La Expo 70 del Japón... unas impresiones
Por el corresponsal de “¡Despertad!” en el Japón
“PROGRESO Y ARMONÍA PARA LA HUMANIDAD”... estas palabras expresan el tema de la Expo 70. Se propone mostrar que el progreso occidental más la armonía oriental suministran la clave para un mundo más brillante para la humanidad. ¿Tiene éxito la Expo 70 en esto? Vayamos y veamos.
En esta despejada mañana de primavera viajamos en auto precisamente alrededor de las 330 hectáreas de la Expo 70 a toda velocidad, y luego nos unimos a centenares de otros autos en un amplio aparcamiento. Falta una hora para que abran, pero la fila de gente ya está larga. En la entrada principal hay una futurista “Torre del Sol” que tiene una altura de 60 metros.
Para cuando llegamos al pabellón soviético, se calcula que la fila es de tres horas de largo, de modo que la pasamos por alto y entramos en el pabellón del Reino Unido después de esperar cinco minutos. Lo encontramos realmente interesante. Una variedad de películas y diapositivas representan vívidamente la vida y las industrias, el arte y la historia de la Gran Bretaña. Y se nos pone al día sobre el progreso científico, lo más reciente en motores de retropropulsión, hovercrafts, descubrimientos en el campo de la medicina y cosas semejantes.
Se dice que ahora hay unas 300.000 personas en el terreno. Vigorosos grupos en gira que llevan cintas pintorescas y “cachuchas de la Expo” se agitan acá y allá. No obstante, sin tener que esperar pasamos por una sala brasileña singular al aire libre y disfrutamos de una taza de café que nos obsequian. Enseguida, el pabellón hawaiano, con sus canciones y bailes hula. No hay que esperar tampoco en los servicios sanitarios, donde quedamos sorprendidos al encontrar música agradable.
Música y canciones latinas animadas, presentadas por un vigoroso grupo de trovadores, nos atraen al pabellón mexicano. Un gran calendario azteca del Sol abre el camino a una vívida representación gráfica de la historia de México a través de la era azteca y católica hasta los tiempos modernos. Cerca está el pabellón griego, que de nuevo nos remonta a tiempos precristianos. Sobresaliente es un mosaico grande, excavado de las ruinas de Pompeya, que muestra a Alejandro Magno cuando ataca a Darío III de Persia en Isos, en 333 a. de la E.C.
El pabellón de la India es espléndido en su esfuerzo por describir los orígenes e historia de la India y la lucha por edificar una nación moderna. Se representa muy claramente la historia del budismo y se nos dice que Buda mismo nació en fecha tan reciente como 544 a. de la E.C. Para entonces estaba ya por terminar la escritura de las Escrituras Hebreas. Dogmas principales del budismo se expresan en una placa: “Entonces habló Buda: Punto de vista correcto, intención correcta, habla correcta, acción correcta, conducta correcta, vida correcta, esfuerzo correcto, atención correcta, concentración correcta. Todas las cosas carecen de permanencia.” Reflexionamos: ¿de qué pueden servir las cosas “correctas” sin permanencia?
El jardín japonés y el Japón
Caminamos una corta distancia hasta el jardín japonés de 26 hectáreas. Aquí, en medio de lagos y estanques atestados de peces, flores de lis y de loto, entre cascadas y arroyuelos, salones de té y despliegues de árboles enanos y oyendo el canto de las aves y música de koto (arpa) fluyendo de los altoparlantes, encontramos un rasgo espléndidamente diferente de la Expo 70. Aquí descansamos comiendo nuestro almuerzo que llevamos en una caja, en medio de la armonía de la creación de Dios. Esto nos hace meditar, también, en que el progreso duradero de la humanidad no ha de encontrarse en las ciudades de acero y concreto con su contaminación del aire y el agua, sino que tiene que aguardar hasta el tiempo, ya cercano, en que el Creador restaure el paraíso a la Tierra a su manera.
Refrescados para seguir caminando, cruzamos al pabellón del Japón. Mientras la fila de gente serpentea hacia la entrada, tenemos cuarenta minutos para contemplar el exterior de esta estructura de 15 millones de dólares, la más costosa y controversial de toda la Expo 70. Dentro hay una representación vívida de la mitología japonesa, combinada con la historia verdadera. Una espantosa estampa del “infierno” budista con sus víctimas retorciéndose en agonía penosísima le hace a uno recordar el “infierno” de Dante... ¡verdaderamente, toda la religión falsa tiene orígenes comunes!
