Por qué se van las monjas
SIEMPRE ha habido unas pocas monjas que han desertado. Pero el éxodo actual de decenas de miles de monjas no ha tenido paralelo ni en número ni en su impacto estremecedor. ¿Por qué se han ido tantas?
Hay varios factores envueltos. Sin embargo, la causa principal tiene que ver con la mismísima estructura y el funcionamiento de la Iglesia Católica en sí. La anterior monja Mercedes Alonso señaló: “La cantidad constantemente en aumento de mujeres dedicadas que diariamente están abandonando los conventos no está creando la crisis sino que la está revelando.”
¿Qué condiciones en la Iglesia Católica han perturbado a las monjas tanto como para que miles de ellas hayan desertado?
Una razón principal para las deserciones
Las monjas objetan, en particular, a lo que consideran tradiciones y restricciones sin sentido. Un ejemplo es la regla eclesiástica que prohíbe casarse a las monjas.
La ley del celibato fue impuesta hace siglos por los dirigentes de la Iglesia; se reconoce que no es bíblica. El reciente papa Juan XXIII dijo: “El celibato eclesiástico no es un dogma. Las Escrituras no lo imponen. Hasta es fácil efectuar un cambio.”
Miles de monjas y sacerdotes han solicitado urgentemente ese cambio, algunos hasta citando la autoridad de la Sagrada Biblia. El teólogo católico Hans Küng, por ejemplo, dijo: “Pedro y los apóstoles fueron, y permanecieron, casados aun en pleno discipulado de Jesús, y éste siguió siendo el modelo para los líderes de la comunidad por muchos siglos posteriores.” (Mat. 8:14; 1 Cor. 9:5) No obstante la Iglesia ha rehusado cambiar su ley del celibato.
Así es que, debido a sentirse injustamente obligadas a someterse a una ley hecha por el hombre, muchas monjas han abandonado sus conventos. Algunas han abandonado la Iglesia Católica del todo, sin duda sintiéndose fortalecidas en su decisión al descubrir la advertencia bíblica: “El Espíritu claramente dice que en los últimos tiempos algunos apostatarán de la fe, dando oídos a espíritus seductores y enseñanzas diabólicas, . . . que proscriben el matrimonio.”—1 Tim. 4:1-3, Ediciones Paulinas.
Reglamentos restrictivos
Sin embargo el celibato es solo una entre las leyes eclesiásticas que hacen que las monjas se sientan oprimidas. Los reglamentos que dictaban la clase de hábito, o uniforme, que debían usar las monjas era otra fuente de irritación. Muchas consideraban el hábito impropio e incómodo.
Además, muchas monjas consideraban una humillación innecesaria el tener que raparse la cabeza para usar la complicada toca. “Durante todos los años que pasé como religiosa,” dijo una anterior monja, “nunca me acostumbré al hecho de estar sin mi cabello; cuando estaba sin la cofia evitaba mirar en los espejos a menos que fuera absolutamente necesario.”
También están los reglamentos acerca de la disciplina. Midge Turk, que pasó unos dieciocho años como monja, explica en su autobiografía de 1971 The Buried Life: “La disciplina era un látigo de treinta centímetros, con una fusta de cuerda trenzada de cortina veneciana que en el extremo se abría en cuatro tiras anudadas. Se nos dijo que lo usáramos en privado solo los miércoles y los viernes por las tardes durante un período específico, según el reglamento escrito, y usarlo solo en nuestras espaldas, piernas, o asentaderas.” Este “tratamiento severo del cuerpo” no solo carece de apoyo de las Escrituras, sino que muchos lo consideran como una práctica degradante y medieval.—Col. 2:20-23.
Además, hay reglas que obligan a observar períodos de silencio, regulan los períodos de oración y meditación, y así por el estilo. El sinfín de reglamentos, muchos de los cuales parecen injustos y ridículos, frustran a las monjas. Aun el cardenal Leo Suenens en su libro de 1963 The Nun in the World reconoce que, en muchos casos, las monjas fueron prisioneras de reglas pasadas de moda que desperdician su potencial y eficacia.
“Hasta se nos prohibía hablar con las monjas compañeras, a menos que tuviéramos permiso,” explicó una monja que pasó más de diecisiete años en un convento en Brooklyn, Nueva York. “De hecho, estaba señalado en la Regla Santa que el sencillo gesto de tocarnos una a la otra estaba prohibido. Esa regla fue una reacción excesiva a las acusaciones de lesbianismo, el cual estuvo desenfrenado en la comunidad religiosa medieval.”
Cierto, en la década pasada se han logrado algunos cambios en los reglamentos susodichos. Pero los cambios no vinieron fácilmente. Hubo conflictos largos y desesperados con las autoridades de la Iglesia, y las reformas se concedieron solo después que parecía que eran el único camino para salvar la comunidad de las monjas. Muchas monjas se fueron debido a que se sentían frustradas a cada paso en sus intentos de iniciar una reforma.
