¿Qué opina usted sobre el estado de los muertos?
UNA señora llora en silencio ante el sepulcro de su esposo que murió en un accidente. Es el 2 de noviembre, día que por toda la cristiandad se conoce como el día de difuntos. En esta ocasión millones de personas en todas partes del mundo visitan los cementerios para decorar los sepulcros con flores y guirnaldas.
¿Por qué lo hacen? Muchos creen que al estar cerca de los sepulcros en ese día pueden beneficiar las “almas” de las personas muertas a quienes amaban. Los católicos romanos creen que al orar y participar de ciertas actividades religiosas durante el día de difuntos pueden aliviar el sufrimiento de las almas en “purgatorio.” Según la doctrina católica, el purgatorio es un lugar de castigo temporal en el que el alma se purifica antes de poder entrar al cielo.
Aunque no apoyan la creencia en el purgatorio, algunas iglesias protestantes también observan el día de difuntos. De hecho, es el último de tres días consecutivos que según la cristiandad están especialmente relacionados con los muertos. El día anterior, el 1 de noviembre, es el día de todos los santos, en honor a las almas de los “santos,” de quienes se cree que ya han logrado entrar en el cielo. Y el día anterior a éste, el 31 de octubre, se llama en los países de había inglesa “Halloween,” y se refiere a la Víspera de Todos los Santos.
La celebración de esta víspera también está relacionada con los muertos. En el calendario de los celtas de la antigüedad el 31 de octubre era la víspera del año nuevo. Los celtas y sus sacerdotes, los druidas, creían que en la víspera del año nuevo las almas de los muertos vagaban por la Tierra. Se decía que con alimento, bebida y sacrificios se podía apaciguar a estas almas errantes. En “Halloween” se daba importancia a las fogatas para ahuyentar a los espíritus malos.
Respecto a las fogatas en esa época del año, leemos en Curiosities of Popular Customs (Curiosidades de las costumbres populares): “También se usaban fuegos a diferentes horas y en diferentes lugares en la noche de todos los santos, que es la víspera del día de difuntos, y en el día de difuntos mismo, el dos de noviembre. En estos casos se consideraba que los fuegos eran típicos de la inmortalidad, y se crea que eran eficaces, por lo menos como señal externa y visible, para esclarecer las almas [es decir, ayudarlas a librarse] del purgatorio.”
¿Qué opina usted sobre el estado de los muertos? ¿Cree usted que sus almas todavía están vivas en alguna región invisible, experimentando placer o dolor? Si no se les apacigua con ciertos actos religiosos o sacrificios, ¿pueden los muertos perjudicar a las personas en la Tierra? ¿Pueden los vivos beneficiar a los muertos de alguna manera?
Posiblemente le sorprenda saber que la Biblia no dice que los seres humanos tienen un alma que se separa del cuerpo a la hora de la muerte. Más bien, leemos que “el hombre vino a ser alma viviente.” (Gén. 2:7) El alma es la persona entera, no una parte invisible de ella. Eso quiere decir que cuando una persona muere, el alma muere. (Lev. 23:30; Núm. 31:19; Eze. 18:4, 20; Luc. 6:9) En cuanto a la condición de los muertos, la Biblia la describe como una de absoluta inconsciencia, pues dice: “En cuanto a los muertos, ellos no están conscientes de nada en absoluto.”—Ecl. 9:5; Sal. 146:3, 4.