Pero pronto pasamos al Japón moderno y nos anonadan el movimiento impetuoso de la vida y las estadísticas. El bullicio se asemeja a lo real, hasta en el detalle de un bosque de antenas de TV... pero ¿es esto progreso? En un teatro circular conseguimos algún alivio y una impresión de armonía, al ver “Nuestro mundo” en dieciocho pantallas cinematográficas, representando simultáneamente la vida de Osaka y otras grandes ciudades alrededor del mundo. Vemos un tapiz intitulado “La Torre del Gozo,” representando la esperanza de los usos futuros de la energía nuclear.
Luego, como culminación, viene una de las cosas más excelentes de la Expo 70... el Gran Teatro, con su pantalla de 48 metros de ancho y la película a colores “El Japón y los japoneses.” Con fotografía soberbia se muestra al monte Fuji en sus cuatro estaciones y la vida cotidiana de la gente que lo rodea. Los vemos, jóvenes y ancianos, en la escuela y en el trabajo, en medio de la nevada y el tifón, al tiempo de la floración y al tiempo de escalar el Fuji... ¡cuando la cúspide de la montaña se ve aun más atestada que la Expo 70!
Después de ver varias exhibiciones tecnológicas japonesas cercanas, cenamos temprano —a precio elevado— y atravesamos el terreno en la acera automática.
Descendiendo al pabellón norteamericano, solo tenemos que esperar treinta y cinco minutos en la fila. De noche la muchedumbre no es tan grande. La estructura del pabellón norteamericano en sí es imponentemente atractiva. Un enorme techo ovalado autosostenedor, que apenas se eleva por encima del nivel del suelo, resguarda el entero espacio de exhibiciones que queda abajo... sin vigas, sin columnas.
La exhibición norteamericana comienza espléndidamente, con fotografías en blanco y negro por prominentes artistas que representan la vida en los EE. UU. Entramos en el remolino y la acción del mundo de los deportes, hecho a la medida para los intereses del público japonés, que ama los deportes. Pero la exhibición verdaderamente grande empieza con los módulos chamuscados de la pequeña nave espacial Géminis y de la mucho más grande nave espacial Apolo, y termina con un pedazo de roca de la Luna encerrado como cosa preciosa. No parece diferente de la roca de la Tierra y nos preguntamos si este producto final de la exploración espacial realmente significa progreso de miles de millones de dólares.
Si hay alguna referencia a esperar en Dios para el progreso, no la notamos. ¿O ha sido reemplazado Dios por el uniforme de Babe Ruth y la roca de la Luna?
¿Trataremos de nuevo de ver el pabellón soviético? El monorriel nos lleva rápidamente hasta el otro lado de la Expo y pronto nos encontramos bajo la estructura descollante de rojo y blanco con su pináculo de la hoz y el martillo dorados elevados hacia el cielo. Desde el comienzo, la exhibición es muy interesante, hablando en términos de historia. Pero pronto nos cansamos de ver fotografías de Lenín, Lenín, Lenín... tan obviamente el dios supremo de los soviéticos.
Se nos lleva a las grandes regiones boscosas del Soviet y se nos recuerda el nacimiento de muchas ciudades nuevas y el crecimiento espectacular de la energía eléctrica y su uso. Como exhibición culminante del Soviet hay naves espaciales verdaderas, incluso la Soyuz, y vemos cómo éstas atracan en el espacio. Pero en vez de los maniquíes de los astronautas, hubiésemos preferido haber conocido en persona a algunos de los jóvenes de esa nación, una experiencia agradable que sí tuvimos en muchos de los otros pabellones.
Tanto la exhibición norteamericana como la exhibición soviética dejan la impresión de que la esperanza del futuro de la humanidad está en el espacio exterior. Pero, ¿es así?
