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¡Despertad! 1983
g83 22/4 págs. 24-27

No deje que la televisión lo prive de la lectura

COMO resultado de la influencia de la televisión, que lo impregna todo, se van extendiendo en toda dirección los límites del campo de la incultura. En los Estados Unidos, donde unos setenta y cinco millones de hogares tienen TV, el adolescente promedio de dieciocho años de edad ha pasado más horas (15.000) frente al televisor que en la escuela. Se ha creado un ambiente en que los escritores escriben pensando en que su obra se use en la televisión.

“Cuando el público llegó a estar más consciente de los programas de TV, el sentido de la tradición literaria comenzó a desaparecer entre los escritores estadounidenses”, comentó a modo de acusación el escritor Norman Mailer en un simposio que se presentó en la Universidad de Yale. ¿Por qué matarse trabajando por lograr excelencia literaria, si una trama candente y erótica que se hile en estilo llamativo se puede vender a la televisión por más dinero del que se obtendría en forma de libro? Además... ¿quién lee libros ya? ¿No es una pérdida de tiempo y esfuerzo, si algún día la obra se presentará por la televisión?

Ya que 70 por 100 de los estadounidenses ha llegado a depender del televisor y la radio para escuchar las noticias vespertinas, durante las últimas dos décadas simplemente se ha dejado de publicar la edición de la tarde de periódicos principales y otros de tirada menor. Por ejemplo, el periódico Daily News, de Nueva York (la edición vespertina), e instituciones establecidas, como el Star, de Washington, y el Bulletin, de Filadelfia, dejaron de publicarse en rápida sucesión en 1981.

¿Se da usted cuenta de lo mucho que puede restar a nuestro intelecto la televisión? La TV, como el cine, nos llega a través de los ojos y los oídos. Domina totalmente nuestros dos sentidos principales. Lleva la acción a la escena. Capta toda nuestra atención. La televisión piensa por uno. Esta se encarga de explorar todo asunto de palmo a palmo, todo momento imaginativo del tiempo. No tenemos que pensar, ni preocuparnos, ni sorprendernos, ni preguntar. Nos agrupamos frente al televisor, reducidos a simples autómatas mentales, sin ejercer nuestra facultad del pensar.

Sin embargo, el pensar, que es una actividad mental, requiere ejercicio, como un músculo. “Salvaguarda la sabiduría práctica y la habilidad para pensar —insta el proverbio bíblico— y resultarán ser vida a tu alma y encanto a tu garganta”. (Proverbios 3:21, 22.)

Los publicadores de libros y revistas tratan desesperadamente de reducir el predominio audiovisual de la televisión. Nos atraen mediante más ilustraciones y menos palabras. Por lo general proporcionan entretenimiento sensual, lujurioso y sensacional, o cualquier otra cosa que piensen que les dará ventaja en la competencia por conseguir cuantos lectores puedan.

En medio de esta avalancha de contaminación intelectual y moral, ¿vamos a darnos por vencidos en la búsqueda de una educación valiosa y remuneradora? Si no, ¿qué derrotero confiable podemos procurar? ¡Dediquémonos a la lectura!

Cultive el arte de leer

¿Desea usted madurar hasta el máximo en lo relacionado con su capacidad mental? ¿Se esfuerza por alcanzar los valores más altos en la vida? ¿Está consciente de sus necesidades espirituales? Si desea desarrollarse en esas direcciones, todavía tiene que confiar principalmente en la palabra escrita.

Las palabras que se escriben (impresas), a diferencia de la imagen fugaz de la pantalla del televisor, son permanentes. Podemos pausar a medida que las leemos. Podemos volver a leerlas. Podemos meditar, reflexionar, sacar conclusiones según lo que nos dicen, aprender una lección y, en el proceso, ejercitar nuestras facultades mentales. Pero, sin darnos cuenta de ello, nuestros reflejos mentales pudieran ponerse fláccidos, hasta lentos, por distraernos de continuo y durante muchas horas con la televisión. Puede que no podamos estar atentos a algo por mucho tiempo. La televisión y sus escenas sumamente concentradas, que son interrumpidas cada dos o tres minutos por anuncios comerciales, pueden amoldarnos de modo que nos cansemos prematuramente y no podamos concentrarnos por largos períodos. Puede que se agote nuestra resistencia intelectual.

Los publicadores de libros y revistas tienen presente eso. Saben que columnas enteras de información impresa sin que se intercalen ayudas visuales repelen al lector promedio. Hay mayor probabilidad de que un relato breve que contenga ilustraciones apegadas a la realidad retenga nuestra atención. La perspectiva de que un tema largo y complicado capte nuestra atención mejora si el material se divide en segmentos. Por ejemplo, pudiera dividirse en composiciones de una o dos páginas en las que sobresalgan subtítulos que despierten la imaginación, y citas o sugerencias pertinentes encerradas en recuadros al margen de la página... junto con ayudas visuales.

Cultive el apetito por la lectura

No permita que nada le impida seguir con regularidad un régimen de lectura. Cuando su mente eche a un lado algún material de lectura, acérquelo con la mano. Obligue a los ojos a consumir las palabras, tal como cuando una niñera insiste en que el niño abra la boca e ingiera lo que contenga la cucharilla. Sumerja sus procesos mentales en la corriente de palabras hasta que su intelecto nade en la comprensión.

