pisidia, registrado en Hechos 13:17-20, es otra de las fuentes de información. En él se hace referencia a un período de “unos cuatrocientos cincuenta años”. El repaso que hace Pablo de la historia israelita comienza cuando Dios “escogió a nuestros antepasados”, es decir, cuando Isaac nació para ser la descendencia prometida (1918 a. E.C.). (El nacimiento de Isaac aclaró de forma definitiva a quién iba a reconocer Dios como la descendencia, algo que había estado en duda debido a la esterilidad de Sara.) Desde este punto de partida, Pablo pasa a referir los hechos de Dios en favor de su nación escogida, hasta el tiempo en que “les dio jueces hasta Samuel el profeta”. Por lo tanto, el período de “unos cuatrocientos cincuenta años” debió extenderse desde el nacimiento de Isaac, en 1918 a. E.C., hasta el año 1467 a. E.C., es decir, cuarenta y seis años después del éxodo de 1513 a. E.C. (Cuarenta de esos años los pasaron vagando por el desierto y seis, conquistando la tierra de Canaán.) (Dt 2:7; Nú 9:1; 13:1, 2, 6; Jos 14:6, 7, 10.) El total encaja con la cifra que da el apóstol, “unos cuatrocientos cincuenta años”. Así, estas dos referencias cronológicas apoyan 1513 a. E.C. como el año del éxodo, y ambas armonizan también con la cronología bíblica concerniente a los jueces y reyes de Israel. (Véase CRONOLOGÍA [Desde 1943 a. E.C. hasta el éxodo].)
Otros puntos de vista. Algunos críticos creen que las fechas de 1513 a. E.C. para el éxodo y, como consecuencia, 1473 a. E.C., cuarenta años después, para la invasión israelita de Canaán y la caída de Jericó, son demasiado tempranas, y ubican estos acontecimientos en el siglo XIV o incluso en el XIII a. E.C. Sin embargo, aunque algunos arqueólogos sitúan la caída de Jericó en el siglo XIII a. E.C., lo hacen basándose en los restos de cerámica encontrados, y no en antiguos documentos históricos u otros testimonios al respecto. Los cálculos basados en restos de cerámica son muy especulativos, como lo muestran las mismas excavaciones de Jericó. Los hallazgos han llevado a los arqueólogos a conclusiones y fechas contradictorias. (Véanse ARQUEOLOGÍA [Diferencias en la datación]; CRONOLOGÍA [Fechas arqueológicas].)
De igual manera, las diferencias de las fechas que dan los egiptólogos para las dinastías egipcias se elevan a siglos, por lo que no son confiables para períodos específicos. Por esta razón, es imposible saber con seguridad quién fue el Faraón del éxodo. Algunos dicen que fue Tutmosis III, otros, Amenhotep II, Ramsés II y otros, pero con muy poco fundamento en todos los casos.
Autenticidad del relato del éxodo. Una objeción que se presenta al relato del éxodo es que los faraones de Egipto no registraron el suceso. Sin embargo, esto no debe extrañar, pues dirigentes de tiempos modernos han registrado solo sus victorias y no sus derrotas, y han intentado encubrir cualquier suceso histórico que perjudicara su imagen personal o nacionalista, o la ideología que tratan de inculcar en su pueblo. Incluso en tiempos recientes los gobernantes han procurado obliterar las obras y logros de sus predecesores. En las inscripciones egipcias, cualquier asunto desagradable o embarazoso para la nación o no se incluía o se borraba tan pronto como era posible. Tutmosis III, por ejemplo, borró el nombre y representación de su antecesora, la reina Hasepsut, de un registro monumental en piedra descubierto en Deir al-Bahari (Egipto). (Véase Archaeology and Bible History, de J. P. Free, 1964, pág. 98 y la fotografía de la pág. 93.)
El sacerdote egipcio Manetón, que debía odiar a los judíos, escribió en griego sobre el año 280 a. E.C. Según el historiador judío Josefo, Manetón (Maneto) dijo que los progenitores de los judíos “llegaron a Egipto en muchas decenas de miles y que sometieron a sus habitantes”, y a continuación Josefo escribe que Manetón “reconoce que posteriormente salieron de aquella región y ocuparon la zona que ahora se denomina Judea, y luego de edificar Jerusalén levantaron el Templo”. (Contra Apión, libro I, sec. 26.)