Recorriendo muchas naciones
Amanece otro día, y nuestra primera visita es a la sala búlgara. ¡Qué feliz comienzo del día! Se nos recibe a la entrada por un coro de muchachas en pantalla panorámica con trajes nativos, cantando lo que parece que es una animada canción folklórica. Y aunque hay algunos recordatorios de que ésta es una de las naciones de la familia socialista de países, la gente y su vida, su campo, sus vides y sus terrenos cultivados se representan de una manera que cautiva de principio a fin.
Por otra parte, el vecino pabellón checoslovaco, aunque está bellamente construido de paredes de vidrio, parece dar énfasis a un temor mórbido a la guerra. Un visitante que va delante de nosotros ha escrito en el libro que está a la salida: “Esta es una exhibición muy deficiente.” Sin embargo, por parte nuestra, encontramos mucho que es interesante e instructivo en el finale checo, una película que representa la fabricación y los usos del vidrio y el cristal checos.
Después de otro almuerzo en los deleitables alrededores del jardín japonés, pasamos a ver las salas africanas. Algunas de éstas presentan hermosas transparencias a colores de la fauna y de grandes bosques, montañas, ríos y cascadas. ¡Cuán atractiva es esta Tierra con toda su variedad cuando está libre de ideologías egoístas y explotación codiciosa! Pero no podemos concordar con la alegación de que fue en Tanzania “donde el hombre inhaló por primera vez el espíritu de vida, hace 1.750.000 años.”
Alemania, Francia, Italia, Suiza y otros países tienen sobresalientes pabellones que abarcan la escena europea, su música, su diversión, su historia y su belleza natural. Una caminata a través del bosque lluvioso de Nueva Zelanda, completa con el clamor de tuis y campaneros, y una serie de cuatro teatros que representan el “Descubrimiento” en el Canadá, nos llevan a otras partes de la Tierra. El pabellón canadiense suministra bondadosamente bancas para sentarse mientras nuestra fila que espera entra grupo por grupo en el Palacio de los Espejos, que tiene forma de pirámide. Felizmente, hay asientos en cada uno de sus teatros, también, y una exhibición informativa pasmosa . . . hasta que se lanza a diez minutos despedazadores de los nervios de rock ’n’ roll escandaloso y psicodélico, evidentemente el “descubrimiento” del Canadá para el futuro. ¿Puede ser esto armonía? ¿Es progreso?
Mirando al futuro
Queremos ver más de las exhibiciones japonesas, pero largas filas que esperan nos desaniman. Sin embargo, pasamos por arboledas de bambú hasta la Matsushita Electric, que vendió 1.300.000 aparatos de televisión a colores el año pasado. Esta exhibición da prominencia a una Cápsula del Tiempo metálica, que contiene un registro completo de nuestros tiempos, que habrá de ser enterrada a 15 metros de profundidad en el Castillo de Osaka, después que termine la Expo 70. La cápsula contendrá artículos de vestir, utensilios domésticos, un rollo de historia y cintas de ruidos... hasta del relincho del caballo y el gruñido del cerdo. No se abrirá por 5.000 años. Es una idea original, pero ¿será de interés la Cápsula del Tiempo a 5.000 años desde ahora?
La sala de las empresas del Grupo del Fuji se parece a una enorme carreta cubierta de color anaranjado. Su película en pantalla panorámica parece dar prominencia a las discordias de la vida humana desde la concepción hasta el sepulcro... sus contradicciones, sus divisiones raciales y nacionales, sus crueldades y frustraciones. Nos hace preguntar: ¿Dónde en la Tierra entre la humanidad hay esperanza de progreso y armonía? Otros han recibido fuertes impresiones, también, pues oímos comentar a un estudiante japonés que pasaba: “Progreso y armonía... ¡diametralmente lo contrario!”
En dos días solo vemos una porción interesante y despertadora del pensamiento de la principal Zona de Exhibición, pero nos deleitamos en los alrededores tranquilos del jardín japonés.
La Expo 70 es un espectáculo tremendo. Es enorme. Es informativa y educativa al mostrar los pueblos de la humanidad y su ambiente y actividades. Subraya la necesidad urgente de progreso y armonía. Pero, ¿puede delinear el camino para alcanzarlos? Esta es una tarea demasiado colosal, aun para el coloso que constituye la Expo 70 del Japón.
[Ilustración de la página 9]
Torre del Sol, símbolo de la Expo 70