Pero aunque los muertos están inconscientes, hay para ellos una esperanza maravillosa. La Palabra de Dios asegura que “va a haber resurrección así de justos como de injustos.” (Hech. 24:15) ¿Se le hace difícil creer eso? En realidad, las Escrituras mencionan varias resurrecciones que ya han ocurrido. Consideremos tres que Jesucristo ejecutó. De la primera de éstas, leemos:
“Viajó a una ciudad llamada Naín, y sus discípulos y una grande muchedumbre viajaban con él. Al acercarse él a la puerta de la ciudad, pues ¡mira! sacaban a un muerto, el hijo unigénito de su madre. Además, ella era viuda. También estaba con ella una muchedumbre bastante numerosa de la ciudad. Y cuando alcanzó a verla el Señor, se enterneció por ella, y le dijo: ‘Deja de llorar.’ En seguida se acercó y tocó el féretro, y los que lo llevaban se detuvieron, y dijo: ‘Joven, yo te digo: ¡Levántate!’ Y el muerto se incorporó y comenzó a hablar, y se lo dio a su madre. Entonces el temor se apoderó de todos, y se pusieron a glorificar a Dios, diciendo: ‘Un gran profeta ha sido levantado entre nosotros,’ y: ‘Dios ha dirigido su atención a su pueblo.’ Y estas noticias respecto a él se extendieron por toda Judea y por toda la comarca.”—Luc. 7:11-17.
La segunda resurrección que Jesús ejecutó y que está registrada tiene que ver con la hija de Jairo, el oficial presidente de la sinagoga de Galilea. Puesto que la muchacha estaba a punto de morir, Jairo le rogó a Jesús que entrara en su casa y la curara de su enfermedad. (Luc. 8:40-42) El relato bíblico dice:
“Mientras [Jesús] todavía estaba hablando, vino cierto representante del presidente de la sinagoga, diciendo: ‘Ha muerto tu hija; no molestes ya al maestro.’ Al oír esto, Jesús le contestó: ‘No temas, solo muestra fe, y ella será salva.’ Cuando llegó a la casa no dejó que nadie entrase con él sino Pedro y Juan y Santiago y el padre y la madre de la muchacha. Empero toda la gente estaba llorando y golpeándose en desconsuelo por ella. De modo que él dijo: ‘Dejen de llorar, porque no murió, sino que duerme.’ Con esto empezaron a reírse de él desdeñosamente, porque sabían que había muerto. Mas él la tomó de la mano y llamó, diciendo: ‘¡Muchacha, levántate!’ Y volvió su espíritu, y se levantó al instante, y él ordenó que se le diese algo de comer. Pues bien, sus padres se quedaron fuera de sí.”—Luc. 8:49-56.
Aunque Jesús resucitó a estos dos individuos poco después de que hubiesen muerto, no sucedió así con su amigo Lázaro de Betania, un pueblo cercano a Jerusalén. Lázaro había estado muerto por cuatro días y lo habían colocado en una tumba conmemorativa. El evangelio de Juan relata:
“Jesús, después de gemir otra vez en sí mismo, vino a la tumba conmemorativa. Era, de hecho, una cueva, y una piedra estaba recostada contra ella. Dijo Jesús: ‘Quiten la piedra.’ Marta, la hermana del fallecido, le dijo: ‘Señor, ya debe heder, porque hace cuatro días.’ Jesús le dijo: ‘¿No te dije que si creyeras verías la gloria de Dios?’ Por lo tanto quitaron la piedra. Luego Jesús alzó los ojos hacia el cielo y dijo: ‘Padre, te doy gracias porque me has oído. Cierto, yo sabía que siempre me oyes; mas a causa de la muchedumbre que está de pie en derredor hablé, a fin de que crean que tú me enviaste.’ Y cuando hubo dicho estas cosas, clamó con fuerte voz: ‘¡Lázaro, sal!’ El hombre que había estado muerto salió con los pies y manos envueltos con envolturas, y su semblante estaba envuelto en un paño. Jesús les dijo: ‘Desátenlo y déjenlo ir.’”—Juan 11:38-44.
Por lo tanto, en armonía con las Escrituras, debemos considerar que los muertos simplemente están inconscientes. No experimentan ni gozo ni penalidad. No obstante, las resurrecciones que Jesús ejecutó cuando estuvo en la Tierra nos suministran base sólida para tener fe en sus palabras animadoras:
“Esta es la voluntad del que me envió, que no pierda nada de todo lo que me ha dado, sino que lo resucite en el último día. Porque ésta es la voluntad de mi Padre, que todo el que contempla al Hijo y ejerce fe en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.”—Juan 6:39, 40.