Aunque en general el relato de Manetón es muy poco fiel a los hechos históricos, lo significativo es que diga que los judíos estuvieron en Egipto y que salieron de allí, y que en otros escritos, según Josefo, identifique a Moisés con Osarsif, un sacerdote egipcio, indicando, aunque los monumentos egipcios no lo registren, que los judíos estuvieron en Egipto y que Moisés fue su caudillo. Josefo habla de otro historiador egipcio, Jairemón, que comenta que José y Moisés salieron de Egipto al mismo tiempo; Josefo también se refiere a una historia similar contada por Lisímaco. (Contra Apión, libro I, secs. 26, 32, 33, 34.)
Cuántas personas salieron en el éxodo. En Éxodo 12:37 se da el número redondo de 600.000 “hombres físicamente capacitados a pie”, además de los “pequeñuelos”. En el censo real que se tomó alrededor de un año después del éxodo, tal como se registra en Números 1:2, 3, 45, 46, la cantidad ascendió a 603.550 varones de más de veinte años de edad, además de los levitas (Nú 2:32, 33), quienes contaban con 22.000 varones de más de un mes. (Nú 3:39.) La palabra que se usa aquí en hebreo para “hombres físicamente capacitados”, gueva·rím, no incluye a las mujeres. (Compárese con Jer 30:6.) El vocablo “pequeñuelos” traduce el término hebreo taf y hace referencia a los pequeños que andan con pasos cortos y menudos. (Compárese con Isa 3:16.) A la mayor parte de estos niños habría que llevarlos, ya que no podrían hacer todo el trayecto andando.
“En la cuarta generación.” Debemos recordar que Jehová le dijo a Abrahán que sus descendientes regresarían a Canaán en la cuarta generación. (Gé 15:16.) En el transcurso de los cuatrocientos treinta años que iban desde que entró en vigencia el pacto abrahámico hasta el éxodo, hubo más de cuatro generaciones, incluso considerando, de acuerdo con el registro, la longevidad de los hombres de aquellos tiempos. No obstante, los israelitas no estuvieron realmente en Egipto más de doscientos quince años. Las ‘cuatro generaciones’ que siguieron a su entrada en Egipto pueden calcularse, usando como ejemplo a una de las tribus de Israel, la tribu de Leví, tal como sigue: 1) Leví, 2) Qohat, 3) Amram y 4) Moisés. (Éx 6:16, 18, 20.)
El hecho de que saliesen de Egipto 600.000 hombres físicamente capacitados, sin contar las mujeres y los niños, puede indicar que el número total quizás haya sobrepasado los tres millones de personas. Esta conclusión no es de ningún modo exagerada, a pesar de que hay quien la discute. Si bien tan solo transcurrieron cuatro generaciones desde Leví hasta Moisés, cuando se toma en cuenta la longevidad de estos hombres, es posible que cada uno de ellos hubiera visto nacer varias generaciones a lo largo de su vida. Aun en nuestros días, un hombre de sesenta o setenta años a menudo tiene nietos e incluso hasta puede tener bisnietos, lo que haría que cuatro generaciones fuesen contemporáneas.
Aumento extraordinario. El registro dice: “Y los hijos de Israel se hicieron fructíferos y empezaron a pulular; y siguieron multiplicándose y haciéndose más poderosos a muy extraordinaria proporción, de modo que el país llegó a estar lleno de ellos”. (Éx 1:7.) Llegaron a ser tantos que el rey de Egipto dijo: “¡Miren! El pueblo de los hijos de Israel es más numeroso y poderoso que nosotros”. “Pero cuanto más los oprimían, tanto más se multiplicaban y tanto más seguían extendiéndose, de modo que los egipcios sintieron un pavor morboso como resultado de los hijos de Israel.” (Éx 1:9, 12.) Además, si se tiene en cuenta que se practicaba la poligamia y el concubinato y que algunos israelitas se casaron con mujeres egipcias, no es de extrañar que la población alcanzara los 600.000 varones adultos para el tiempo del éxodo.
