Yo fui un guardia palatino
QUIZÁS usted nunca supo que el papa tiene un ejército. Pero es verdad. Por nueve años serví en la milicia del Vaticano en calidad de miembro de la Guardia Palatina de Honor.
Por supuesto, el papa no tiene un ejército regular, como los papas acostumbraban tener. El papa Julio II a principios del siglo dieciséis asumía personalmente el comando de su ejército y lo guiaba a la batalla. Además, la Iglesia Católica Romana en el pasado mantenía órdenes militares religiosas. De éstas, The Catholic Encyclopedia dice: “Estas órdenes superaban, en la cohesión que es el ideal de toda organización militar, a los cuerpos de soldados escogidos más famosos que conoce la historia.”—1911, tomo X, página 307.
Por eso en realidad no debería sorprender a nadie el que el Estado actual de la Ciudad del Vaticano también tuviera una milicia.
Organización militar reciente
De los cuatro cuerpos de ejército que el Vaticano ha mantenido en años recientes, probablemente el mejor conocido es la Guardia Suiza. Desde 1505, cuando el papa Julio II hizo un tratado con los suizos para que constantemente le suministraran 250 hombres como su guardia personal, un cuerpo de militares suizos ha atendido al papa. En agosto de 1959 el papa Juan XXIII reorganizó el cuerpo para incluir varios oficiales, dos tambores, un capellán y setenta guardias.
Parece que la Guardia Noble en un tiempo tuvo prestigio aun mayor, puesto que The Catholic Encyclopedia lo llamó el “cuerpo más distinguido del servicio militar papal.” Se formó en 1801. Los Gendarmes Papales y la Guardia Palatina completaban los cuerpos de defensa del papa.
La Guardia Palatina de Honor se formó en 1850 por el papa Pío XI. Él decretó que dos cuerpos de milicia existentes se fusionaran bajo este nuevo nombre. Antes de 1870 se le asignaban a la Guardia Palatina operaciones militares en la guerra, pero después sus funciones fueron mayormente ceremoniales.
Sin embargo, desde 1968 hasta 1971, la Guardia Noble, la Guardia Palatina y la gendarmería fueron disueltas. Por lo tanto la Guardia Suiza es lo único que queda de la milicia vaticana.
Por qué quise ingresar
Mi padre había sido miembro de la Guardia Palatina por aproximadamente treinta años, un puesto del cual él y mi madre estaban muy orgullosos. Por lo tanto deseaban que yo siguiera la tradición de la familia. Pero había otras razones por las que yo quería ingresar.
En mi adolescencia me había apartado de la religión, estando profundamente influenciado por la enseñanza evolucionista que había recibido en la escuela. Así es que pensé que si estuviera en contacto estrecho con los líderes religiosos más eminentes del mundo, incluso el papa mismo, eso podría fortalecer mi fe en Dios.
Además, tengo que confesarlo, otra razón para ingresar era el prestigio y todo el encanto y fascinación asociados con el puesto. Como miembro de la Guardia Palatina uno podía conocer a muchas personas famosas y disfrutar de un lugar de prominencia en las funciones religiosas importantes.
Admisión
Así es que en 1960, a la edad de dieciocho años, presenté mi solicitud para ser admitido en la Guardia Palatina. Después de ser favorablemente recomendado por mi sacerdote parroquial, se me llamó para una entrevista personal.
Recuerdo bien la ansiedad que sentí al acercarme a los imponentes edificios del Vaticano. Entré en el salón de recepción y delante de mí estaba una mesa larga. Detrás de ésta estaba sentado el comandante del cuerpo, el capellán coronel y otras cuatro personas. A un lado de la sala colgaban retratos de diez papas y al lado de cada uno había una bandera arrugada en memoria de batallas pasadas.
Primero me dirigieron unas preguntas personales. Entonces el capellán me pidió que recitara ciertas oraciones católicas, tales como el Credo, el Acto de Fe y el Acto de Esperanza. No habiendo prestado mucha atención a la instrucción religiosa, temía que mi conocimiento superficial se dejaría ver. Pero mis preocupaciones resultaron sin fundamento, puesto que la entrevista solo fue una formalidad. Aproximadamente un mes más tarde, fui admitido en la Guardia Palatina.
Entrenamiento y uniforme
Después de un breve servicio religioso, mi entrenamiento comenzó con una lección de más o menos una hora sobre religión. Entonces cada jueves concurría a un curso de instrucción religiosa. Yo esperaba que esto me ayudara a aumentar mi conocimiento de Dios y que mis dudas acerca de su existencia se disiparan. Pero ése no iba a ser el resultado. De hecho, los dogmas de la Iglesia que nos enseñaron solo aumentaron mis dudas.
