Discernimiento al visitar a los enfermos
Por el corresponsal de “¡Despertad!” en el Canadá
DEBIDO a un severo ataque cardiaco, un testigo de Jehová estaba hospitalizado. Era bien conocido, y todas las congregaciones de esa zona lo amaban y le tenían aprecio. Literalmente centenares de sus amigos estaban muy deseosos de visitarlo. Pero el descanso y la tranquilidad eran esenciales para su recobro. La esposa preocupada habló con el médico acerca de esto y le dijo confiadamente: “Los testigos de Jehová tienen un problema singular en una situación como ésta porque tenemos muchísimos amigos amorosos.” Le explicó que “realmente somos miembros de una familia mundial en la cual cada uno se interesa personalmente en el bienestar del otro.”
Este cariño genuino a menudo provoca comentarios por parte del personal del hospital y otros pacientes. Un buen ejemplo de esto es el caso de una señora que tuvo que ir al hospital de una ciudad remota para conseguir cirugía. Se le informó a la congregación de los testigos de Jehová en esa ciudad acerca de ella. Aunque no había muchos que la conocieran personalmente en esa ciudad, ella relata: “Esperaba con verdadero anhelo las horas de visita, preguntándome quién vendría; y nunca quedé desilusionada. Dos, y algunas veces hasta seis, hermanos y hermanas venían a animarme y a hacer más alegre mi día. Otras personas de la cuadra decían: ‘¡Qué popular es usted! Usted sí que recibe muchas visitas.’” Estas visitas breves contribuyeron mucho a abrir la mente de pacientes que anteriormente habían rehusado escuchar a los testigos de Jehová.
Puesto que los resultados pueden ser tan gratos, ¿hay algo de lo cual debemos tener cuidado al visitar a los enfermos? Sí, lo hay. Sencillamente puede ser que haya demasiados visitantes o que las visitas sean demasiado largas. Algunas personas prefieren la solitud cuando están enfermas. Otros quizás sean delicados y se sientan avergonzados enfrente de visitantes debido a sus problemas físicos temporarios o los tratamientos que están recibiendo. A veces lo que sucede es que se visita demasiado pronto después de una enfermedad grave o una operación.
Por lo general es mejor que solo la familia inmediata visite al enfermo durante los primeros dos o tres días después de cirugía. Su presencia allí a la cabecera es confortante sin que sea necesario conversar. A menudo las enfermeras agradecen la atención que los miembros de la familia pueden mostrar en cosas pequeñas, como el ayudar al paciente a tomar líquidos o aun comidas.
Por lo general, los miembros de la familia del paciente o sus amigos íntimos podrán decirles a otros cuándo es conveniente que el enfermo reciba más visitas. Pero todavía se necesita discernimiento. La conversación entusiástica de un visitante lleno de vida puede cansar al paciente. Hasta el escuchar o concentrarse puede exigir demasiado esfuerzo durante las primeras etapas de su convalecencia.
La mayoría de los hospitales fijan horas específicas para las visitas y limitan el número de visitantes en el cuarto del paciente. Aunque esto les parezca restringente a los que vienen a visitar, el observar las reglas resulta en beneficio del paciente. El que diez o doce visitantes estén apiñados alrededor de la cama puede exigir demasiado esfuerzo del paciente que todavía está débil de una operación mayor o de una enfermedad grave.
Cuando el paciente no puede sentarse en la cama o en una silla, el que los visitantes estén a ambos lados de la cama, puede dejarlo rendido. A medida que la conversación va de uno a otro, tiene que mover la cabeza continuamente en la almohada de un lado a otro. Descansaría mucho más si solo tuviera que mirar en una dirección, sin tener que mover la cabeza y ojos como si estuviera observando un juego de tenis.
La persona que sinceramente se interesa en el bienestar del paciente no lo visitará si tiene resfriado, dolor de garganta u otros síntomas de infección. Tanto por razones higiénicas como para la comodidad del paciente, el personal del hospital prefiere que los visitantes no se sienten en la orilla de la cama. Si no hay suficientes sillas para los visitantes, el interés amoroso en el bien del paciente moverá al que no tenga una silla a quedarse de pie.
También debe usarse discernimiento para determinar la duración de la visita. El que la persona sea pariente del enfermo y la condición física del paciente ciertamente influirían en esto. Diez minutos de conversación tranquila y agradable pueden contribuir mucho a la edificación del paciente. Sin embargo, si se le envolviera en una consideración de media hora o más, se le pudiera dejar rendido y hasta causar un retroceso.
