Mi vida como una artista famosa
QUIZÁS usted haya visto un cuadro de un niño o una niña pensativo con ojos excepcionalmente grandes y tristes. Probablemente fue uno que yo pinté. Por más triste que es decirlo, la verdad es que yo era tan desdichada como los niños que pintaba.
Crecí en la parte sur de los Estados Unidos en la zona que frecuentemente llaman “la Región de la Biblia.” Tal vez fue este ambiente, o mi abuela metodista, lo que infundió en mí un profundo respeto a la Biblia, aunque sabía muy poco acerca de ella. Crecí creyendo en Dios, pero con muchísimas preguntas no contestadas.
Puesto que era una niña enfermiza, a menudo sola y muy tímida, desde muy joven desarrollé un talento para el dibujo. Por ser de genio indagador deseaba saber acerca del propósito de la vida, por qué estamos aquí, por qué hay dolor, angustia y muerte, y si Dios es bueno. Siempre “¿Por qué?”
Me parece que más tarde estas preguntas se reflejaron en los ojos de mis retratos de niños y, en parte, explican su atracción de alcance mundial. Los ojos, siempre el punto de enfoque, a menudo se describían como “conmovedores.” Parecían reflejar el alejamiento espiritual de la mayoría de la gente de hoy... su anhelo por algo más de lo que ofrece este sistema.
El camino por el cual llegué a la popularidad en el mundo del arte estuvo lleno de obstáculos. En él hubo dos matrimonios que terminaron en fracaso y también tuve mucha angustia mental. Las controversias alrededor de mi vida privada y la paternidad artística de mis cuadros resultaron en historias cablegráficas internacionales, litigios, fotografías en primera plana y hasta titulares. Por muchos años había permitido que mi segundo esposo asumiera el crédito por mis cuadros. Pero un día, ya no pudiendo seguir con el engaño, abandoné a mi esposo y a mi hogar en California y me mudé a Hawai. Después de un período de depresión y muy poco pintar, comencé a tratar de reconstruir mi vida y más tarde me casé de nuevo.
En 1970 llegó una etapa crucial cuando un periodista hizo los arreglos para televisar un “duelo de pinceles” entre mi esposo anterior y yo, que habría de celebrarse en Union Square de San Francisco para establecer la paternidad artística de los cuadros. Fui la única que se presentó y aceptó el desafío. La revista Life trató este acontecimiento en un artículo que corrigió una historia anterior errónea que atribuía los cuadros a mi esposo anterior.
Mi parte en el engaño había durado doce años y es algo que siempre me pesará. Sin embargo, me enseñó el valor de ser veraz y que ni la fama, ni el amor, ni el dinero ni ninguna otra cosa compensan una mala conciencia.
Todavía tenía preguntas acerca de la vida y Dios y éstas me llevaron a buscar las respuestas en lugares extraños y peligrosos. Investigué lo oculto, la astrología, la quiromancia, y hasta la grafología en busca de las respuestas. Mi amor al arte me llevó a investigar muchas culturas antiguas y sus filosofías que se reflejaban en su arte. Leí muchísimos volúmenes sobre la filosofía oriental y hasta probé la meditación trascendental.
Mi hambre espiritual me hizo investigar las diferentes creencias religiosas de la gente con quien me encontraba. Por ambas partes de mi familia y entre mis amigos me puse en contacto con varias religiones protestantes además de la metodista, incluso la Ciencia Cristiana, los mormones, los luteranos y unitarios. Cuando me casé con mi esposo actual, un católico, investigué seriamente esa religión. Pero todavía no hallé respuestas satisfactorias —siempre había contradicciones— y siempre faltaba algo.
Con esta excepción (el no tener respuestas a las preguntas importantes de la vida), mi vida por fin había comenzado a enderezarse. Había logrado casi todo lo que había deseado. La mayor parte de mi tiempo lo pasaba haciendo lo que más me gustaba hacer... pintar niños y niñas (mayormente chiquillas) con los ojos grandes. Tenía un esposo maravilloso y un matrimonio excelente, una hija amable y seguridad económica, y vivía en mi rincón favorito de la Tierra... Hawai. Pero a veces me preguntaba por qué no estaba completamente satisfecha, por qué fumaba tanto y algunas veces bebía demasiado y por qué estaba tan tensa. No me daba cuenta de lo egocéntrica que me había hecho en mi busca de la felicidad personal.