Setenta almas de la casa inmediata de Jacob se mudaron a Egipto o nacieron allí poco tiempo después. (Gé 46.) Si excluimos a Jacob mismo, a sus doce hijos, a su hija Dina, a su nieta Sérah, a los tres hijos de Leví y tal vez a otros de los varios cabezas de familia que empezaron a multiplicarse en Egipto, podemos quedarnos con solo cincuenta de los setenta. (Se excluye a los hijos de Leví puesto que no se contó a los levitas en la cifra posterior de 603.550.) Si partimos de la cifra moderada de cincuenta cabezas de familia, y tomando en consideración la declaración bíblica de que “los hijos de Israel se hicieron fructíferos y empezaron a pulular; y siguieron multiplicándose y haciéndose más poderosos a muy extraordinaria proporción, de modo que el país llegó a estar lleno de ellos” (Éx 1:7), es fácil demostrar que era factible que hubiese 600.000 hombres en edad militar, entre veinte y cincuenta años, para el tiempo del éxodo. Examine lo siguiente:
En vista del gran tamaño de las familias de aquellos tiempos y del deseo de los israelitas de tener hijos para cumplir la promesa de Dios, no es irrazonable calcular que cada cabeza de familia tuviera, entre los veinte y los cuarenta años de edad, un promedio de diez hijos (más o menos la mitad de los cuales serían varones). Para ser moderados, podríamos considerar que los cincuenta primeros que llegaron a ser cabezas de familia no empezaron a tener hijos sino hasta unos veinticinco años después de haber llegado a Egipto. Podemos, asimismo, reducir en un 20% la cantidad de varones nacidos, debido a que la muerte u otras circunstancias impedirían que algunos tuvieran hijos o que los tuvieran hasta la edad de cuarenta años que hemos propuesto. En otras palabras, esto significaría que en un período de veinte años, los cincuenta cabezas de familia habrían tenido unos doscientos hijos, en vez de doscientos cincuenta, quienes, a su vez, podrían tener familia.
El decreto de Faraón. Otro factor que debe tenerse en cuenta es el decreto de Faraón de dar muerte a todos los varones hebreos que nacieran. Parece ser que este decreto no fue muy efectivo ni duró mucho tiempo. Aarón nació unos tres años antes que Moisés (en 1597 a. E.C.), y al parecer aún no se había emitido el decreto. La Biblia dice de forma explícita que no tuvo mucho éxito. Las mujeres hebreas Sifrá y Puá, posiblemente las encargadas de las parteras, no cumplieron la orden del rey. Parece ser que no instruyeron a las parteras que estaban bajo su supervisión según se les había ordenado. Como resultado, ‘el pueblo siguió haciéndose más numeroso y llegó a ser muy poderoso’. Luego Faraón mandó a su pueblo que arrojara al río Nilo a todos los hijos varones que les nacieran a los hebreos. (Éx 1:15-22.) Sin embargo, no parece que la población egipcia odiara a tal grado a los israelitas. Incluso la propia hija de Faraón rescató a Moisés. Es posible que Faraón llegara pronto a la conclusión de que perdería valiosos esclavos si el decreto seguía en vigor. Sabemos que más tarde rehusó dejar salir a los hebreos porque no quería perderlos como esclavos.
No obstante, para que la cifra sea aún más moderada, podemos reducir en una tercera parte la cantidad de varones que sobrevivieron durante un período de cinco años, a fin de reflejar los posibles efectos del infructuoso edicto de Faraón.
Un cálculo. Aún con todas estas concesiones, el aumento de la población se aceleraría con la bendición de Dios. La cantidad de hijos nacidos durante cada uno de los períodos de cinco años desde 1563 a. E.C. (es decir, cincuenta años antes del éxodo) hasta 1533 (o veinte años antes del éxodo) sería como sigue:
AUMENTO DE LA POBLACIÓN MASCULINA
a.E.C.
Hijos nacidos
De 1563 a 1558
47.350
De 1558 a 1553
62.300
De 1553 a 1548
81.800
De 1548 a 1543
103.750
De 1543 a 1538
133.200
De 1538 a 1533
172.250
—
Total 600.650*
* Población masculina teórica entre los veinte y cincuenta años de edad al tiempo del éxodo (1513 a. E.C.)
Debe notarse que una pequeña variación en el cálculo, como, por ejemplo, aumentar en uno el promedio de los hijos que le nacen a cada padre, elevaría esta cifra a más de un millón.
¿De qué importancia era la cantidad de personas que salió de Egipto con Moisés?
Además de los 600.000 hombres físicamente capacitados que menciona la Biblia, hubo una gran cantidad de hombres de edad avanzada, una cantidad todavía mayor de mujeres y niños y “una vasta compañía mixta” de personas que no eran israelitas. (Éx 12:38.) De modo que quizás fueron más de tres millones los que salieron de Egipto. No sorprende que la realeza egipcia no estuviera dispuesta a perder un contingente de esclavos tan importante, pues supondría un duro golpe para su economía.
El registro bíblico muestra que la cantidad de hombres en edad militar era temible: “Y Moab se atemorizó mucho del pueblo, porque era numeroso; y Moab empezó a sentir un pavor morboso a causa de los hijos de Israel”. (Nú 22:3.) Por supuesto, el temor de los moabitas se debía en parte a los milagros que Jehová había realizado a favor de Israel, pero también era debido al tamaño del pueblo. Difícilmente se hubieran sentido así ante un pueblo de unos cuantos miles de personas. La población israelita varió poco durante su peregrinaje por el desierto debido a que muchos murieron a causa de su infidelidad. (Nú 26:2-4, 51.)
