La vida con Rikki-Tikki-Tavi
Por el corresponsal de “¡Despertad!” en Liberia
ES POSIBLE que usted haya leído el cuento de Rudyard Kipling acerca de la valerosa mangosta Rikki-tikki-tavi. Al encontrarse con una serpiente cobra india, la Rikki de Kipling hábilmente esquivó los ataques repetidos del reptil hasta el momento oportuno, ¡y entonces, velozmente, la mangosta saltó y atrapó entre sus quijadas la cabeza de la cansada culebra! ¿Cómo serviría un eliminador potencial de culebras como ése de animal doméstico favorito? Mi esposo pensó que valdría la pena ver qué sucedería y por eso un día regresó a casa con una mangosta pequeña acurrucada afectuosamente en sus brazos.
Con optimismo le pusimos a nuestro nuevo animal favorito el nombre del héroe de Kipling. Nuestra Rikki era una variedad africana de la mangosta, que medía unos treinta y seis centímetros desde la nariz hasta la punta de la cola. En consecuencia, era una mangosta bastante pequeña en comparación con las mangostas de noventa centímetros que hay en la India. Su cara era larga y puntiaguda, con orejitas redondas, y su cola gruesa era casi del mismo tamaño que el resto de su cuerpo. Patas muy cortas sostenían su delgada estructura, que estaba cubierta de tosco pelo gris. ¿Le gustaría que la acariciaran? Con algunas dudas la acerqué a mí. Le encantaba, como a un bebé.
En realidad Rikki, por lo cariñosa que era, compensaba en sumo grado por su apariencia de roedor. Todas las tardes como expresión de bienvenida a casa se estiraba y se frotaba contra los pies con calcetines de mi esposo. A nuestra mangosta le gustaba que le pasáramos los pies de un lado al otro sobre su lomo como si fuera un tapete para los pies. Librándose con sus movimientos, saltaba para investigar lo que había en todo bolsillo con su largo y puntiagudo hocico, sacando plumas, lápices o llaves. Súbitamente salía huyendo con una de estas cosas. La mayoría de las veces, cuando queríamos ver dónde la veloz mangosta pequeña había escondido su botín, era muy tarde.
A Rikki le encantaba hacer pesquisas. En una ocasión, saltando al regazo de un visitante, la pequeña mendiga se abrió paso con la nariz bajo el suéter del invitado y rápidamente llegó hasta el hombro y luego atravesó su espalda, saliendo al fin frente al pecho del hombre, que no sabía qué hacer. Nuestro nuevo animal favorito exigía atención, y nos encontramos accediendo a sus deseos y preguntándonos qué otra cosa hacer para él.
Poco después de su llegada, Rikki se apropió un cajón de la alacena de la cocina. Diferente de la mayoría de los animales domésticos, nuestra mangosta no era nocturna. Al contrario, la hora de acostarse era las 7:00 de la noche. Si nadie perturbaba el cajón, dormía profundamente hasta que la familia empezaba a levantarse alrededor de las 6:00 de la mañana. Entonces, después de una exhibición de estirarse y bostezar a la manera del que tiene mucho tiempo disponible, Rikki tomaba su té matutino y a menudo se iba a dormir de nuevo.
Cuando ya estaba bien despierto, el día de Rikki era una andanada de actividad, investigándolo todo, persiguiendo todo lo que se movía, cavando en el jardín y generalmente molestando a cualquier visitante que llegaba a la casa. Con pesar comprendí el valor de poner las cosas en lo alto, fuera de su alcance, especialmente después que le arrancó la parte del medio a un bizcocho recién horneado y volcó la leche y el azúcar antes de lanzarse como flecha disparada a esconderse detrás del refrigerador hasta que pasara el peligro. Volviendo a aparecer después de un rato, cariñosa como siempre, pronto me hizo olvidar mi enojo.
Comúnmente la charla de Rikki se aproximaba al sonido de “rikki-tik-rikki-tik” entremezclado con bajos silbidos trémulos. Pero cuando alguien la molestaba o estaba encolerizada, refunfuñaba como un gato encolerizado y hasta escupía. Y no era raro que expresara quejas. Por ejemplo, una vez vino a meter el hocico en las cosas mientras yo estaba haciendo un bizcocho y resbaló y cayó en el arcón de la harina. ¡Por poco me deshago en carcajadas al ver salir la mangosta, blanca desde la cabeza hasta la cola, y furiosa por su accidente!
