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  • g83 22/6 págs. 16-21
  • Mi carrera de ballet... lo bello y lo bestial de ella

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  • Mi carrera de ballet... lo bello y lo bestial de ella
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g83 22/6 págs. 16-21

Mi carrera de ballet... lo bello y lo bestial de ella

PEGUÉ un grito y caí al suelo; quedé inconsciente. Cuando recobré el conocimiento, me llevaban a la parte del escenario que acababa de dejar. Rápidamente colocaron una plancha de madera sobre dos burros de madera, de modo que se formó una mesa ordinaria sobre la cual me acostaron. Fijaron la luz de un foco grande sobre mí.

La multitud que estaba en el cuarto se aglomeró alrededor de mí y expresaba horror. La sangre me salía a chorros de la cara, la luz del foco me brillaba encima y un hombre que estaba junto a mí me decía entre dientes: “¡Nada sucedió, nada sucedió! ¡Comprendes, nada sucedió!”

¿Qué es lo que “no” sucedió? ¿Quién era aquel hombre y quiénes eran aquellas personas que estaban a mi alrededor? ¿Cómo había llegado yo a aquella situación? ¿En qué resultó? Me gustaría contestar estas preguntas, pero primero retrocedamos al tiempo en que yo tenía tres años de edad.

A mí, como a muchas niñitas, me emocionaba y me deslumbraba el ver a una bailarina en la televisión. Decidí que de adulta yo sería bailarina. Así, el baile llegó a ser el motivo de mi vida. Con el tiempo, logré mi meta de llegar a ser bailarina profesional de ballet.

En el transcurso de mi carrera participé en varios programas de televisión, ya sea en el baile o en alguna entrevista. En una de las ocasiones en que tomé parte en el programa norteamericano llamado en inglés Mike Douglas Show, participó como estrella del programa la actriz Carol Burnett. Tan solo unos cuantos días antes de que se televisara aquel programa, se nos notificó que habíamos de hacer el papel de bailarinas del cancán junto con la señorita Burnett. Cuando llegamos al estudio de televisión, nos explicaron que todas debíamos tener la cara hacia el auditorio y hacer la parte de bailarinas que sabían bailar, pero que Carol Burnett estaría en el centro de la fila, dando las espaldas al auditorio y haciendo todo de manera incorrecta. Y, por supuesto, ella finalmente se volvería, y el auditorio sabría quién era la persona que no llevaba el paso. Pero había una dificultad. ¡Los del estudio de televisión habían olvidado decirnos que la música se había cambiado de la del cancán a la de la canción intitulada “The Most Beautiful Girl in the World” (La muchacha más bella del mundo)! ¡Qué diferencia en el compás de la música! Nos hicieron ensayar una o dos veces y el programa se filmó en vivo ante un auditorio. Aún me pregunto si el público captó el punto de que nosotras éramos las que supuestamente sabían bailar.

El entrenamiento mental

Durante el entrenamiento que recibí desde niña, varias cosas se me inculcaron profundamente en mi modo de pensar. La primera fue el obedecer totalmente al director artístico (el que tiene la doble tarea de ser maestro del ballet y coreógrafo). La segunda fue el ser absolutamente leal a la compañía y al arte de bailar; “el espectáculo tiene que seguir adelante” suceda lo que suceda. La tercera fue que si una ha de desarrollar su talento al grado máximo, tiene que estar dispuesta a comer, dormir y respirar el ballet... y únicamente el ballet. Además, una vez que yo había firmado un contrato, otras personas decidían mis asuntos, hasta en lo que tenía que ver con mi vida personal (lo poco que me quedaba de ella).

Otro aspecto de mi entrenamiento fue el aprender a hacer cambios al último minuto o tomar decisiones inmediatas debido a algún suceso inesperado, a fin de que la presentación continuara sin interrupción. Por ejemplo, en cierta ocasión me cambié de ropa muy rápidamente, de modo que la encargada del ropaje me cerró la cremallera tan solo unos cuantos segundos antes de que se me diera la señal. ¡Pero, en el bastidor al otro lado del escenario vi a mi compañera con su asistenta de ropaje, quien estaba moviendo los brazos frenéticamente y haciéndonos señas de que la cremallera del traje acababa de romperse! No había tiempo para cosérselo ni aun para ponerle un imperdible. Si la una tenía la cremallera cerrada y la otra no, el auditorio sabría que algo estaba mal. Al oír mi señal, tomé un paso hacia adelante y sentí que en ese mismo momento alguien me bajó súbitamente la cremallera, de modo que al aparecer en el escenario de la Academia de Música de Filadelfia, Pensilvania, ¡mi compañera y yo nos preguntamos si, antes que terminara la pieza, llegaríamos a ser las primeras bailarinas de ballet que se habían convertido en bailarinas de un baile burlesco! Felizmente, continuamos siendo bailarinas del ballet.

