¿Quién fue Jesucristo?
¿QUÉ apariencia tenía realmente Jesús? Aunque los artistas han producido muchos miles de pinturas y esculturas de él, no han tenido ninguna fotografía de él ni descripciones que hayan dejado los contemporáneos de él que les sirvieran de guía. La Biblia no nos dice nada en cuanto al color de su pelo ni de sus ojos, tampoco menciona su estatura, peso ni ningún otro detalle con relación a su apariencia. Como en el caso de todas las demás pinturas y láminas de él, las que aparecen en esta revista son simplemente la concepción de un artista.
A muchas personas se les ha admirado debido a la apariencia, pero Jesucristo no se hizo famoso debido a su apariencia física.
Sin duda era varonil y apuesto. La Biblia muestra que nació como ser humano perfecto mediante la operación milagrosa del espíritu de Dios. “Jesús siguió progresando en sabiduría y en desarrollo físico,” informa uno de sus seguidores, el médico Lucas.—Mateo 1:20, 21; Lucas 2:52.
Pero el hecho de que fuera un hombre perfecto no significa que era un superhombre en apariencia. Tampoco tenía una aureola sobre la cabeza. La Biblia indica que él podía pasar por una persona algo común. Por ejemplo, podía subir a Jerusalén de incógnito, sin que la muchedumbre lo reconociera. Además, los soldados que fueron a arrestarlo necesitaron que Judas, el discípulo que lo traicionó, los ayudara a identificarlo.—Juan 7:10-13; Mateo 26:47, 48.
Es patente que los escritores bíblicos consideraron la apariencia física de Jesús como de menor importancia. Hicieron hincapié en la misión de él y las cualidades personales que él desplegó mientras cumplía dicha misión en la Tierra.
Misión extraordinaria
Considere la misión extraordinaria que Jesús llevó a cabo aquí en la Tierra y comprenderá el gran efecto que tuvo en la historia humana. Ninguna otra criatura ha logrado alguna vez lo que él logró.
La Biblia muestra que él tuvo una existencia prehumana como Hijo celestial de Dios. Fue el colaborador más íntimo y fiel que tuvo Dios durante la creación de todas las cosas. (Colosenses 1:13-17) Cuando surgió la situación que requirió que él emprendiera una misión divina en la Tierra, la cual precisaría que él naciera, viviera y muriera como criatura humana, de buena gana cargó con esta responsabilidad.
¿Debido a qué situación surgió esta necesidad? Por su propio gusto Adán había pecado en Edén. Violó la ley que Dios claramente había establecido, de la cual dependía su vida. Así este antepasado perfecto de toda la humanidad perdió la perfección humana y la esperanza de vida eterna en una Tierra paradisíaca no solo para sí mismo, sino también para toda su prole que aún no había nacido. (Romanos 5:12; Génesis 2:15–3:24) Ningún hijo imperfecto de Adán podía reclamar para la humanidad lo que se había perdido. Según la perfecta norma de justicia de Dios, la vida de un ser humano perfecto, como Adán, tendría que darse en sacrificio para rescatar a la humanidad. Pero, ¿cómo podía suministrarse dicho sacrificio? Jehová Dios mismo se encargó de ello, satisfizo los requisitos de la justicia y demostró lo profundo de su propio amor por la humanidad.—Salmo 49:6-9; 1 Juan 4:9.
Desde el cielo, Dios envió a su propio Hijo, su compañero más íntimo. El nacimiento de éste como niño y su desarrollo hasta llegar a ser hombre perfecto fueron solo un medio relacionado con el cumplimiento de su misión. Por su proceder en la vida manifestó su lealtad absoluta a Dios; demostró claramente que su devoción a Jehová no estaba motivada por ninguna clase de ganancia egoísta para sí, y probó que Adán también pudo haber sido fiel a su Creador si hubiera querido. Mediante la muerte de Jesús como hombre perfecto se abrió el camino para la redención de los seres humanos, quienes habían heredado el pecado, la imperfección y la muerte. Ahora las personas que estaban dispuestas a aceptar esta redención podían tener la perspectiva de vida eterna en un justo nuevo orden.
Ningún otro hombre en la historia ha realizado una obra mayor que ésa.
No buscó su propia gloria
Jesús no hizo todo eso para hacerse famoso. En oración a su Padre celestial, dijo claramente: “Yo te he glorificado sobre la tierra.”—Juan 17:4.
