CAPÍTULO TRECE
“Yo amo al Padre”
1, 2. ¿Qué reveló Juan sobre lo ocurrido en la última noche que los apóstoles pasaron con Jesús?
EL ANCIANO introduce la pluma en el tintero mientras en su mente afloran los recuerdos. Su nombre es Juan, y es el último apóstol de Jesucristo que sigue vivo. Ya casi centenario, se remonta a unas siete décadas atrás, a la noche más memorable de todas: la última que él y otros apóstoles pasaron con Jesús antes de su muerte. Guiado por el espíritu santo, recuerda y escribe con todo detalle lo ocurrido.
2 Aquella noche, Jesús declaró abiertamente que sería ejecutado poco después, y Juan es el único que revela la razón por la que el Hijo de Dios se sometería a tan terrible final: “Para que el mundo conozca que yo amo al Padre, así como el Padre me ha dado mandamiento de hacer, así hago. Levántense, vámonos de aquí” (Juan 14:31).
3. ¿Cómo mostró Jesús que amaba al Padre?
3 “Yo amo al Padre.” Para Jesús, eso era lo más importante. Y no lo decimos porque él lo repitiera constantemente. De hecho, Juan 14:31 es el único pasaje de la Biblia donde él expresa su amor al Padre de modo tan directo. Lo decimos, más bien, porque él vivió esas palabras. Su amor a Jehová se evidenciaba día tras día. Su valor, su obediencia y su aguante eran prueba de ello. Todo su ministerio estaba motivado por el amor.
4, 5. ¿Qué clase de amor fomenta la Biblia? ¿Qué puede decirse del amor de Jesús por Jehová?
4 Para muchos, ser amoroso equivale a ser blando. Tal vez piensen en los poemas y las canciones de amor o hasta en la frivolidad que a veces se asocia con el amor romántico. Es cierto que la Palabra de Dios habla del amor romántico, pero lo hace de una manera más digna que la que es habitual en este mundo (Proverbios 5:15-21). Sin embargo, la Biblia le concede mucha más atención a otra clase de amor. No se trata de simple pasión ni de una emoción pasajera; tampoco es un concepto puramente filosófico o teórico. En realidad, en él intervienen tanto la mente como el corazón. Brota desde lo más recóndito de nuestro ser, se rige por nobles principios y se traduce en buenas acciones. No es para nada frívolo. “El amor nunca falla”, asegura la Palabra de Dios (1 Corintios 13:8).
5 De todos los seres humanos que han vivido a lo largo de la historia, Jesús es quien más ha amado a Jehová. Nadie ha cumplido a mayor grado el mandamiento que él mismo citó como el más importante: “Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Marcos 12:30). ¿Cómo desarrolló Jesús este amor tan intenso por su Padre? ¿Cómo lo mantuvo fuerte mientras vivió en la Tierra? ¿Y de qué manera podemos imitar su ejemplo?
Los más antiguos y fuertes lazos de amor
6, 7. ¿Cómo sabemos que Proverbios 8:22-31 describe al Hijo de Dios y no simplemente la cualidad de la sabiduría?
6 ¿Le ha sucedido alguna vez que, al realizar una tarea junto con un amigo, los dos llegaron a conocerse mejor y la amistad se hizo más estrecha? Esta agradable experiencia nos ayuda a comprender un poco mejor el amor que creció entre Jehová y su Hijo unigénito. Aunque ya en más de una ocasión hemos hecho referencia a Proverbios 8:30, volvamos a estudiarlo en su contexto. Los versículos 22 a 31 describen por inspiración divina a la sabiduría personificada. ¿Cómo sabemos que este pasaje alude al Hijo de Dios?
7 En el versículo 22, la sabiduría afirma: “Jehová mismo me produjo como el principio de su camino, el más temprano de sus logros de mucho tiempo atrás”. Estas palabras tienen que referirse a algo más que simplemente la sabiduría. ¿Por qué decimos esto? Porque dicha cualidad nunca fue ‘producida’, nunca tuvo principio, pues Jehová siempre ha existido y siempre ha sido sabio (Salmo 90:2). En cambio, el Hijo de Dios fue “el primogénito de toda la creación”. Fue producido, o creado, por Jehová como la primera de sus obras (Colosenses 1:15). Así es, el Hijo existió mucho antes que los cielos y la Tierra, como lo describe Proverbios. Y en su función de la Palabra, o el Vocero de Dios, era la expresión perfecta de la sabiduría de Jehová (Juan 1:1).