En el censo que se hizo poco después del éxodo, se contó a los levitas por separado, un total de 22.000 de un mes de edad para arriba. (Nú 3:39.) Puede surgir la pregunta de cómo es que solo había 22.273 primogénitos varones de un mes de edad para arriba en las otras doce tribus. (Nú 3:43.) Es fácil de entender si tenemos en cuenta que no se contaron los cabezas de familia, que debido a la poligamia un hombre podía tener muchos hijos aunque solo un primogénito y que se contaba el primogénito del varón y no el de la mujer.
Cuestiones en juego. De acuerdo con la promesa que Dios le había hecho a Abrahán, había llegado Su tiempo debido para librar a la nación de Israel del “horno de hierro” de Egipto. Para Jehová Israel era su primogénito en virtud de la promesa hecha a Abrahán. Jacob se había mudado a Egipto con su casa voluntariamente, pero más tarde sus descendientes habían llegado a ser esclavos. Como nación, Jehová los consideraba su amado primogénito, y tenía el derecho legal de librarlos de Egipto sin el pago de una recompensa. (Dt 4:20; 14:1, 2; Éx 4:22; 19:5, 6.)
Faraón se opuso al propósito de Jehová y no estuvo dispuesto a permitir que se marchara esa gran nación de trabajadores esclavos. Es más, cuando Moisés le pidió en el nombre de Jehová que enviara a los israelitas para que le celebraran a Él una fiesta en el desierto, contestó: “¿Quién es Jehová, para que yo obedezca su voz y envíe a Israel? No conozco a Jehová en absoluto”. (Éx 5:2.) Faraón se consideraba a sí mismo un dios y no reconocía la autoridad de Jehová, aunque quizás había oído a los hebreos usar el nombre muchas veces con anterioridad. El pueblo de Jehová conocía Su nombre desde el principio, y Abrahán mismo se había dirigido a Dios por su nombre personal, Jehová. (Gé 2:4; 15:2.)
La actitud y acciones de Faraón hicieron surgir una cuestión relacionada con la divinidad, de modo que era necesario que Jehová Dios se exaltara a sí mismo por encima de los dioses de Egipto, incluido Faraón, a quien se reverenciaba como un dios. Para ello envió diez plagas sobre Egipto, que culminaron con la liberación de Israel. (Véase DIOSES Y DIOSAS [Las diez plagas].) Se mandó a los israelitas que durante la última plaga, la muerte de los primogénitos, estuvieran preparados en la cena de la Pascua para salir de Egipto. Aunque partieron apresuradamente, instados por los egipcios, que dijeron: “¡Todos podemos darnos por muertos!”, no se fueron con las manos vacías. (Éx 12:33.) Se llevaron sus manadas y sus rebaños, la masa de harina antes de que leudara y sus artesas. Además, los egipcios dieron a los israelitas lo que estos les pidieron: artículos de plata y oro y prendas de vestir. Esta acción, por cierto, no podía considerarse robar a los egipcios, pues a los israelitas se les había esclavizado sin derecho y se les debía un pago. (Éx 12:34-38.)
Una “vasta compañía mixta” salió de Egipto junto con Israel. (Éx 12:38.) Todos ellos eran adoradores de Jehová, puesto que tenían que haber estado preparados para salir con los israelitas mientras los egipcios enterraban a sus muertos. Habían observado la Pascua y no habían estado ocupados con el duelo de Egipto y sus ritos funerarios. En buena medida, esta compañía pudo haber estado compuesta por aquellos que de alguna forma estaban emparentados con los israelitas por matrimonio. Tanto hombres como mujeres israelitas habían tomado cónyuges egipcios, como lo muestra el caso del hombre ejecutado en el desierto por injuriar el nombre de Jehová. Era hijo de un egipcio y de una danita llamada Selomit. (Le 24:10, 11.) Cabe notar también que Jehová dio instrucciones permanentes sobre los requisitos para que los residentes forasteros y los esclavos pudieran comer la Pascua cuando Israel entrara en la Tierra Prometida. (Éx 12:25, 43-49.)
Ruta del éxodo. Parece ser que los israelitas iniciaron la marcha para salir de Egipto desde distintos lugares. Algunos tal vez se hayan unido al grupo principal a medida que este avanzaba. El punto de partida fue Ramesés, ya sea que este nombre aplique a una ciudad o a un distrito, y en la primera etapa del viaje llegaron hasta Sucot. (Éx 12:37.) Algunos doctos opinan que si bien Moisés comenzó la marcha desde Ramesés, los israelitas llegaron desde toda la tierra de Gosén y se encontraron en Sucot como punto de reunión. (MAPA, vol. 1, pág. 536.)
