Un espíritu diferente
NO CABE duda de que el espíritu santo de Dios obraba en el primer siglo. Una forma en que se manifestó este espíritu fue mediante el dar a algunos de los siervos de Dios poderes que otros no tenían. Uno de estos poderes fue la habilidad para ‘hablar en lenguas.’
Pero, aunque a la persona se le dio la habilidad para hablar en un idioma que no había conocido antes, otros que hablaban ese idioma podían entender lo que decía. Por ejemplo, en el día de Pentecostés los que oyeron el hablar en lenguas dijeron: “¿Cómo es que oímos, cada uno de nosotros, nuestro propio lenguaje en que nacimos? ... Los oímos hablar en nuestras lenguas acerca de las cosas magníficas de Dios.”—Hechos 2:5-11.
El apóstol Pablo dijo a los cristianos respecto a la celebración de sus reuniones: “Si alguno habla en una lengua, limítese esto a dos o tres a lo más, y por turno; y que alguien traduzca. Pero si no hay traductor, que guarde silencio en la congregación.” (1 Corintios 14:27, 28) ¡Qué diferente es esto de lo que hacen los “carismáticos” de hoy día quienes hablan todos a la vez, y en sonidos que nadie puede entender o interpretar!
La habilidad para hablar en lenguas fue uno de los “dones” del espíritu santo que se dio a los cristianos del primer siglo con el propósito de ayudar a la gente a identificar la organización que Dios estaba utilizando. Y este “don” en particular también sirvió el propósito práctico de ayudar a que se predicaran las “buenas nuevas” a grupos que hablaban otros idiomas.
Además, algunos de los que tenían el espíritu santo en aquel entonces también tenían el poder para levantar a los muertos. (Hechos 9:36-41; 20:7-12) Si aquel espíritu es el mismo que obra hoy día, entonces los “carismáticos” deberían también tener este poder. Pero no lo tienen. Por eso, está claro que el “espíritu” que es responsable por los aparentes despliegues milagrosos entre los “carismáticos” no es el espíritu de Dios que se manifestó entre los cristianos del primer siglo.