8. ¿En qué se ocupó el Hijo durante su existencia prehumana, y sobre qué podemos reflexionar cuando admiramos la creación?
8 ¿En qué se ocupó el Hijo durante el inmenso período de tiempo que vivió antes de venir a la Tierra? El versículo 30 nos dice que estuvo con Dios como “obrero maestro”. ¿Qué quiere decir eso? Colosenses 1:16 explica: “Por medio de él todas las otras cosas fueron creadas en los cielos y sobre la tierra [...]. Todas las otras cosas han sido creadas mediante él y para él”. De modo que Jehová, el Creador, utilizó a su Hijo, el Obrero Maestro, para dar existencia a todo lo demás: desde las criaturas espirituales hasta el vasto universo material, incluidos la Tierra y su asombrosa variedad de fauna y flora, así como la obra cumbre de la creación terrestre, el hombre. Hasta cierto punto, podemos asemejar la colaboración entre Padre e Hijo a la de un arquitecto y su contratista: este último se especializa en hacer realidad los ingeniosos proyectos de aquel. Cuando algún aspecto de la creación nos llena de asombro, atribuimos el mérito al Gran Arquitecto (Salmo 19:1). Pero, al mismo tiempo, podemos reflexionar sobre la larga y feliz colaboración que existió entre el Creador y su “obrero maestro”.
9, 10. a) ¿Qué fortaleció el vínculo entre Jehová y su Hijo? b) ¿Cómo podemos fortalecer el vínculo con nuestro Padre celestial?
9 Cuando dos seres humanos imperfectos trabajan en contacto muy estrecho, a veces les cuesta llevarse bien. Pero este no fue el caso de Jehová y su Hijo. El Hijo trabajó con el Padre por millones y millones de años y estuvo “alegre delante de él todo el tiempo” (Proverbios 8:30). En efecto, le causaba un gran placer estar junto a su Padre, y ese sentimiento era mutuo. Naturalmente, el Hijo fue pareciéndose cada vez más al Padre al imitar sus cualidades; por eso no nos extraña que entre ellos se desarrollara un vínculo tan estrecho. Bien podemos decir que los unían los lazos de amor más antiguos y más fuertes de todo el universo.
10 ¿Qué efecto debe tener ello en nosotros? Tal vez nos parezca que jamás podríamos entablar un vínculo así de estrecho con Jehová. Es verdad que ninguno de nosotros goza de la privilegiada posición que ocupa el Hijo, pero sí tenemos una oportunidad excepcional. Recordemos que Jesús se unió más al Padre al trabajar con él. Pues bien, Jehová nos ofrece amorosamente la oportunidad de ser sus “colaboradores” (1 Corintios 3:9). No olvidemos nunca que al seguir el ejemplo de Jesús en el ministerio, somos colaboradores de Dios; de este modo, los lazos de amor que nos unen a Jehová se hacen cada vez más fuertes. ¿Habrá mayor privilegio que este?
¿Cómo mantuvo fuerte Jesús su amor por Jehová?
11-13. a) ¿En qué sentido podemos comparar el amor con un ser vivo, y qué hacía Jesús para mantener fuerte su amor a Jehová cuando era jovencito? b) ¿Cómo demostró el Hijo de Dios que deseaba conocer más acerca de Jehová tanto antes de venir a la Tierra como durante su vida aquí?
11 En cierto modo, el amor que anida en nuestro corazón podría compararse a un ser vivo. Como en el caso de una hermosa planta de interior, hay que nutrir y cuidar ese amor para que crezca; de lo contrario, languidece y muere. Jesús no dio por sentado su amor a Jehová, sino que lo mantuvo vivo y fuerte durante su vida en la Tierra. Veamos cómo lo hizo.
12 Retrocedamos al episodio en que Jesús, siendo un jovencito, habló con espontaneidad y franqueza en el templo de Jerusalén, y recordemos lo que dijo a sus angustiados padres: “¿Por qué tuvieron que andar buscándome? ¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre?” (Lucas 2:49). Según parece, en su niñez, Jesús aún no tenía memoria de su existencia prehumana, pero sí sentía un amor intenso por su Padre, Jehová. Como sabía que la manera natural de expresar dicho sentimiento era adorándolo, no había en la Tierra un lugar que lo atrajera tanto como la casa de adoración pura de su Padre. Anhelaba estar allí y no quería marcharse. Además, no era un simple espectador: deseaba conocer más acerca de Jehová y comunicar a otras personas lo que sabía. Estos sentimientos no nacieron cuando cumplió 12 años, y tampoco murieron entonces.