Aunque los israelitas se marcharon de Egipto apresuradamente, instados por los egipcios, no puede afirmarse que lo hicieran de modo desorganizado: “Fue en orden de batalla como subieron los hijos de Israel de la tierra de Egipto”, es decir, tal vez como un ejército de cinco cuerpos: vanguardia, retaguardia, cuerpo principal y dos alas. Además de la hábil dirección de Moisés, Jehová manifestó su propia dirección, por lo menos desde que estuvieron acampados en Etam, proveyendo una columna de nube durante el día, que se convertía en una de fuego para iluminarlos durante la noche. (Éx 13:18-22.)
Por el camino más corto, hubiera sido un viaje por tierra de unos 400 Km. desde el N. de Menfis hasta, por ejemplo, Lakís, en la Tierra Prometida. No obstante, esta ruta hubiera llevado a los israelitas por la costa mediterránea y la tierra de los filisteos, con quienes sus antepasados Abrahán e Isaac habían tenido problemas tiempo atrás. Como Dios sabía que podían descorazonarse ante un ataque filisteo, pues no conocían la guerra y además tenían a sus familias y rebaños con ellos, les mandó volverse y acampar delante de Pihahirot, entre Migdol y el mar, a vista de Baal-zefón. Acamparon en este lugar, al lado del mar. (Éx 14:1, 2.)
En la actualidad no se puede trazar con certeza la ruta que siguieron los israelitas desde Ramesés hasta el mar Rojo, debido a que no es posible localizar con exactitud los lugares mencionados en el registro. La mayoría de las obras de referencia dicen que debieron cruzar por lo que hoy se conoce como Wadi Tumilat, en la región del Delta de Egipto. Sin embargo, esta ruta se ha propuesto principalmente porque se ha identificado a Ramesés con un lugar situado en el extremo NE. de la región del Delta. No obstante, como dice el profesor de Egiptología John A. Wilson, “desafortunadamente, los eruditos no están de acuerdo en cuanto a la ubicación exacta de Ramesés. Los faraones llamados Ramsés, en particular Ramsés II, ponían su nombre a ciudades con bastante generosidad. Además, se han desenterrado referencias a esta ciudad en poblaciones del Delta de las que no puede alegarse con seriedad que fuesen ese lugar”. (The Interpreter’s Dictionary of the Bible, edición de G. A. Buttrick, 1962, vol. 4, pág. 9.)
Se han sugerido varios lugares como posible ubicación; estos han gozado de popularidad durante un tiempo y luego se les ha desestimado en favor de otra posibilidad. Tanis (hoy San el-Hagar), a 56 Km. al SO. de la ciudad mediterránea de Port Said, es uno de los lugares apuntados, así como Qantir, unos 20 Km. más al S. En cuanto al primer lugar, debe notarse que un texto egipcio habla de Tanis y (Per-)Ramesés como lugares distintos, y que parece ser que al menos parte del material desenterrado en Tanis procede de otros lugares. Por ello, John A. Wilson dice más adelante que “no hay ninguna garantía de que las inscripciones que llevan el nombre de Ramesés fueran originalmente del lugar donde se encontraron”. Puede decirse que las inscripciones de Ramsés II encontradas tanto en Tanis como en Qantir solo demuestran cierta relación de estos lugares con Faraón, pero no prueban que cualquiera de estos sitios fueran la Ramesés bíblica construida por los israelitas como lugar de depósito antes del nacimiento de Moisés. (Éx 1:11.) Como se muestra en el artículo RAAMSÉS, RAMESÉS, la opinión de que Ramsés II fue el Faraón del éxodo tiene poco fundamento.
También se ha propuesto la ruta de Wadi Tumilat, debido a la teoría moderna y popular de que el paso del mar Rojo no ocurrió en realidad en dicho mar, sino al N. del mismo. Algunos eruditos incluso han defendido la idea de que los israelitas pasaron por el lago Serbonis, situado a lo largo de la costa mediterránea, o cerca de este, de modo que después de salir de Wadi Tumilat, se encaminaron hacia el N. en dirección a la costa. Esta opinión contradice directamente la declaración específica de la Biblia de que Dios no guió a los israelitas por el camino de la tierra de los filisteos. (Éx 13:17, 18.) Otros se inclinan asimismo por la ruta de Wadi Tumilat, pero dicen que cruzaron el “mar” por la región de los lagos Amargos, al N. de Suez.