Su punto de vista sobre el papel que desempeñó se resume de manera excelente en las siguientes palabras: “El Hijo del hombre no vino para que se le sirviese, sino para servir y para dar su alma en rescate en cambio por muchos.” (Marcos 10:45) Y dirigió humildemente la atención a Aquel que lo hizo todo posible, cuando dijo: “Tanto amó Dios al mundo [de la humanidad] que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que tenga vida eterna.”—Juan 3:16.
Un maestro superior
Durante los tres años y medio de su ministerio público, desde 29 hasta 33 E.C., Jesús se dedicó incesantemente a enseñar a otras personas. ¡Y qué clase de maestro era! “Jamás ha hablado otro hombre así.” Ese fue el comentario espontáneo que hicieron algunos oficiales que oyeron a Jesús enseñar en cierta ocasión. En otra ocasión todos sus oyentes comenzaron a ‘maravillarse de las palabras llenas de gracia que procedían de su boca.’ Sí, la gente que oyó a Jesús en persona halló que él verdaderamente era un maestro superior.—Juan 7:46; Lucas 4:22.
Su discurso más famoso fue el llamado Sermón del Monte. La profundidad de sabiduría y conocimiento extraordinariamente penetrante de la naturaleza humana que Jesús desplegó en este sermón al aire libre no solo asombró a sus oyentes de aquel entonces, sino que a través de los siglos ha dejado pasmadas a millones de personas, instruidas e iletradas. El difunto siquiatra Dr. James T. Fisher, al final de su carrera de éxito, expresó el aprecio que tenía por este sermón al decir: “Si se hiciera la suma total de todos los artículos autoritativos que han escrito los psicólogos y psiquiatras más competentes sobre el tema de la higiene mental —si se combinaran y refinaran y se sacara el exceso de verbosidad— si se ... hiciera que estas muestras genuinas no adulteradas de puro conocimiento científico fueran expresadas concisamente por el más competente de todos los poetas vivientes, se tendría un resumen torpe e incompleto del Sermón del Monte.”
Si usted quiere familiarizarse con este sermón de sermones, búsquelo en la Biblia y léalo para sí en Mateo, capítulos cinco al siete. Le tomará unos quince minutos. Usted hallará pensamientos que verdaderamente satisfacen las mayores necesidades de la humanidad, la importancia de lo cual es grande en este tiempo crucial. Hallará principios sobre cómo llevarse bien con otras personas y cómo enfrentarse a sus propios sentimientos. Recibirá ayuda para descubrir el verdadero significado de la vida, a qué cosas debe dar prioridad en la vida, y cómo establecer una buena relación con Dios. ¡En quince minutos! Cuando Jesús terminó su sermón, las muchedumbres que lo habían oído “quedaron atónitas por su modo de enseñar; porque les enseñaba como persona que tiene autoridad, y no como sus escribas.”—Mateo 7:28, 29.
Lo que Jesús enseñaba era eficaz porque lo que hablaba lo había oído realmente de Dios, su Padre. (Juan 14:10) El no dependía de tradiciones humanas, como los escribas judíos. Además, tenía amor genuino por sus oyentes sinceros. Debido a que los amaba desde el corazón, se ganó la atención y el profundo respeto de ellos. Ellos notaron cuán diferente era él de los escribas y otros maestros religiosos que se mantenían apartados de la gente. Estos se envolvían en sus túnicas, por decirlo así, para no contaminarse por medio de tocar a la “muchedumbre que no conoce la Ley.” Miraban despectivamente a la muchedumbre como “unos malditos,” según los llamaban.—Juan 7:49.
Pero Jesús hablaba impulsado por compasión profunda. Dijo: “El espíritu de Jehová está sobre mí, porque me ungió para declarar buenas nuevas a los pobres.” (Lucas 4:18) Jesús presentaba su mensaje de modo sencillo, breve y claro. Aclaraba los puntos que presentaba mediante ilustraciones en las que usaba cosas que sus oyentes conocían bien. Se esforzaba por llegar a lo más profundo del corazón de ellos. Los motivaba a rehacer su mente y corazón, a arrepentirse de sus pensamientos y acciones incorrectos, y a comenzar un modo de vivir completamente nuevo, que a su vez llevaría a una relación favorable con Dios y les daría una verdadera esperanza para el futuro.
Compare este modo de enseñar con el que se emplea en los discursos políticos y sermones religiosos que usted quizás oye. Algunos se pronuncian con ingenio, otros suenan sinceros. Algunos oradores se enfurecen y provocan disensiones. Pero, ¿cuántos están llenos de amor y empatía por la gente común?