13 En su existencia prehumana, el Hijo había aprovechado toda oportunidad para aprender de su Padre. La profecía de Isaías 50:4-6 revela que Jehová dio a su Hijo enseñanza especializada sobre el papel que desempeñaría como el Mesías. Y a pesar de que esto incluía conocer los padecimientos que sufriría el Ungido de Jehová, el Hijo demostró un gran deseo de aprender. Luego, cuando vino a la Tierra y fue adulto, no disminuyó su deseo de ir a la casa de su Padre para participar en la adoración y en la enseñanza que Jehová quería que se impartiera allí. Por eso, la Biblia nos cuenta que Jesús acudía fielmente al templo y a la sinagoga (Lucas 4:16; 19:47). Si deseamos mantener vivo y fuerte nuestro amor por Jehová, tenemos que ser constantes en las reuniones cristianas, que es donde lo adoramos y donde llegamos a conocerlo y amarlo más profundamente.
14, 15. a) ¿Por qué buscaba Jesús la soledad? b) ¿Cómo revelan intimidad y respeto las oraciones de Jesús a su Padre?
14 Otra forma en que Jesús mantuvo fuerte su amor a Jehová fue orando de continuo. Aunque era un hombre amigable y disfrutaba de estar con otras personas, es interesante notar lo mucho que valoraba la soledad. Por ejemplo, Lucas 5:16 dice que “continuaba en retiro en los desiertos áridos [...] orando”. Asimismo, Mateo 14:23 relata: “Por fin, habiendo despedido a las muchedumbres, subió solo a la montaña a orar. Aunque se hizo tarde, estaba allí solo”. Jesús buscó la soledad en estas y en otras ocasiones, no porque fuera un ermitaño ni porque rehuyera la compañía de los demás, sino porque deseaba estar a solas con su Padre y hablar libremente con él mediante la oración.
15 En sus oraciones, Jesús empleó a veces la expresión “Abba, Padre” (Marcos 14:36). En aquel entonces, Abba era una palabra cariñosa para “padre”, muy común en el uso familiar; figuraba entre las primeras palabras que aprendían los niños. Al mismo tiempo, era un término respetuoso. Si bien revelaba la intimidad del Hijo que habla a su Padre amado, también indicaba profundo respeto por la autoridad paterna de Jehová. Tal combinación de intimidad y respeto se percibe en todas las oraciones de Jesús registradas en la Biblia. Por ejemplo, en el capítulo 17 de Juan, el apóstol puso por escrito la larga y sincera oración que Jesús hizo la última noche de su vida humana. Cuando la estudiamos, nos sentimos profundamente conmovidos. Pero es fundamental que hagamos algo más: que imitemos dicha oración. ¿Cómo podemos hacerlo? No repitiéndola, por supuesto, sino buscando la forma de hablar desde el corazón con nuestro Padre celestial cuantas veces sea posible. Al hacerlo, mantendremos vivo y fuerte nuestro amor por él.
16, 17. a) ¿Con qué palabras expresó Jesús el amor que sentía por su Padre? b) ¿Cómo subrayó Jesús lo generoso que es su Padre?
16 Como vimos anteriormente, Jesús no vivía repitiendo las palabras: “Yo amo al Padre”; pero muchas veces sí expresó su amor verbalmente. ¿De qué manera? Él mismo dijo: “Te alabo públicamente, Padre, Señor del cielo y de la tierra” (Mateo 11:25). Cuando estudiamos la sección 2 de este libro, vimos que a Jesús le deleitaba alabar a su Padre y ayudar a la gente a conocerlo. Por ejemplo, comparó a Jehová con un padre cuyo hijo se había ido por el mal camino. Este padre deseaba tanto perdonar al joven cuando se arrepintiera, que vivía aguardando su regreso. Por ello, cuando lo vio venir, estando todavía lejos, corrió a su encuentro y lo abrazó (Lucas 15:20). ¿Quién puede leer este pasaje sin conmoverse por la manera como ilustró Jesús el amor y la misericordia de Jehová?