Sin embargo, disfruté del entrenamiento militar. Con el tiempo, se me permitió llevar puesto el impresionante uniforme militar de la Guardia Palatina. Este incluía una chaqueta negra, pantalones azules hechos de fina piel de castor, un cinturón blanco, zapatos negros, y un sombrero negro duro con visera y un penacho de plumas rojas. Los otros accesorios incluían un adorno de gruesos cordones dorados, y vistosas charreteras de color dorado que los turistas trataban de arrancar durante los desfiles.
Al servicio del papa
El papa celebraba audiencias con los visitantes en la sala del trono en la basílica de San Pedro. Por lo general a mí se me asignaba servir en la antesala, estacionado a la entrada del salón donde el papa recibía a sus visitantes. El visitante iba acompañado de un camarero o de un criado de librea, y en el momento en que pasaba enfrente de nosotros nos cuadrábamos. Recuerdo particularmente dos visitas de alto nivel.
Una fue la de un monje budista vestido de una túnica amarilla. Visitó al papa Paulo VI durante el II Concilio Vaticano para hablar a favor de la paz en Vietnam. Esa visita causó mucha excitación porque, en ese tiempo, eran comunes los relatos periodísticos acerca de los monjes budistas que se suicidaban por medio de quemarse.
La otra visita fue la de la reina Isabel de Inglaterra, a quien no solo se reconoce como cabeza política, sino también como cabeza de la Iglesia Anglicana de Inglaterra. Al cumplir con el protocolo del Vaticano, la reina, así como cada persona de su séquito, fue acompañada de un representante de la corte pontificia. Al llegar ante el papa, por lo general el acompañante del invitado sugiere que el invitado bese el anillo de la mano extendida del papa. Así es que la reina se inclinó y besó la mano del pontífice —la cabeza de la Iglesia Anglicana inclinándose ante el cabeza de la Iglesia Católica Romana— ¡de cierto una exitosa maniobra diplomática de parte de la corte pontificia!
Otros recuerdos vívidos que tengo son de los desfiles cuando la Guardia Palatina, precedida por las sonoras trompetas imperiales, entraba en la plaza de San Pedro. Por ejemplo, la celebración anual del 2 de junio en honor del ejército italiano, durante la cual el pontífice impartía la bendición solemne Urbi et Orbi.
También serví en la guardia de honor durante muchas visitas oficiales de los jefes de estados, entre ellos la del presidente de Gaulle de Francia, el rey Hussein de Jordania, el presidente Sukarno de Indonesia y el emperador Haile Selassie de Etiopía. También, serví a la entrada de la cámara mortuoria del papa Juan XXIII en junio de 1963 y poco después en la elección del papa Paulo VI.
Pompa y ceremonia
El miércoles por la mañana el papa celebraba una audiencia pública en la sala del trono con las personas que habían hecho cita por anticipado para verlo y recibir su bendición. Ciertamente era un espectáculo impresionante cuando el papa aparecía con su séquito para estas ocasiones.
El papa entraba sentado sobre una especie de trono en una plataforma que era llevada por sus sirvientes. Estos eran seguidos por un gran séquito de eclesiásticos y ayudantes ataviados colorida y lujosamente. Tenían títulos tales como caballero de la capa y la espada, sirviente de los caballeros secretos y oficial de los camareros. También estaban en la procesión los comandantes y oficiales de los varios cuerpos de ejército del Vaticano.
En estas ocasiones ocurrían escenas de toda clase, algunas casi increíbles. Por ejemplo, uno podía ver a una mujer que gritaba arrancándose el cabello y levantando en alto un crucifijo al pasar el papa, protegido detrás de las barandas portátiles de madera. Se hacía necesario sacar a la fuerza a algunas personas histéricas. A los bebés se les levantaba en alto para que el papa los tocara.
Además, había veintenas de manos extendidas hacia el papa sosteniendo una carta o una hoja de papel en la que se había escrito alguna súplica. Y los dignatarios eclesiásticos cerca del trono portátil del papa las aceptaban de una manera condescendiente. Pero también había personas que se reían, otras que lloraban, y aún otras que permanecían indiferentes. Se cantaban himnos, y ondeaban los pañuelos.
Cuando estas audiencias públicas se celebraban en la basílica de San Pedro la escena era todavía más impresionante. La aclamación que se levantaba a la entrada del papa lo seguía como una ola de mar a medida que él avanzaba. Sin embargo, en años recientes he notado que disminuye el número de visitantes.