Jesús no solo mostró con palabras su compasión por otros. Ayudó a personas que tenían necesidades físicas apremiantes. Las alimentó, sanó a los que padecían de enfermedades y defectos físicos, hasta resucitó a las personas amadas que habían perdido en la muerte. Había recibido poder de Dios para hacer eso, y usó ese poder a grado cabal. Hubo ocasiones en que él ni siquiera tuvo suficiente tiempo para comer y descansar. Realmente tenía un gran corazón.—Mateo 14:14; Marcos 6:38-44; 8:22-25; 10:13, 14; Lucas 8:49-56; Hechos 10:38.
Uno de los rasgos más sobresalientes de la enseñanza de Jesús fue que suministró los conductos mediante los cuales, después de su partida, su influencia pasaría a las generaciones futuras. Cuando concluyó su breve período de enseñanza, él había enseñado, entrenado y equipado a un grupo de discípulos para que a éstos se les pudiera enviar al mundo a llevar a cabo la obra que él había comenzado. Dejó tras sí a sus discípulos no solo como maestros, sino como quienes podían instruir a otros para que fueran maestros. Lo que él inició se ha convertido en una obra de hacer discípulos que abarca todo el globo terráqueo y ha llegado a “todas las naciones,” como él predijo.—Mateo 28:19, 20.
Un líder amoroso y valiente
Jesús tomó la delantera entre sus discípulos. Ellos nunca se opusieron a que lo hiciera debido a la habilidad indisputable que él tenía para dirigir. Les dio un ejemplo perfecto. Cualquier cosa que requirió de ellos, él lo desplegó en su propia conducta. No solo de palabra, sino por medio de dar el ejemplo les enseñó a amar a su prójimo, sí, hasta a sus enemigos. Por consiguiente, mientras estuvo en la Tierra desempeñó su papel de líder sin efusión de sangre en absoluto. Nunca se le podría acusar de haber derramado ni una sola gota de sangre de alguna otra persona. Ni siquiera dejó herido a un antagonista a quien uno de sus discípulos le cortó la oreja; se la sanó inmediatamente.—Lucas 6:32-36; 22:50, 51.
Al mismo tiempo se hicieron patentes su gran valentía, masculinidad y fuerza durante toda su vida terrestre. Por ejemplo, en Marcos 10:32 leemos: “Ahora bien, iban avanzando por el camino que sube a Jerusalén, y Jesús iba delante de ellos, y estaban asombrados; pero los que venían siguiendo temían.” En esta ocasión Jesús había emprendido su último viaje con sus discípulos rumbo a Jerusalén. Sabía que se le iba a ejecutar allí. Los líderes religiosos de su día querían toda la gloria para sí. Y para retenerla estaban resueltos a matarlo. Jesús sabía esto mientras subía a Jerusalén, y habló a sus discípulos acerca de ello. (Mr 10 Versículos 33, 34) No retrocedió, sino que continuó delante de ellos por el camino, lo cual asombró a sus discípulos atemorizados. ¡Qué valiente era el líder que tenían!
Unos cuantos días más tarde, cuando Jesús estaba siendo procesado por su vida y el gobernador romano Poncio Pilato le preguntó si era rey, Jesús contestó: “Tú mismo dices que yo soy rey.” (Juan 18:37) Nunca mintió para salvar su pellejo. Con valentía dio testimonio acerca del reino que él representaba, el reino de Dios.
Aquel mismo día Jesús fue sentenciado a morir, flagelado, coronado con espinas, abofeteado, escupido, y finalmente clavado a un madero de tormento para sufrir la muerte más angustiosa. Hasta el mismo fin cargó con su responsabilidad como líder amoroso y valiente. Con su último aliento dio su informe final a su Padre celestial: “¡Se ha realizado!”—Juan 19:30.
[Comentario en la página 7]
Ninguna otra persona ha logrado alguna vez lo que Jesucristo logró cuando estuvo en la Tierra
[Comentario en la página 8]
“Jamás ha hablado otro hombre así,” fue el comentario espontáneo de un oficial que oyó a Jesús enseñar
[Comentario en la página 9]
A Jesús no se le podía acusar de haber derramado la sangre de persona alguna, sino que, en vez de eso, sanó las heridas de otros
[Ilustraciones en la página 6]
Lo que la humanidad perdió a causa de Adán, Jesús lo recobró
Adán
Jesús
[Ilustración en la página 7]
Jesús glorificó a Dios, no a sí mismo
[Ilustración en la página 8]
Jesús pronunció el Sermón del Monte
[Ilustración en la página 9]
Mostró interés amoroso en los niños