Bacterias... ¿nos ayudan o nos perjudican?
Por el corresponsal de “¡Despertad!” en Francia
DONDEQUIERA que nos hallemos, estamos rodeados de un sinnúmero de criaturas vivientes invisibles al ojo humano. A algunas de ellas se les puede considerar como amigas verdaderas, a otras como enemigas mortales. ¿Quiénes o qué son éstas? Son bacterias, levaduras, mohos y otras formas de vida designadas por el término general de “microorganismos” porque estas criaturas diminutas solo pueden verse a través de un microscopio poderoso.
Las bacterias se hallan en todo lugar... en el aire, en el agua, en la tierra y en los seres vivientes. Pueden actuar sobre o alterar casi cualquier elemento sobre la haz de la Tierra. En realidad, la habilidad que tienen de producir cambios químicos hace que el químico más ingenioso se demude de envidia y lamente lo limitado de su poder.
En relación con esto, John M. Wood, profesor de la bioquímica, declaró lo siguiente en el mensuario científico francés La Recherche en su número de septiembre de 1976: “Se conoce extensamente que los microorganismos sintetizan los compuestos orgánicos con más facilidad y eficiencia que nuestros mejores químicos industriales.” También hizo notar que las bacterias pueden causar reacciones químicas a la vez que “violan reglas de la química orgánica establecidas por largo tiempo.” ¡Cuánto debe frustrar esto a los químicos!
¿No siente usted suficiente curiosidad para aprender un poco más acerca de las bacterias? Mirémoslas de cerca, escudriñando su modo de vivir, averiguando lo que las hace morir y, al mismo tiempo, descubriendo el servicio que le rinden al hombre así como también las dificultades que a veces le causan.
Una dieta variada
Básicamente, el alimento sirve un propósito doble en el caso de todo organismo viviente. Suministra las sustancias necesarias para el crecimiento o renovación de las células, y produce energía. Por más diminutas que sean, las bacterias también necesitan comer y deshacerse de los desperdicios. Se sirven de una variedad infinita de alimentos.
Algunas llevan una vida verdaderamente “ascética,” y quedan satisfechas con un régimen soso: los elementos sencillos del anhídrido carbónico y el nitrógeno del aire. Otras no se complacen tan fácilmente y requieren hidratos de carbono y amoníaco, o moléculas más complejas de nitrógeno, como los aminoácidos. Hay otras que son aún más exigentes y necesitan vitaminas.
Tanto los hombres como los animales sacan su energía de la oxidación de alimentos como los azúcares y grasas. La respiración provee el oxígeno de modo que estos “combustibles” se oxiden o quemen en el cuerpo. Similarmente, muchas bacterias, que se llaman “aerobias,” usan el oxígeno del aire. La energía que así se obtiene se despide como calor o se almacena en pequeñas moléculas (como las del ATF [trifosfato de adenosina]). Estos compuestos, a su vez, sirven como fuente de energía, e impulsan las muchas reacciones químicas que se realizan dentro de las células bacteriales. ¿Sabía usted qué es una de estas bacterias aerobias (Acetobacter aceti) la que hace que el vino se convierta en vinagre?
Para otras bacterias, el combustible o la agencia que causa la combustión no es el oxígeno, sino varios compuestos minerales. Por ejemplo, algunas bacterias usan para este propósito los nitratos y sulfatos, transformándolos en nitritos, nitrógeno o ácido sulfhídrico, un gas que puede reconocerse fácilmente por su hedor que se parece al de huevos podridos. A esta clase de bacteria, que vive en la ausencia del oxígeno, se le llama “anaerobia.” Algunos de los microorganismos que se hallan en los intestinos humanos pertenecen a este grupo.
Ciertas bacterias obran de otra manera diferente. En el caso de éstas, una molécula orgánica desempeña un papel parecido al del oxígeno. El proceso resultante se llama fermentación.
En realidad, estas categorías de bacterias son bastante indefinidas, pues, aunque algunas especies solo usan uno de estos medios para obtener energía, muchas otras se adaptan a su ambiente y en una ocasión pueden ser aerobias (que requieren oxígeno) y en otra ocasión anaerobias (independientes del oxígeno).
En todos los ejemplos previos, la energía proviene de los cambios en las sustancias químicas presentes en la atmósfera o en el medio en que viven las bacterias. Pero no siempre es éste el caso. En cierto sentido, se pueden comparar las bacterias con las plantas, porque sacan su energía del sol por medio de la fotosíntesis. Tienen pigmentos que fijan la luz del sol y la transforman en una sustancia que suministra energía.
Desechos... ¿peligrosos o útiles?