Conversación edificante
A veces las personas fuertes, saludables, se retraen de visitar a los enfermos. Tal vez se sienten incómodos y no sepan qué decir. Por otra parte, las personas que han sufrido enfermedades frecuentes y a veces operaciones graves se inclinan a hablar de estas cosas en gran detalle. Pero esto pudiera ser deprimente. Por lo tanto, se debe hacer un verdadero esfuerzo por ser edificante.
Entre los testigos de Jehová nunca deben faltar temas edificantes de que hablar. Pueden compartir con el paciente asuntos acerca de la congregación, pensamientos bíblicos apropiados, experiencias que se han tenido al declarar las “buenas nuevas” y un sinnúmero de otras cosas animadoras. (Mat. 24:14) Por supuesto, la edad y las circunstancias del enfermo pudieran determinar la dirección de la conversación. Si la inactividad o debilidad tienen desanimado al enfermo, el visitante pudiera recordarle las oraciones que otros elevan en su interés, también el valor de sus propias oraciones en el interés de la congregación y que su fortaleza y paciencia en esta enfermedad atestiguan su fe firme y esperanza. A veces hasta los jovencitos tienen ataques de enfermedad y operaciones. Por lo general, su restablecimiento solo requiere tiempo. Por eso, una conversación que mira hacia adelante puede ser muy animadora. Por supuesto, se debe considerar la condición y puntos de vista de otros pacientes que están en el mismo cuarto, para que lo que oigan nunca les sea desconcertante ni molesto.
El visitar a los enfermos tiene otros buenos efectos además de beneficiar al paciente. El que los jóvenes le ocasionen placer genuino a un anciano o enfermo les puede ayudar a ellos a desarrollar compasión y condolencia. Además, puede que el paciente, por su excelente ejemplo de aguante, anime a los visitantes que no han tenido la misma experiencia que él ha tenido con el sufrimiento. Por ejemplo, la disposición alegre de una anciana, ciega e incapacitada por la artritis, siempre tenía este efecto en los que venían a visitarla.
Regalos considerados
A veces el visitante desea traer un pequeño regalo como muestra de su amor e interés en el bienestar del paciente. En muchas partes de la Tierra flores o plantas en macetas sirven bien para este propósito. Sin embargo, a veces está limitado el espacio al lado de la cama. La fuerte fragancia de algunas variedades de flores puede molestar al enfermo. Es posible que un regalo floral solo aumente la congoja de aquellos que sufren de alergias. Por supuesto, uno puede preguntarle a la familia del enfermo acerca de esto y guiarse por sus sugerencias. Un libro que trate de la afición favorito del paciente o de algo que especialmente le interesa, como la fotografía, el entallar en madera o hacer jardines, pudiera ser un regalo que se recibiera con verdadero aprecio. Sin embargo, el regalo no es la cosa de importancia. El hecho de que la persona se esforzó por hacer una visita breve es lo que verdaderamente vale.
Visitas a los enfermos en casa
Algo que no se debe olvidar de hacer es visitar a los enfermos que están en casa. Ellos necesitan que se les anime lo mismo que los que están en los hospitales. La enfermedad con sus exigencias adicionales puede afectar a todo miembro de la casa. Por eso, además de mejorar el estado de ánimo de una sola persona, posiblemente el visitante considerado vea modos de prestar apoyo a la familia. ¡Considere cuán agradecida se sentiría una madre enferma si se le ayudara una hora con los quehaceres! Los pequeños actos de bondad durante una crisis de familia se recuerdan por largo tiempo. Sin embargo, tal vez sería considerado telefonear de antemano. Así se puede arreglar una hora conveniente para la visita. Por otra parte, si, por ser contagiosa la enfermedad o por alguna otra razón, sería mejor no hacer una visita personal, entonces una nota alentadora por el correo, o hasta una expresión de interés amoroso por teléfono, pudiera animar al paciente.
A menudo se oye a los que han estado enfermos y que han recibido la animadora y amorosa atención de sus amigos y hermanos espirituales expresar el agradecimiento que sienten por esta extensa familia de asociados. Se ve, pues, que en realidad el problema de tener muchísimos amigos y visitantes puede ser un problema agradable, uno que se puede resolver bien usando discernimiento. La solución del problema estriba especialmente en tratar de imitar a Jehová, el Dios que es “muy tierno en cariño y misericordioso.”—Sant. 5:11.