Rikki se distinguió como un animal doméstico encantador e inteligente. Puesto que era joven, no tenía un fuerte olor a animal, que, sin embargo, se iría notando más con la edad. Le hacía sentirse feliz el ser tratado como parte de la familia. Cuando mi esposo decidió que Rikki debería pasar más tiempo fuera de la casa y le construyó una jaula, la mangosta quedó sumamente disgustada. Esto era decididamente perjudicador para su ego.
Insaciable es casi la mejor palabra para describir el apetito de una mangosta. La dieta de Rikki en nuestra casa incluía carne, cruda o cocida, toda clase de legumbres, bizcocho, huevos, fruta y hasta las cáscaras de papas o patatas y pepinos crudos. Además, la voraz mangosta jamás rechazaba lagartijas, ranas, saltamontes y toda clase de insectos.
De unos libros aprendí que la mangosta es una tremenda devoradora de aves, cangrejos, arañas, ratas, ratones y culebras pequeñas. Es interesante observar a una mangosta romper un huevo o una concha de mar. Sostiene el objeto entre sus patas delanteras y, a semejanza de un jugador de fútbol americano, la pasa vigorosamente por entre sus patas traseras contra una piedra.
¿Protector de la casa?
Si una culebra peligrosa entrara en nuestra casa, ¿podríamos depender de Rikki para que la matara o por lo menos para que la ahuyentara? A menudo me preguntaba cuál sería el resultado de tal encuentro. Rikki era buena para ahuyentar a gatos y perros indeseables, pero nunca presencié una confrontación con una culebra. Cuando investigué el asunto salieron a luz unos datos esclarecedores.
Los expertos consideran a la cobra india o asiática que la Rikki de Kipling derrotó un reptil algo perezoso. Según el conservador de reptiles James A. Oliver, de la Sociedad Zoológica de Nueva York, el ataque de la cobra india desde una posición alta hacia abajo solo tiene aproximadamente la sexta parte de la velocidad del de una serpiente de cascabel norteamericana o de una “fer-de-lance” o “bushmaster,” una serpiente muy grande y venenosa de las Antillas. También, mientras que el veneno de la cobra está situado de tal modo que se le hace difícil usarlo eficazmente, los otros reptiles mencionados tienen colmillos cargados de veneno que son dirigidos directamente hacia sus víctimas al lanzar la serpiente la cabeza hacia adelante con fuerza considerable. Por estas razones se cree que una mangosta perdería en un encuentro con muchas culebras peligrosas.
En una competencia escenificada entre una mangosta y una cobra grande, ambas criaturas pelearon durante cincuenta minutos hasta agotarse, sin que ninguna saliera victoriosa. En Trinidad, de hecho, se utilizan boas constrictoras para mantener refrenada la población de mangostas. Habiéndolo considerado todo, entonces, sería un error creer que las mangostas son la némesis natural de culebras de toda clase y de todo tamaño.
Por supuesto, una mangosta hambrienta no va a pasar por alto una culebra pequeña o perezosa. Después de matar a una culebra venenosa, se engulle primero la cabeza. La mangosta puede engullirse los colmillos con veneno sin que sufra malos efectos, aunque no es inmune al veneno si se le inyecta con los colmillos.
Me enteré, también, de que las mangostas habían sido importadas a Jamaica en 1872 para habérselas con las ratas de los cañaverales. Más tarde fueron llevadas a Hawai y llegaron a ser el mamífero más común de esas islas. Las poblaciones de roedores fueron reducidas sustancialmente en algunas zonas, aunque nunca fueron exterminadas completamente. Por otra parte, las depredaciones de las mangostas, resultaron en la liquidación total de ciertas especies de aves. Consideradas, por lo tanto, como una amenaza indeseable a la fauna y a las aves de corral, se prohíbe estrictamente la entrada de mangostas en los Estados Unidos continentales.
Finalmente llegó el día en que teníamos que decidir el destino de Rikki-tikki-tavi. Rikki estaba creciendo aprisa, y el retenerla como mangosta madura presentaría problemas. De modo que tristemente despedimos a Rikki y llenamos la brecha de la mejor manera que pudimos con un animal de tipo más corriente. Pero ningún otro amigo peludo nos ha hecho tan constantemente conscientes de su presencia como lo hizo Rikki la mangosta. Como animal doméstico juguetón, fue más de lo que esperábamos.