Durante su crecimiento, las bacterias producen sustancias que a menudo pueden considerarse como desechos metabólicos o productos secundarios. Entre dichos desperdicios deben contarse las toxinas que son muy venenosas para el hombre. ¿Ha oído usted de la enfermedad que se llama “tétanos”? La causa el bacilo tetánico (Bacillus tetani), el cual, al entrar en el cuerpo por medio de una lesión, empieza a producir la toxina tetánica que se extiende por todo el cuerpo y afecta al sistema nervioso. El resultado casi siempre es mortal.
Otra bacteria (Clostridium botulinum), el Bacillus botulinus, que tiene gran resistencia al calor, a veces se halla en alimentos envasados que no han sido debidamente esterilizados, o en lo que se consigue en las tiendas de alimentos ya preparados. Libera una toxina extremadamente poderosa en el conducto alimenticio que con el tiempo afecta al sistema nervioso y causa parálisis. Este veneno, la sustancia más venenosa de que se sabe, es dos millones de veces más poderosa que el arsénico. El tan solo probar el alimento contaminado puede ser letal. Tan tóxica es esta sustancia que los científicos calculan que solo 100 gramos de ella bastarían para eliminar de sobre la haz de la Tierra toda la vida humana.
Esto aclara por qué hay que ejercer gran cuidado al envasar los alimentos en casa. Además, uno debe descartar sin vacilar todo alimento envasado que no haya sido debidamente calentado o esterilizado. ¡Cuidado con cualquier lata que parezca hinchada o pandeada o que despida un mal olor al abrirla, pues el Bacillus botulinus es un formador de gas (anaerobio)!
Afortunadamente, no todas las bacterias son tan peligrosas. Entre las bacterias que utilizan la fermentación como fuente de energía, muchas liberan desechos que le son útiles al hombre. Por ejemplo, ¿sabía usted que el olor característico de la mantequilla se debe a la oxidación de acetoin, un producto secundario bacterial que se convierte en biacetilo de olor agradable?
Entre muchas otras buenas cosas que Dios ha provisto para la humanidad está el “vino que regocija el corazón del hombre mortal.” (Sal. 104:15) El vino, tomado en moderación, es una bebida agradable y sana. Bueno, ¿sabía usted que lo que produce el alcohol en el vino es una levadura que se llama Saccharomyces cerivisiae? Aunque no es una bacteria, sino un hongo, el metabolismo envuelto es el mismo. El alcohol es un producto secundario de este microorganismo, resultando de la descomposición de los azúcares en las uvas.
Así mismo, dos bacterias lácticas (Streptococcus thermophilus y Lactobacillus bulgaricus) producen el yogur, un producto de leche fermentada que se originó en Bulgaria y que se come principalmente en Europa y América del Norte. En cuanto al kéfir, originalmente de Caucasia, y el kumis, común en Asia Central, son bebidas que resultan de la fermentación de la leche por bacterias lácticas junto con la fermentación alcohólica de la leche producida por levadura.
Lo mismo es cierto de los quesos. El ácido láctico, un producto secundario del metabolismo de los azúcares, acidifica la leche y la cuaja. Otros microorganismos, a menudo bacterias o mohos, producen una gran diversidad de desechos que les dan su sabor y olor distintivos a las muchas variedades existentes de queso.
Sumamente prolíficas
Hablando en generalidades, las bacterias se reproducen por fisión, que quiere decir que se dividen en dos. Cuando una bacteria llega a ser de tamaño suficiente, se divide, lo cual da por resultado dos nuevas bacterias idénticas a la célula madre. A su vez, estas dos bacterias se dividen, y así sucesivamente. Este fenómeno ocurre a intervalos metódicos, y el tiempo que se requiere varía mucho de una especie a otra, y también depende de las condiciones ambientales. Por ejemplo, si se coloca en condiciones ideales, una bacteria marina que se llama Pseudomonas natriegens se divide cada 10 minutos, mientras que el microbio de la tuberculosis (Mycobacterium tuberculosis) se divide solo cada 27 horas.
Para ilustrar la rapidez con que ocurre la reproducción y lo que pueden ser sus consecuencias, consideremos una sola bacteria provista de las condiciones correctas de temperatura, humedad y nutrición, y que se divide cada 20 minutos, como sucede en el caso de muchas bacterias que se hallan en los intestinos humanos. ¿Tiene usted alguna idea de la cantidad de bacterias que habría si la reproducción continuara sin interrupción por 24 horas? ¡No menos de 47 x 1020, o sea, 47 seguido de veinte ceros! Aunque una bacteria pesa solo aproximadamente la mitad de una mil millonésima de miligramo, el resultado sería una masa de bacterias que pesaría 2.300 toneladas. ¡Asombroso! Las temperaturas más bajas impiden casi todo el crecimiento bacterial.
