De la carrera con la muerte a la carrera por la vida
¡QUÉ espectáculo! Automóviles multicolores bellamente pintados, con cromado que brillaba bajo las luces. Motores que aceleraban hasta el límite, 20.000 fanáticos chirriantes y el olor a combustible de carreras en el aire. Pequeños automóviles o coches de carreras conducidos a velocidades vertiginosas, a menudo separados por tan solo unos centímetros.
Esos son mis primeros recuerdos de una carrera de autos. Yo era simplemente un chiquitín aquella noche en que mi padre me llevó al iluminado campo de espectáculos de Sydney, pero la impresión que recibí allí quedó conmigo por décadas y afectó profundamente mi vida. Yo también entraría en la misma carrera con la muerte que estuve observando aquella noche.
La carrera, por encima del matrimonio
Nací en una familia de clase media en 1940. Mi padre era un constructor y un hombre muy respetado en la comunidad. Con él, como pasaba con la mayoría de los padres de aquella época, la disciplina y el respeto eran lo primero en la vida diaria. Y, como pasaba con la mayoría de los hijos, para cuando alcancé la adolescencia yo creía que sabía más que mis padres. Comencé a concertar citas, contra el consejo de ellos, antes de que tuviera 16 años de edad. Esto me llevó a una situación que resultó en que me casara a los 18 años de edad. Creíamos que lo sabíamos todo.
No me tomó mucho tiempo comprender cuán falto de preparación realmente estaba para el matrimonio, y pronto me sentí completamente aburrido con la situación. La responsabilidad que viene con el matrimonio se me hizo una verdadera carga, y, después de observar a otras personas casadas a mi alrededor, decidí hacer precisamente lo mismo que ellas hacían con sus responsabilidades... no hacerles caso.
Compré un automóvil y comencé a dedicarle cuanto tiempo y dinero tenía. En aquel tiempo yo no bebía ni fumaba, y jamás pensaba en el adulterio. Tan solo pasaba las noches en la estación de servicio, o gasolinera, donde podía hablar con el mecánico acerca de los automóviles y los motores. Mi esposa comenzó a quejarse y, cuando no vio que se le satisficiera, comenzó a reñir. Me amoldé por un tiempo a la vida de casado, construí un hogar, y di a mis hijos alguna atención, pero pronto volví a sentirme aburrido.
Amor a primera vista
Así es que volví a la gasolinera. Pero esta vez, cuando entré, allí en el centro había un diminuto coche de carreras. Fue amor a primera vista. ¿Cuándo podría verlo correr? Se me dijo que el domingo, en la Pista de Westmead, en las afueras de Sydney. Y, sí, había una vacante en el equipo de los que tenían que ver con el mantenimiento de los coches de carreras.
De repente todo desapareció: la responsabilidad del matrimonio, las preocupaciones y el aburrimiento, y los recuerdos de aquellas noches en la pista de carreras de Sydney, sentado sobre los hombros de mi padre, inundaron mi mente. La carrera de aquel domingo fue mágica para mí, y me convertí en miembro permanente del equipo. Pero poco tiempo después no me bastaba con aquello. Sabía que tenía que aprender a conducir.
Mi oportunidad llegó unas semanas después en lo que llamamos una carrera de mecánicos. Llegué a la meta en tercer lugar, dejé espantado de terror al dueño del auto y golpeé la verja una sola vez. ¡Cómo me estimuló la experiencia! La aceleración me pareció fantástica. El ruido y el peligro me mantuvieron el corazón agitado por horas. Recordé aquella carrera por semanas. El comentario de que parecía ‘un gato borracho sobre patines de hielo’ no me desanimó de ninguna manera.
Pero no me bastó tampoco con conducir a veces. Por eso, algún tiempo después me convertí en el orgulloso propietario de mi propio coche de carreras. Reconstruimos el auto y ganamos muchas carreras. Para entonces yo había adquirido el hábito de fumar, y el adulterio era cosa aceptada para mí. Había olvidado por completo la vida matrimonial, aunque todavía vivía con mi esposa.
Una carrera con la muerte
La muerte violenta era una constante preocupación para mí, puesto que el ganar envolvía tomar muchos riesgos. Los autos estaban equipados con cinturones de seguridad y barras de protección para en caso de vuelcos. Los cascos protectores eran inspeccionados antes de cada carrera, así como también los autos o coches mismos. A los conductores no se les permitía tomar bebidas alcohólicas desde 24 horas antes de la carrera, y así y todo la lista de bajas o víctimas de accidentes era todavía muy grande.
Constantemente me preguntaba dónde estarían mis amigos que habían muerto. ¿Habían ido al cielo, como se había dicho en sus respectivos funerales?
En 1964 sucedieron dos cosas que cambiaron mi vida. Conocí a una muchacha que era muy diferente de las muchachas con las cuales me había asociado previamente, y nos hicimos inseparables. Para el mismo tiempo recibí una oferta de conducir un automóvil completamente nuevo. Esto significaba unirme a un nuevo equipo en Australia. Estaría corriendo en competencia contra los mejores autos y conductores del mundo.
Mi vida giraba alrededor de los autos de las carreras. Corríamos el sábado por la noche y el domingo por la tarde, a veces destrozando y reconstruyendo el auto en el tiempo que transcurría entre los dos encuentros. Esta clase de vida pronto le costó caro a mi sistema nervioso. Yo fumaba y bebía en demasía ahora, y la inmoralidad era mi modo de vivir.