El cambio inesperado
Los testigos de Jehová venían frecuentemente a mi puerta, cada dos semanas, pero rara vez aceptaba su literatura o les prestaba mucha atención. Poco sabía que a su debido tiempo una llamada a mi puerta cambiaría drásticamente mi vida. Esa mañana en particular dos señoras orientales, una china y la otra japonesa, se presentaron en mi umbral. Algún tiempo antes de su venida, mi hija me había mostrado un artículo acerca de que el día de descanso era el sábado y no el domingo, y acerca de la importancia de guardarlo. Esto nos había impresionado tanto que comenzamos a asistir a la iglesia de los Adventistas del Séptimo Día. Hasta había dejado de pintar los sábados, pensando que era un pecado el hacerlo. Así es que cuando le pregunté a una de las mujeres en la puerta cuál era el día de descanso, me sorprendió el que ella respondiera “sábado.” De modo que le pregunté: “¿Por qué no lo guardan?”
¿No es cierto que era irónico el que yo, una caucásica, criada en “la Región de la Biblia,” estuviera pidiéndoles información a dos orientales que probablemente se criaron en un ambiente no cristiano?
Ella abrió una Biblia muy usada y leyó directamente de ella textos que explicaban por qué ya no era necesario que los cristianos guardaran el sábado ni cumplieran con los diferentes rasgos de la Ley mosaica, por qué se dio la ley sabática, y acerca del día de descanso futuro de mil años.
Su conocimiento de la Biblia me impresionó tan profundamente que quise examinar la Biblia más detenidamente por mí misma. Gustosamente acepté el libro La verdad que lleva a vida eterna, el cual me dijo explicaba las doctrinas básicas de la Biblia. A la semana siguiente cuando las dos volvieron, mi hija y yo comenzamos a estudiar la Biblia con regularidad. Fue una de las decisiones más importantes de mi vida y resultó en cambios dramáticos en la vida de nosotras dos.
En este estudio de la Biblia mi primer y más grande obstáculo fue la Trinidad. Puesto que creía que Jesús era Dios, una parte de la Trinidad, el que repentinamente se desafiara esa creencia era como si hubieran tirado de la alfombra debajo de mis pies. Quedé atemorizada. Debido a que mi creencia no tenía validez a la luz de lo que leía en la Biblia, súbitamente sentí una soledad más profunda de la que jamás había experimentado antes. No sabía a quién orarle y estaba acosada por dudas, hasta la duda de que siquiera existiera un Dios.
Retrayéndome
Gradualmente quedé convencida por la Biblia de que el Dios Todopoderoso es Jehová, el Padre (no el Hijo), y a medida que estudiaba comencé a reconstruir mi quebrantada fe, esta vez sobre cimientos verdaderos. Pero a medida que aumentaban mi conocimiento y fe, empezaron a intensificarse las presiones. Mi esposo amenazó con abandonarme, y otros miembros cercanos de la familia estaban sumamente perturbados. A medida que empecé a comprender lo que se requería para ser un cristiano verdadero, buscaba una salida porque pensaba que nunca podría testificar a extraños ni ir de casa en casa para hablar a otros acerca de Dios.
Mi hija, que ahora estaba estudiando en una ciudad vecina, progresaba mucho más rápidamente. Su progreso, de hecho, vino a ser para mí otro obstáculo. Ella creía tan absolutamente lo que estaba aprendiendo que quería llegar a ser una misionera. El solo pensar en mi hija única como misionera en un país lejano me aterró, y decidí que tenía que protegerla de hacer algo tan drástico. Así es que comencé a buscar algún defecto. Pensaba que si podía hallar que esta organización enseñaba algo que no estaba respaldado por la Biblia podría convencer a mi hija.
Con mi habilidad para los detalles la búsqueda fue cabal. Al fin había adquirido más de diez diferentes traducciones de la Biblia, tres concordancias y muchos otros diccionarios bíblicos y libros de consulta como obras suplementarias a los que conseguí de la biblioteca. Recibí una “ayuda” extraña de mi esposo, que a menudo traía a casa libros y folletos que eran en menoscabo de los Testigos. Los escudriñé escrupulosamente, pesando con cuidado cada cosa que decían. Pero jamás hallé el defecto.
En cambio, la falsedad de la doctrina de la Trinidad, así como el hecho de que los Testigos conocen y dan a conocer el nombre del Padre, el Dios verdadero, junto con el amor que se tienen los unos a los otros y su estricta adherencia a las Escrituras, me convencieron de que había hallado la religión verdadera. No pude evitar el quedar profundamente impresionada por el contraste entre los testigos de Jehová y las otras religiones en asuntos de finanzas.