Esto ocurrió, por ejemplo, en 1970 en Los Ángeles, California. Allí, aproximadamente 315 de las 380 monjas de las hermanas del Inmaculado Corazón de María se fueron en conjunto. Fueron dirigidas por la cabeza de la orden, Anita Caspary.
No obstante, las reglas pasadas de moda y los intentos frustrados de cambiarlas no son las únicas cosas que han hecho que las monjas se fueran. El ambiente de los conventos es quizás el factor principal.
Actitudes y conducta
A menudo las monjas señalan a una falta de afecto y amistad en los conventos, y esto ha contribuido a que muchas monjas decidan irse. Como uno bien puede imaginarse, reglas como las que obligan al silencio, prohíben la libre discusión y hasta prohíben tocarse una a la otra contribuyen a un ambiente frío y formal.
Frecuentemente se señala que está ausente el sentimiento humano. Una anterior monja explicó: “Se desanimaban los intentos de una amistad normal, saludable, y hasta se le miraba con sospecha.” “Me faltaba la intimidad,” señaló otra anterior monja, “la clase de acercamiento que uno siente solo como parte de una gran familia, estrechamente unida.”
Las monjas señalaron además que faltaba un interés genuino por el bienestar de otros dentro de la Iglesia. Midge Turk, que ascendió a puestos administrativos como monja, se quejó: “Ni una sola vez se mencionó durante las reuniones con los funcionarios de la diócesis el tema del valor de las criaturas humanas con las que yo trabajaba.” Sin duda fue esta clase de actitud la que un director de periódico católico tuvo en mente cuando escribió que las monjas estaban “dejando la vida religiosa debido a que para ellas la comunidad era un estorbo en vez de una ayuda para la vida cristiana.”
Además, muchas monjas se están yendo debido a que se sienten sofocadas... se aplastan todas las iniciativas e innovaciones. En 1967 Jacqueline Grennan, una educadora nacionalmente reconocida en los Estados Unidos, abandonó su orden religiosa, explicando: “Bajo el voto de obediencia . . . llegué a comprender que no podía vivir como una criatura humana responsable y productiva.”
Igualmente, a menudo las monjas sienten que se les trata como a niños... de hecho, prácticamente cada decisión y movimiento les son dictados. Contribuye a esto la estructura de la Iglesia Católica. A la madre superiora se le conceden grandes poderes sobre las vidas de las monjas, lo cual tiende a hacer que ella se sienta como alguien especial. Una mujer, que se fue después de pasar siete años en los conventos de Argentina y Chile, informó:
“Las superioras requerían obediencia total. Esto equivalía a idolatría porque, según ellas, Dios las había colocado en sus posiciones y por lo tanto todas tenían que darles obediencia indiscutida. . . . La obediencia que requerían llegaba a tales extremos que teníamos que inclinarnos delante de ellas, sin jamás hacer preguntas.”
El sacerdote católico Luke Delaney, que pasó aproximadamente un cuarto de siglo organizando conventos misionales, señaló a actitudes de esa índole de parte de las superioras como la causa del gran éxodo de monjas de los conventos en Irlanda. Dijo:
“Algunas madres superioras son tercamente obstinadas y presumidas en su conservadurismo . . . Adoptan prácticas restrictivas . . . Las jóvenes de hoy día no soportan la dictadura de faldas en los conventos. Sencillamente se van.”
Sin embargo, se puede observar que todas estas condiciones han existido por generaciones... el celibato, las reglas restrictivas, las actitudes desamoradas y autoritarias y así por el estilo. “¿Por qué, pues,” quizás pregunten algunas personas, “ha sido ahora, en la década pasada, que ha estado ocurriendo el sorprendente éxodo de las monjas?”
Por qué las deserciones en conjunto
El Segundo Concilio Vaticano, de 1962 a 1965, con sus esfuerzos de renovación, es el particularmente responsable. El papa Juan XXIII declaró que el propósito del Concilio era “dejar que penetre un poco de aire fresco en la Iglesia.” Así es que se extendió una invitación a los religiosos para examinar su vocación, para pensar por sí mismos. ¿Con qué consecuencias?
En su carta de renuncia de 1972, después de pasar casi dieciocho años en el convento de la Visitación de Santa María en Bayridge, Brooklyn, una monja explicó: ‘Muchas de las hermanas se desilusionaron a medida que tratamos de poner al día las tradiciones y costumbres. Pero se encontró rígida resistencia de los que se oponían a ponerse al día. No es de asombrarse el que tantas monjas estén dejando los conventos.’