El camino a la victoria
En 1965 puse mis aspiraciones en los campeonatos juveniles, pero perdí en la noche en que me quité todas las gafas de una sola vez. (Acostumbrábamos usar de cuatro a ocho pares de gafas, una encima de la otra, y quitárnoslas una a la vez a medida que se ensuciaban.) Sin embargo, el año siguiente gané y me convertí en un conductor permanente de primera categoría, o clase A. Desde entonces en adelante gané muchas carreras.
Aunque parecía que la muerte siempre estaba presente, yo me consideraba un conductor bastante bueno y estaba convencido de que nunca cometería un error que en verdad me causara daño. No obstante, pronto recibí una sacudida, cuando el conductor al que consideraban el mejor de Australia murió a menos de 20 metros del lugar donde yo estaba. Él cometió exactamente el mismo error que previamente me había advertido que no cometiera.
El éxito tiene sus desventajas en la carrera de autos, pues el automóvil más rápido tiene que comenzar la carrera desde la cola del grupo de autos que está en la pista. El ganar las carreras desde esa posición significa tomar muchos riesgos, y a veces los accidentes son horripilantes, y puede haber hasta una docena de autos envueltos en ellos. Yo estaba conduciendo bien, pero me dijeron que algo me faltaba. Si quería ser en verdad un buen corredor, tendría que echar a un lado la cautela y olvidarme de causar daño a otros. Hallé que no podía hacer tal cosa.
Con la temporada de 1967-1968 vino un nuevo auto y pusimos nuestras aspiraciones en el Título Australiano y el Mundial. De hecho, yo iba a la delantera en la carrera por el Título Australiano cuando el motor de mi auto estalló. ¡Tan cerca de la victoria, y sin embargo tan lejos!
Luego vino la noche de la carrera por el Título Mundial. Había calificado para la línea del frente. Todo lo que tenía que hacer era permanecer en aquella posición por 35 vueltas a velocidad vertiginosa. Después que hubo que comenzar la carrera tres veces debido a accidentes, la carrera siguió su curso, y yo hice lo que me propuse. ¡La victoria fue mía! ¡No podía creerlo! ¡Era el campeón mundial!
¡Pero qué vacía resultó ser aquella victoria! No me tomó mucho tiempo comprender que el Título Mundial realmente no significaba nada. De hecho, por éste perdí a muchos llamados amigos. Aquí estaba, con 28 años de edad, adicto al tabaco, el alcohol, los coches de carrera y las mujeres, y con úlceras debido al deporte y un constante remordimiento de conciencia.
Una muerte que hubo de cambiar mi vida
De modo que el año siguiente decidí vender mi coche de carreras y mudarme a Queensland con mi amiga. Llegué a ser nuevamente contratista y por primera vez en la vida pude bastarme a mí mismo con mis ingresos. Además, mi padre y yo nos hicimos buenos amigos. Comenzamos a hacer cosas juntos y en verdad disfrutamos de ello.
Pero esta feliz situación no duró mucho. En 1971 mi padre murió de un ataque al corazón. El verlo sin vida me partió el corazón. Me tomó muchos meses aceptar el hecho de que él ya no existía. Me sentí desconcertado nuevamente. ¿Dónde estaba él? ¿Me estaba mirando desde el cielo ahora? ¿Estaba sufriendo tormento en un infierno ardiente? ¿Qué clase de hombre era él a los ojos de Dios? ¿Volvería a verlo nuevamente?
Poco tiempo después de aquello, recibí la respuesta a estas preguntas. Mi cuñada había estado estudiando con los testigos de Jehová y estaba alimentando con información a mi hermano, quien, a su vez, me la estaba pasando. El aprender la verdad acerca de la muerte fue una gran fuente de gozo para mí. El saber que mi padre y mis amigos no estaban sufriendo tormento en un infierno ardiente, y que algún día podría verlos a todos de nuevo, con tal que hiciera la voluntad de Dios, fue tanto consolador como conmovedor.—Ecl. 9:5, 10; Sal. 146:3, 4; Juan 5:28, 29; Hech. 24:15.
Comencé a hablar a mis amigos y a las mujeres que se asociaban conmigo en el hotel sobre lo que estaba aprendiendo. ¡Pero me trataron como si me hubiera vuelto loco!
Una nueva carrera en marcha
Después de un extenso estudio de la Biblia, tomé la decisión de servir a Jehová Dios y usar mi vida para agradarle y no simplemente para agradarme a mí mismo. Estaba entrando en la carrera por la vida. Pero para correr en ésta tenía que ‘quitarme todo peso.’ (Heb. 12:1) Para mí, esto envolvía cambios significativos en la vida. Tenía que dejar el beber en exceso, la inmoralidad y el hábito de fumar.
Después vino la cuestión de testificar de casa en casa. ¡Nunca haré eso! fue mi reacción. Pero de nuevo subestimé el espíritu de Dios, y la verdad de la Palabra de Dios llegó a ser como un fuego dentro de mí, como pasó con Jeremías en la antigüedad. Simplemente tenía que hablar.
En 1973 mi nueva esposa y yo nos dedicamos y bautizamos como siervos de Jehová. Felizmente, mi primera esposa también es ahora testigo de Jehová, y ella y los niños están seguros dentro de la congregación cristiana.
Así fue como, en diciembre de 1978, estuve de pie en el mismo estadio donde 10 años antes me había convertido en el campeón mundial. De nuevo las graderías estaban llenas de gente, pero ¡qué ambiente diferente! Esta vez yo me hallaba en una carrera en la que todos podían ser ganadores en vez de uno solo, pues estaba asistiendo a la Asamblea Internacional “Fe Victoriosa” de los Testigos de Jehová.
Sí, verdaderamente, si Jehová permite, la carrera por la vida es la que espero ganar.—Contribuido.