Con el tiempo, mi hija y yo nos bautizamos, junto con otras cuarenta personas, el 5 de agosto de 1972, en el hermoso y azul océano Pacífico... un día que jamás olvidaré. Ella volvió a mudarse a casa para poder dedicar todo su tiempo a servir de Testigo aquí en Hawai. Mi esposo continúa con nosotras y hasta se maravilla ante los cambios que hemos efectuado.
De ojos tristes a ojos alegres
Desde que dediqué mi vida a Jehová, han ocurrido muchos cambios en mi vida. Uno de los primeros fue que dejé de fumar. En realidad perdí el deseo y la necesidad. Este fue un hábito de veintidós años y fumaba como término medio un paquete o más por día. Había tratado de romper el hábito desesperadamente porque sabía que era perjudicial, pero había sido imposible. A medida que creció mi fe, el texto de 2 de Corintios 7:1 resultó ser el más poderoso incentivo. Con la ayuda de Jehová por medio de la oración y por creer en su promesa de Malaquías 3:10, el hábito fue roto final y completamente. ¡Asombrosamente, no sufrí síntomas de abstinencia ni ninguna otra molestia!
Otros cambios fueron las profundas transformaciones psicológicas en mi personalidad. De una persona muy tímida, insegura, introvertida y abstraída en mí misma que buscaba y necesitaba largas horas de soledad en las cuales pintar y relajarme de mis tensiones, me convertí en una persona mucho más sociable y extrovertida. Ahora dedico muchas horas a hacer lo que más odiaba —hablar con la gente— ¡y me deleita cada minuto de ello!
Otro cambio ha sido que solo dedico una cuarta parte del tiempo que dedicaba a pintar, y sin embargo, asombrosamente, realizo casi la misma cantidad de trabajo. Además, las ventas y los comentarios indican que los cuadros hasta están mejorando. El pintar había sido casi una obsesión para mí. Me sentía impulsada a pintar debido a que era mi terapia, mi escape y mi descanso... mi vida giraba completamente en torno de ello. Todavía lo disfruto inmensamente, pero ya no me entrego irresistiblemente a ello ni lo necesito como apoyo. Puesto que ha aumentado mi conocimiento de Jehová, la Fuente de toda creatividad, no ha de extrañar el que la calidad de mis cuadros haya aumentado a la vez que ha disminuido el tiempo de la ejecución.
Ahora la mayor parte de mi tiempo que anteriormente dedicaba a pintar lo dedico al servicio de Dios, a estudiar la Biblia, a enseñar a otros y a asistir a las cinco reuniones de estudios bíblicos que se celebran en el Salón del Reino cada semana. Durante los pasados dos años y medio, dieciocho personas han comenzado a estudiar la Biblia conmigo. Ocho de estas personas ahora están estudiando activamente, una está lista para bautizarse, y otra ya se bautizó. Entre sus familiares y amigos, otras trece personas empezaron a estudiar con otros Testigos. Ha sido un gran gozo y privilegio el tener una parte en ayudar a otras personas a llegar a conocer a Jehová.
Al principio no se me hizo fácil ceder mi acariciada soledad, mi propia rutina de la vida y una gran cantidad del tiempo que empleaba en pintar, y poner en primer lugar la voluntad de Jehová, sí, antes que cualquier otra cosa. Pero estaba dispuesta a tratar de hacerlo y, por medio de la oración y confiando en la ayuda de Jehová, descubrí que cada paso del camino se hacía más fácil y era recompensado. La prueba de su aprobación y ayuda casi me anonadó... no solo en bendiciones espirituales sino también en bendiciones materiales.
Al evocar mi vida pasada, ahora parece muy significativo mi primer cuadro al óleo que hice cuando tenía unos once años de edad. El cuadro fue de dos versiones de la misma chiquilla... la niña que estaba en segundo plano era triste, con lágrimas en sus ojos; la que estaba en el primer plano tenía ojos alegres y sonrientes. En el pasado, los simbólicos ojos grandes y tristes que yo pintaba reflejaban las contradicciones desconcertantes que veía en el mundo a mi alrededor, y que hacían surgir en mí tantas preguntas. Ahora he hallado en la Biblia las razones de las contradicciones de la vida que me atormentaban, así como las respuestas a mis preguntas.
El obtener un conocimiento acertado de Dios y su propósito para la humanidad me ha hecho sentir la seguridad verdadera que proviene de tener la aprobación de Dios y la paz interior y felicidad que la acompañan. Esto se refleja en mis cuadros actuales a tal grado que aun lo detectan otras personas. La mirada triste, perpleja, de los ojos grandes está dando paso a una mirada más feliz. ¡Mi esposo hasta nombró a uno de mis recientes niños felices de ojos grandes “El ojo Testigo”!—Contribuido.