Mar Rojo, no ‘mar de cañas’. Esta última opinión se basa en el argumento de que la palabra hebrea yam-súf (traducida “mar Rojo”) significa literalmente “mar de juncos, o cañas, espadañas”, y que, por lo tanto, los israelitas no cruzaron el brazo del mar Rojo conocido como el golfo de Suez, sino un mar de cañas, un terreno pantanoso, como la región de los lagos Amargos. No obstante, esta idea no concuerda con la antigua Versión de los Setenta griega, que traduce yam-súf por la expresión e·ry·thrá thá·las·sa, cuyo significado literal es “mar Rojo”. Y lo que es más importante, tanto Lucas, el escritor de Hechos (citando a Esteban), como el apóstol Pablo, usaron este mismo nombre griego cuando relataron los acontecimientos del éxodo. (Hch 7:36; Heb 11:29; véase MAR ROJO.)
Además, no hubiera sido un gran milagro si tan solo se hubiera cruzado una zona pantanosa, y los egipcios no hubieran sido “tragados” por el mar Rojo cuando “las aguas agitadas procedieron a cubrirlos” de modo que “como piedra bajaron a las profundidades”. (Heb 11:29; Éx 15:5.) No solo se refirieron a este espectacular milagro Moisés y Josué, sino que el apóstol Pablo dijo que los israelitas habían sido bautizados por medio de la nube y del mar, lo que indicaba que estuvieron rodeados de agua por completo: a ambos lados, el mar, y por encima y por detrás, la nube. (1Co 10:1, 2.) Esto también muestra que las aguas eran demasiado profundas para vadearlas.
La ruta del éxodo depende fundamentalmente de dos factores: determinar en qué lugar se encontraba en aquel entonces la capital egipcia e identificar por dónde se cruzó el mar. Puesto que las Escrituras Griegas Cristianas inspiradas usan la expresión “mar Rojo”, hay base para creer que ese fue el mar que Israel cruzó. En cuanto a la capital egipcia, la ubicación más verosímil parece ser Menfis, la sede principal del gobierno durante la mayor parte de la historia de Egipto. (Véase MENFIS.) De ser así, el punto de partida del éxodo debe haber estado lo suficientemente cerca de Menfis como para que se pudiera llamar a Moisés a la presencia de Faraón la noche de la Pascua después de la medianoche y, a pesar de eso, él llegara a Ramesés con tiempo suficiente como para comenzar la marcha hacia Sucot antes de que acabase el 14 de Nisán. (Éx 12:29-31, 37, 41, 42.) La tradición judía más antigua, registrada por Josefo, apoya la idea de que la marcha comenzó en un lugar cercano al N. de Menfis. (Antigüedades Judías, libro II, cap. XV, sec. 1.)
Una ruta por Wadi Tumilat estaría tan al N. de Menfis que no serían posibles las circunstancias antedichas. Por esta razón, muchos comentaristas han sugerido una de las rutas de los “peregrinos”, como la ruta el Haj, que va de El Cairo a Suez (antigua Clysma, más tarde llamada Kolzum), en la cabecera del golfo de Suez.
¿Por dónde se dividió el mar Rojo para que cruzara Israel?
Es preciso notar que después de alcanzar la segunda etapa de su viaje, Ezam, “en la orilla del desierto”, Dios le ordenó a Moisés que ‘se volvieran y acamparan delante de Pihahirot [...], junto al mar’. Esta maniobra haría creer a Faraón que los israelitas andaban “errantes en confusión”. (Éx 13:20; 14:1-3.) Los doctos que favorecen la ruta el Haj como la más verosímil señalan que el verbo hebreo traducido ‘volverse’ es enfático y no significa tan solo “cambiar el rumbo” o “desviarse”, sino que más bien comunica el sentido de regresar o, al menos, desviarse mucho. Estos señalan la posibilidad de que al llegar a cierto punto al N. de la cabecera del golfo de Suez, los israelitas dieran la vuelta y pasaran por el lado oriental de Jebel ʽAtaqah, una cadena de montañas que bordea el lado occidental del golfo. Una gran multitud de personas, como era el caso de los israelitas, no podrían salir con rapidez de la posición en la que se encontraban en el caso de que se les persiguiera desde el N., de modo que quedarían acorralados, puesto que el mar bloquearía el camino.
La tradición judía del siglo I E.C. sugiere esta idea. (Véase PIHAHIROT.) Pero, lo que es más importante, tal situación concuerda con el cuadro general descrito en la Biblia, mientras que no se puede decir lo mismo de las opiniones que han venido manteniendo muchos eruditos. (Éx 14:9-16.) Parece claro que el paso del mar debió efectuarse a una distancia suficiente de la cabecera del golfo (el brazo occidental del mar Rojo) como para que las fuerzas de Faraón no pudieran simplemente rodear el extremo del golfo y alcanzar a los israelitas por el otro lado. (Éx 14:22, 23.)