Coronación del papa
Sin embargo, la coronación del papa excedió por mucho a la pompa y el esplendor de las audiencias papales. Testigos han dicho: “Nunca se podrá olvidar la magnificencia.” Yo estuve allí en la coronación del papa Paulo VI el 30 de junio de 1963, y ciertamente fue un acontecimiento notable en mi carrera como miembro de la Guardia Palatina. Estuvieron presentes jefes de estados, ministros, embajadores, dignatarios políticos y militares, periodistas y representantes católicos y protestantes de todas partes del mundo.
Parecía casi irreal... todo el lujo, las piedras preciosas, los ropajes brillantemente costosos de los participantes, especialmente el del papa transportado sobre un trono triunfal, los abanicos de pluma de avestruz moviéndose lentamente a su alrededor, la música, la ceremonia. No hay palabras para describir la grandiosidad. La coronación de los antiguos emperadores bizantinos, a la cual imita la coronación papal, seguramente no pudo haber sido más ostentosa.
Entonces se efectuó la entrada magnífica de toda la corte papal con gran pompa, encabezada la procesión por la Guardia Palatina. La procesión a paso lento duró casi una hora en un giro de brillantes colores, a la vez que un coro de voces jóvenes acompañaba a la fila de cientos de cardenales y obispos que venía avanzando. Finalmente el papa Paulo VI fue coronado con una espléndida corona montada con gemas preciosas, un símbolo real del poder supuestamente conferido a él como el representante de Cristo en la Tierra.
Pero me pregunté: ¿Es verdaderamente la voluntad de Dios que su Hijo tenga un representante como éste sobre la Tierra? ¿Es apropiada toda esta pompa? ¿Lo aprueba Cristo?
Las respuestas que recibí
Recibí una respuesta de un ciego que se aprovechó de la oportunidad de hablarme en la oficina donde yo por lo general trabajaba. Por lo que me mostró de la Biblia llegué a apreciar que el papa no estaba imitando el ejemplo de Cristo y de sus apóstoles. Pues aprendí que cuando un oficial del ejército italiano cayó a los pies del apóstol Pedro para rendirle homenaje, Pedro dijo: “Levántate; yo mismo también soy hombre.” (Hech. 10:25, 26) ¡Sin embargo los líderes de la Iglesia se comportan en absoluto contraste con Pedro!
Pero hubo otros asuntos. La Iglesia Católica enseña que las criaturas humanas tienen un alma inmortal que, según dice ella, se puede quemar por siempre en un infierno de fuego o se puede atormentar en el purgatorio, dependiendo de los pecados cometidos. Sin embargo aprendí que la Biblia enseña que el hombre es un alma, y que no tiene un alma inmortal separada. “El alma que pecare, ésa perecerá,” dice la versión de la Biblia católica de Nácar-Colunga. (Eze. 18:4) Y es obvio que el infierno de la Biblia no es un lugar de fuego, como se muestra en pasajes bíblicos como esta oración que el rey David dirigió a Dios: “Si descendiere al infierno, estás presente.” Las Escrituras aclaran que el infierno de la Biblia es sencillamente el sepulcro común de la humanidad.—Sal. 138:8 Versión Scío; vea también Job 14:13; Eclesiastés 9:5, 10; Hechos 2:31.
Además, se me mostró que Dios no es una Trinidad. Él no es tres dioses coiguales y sin embargo un solo Dios, según dice la enseñanza católica de la Trinidad. “El Señor Dios tuyo es el solo Dios,” enseñó Cristo, y él también reconoció: “El Padre es mayor que yo.” (Mar. 12:29; Juan 14:28, Versión Herder) Aprendí estas cosas de mis consideraciones bíblicas con este ciego que es un testigo cristiano de Jehová.
Sin embargo, el pensar acerca de estas cosas comenzó a perturbarme, porque comprendí que tenía ante Dios una responsabilidad de actuar en armonía con estas verdades. Un día estaba en el club de la Guardia Palatina, sentado en la sala de proyección de películas cerca de un monseñor. Durante el cambio de películas le pregunté de un modo casual si sabía algo acerca de esas personas que afirman poder demostrar con la Biblia que no hay una Trinidad, que el alma no es inmortal y que no hay un fuego del infierno. Me preguntó a quién me refería. Contesté: “A los testigos de Jehová.” Me sorprendió cuando dijo en respuesta: “Ah, pero esos son cristianos.”
Así es que comencé un estudio serio de la Biblia con los testigos de Jehová, y recibí el conocimiento que se basa en la Biblia que verdaderamente ha fortalecido mi fe en Dios. Con el tiempo dediqué mi vida a servir al Dios verdadero, Jehová, y desde entonces he tenido el gozo de empuñar, no un arma literal, sino ‘la espada del espíritu, la Palabra de Dios,’ ayudando a otras personas a también aprender la verdad acerca de Jehová Dios y sus grandiosos propósitos. (Efe. 6:17)—Contribuido.