Las investigaciones hechas por las monjas revelaron que numerosos reglamentos que gobernaban su vida no tenían significado y eran innecesariamente restrictivos, más bien que provechosos para la vida cristiana. Por ejemplo, descubrieron que sus hábitos o vestiduras, los cuales supuestamente tenían un origen sagrado, sencillamente eran la clase de vestidura que usaban las campesinas hace siglos. Además, se enteraron de que los cortinados alrededor de sus camas, que creían que tenían algún significado sagrado, originalmente solo servían para el abrigo, ¡y por lo tanto completamente innecesarios en estos tiempos de calefacción central!
El Segundo Concilio Vaticano había invitado las investigaciones que con el tiempo condujeron a las desilusiones y conflictos cuando se hicieron esfuerzos para ponerse al día. Pero hay otro factor que ha contribuido al éxodo en conjunto de las monjas. Este es: la actitud cambiante, así como la condición social, de las mujeres.
Las monjas han sido atrapadas por el espíritu del movimiento de liberación de las mujeres, el cual floreció a mediados de los años 1960. Así es que imbuidas de un nuevo sentimiento de independencia, las monjas se sintieron estimuladas a salir de sus convenios al desilusionarse. Esto animó aun a otras monjas a irse, y de este modo el éxodo cobró velocidad.
Otro factor importante
Sin embargo, los esfuerzos para renovar la Iglesia condujeron a otros descubrimientos que han confundido a muchas monjas. Se descartaron ciertos santos, ahora se puede comer carne los viernes, y se quitaron las imágenes de las iglesias. Pero esto no es todo. Una anterior monja señaló: “También aprendí que enseñanzas católicas básicas como la trinidad, la inmortalidad del alma, el purgatorio, el limbo y el fuego del infierno no son bíblicas, sino de origen pagano.”
Es evidente el hecho: ¡La Iglesia Católica sencillamente no está enseñando la verdad bíblica acerca de Dios y sus propósitos! No es de asombrarse que se haya esparcido el desaliento entre las monjas. “Me sentía como que padecía de hambre espiritual,” observa una anterior monja de Adams, Massachusetts. “En nuestro convento ni se hablaba ni se tenía la esperanza del reino de Dios. Rara vez hablábamos espontáneamente acerca de Dios.” Hasta las autoridades católicas comenzaron a reconocer abiertamente la carencia espiritual. Por ejemplo, el sacerdote católico Andrew M. Greeley escribió recientemente:
“Hay una crisis de energía religiosa en la iglesia que es aun más grave que la escasez de petróleo. Enormes cantidades de personas están hambrientas por religión, por iluminación y dirección en las cuestiones críticas de la vida y la muerte, el bien y el mal, el amor y el odio, la unidad y la diversidad, Dios y el hombre.
“El último lugar en el que podrían buscar iluminación en 1974 sería la Iglesia Católica Romana (y tampoco les irá mucho mejor si buscan en otras iglesias).”—The National Catholic Reporter, 11 de enero de 1974.
¿Puede uno culpar a las monjas por abandonar una iglesia a la cual hasta su propio sacerdote describe de esta manera? Pero, si otras iglesias están igualmente desprovistas espiritualmente, ¿dónde puede ir uno en busca de la verdad bíblica concerniente a Dios y a sus propósitos?
Monjas hallan respuestas satisfacientes
Hay una fuente de instrucción espiritual confiable. Después de abandonar el convento en 1969, la anterior monja de Adams, Massachusetts, señaló: “Dejé de ir a la iglesia. Había llegado a la conclusión de que la Iglesia Católica no estaba enseñando la verdad, pero no tenía idea de dónde hallarla. Más tarde dos testigos de Jehová llegaron a mi puerta y alegremente les invité a entrar en mi casa para hablar.
“Investigué lo que me estaban enseñando los Testigos, debido a que quería asegurarme de que no se me estaba engañando otra vez. Sin embargo, después de dos o tres estudios llegué a la conclusión de que los testigos de Jehová estaban enseñando la verdad bíblica. Era demasiado razonable para no ser verdad. Especialmente me agradó aprender que Dios no es una Trinidad.”
Pero no solo es grato aprender la verdad concerniente a Dios y sus magníficos propósitos, sino que es reconfortante experimentar el amor genuino que existe entre los testigos de Jehová. “Esto me atrajo aún más que sus enseñanzas bíblicas,” observó una señora que había sido monja por diez años y que fue bautizada por los Testigos en enero del año pasado en Paraguay.
¿Es usted una monja, o lo fue anteriormente? ¿Ha estado asociada con alguna organización religiosa? ¿Desea servir a Dios de la manera en que lo hicieron Cristo y sus primeros seguidores? ¿Gozaría usted del afectuoso compañerismo amoroso de los cristianos del día actual que verdaderamente imitan a los cristianos del primer siglo? Los testigos de Jehová se complacerán en brindarle su ayuda. Hable con ellos la próxima vez que la visiten, o escriba a los publicadores de esta revista.