17 Jesús alabó con frecuencia al Padre por su generosidad. Se valió del ejemplo de los padres imperfectos para mostrar cuán seguros podemos estar de que nuestro Padre nos dará el espíritu santo que necesitamos (Lucas 11:13). También habló de la esperanza que con tanta generosidad ofrece Jehová. Expresó su esperanza tan anhelada de volver a ocupar un lugar en el cielo al lado de su Padre (Juan 14:28; 17:5). Dio a conocer a sus seguidores la esperanza que Jehová da al “rebaño pequeño”, a saber, vivir en el cielo y gobernar junto con el Rey Mesiánico (Lucas 12:32; Juan 14:2). Y consoló a un malhechor moribundo con la esperanza de la vida en el Paraíso (Lucas 23:43). Hablar de la desbordante generosidad de su Padre de seguro lo ayudó a mantener fuerte su amor por él. Muchos discípulos de Cristo han descubierto que lo que más acrecienta el amor a Jehová o la fe en él es hablar de él y de la esperanza que ofrece a quienes lo aman.
¿Amaremos a Jehová como lo amó Jesús?
18. ¿Cuál es la manera más importante de seguir a Jesús, y por qué razón?
18 Debemos seguir a Jesús de muchas maneras, pero la más importante es esta: amar a Jehová con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerzas (Lucas 10:27). Este amor no se mide solo por nuestros sentimientos, sino también por nuestros actos. Jesús no se contentó con sentir amor por su Padre, ni se limitó a decir: “Yo amo al Padre”. Más bien, declaró: “Para que el mundo conozca que yo amo al Padre, así como el Padre me ha dado mandamiento de hacer, así hago” (Juan 14:31). Satanás afirmó que ningún ser humano serviría a Jehová por amor desinteresado (Job 2:4, 5). A fin de dar la más contundente respuesta a esa vil calumnia, Jesús mostró valientemente al mundo cuánto amaba a su Padre. Lo obedeció hasta el punto de entregar su propia vida. ¿Seguiremos a Jesús? ¿Le mostraremos al mundo que de verdad amamos a Jehová Dios?
19, 20. a) ¿Qué importantes razones tenemos para asistir a las reuniones cristianas con regularidad? b) ¿Cómo debemos ver el estudio personal, la meditación y la oración?
19 Nuestro Padre sabe que tenemos una profunda necesidad espiritual de demostrarle el amor que sentimos por él, y por ello ha dispuesto que lo adoremos de tal manera que ese amor se nutra y fortalezca. Cuando asistamos a las reuniones cristianas, recordemos que estamos allí para adorar a Dios, lo cual incluye, entre otras cosas, orar con sinceridad, entonar cánticos de alabanza, prestar atención al programa y participar cuando sea posible. Las reuniones también nos brindan la oportunidad de animar a los hermanos en la fe (Hebreos 10:24, 25). Si adoramos a Jehová con regularidad en las reuniones, nuestro amor a él se hará más y más fuerte.
20 Lo mismo puede decirse del estudio personal, la meditación y la oración. Pensemos en estas acciones como formas de estar a solas con Jehová. Cuando estudiamos la Palabra escrita de Dios y meditamos en ella, recibimos los pensamientos que él nos quiere comunicar. ¿Y qué podemos decir de la oración? Al orarle, le abrimos nuestro corazón. No olvidemos que orar a Dios es más que sencillamente pedirle cosas; es una oportunidad para agradecerle las bendiciones que hemos recibido y alabarlo por sus maravillosas obras (Salmo 146:1). Por otro lado, no dejemos de alabar a Jehová públicamente con alegría y fervor, pues esta es la mejor manera de demostrarle nuestro amor y gratitud.
21. ¿Qué importancia tiene el amor a Jehová, y qué examinaremos en los capítulos siguientes?
21 El amor a Dios es la clave de la felicidad eterna. Era todo lo que Adán y Eva necesitaban para ser obedientes, y lo único que no cultivaron. También es lo más importante para nosotros, pues lo necesitamos para superar cualquier prueba de fe, rechazar cualquier tentación o aguantar cualquier sufrimiento. En él reside la esencia de ser un seguidor de Jesús. Por supuesto, el amor a Dios va ligado al amor al prójimo (1 Juan 4:20). En los capítulos que siguen examinaremos cómo demostró Jesús su amor por la gente. El próximo capítulo nos mostrará por qué hubo tantas personas que se sintieron atraídas a él.