Faraón cambió de parecer en cuanto a la liberación de los israelitas tan pronto como se enteró de su partida. No hay duda de que la pérdida de una nación esclava suponía un gran revés económico para Egipto. No les resultaría difícil a sus carros dar alcance a toda esta nación, sobre todo en vista de que ‘se habían vuelto’. Animado al pensar que Israel vagaba en confusión por el desierto, Faraón fue tras ellos con plena confianza. Con una fuerza compuesta por 600 carros escogidos, con todos los otros carros de Egipto llevados por sus guerreros, con sus soldados de caballería y todas sus fuerzas militares, Faraón alcanzó a Israel en Pihahirot. (Éx 14:3-9.)
Desde un punto de vista estratégico, la posición de los israelitas parecía muy desfavorable; se hallaban encerrados entre el mar y las montañas, con los egipcios cortándoles el camino de regreso. Cuando se vieron atrapados, sus corazones se sobrecogieron de temor y comenzaron a quejarse contra Moisés. Entonces Dios entró en acción para proteger a Israel, trasladando a la retaguardia la nube que estaba al frente. Por una parte, la de los egipcios, había oscuridad; por otra, la de los israelitas, seguía alumbrando la noche. Mientras la nube impedía que los egipcios atacaran, Moisés, por orden de Jehová, alzó su vara, y las aguas del mar se dividieron, lo que dejó el lecho del mar seco para que le sirviera de camino a Israel. (Éx 14:10-21.)
Anchura y profundidad del lugar por donde pasaron. Puesto que Israel cruzó el mar en una noche, difícilmente se podría pensar que la división de las aguas dejó solo un canal estrecho. La anchura bien pudo haber sido de un kilómetro o más. Un grupo tan grande, con sus carros, su equipaje y su ganado, ocuparía una superficie de unos 8 Km.2, aunque avanzara en formación compacta. Parece, por lo tanto, que la abertura del mar permitió a los israelitas cruzar en una formación bastante ancha. Si la formación hubiera sido de 1,5 Km. de ancho, la columna israelita habría tenido unos 5 Km. de largo. Si el ancho hubiese alcanzado los 2,5 Km., su largo habría sido al menos de 3 Km. A una columna de estas dimensiones le hubiera tomado varias horas atravesar el lecho del mar. Mientras mantuvieran la formación de batalla y no fueran presa del pánico, avanzarían con considerable rapidez.
Si no hubiera sido por la nube, los egipcios los habrían alcanzado con facilidad y hubieran dado muerte a muchos. (Éx 15:9.) Cuando los israelitas entraron en el mar y la nube empezó a moverse hacia adelante para revelar este hecho a los egipcios, estos emprendieron la persecución. De nuevo se ve la necesidad de que el lecho seco del mar tuviese suficiente anchura, pues el tamaño de las fuerzas militares de Faraón era considerable. Concentrados en la destrucción y la recuperación de sus esclavos, todo el ejército se adentró en el lecho seco del mar. Luego, durante la vigilia matutina (de las dos a las seis de la mañana, aproximadamente), Jehová miró desde la nube y empezó a poner en confusión el campamento de los egipcios, quitando las ruedas de sus carros. (Éx 14:24, 25.)
Cuando se acercaba la mañana, los israelitas habían llegado a salvo a la orilla oriental del mar Rojo. Entonces Jehová le ordenó a Moisés que extendiera su mano para que las aguas retrocedieran sobre los egipcios. Con esto, “el mar empezó a volver a su estado normal” y los egipcios comenzaron a huir para no encontrarse con él. Este detalle también indica que las aguas se habían abierto con amplitud, porque un canal estrecho los habría engullido en un momento. Los egipcios huyeron de los muros de agua que los encerraban con la intención de ganar la orilla occidental, pero las aguas siguieron convergiendo hasta que se hicieron tan profundas que cubrieron todos los carros de guerra y a los soldados de caballería que pertenecían a las fuerzas militares de Faraón. No sobrevivió ni un egipcio.
Es obvio que sería imposible que una inundación de este tipo se produjera en una zona pantanosa, y más en caso de que fuera poco profunda, ya que los cuerpos muertos no habrían sido arrojados a la orilla, como en realidad sucedió, de manera que “Israel alcanzó a ver a los egipcios muertos en la orilla del mar”. (Éx 14:22-31; MAPA y GRABADO, vol. 1, pág. 537.)