¡Con razón los alimentos que se consiguen en las tiendas que los venden ya preparados, los productos lácteos y las salsas se prestan rápidamente al crecimiento de las bacterias y pueden hacerse inadecuados para comer si no se almacenan en un lugar frío! Puesto que son ricos en sustancias nutritivas, son excelentes medios de cultivo para el crecimiento de bacterias. Una sola bacteria basta para contaminar el entero artículo alimenticio. ¡Qué enérgica y exacta fue la ilustración del apóstol Pablo: “Un poco de levadura hace fermentar toda la masa”!—Gál. 5:9.
Cuando no hay alimento, cuando la temperatura es desfavorable y cuando no se remueven los desechos o los productos secundarios del crecimiento bacterial, la división va haciéndose más despacio y por fin se detiene. Mueren las bacterias más débiles, mientras que las otras esperan condiciones mejores. Algunas, bien equipadas para la supervivencia, forman “esporas,” que ofrecen gran resistencia al calor, la sequedad, la luz del sol y a los desinfectantes. Las esporas pueden sobrevivir por años, y algunas (por ejemplo, la espora del botulismo) pueden soportar agua hirviente por ocho horas. Luego que se restauren las condiciones favorables a la vida, la espora germina y se desarrolla hasta ser una bacteria parecida a la que existía antes de la espora, y se reanuda la reproducción.
Vulnerabilidad
Ya que hemos considerado cómo las bacterias viven y se multiplican, veamos lo que las hace morir.
Hay muchos agentes físicos o químicos a los que son sensibles los microorganismos. Se dice que estos agentes tienen una “acción bacteriostática” cuando detienen el desarrollo de las bacterias, y una “acción bactericida” cuando las destruyen.
No hay duda de que el Sol, con sus rayos ultravioletas, sea el agente bactericida más antiguo y uno de los más eficaces. Los rayos ultravioletas causan mutaciones en las bacterias, es decir, cambios en su composición genética, que en la mayoría de los casos resultan mortíferas.
Por lo general, las bacterias no pueden desarrollarse en soluciones muy concentradas de sustancias como el azúcar o la sal. En tales condiciones, el agua que los microorganismos contienen se libera a través de la pared celular en un esfuerzo por diluir el medio externo (osmosis). El resultado es que las bacterias se deshidratan y dejan de crecer, o mueren. Esto es lo que sucede cuando se cura con sal la carne o el pescado. Semejantemente, la presencia de grandes cantidades de azúcar en las jaleas o mermeladas de fruta ayuda a conservarlas.
El calor es el enemigo mortal de las bacterias. Una temperatura de 50 a 60 grados centígrados (122 a 140 grados Fahrenheit) por media hora es suficiente para neutralizar casi todas las bacterias, pero se exigen medidas más rigurosas para las que pueden formar esporas. Se requiere 20 minutos en un esterilizador de vapor para matar estos gérmenes. Por eso se emplea este método para esterilizar la bata del cirujano y la cubierta sobre el paciente.
También hay muchas sustancias químicas a las que las bacterias son sensibles. Hay varios modos en que este conocimiento puede usarse con buen provecho, por ejemplo, en la conservación de alimentos. Sin duda los preservativos químicos más antiguos y más conocidos son el alcohol y el vinagre. Más recientemente, la industria química ha creado una gran variedad de productos que actúan sobre las bacterias o los hongos e impiden su crecimiento. Algunos de estos agentes químicos parecen inocuos, pero desafortunadamente se desconocen los efectos secundarios que podrán tener durante un período largo.
Los antisépticos, también son productos químicos que les son dañinos a las bacterias. Son útiles para desinfectar la piel, la ropa o las habitaciones. Las amas de casa a sabiendas o sin saberlo guerrean contra las bacterias cuando usan los desinfectantes de la cocina, productos químicos blanqueadores, yodo, ácido carbólico y peróxido de hidrógeno o agua oxigenada.
Finalmente, entre los enemigos de las bacterias hay que mencionar los antibióticos, que, al usarse del modo debido, son sumamente útiles en combatir ciertas enfermedades infecciosas.
Más bien que daño
Este estudio breve de la vida y muerte de las bacterias revela que, a pesar de que a veces estos microorganismos pueden ser nuestros enemigos mortíferos, con más frecuencia son nuestros aliados preciados. Sencillamente es asunto de mantenerlos bajo control. Sí, las bacterias representan un mundo de por sí casi invisible pero muy importante. Contribuyen a ciclos naturales que son indispensables. En verdad, la vida y muerte de las bacterias son de tremenda importancia al equilibrio de la vida vegetal y animal en la Tierra. Por lo tanto, estas formas de vida infinitésimas testifican a la sabiduría del Creador de todas las cosas, grandes y pequeñas.