La lectura es una forma de comunicación. ¿No es cierto que hay grandes cerebros con los que usted quisiera comunicarse? Parte de las palabras y la sabiduría de los cerebros más grandes de la historia humana se han recogido y guardado en registros escritos. Deléitese en ellos. También los ángeles han hablado palabras que los hombres han registrado. Y más importante aún, Dios mismo ha expresado palabras de vida a hombres de toda época. Estas se conservan en la santa Biblia, las Escrituras. Cuando uno lee las Escrituras se da cuenta de que “la palabra de Dios es viva y ejerce poder”. (Hebreos 4:12; Lucas 1:19; 9:35; Juan 8:40; 2 Timoteo 3:16, 17.)

Investigue el significado de las palabras

Si usted no lee con facilidad, no se dé por vencido. Puede aprender. Encárese al problema con entusiasmo. Es muy probable que su problema se deba a que no esté familiarizado con muchas palabras. Pero ¿cuántos de nosotros lo estamos? En los diccionarios en español pudieran hallarse unas 80.000 palabras diferentes. El adulto de término medio sólo emplea una fracción de esa cantidad de palabras. ¡Imagínese lo que nos estamos perdiendo!

Cuando no sepamos el significado de una palabra, considerémosla como una almendra encerrada en la cáscara. Rompemos la cáscara, sacamos la almendra y descubrimos que es sabrosa, deliciosa y nutritiva. Así de remuneradoras son las palabras. No desechemos ninguna de ellas sin haber desentrañado el misterio de su significado. El aprender una palabra nueva despierta la imaginación. Inspira la creación de símiles... uno se halla diciendo: “Es como esto”, o “Es como aquello... como un diamante cuya luz destella en muchas direcciones”. Cada palabra nueva alumbra el intelecto en algún campo del saber que apenas habíamos tocado antes.

¿Qué es lo primero que uno debe hacer cuando ve una palabra que no conoce? Un miembro de la “American Heritage Dictionary Usage Panel” dice que lo primero que él hace es tratar de acertar el significado de la palabra por la manera como ésta se usa. Si faltara esa palabra, ¿qué revelarían las palabras circundantes? Así empezamos a obtener algunas pistas.

Pero no nos conformemos sencillamente con tratar de acertar o preguntarnos. ¡Quitémosle la cáscara! Busquemos la palabra en el diccionario.

Digamos que nos topáramos con la palabra “catalizador”:

“El sentido del humor de Harvey resultó ser para todos nosotros el ‘catalizador’ que disipó el aspecto siniestro de aquella noche”.

Tan sólo por el contexto podemos formarnos una buena idea de lo que significa “catalizador”. Pero ¿se sentiría usted ya lo suficientemente seguro como para usar la palabra? Averiguemos lo que significa exactamente la palabra “catalizador”, antes de añadirla a nuestro vocabulario activo:

“CATALIZADOR. m. Sustancia que produce catálisis, es decir, que acelera o retarda un proceso físico o químico”. (Diccionario Terminológico de Ciencias Médicas.)

Además de tener fundamentalmente una connotación química, “catalizador” es una palabra que se presta para describir cómo el humor de Harvey ‘retardó’, relajó o mitigó la tensión de un incidente desagradable. Pero ¿qué hay tras el significado de la palabra? ¿Cuáles son las raíces del árbol que produjo la almendra?

Descubrimos que “catalizador” es parte de toda una familia de palabras que tienen un tronco común. Antes de esta palabra se encuentra el nombre “catálisis” en el diccionario. Entre otras cosas, el diccionario nos dice que ésta se forma de la unión de dos raíces griegas, katá, bajo, y lyein, soltar.

El investigar las raíces de una palabra nos instruye de muchas maneras. Nos ayuda a recordar palabras. Profundiza el entendimiento que tenemos de las palabras que ya conocemos. Nos introduce a enteras familias de palabras nuevas a la vez. Las autoridades en la lingüística nos dicen que el aprender el significado de la raíz (o raíces) de la palabra es la recompensa más grande que recibimos al buscar en el diccionario.

En el diccionario hallamos columnas de palabras antes y después de “catalizador” que comienzan con “cata”, de la raíz griega katá, que significa bajo. He aquí unos ejemplos:

“Catacresis”, [Katá, bajo o contra, charesthai, usar] el “uso-bajo” o uso incorrecto de una palabra... algo que queremos evitar.

“Cataclismo”, [Katá, bajo, klysein, lavar] un diluvio.

“Catástrofe”, [katá, bajo, strephein, volverse] ruina, calamidad, desastre [...] Se nos introduce a un mundo de palabras solo mediante una simple raíz.

Así comenzamos a enriquecer nuestro vocabulario. Podemos ampliar el significado de las palabras al añadirles prefijos, partículas antepuestas, y sufijos, partículas pospuestas. Notemos lo que sucede con la palabra “forma” cuando le añadimos un prefijo, como “con” o “in” o “re”; o cuando le añadimos sufijos como “to” o “lidad” o “lismo”.

El dedicar tiempo a estudiar el mismísimo material introductorio que aparece al principio de un buen diccionario es educativo. Y sea que el lector todavía esté en la escuela o no, puede adquirir mayor entendimiento de lo que lee si desarrolla el buen hábito de consultar un diccionario, como se acaba de ilustrar en este artículo.

¿Qué hay que valga la pena leer?

En medio de todo el revoltijo de basura que llena los puestos de periódicos y las librerías, siempre hay algo que valga la pena procurar y leer. Pero ¿qué puede servirnos de guía para identificar el buen material de lectura? Hace casi dos mil años se registró una de las mejores guías tocante a la lectura o cualquier otra forma de comunicación que debemos escoger: “Cuantas cosas sean verdaderas [...] de seria consideración, [...] justas, [...] castas, [...] amables, [...] de buena reputación, cualquier virtud que haya y cualquier cosa que haya digna de alabanza, continúen considerando estas cosas”. (La Biblia, en Filipenses 4:8.)

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