Aguas “cuajadas”. De acuerdo con el relato bíblico, las aguas agitadas se cuajaron para permitir el paso de Israel. (Éx 15:8.) Aunque varias versiones indican que las aguas “se congelaron” (BC; CI; MK; Val, 1989), la mayoría de las traducciones (NC, NBE, Val y otras) emplean el verbo “cuajar”. Otras dicen que ‘se hicieron compactas’ (LT) o “se condensaron” (Ga). Este mismo verbo hebreo aparece en Job 10:10 con relación al proceso de cuajar la leche. Por consiguiente, la expresión mencionada no significa necesariamente que las paredes de agua se congelaron hasta solidificarse, sino que su consistencia cuajada bien pudo asemejarse a la de la gelatina. No había nada visible que contuviese las aguas del mar Rojo, por lo que daban la apariencia de estar endurecidas, cuajadas o espesadas, de manera que podían mantenerse como muros a cada lado de los israelitas, sin desplomarse sobre ellos y engullirlos. Así le parecieron a Moisés cuando un fuerte viento del E. dividió las aguas y secó el lecho para que no estuviera fangoso ni helado, sino que la multitud pudiera atravesarlo con facilidad.
El paso abierto en el mar tenía la suficiente anchura como para que unos tres millones de israelitas pudieran llegar a la orilla oriental a la mañana siguiente. Luego, las aguas cuajadas a ambos lados empezaron a volver a su estado normal, y arrollaron y sumergieron a los egipcios mientras Israel contemplaba desde la orilla oriental cómo Jehová libraba milagrosamente a una nación de manos de una potencia mundial. Vieron el cumplimiento literal de las palabras de Moisés: “Los egipcios que ustedes realmente ven hoy, no los volverán a ver, no, nunca jamás”. (Éx 14:13.)
De este modo, mediante una espectacular manifestación de su poder, Jehová exaltó su nombre y libró a Israel. Ya a salvo en la orilla oriental del mar Rojo, Moisés dirigió a los hijos de Israel en canción, mientras su hermana Míriam, la profetisa, tomó una pandereta en su mano y dirigió a todas las mujeres con panderetas y en danzas, respondiendo en canción a los hombres. (Éx 15:1, 20, 21.) Se había producido una total separación entre Israel y sus enemigos. Una vez salieron de Egipto, no se permitió que hombre o bestia les causara daño; ningún perro ni siquiera les gruñó ni movió su lengua contra ellos. (Éx 11:7.) Aunque en el relato del éxodo no se dice que Faraón entrase en el mar con sus fuerzas militares y fuese destruido, el Salmo 136:15 especifica que Jehová “sacudió a Faraón y su fuerza militar al mar Rojo”.
Típico de sucesos posteriores. Cuando Dios sacó de Egipto a Israel, como le había prometido a Abrahán, lo consideró su hijo, su “primogénito”, según le dijo a Faraón. (Éx 4:22.) Posteriormente, Jehová declaró: “Cuando Israel era muchacho, entonces lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo”. (Os 11:1.) Esta referencia al éxodo fue también una profecía que tuvo cumplimiento en los días de Herodes, cuando, después de la muerte de este, José y María regresaron de Egipto con Jesús y se establecieron en Nazaret. El historiador Mateo aplica la profecía de Oseas a este acontecimiento, diciendo de José: “Y se quedó allá hasta el fallecimiento de Herodes, para que se cumpliera lo que Jehová había hablado por su profeta, que dijo: ‘De Egipto llamé a mi hijo’”. (Mt 2:15.)
El apóstol Pablo dijo que el éxodo era una de las cosas que siguieron aconteciendo a Israel a modo de ejemplos o tipos. (1Co 10:1, 2, 11.) Por lo tanto, debe simbolizar algo mayor. En la Biblia el Israel natural simboliza al espiritual, al Israel de Dios. (Gál 6:15, 16.) Además, Moisés dijo que vendría un profeta semejante a él. (Dt 18:18, 19.) Los judíos esperaban a un gran caudillo y libertador. El apóstol Pedro identifica a Jesucristo como el Moisés Mayor. (Hch 3:19-23.) Por lo tanto, la liberación de Israel en el mar Rojo y la destrucción del ejército egipcio deben representar la liberación del Israel espiritual de sus enemigos del Egipto simbólico mediante un gran milagro de Jesucristo. Y tal como lo que Jehová hizo en el mar Rojo resultó en la exaltación de su nombre, el cumplimiento de aquellos acontecimientos típicos en una realidad mucho mayor traería una fama superior y mucho más extensa al nombre de Jehová. (Éx 15:1.)