En los primeros años de mi adolescencia se hizo popular el que las muchachas tuvieran el cabello corto. Yo tenía el cabello largo. Pensé que podría disfrutar de ambos estilos por medio de cortármelo de tal manera que lo tuviera lo suficientemente largo como para poder asegurarlo con un elástico y entonces colocarme una peluca, un moño. Aquella parecía una buena idea. Pero en práctica... bueno, resultó ser otro asunto. Después de usar por lo menos cien orquillitas para ajustarme el moño postizo, me “barnicé” la cabeza con un pulverizador para el cabello, y así estaba lista para bailar. Todo me fue bien hasta que hice una serie de piruetas desde un lado del escenario hasta el otro. Yo dejé de dar vueltas, pero el moño siguió su curso en el aire... ¡parecía un platillo volador, y con el reflejo de las luces, las lentejuelas brillaban hacia el auditorio oscuro! ¡El público se puso a reír histéricamente, el director estaba lívido (para no decir más) y yo estaba muerta del susto! Puesto que, en el escenario, una bailarina profesional no debe dejar que se le vea ni siquiera un hilito de la zapatilla de ballet, el lector puede imaginarse el “pecado” que es el perder el cabello. Los demás miembros de la compañía sabían que me esperaba algo terrible, y por eso me ocultaron en un armario hasta que pasó la ira.

El entrenamiento corporal

Permítame decir aquí que estoy describiendo el entrenamiento de una bailarina de ballet profesional. No se trata del tipo de entrenamiento que recibiría su hija si ésta deseara tomar lecciones de ballet para desarrollar gracia y hacer ejercicio corporal por medio del baile.

El entrenarse para una carrera profesional encierra disciplina intensa y constante del cuerpo junto con la posibilidad de provocarse una serie de heridas. En mi caso, empecé el entrenamiento a la edad de siete años por medio de asistir a una clase semanalmente. En poco tiempo, las clases aumentaron a 2, 3, 4 por semana; con el tiempo tomaba hasta 15 clases semanales. Antes de alcanzar el nivel profesional, participaba en unas ocho representaciones al año.

Cuando yo tenía más o menos 16 años de edad, nuestra compañía se volvió profesional, y la cantidad de representaciones en las que participamos aumentó de la noche a la mañana a casi 80 por año. Esto exigía un tremendo esfuerzo de nuestra parte. Al graduarme de la escuela secundaria, tenía un trabajo de secretaria de media jornada después de las horas de escuela, asistía a varias clases de ballet cada noche de la semana con la excepción de una, y después de estas clases participaba en ensayos. No era poco común que un ensayo durara hasta la una o las dos de la mañana. Desde el viernes por la noche hasta el domingo generalmente nos tocaba participar en dos o tres representaciones. Antes de cada representación hacíamos ejercicios para entrar en calor y ensayábamos. Calculo que dedicaba un promedio de 35 a 40 horas por semana al entrenamiento, a los ensayos y a la participación en representaciones. Durante mi tiempo “libre”, hice la coreografía para representaciones musicales como Music Man, The King and I y Finian’s Rainbow para grupos escolares y teatrales.

Después de completar mis estudios en la escuela secundaria, trabajé de secretaria de tiempo completo durante el día y dediqué un promedio de 45 a 50 horas semanales al entrenamiento, los ensayos y las representaciones. Aunque podría haberme sostenido con lo que ganaba como bailarina profesional, decidí mantener otro empleo a fin de ahorrar dinero. Sabía que, cuando tratara de cambiar a una de las compañías principales de ballet, necesitaría fondos adicionales para sostenerme hasta que se realizara dicho cambio.

¿Cómo se sienten los pies de la bailarina profesional de ballet después de horas de llevar puestas las zapatillas de ballet? Al principio, los zapatos son duros y la fricción hace que se formen ampollas en los pies. Con el tiempo las ampollas se endurecen y se forma un callo. Debajo de cada callo puede formarse una nueva ampolla. Y este ciclo sigue repitiéndose. El resultado final es que los dedos quedan pelados y sangrientos. A veces todos los callos quedan endurecidos al mismo tiempo, y otras veces varios de ellos quedan pelados... lo más corriente es que suceda lo último.

¿Qué hay de las uñas de los dedos de los pies? Una tiene que estar dispuesta a perderlas y seguir bailando mientras vuelvan a crecer... y la zapatilla de ballet es varios números más pequeño que el zapato de diario. No obstante una nunca falta a una representación debido a que le duelan los pies, y la mayor parte del tiempo le duelen. Una lo aguanta aunque signifique que al terminar la actuación tendrá los zapatos empapados de sangre, lo cual ha sucedido en el caso mío. Se nos enseñó que a un artista no se le podía considerar verdaderamente profesional si no había perdido todas las uñas de los dedos de los pies siquiera una vez.

Nunca se mimaba ninguna herida. En cierta ocasión, cuando yo tenía 14 años de edad, llegué tarde a la clase. Me había perdido los ejercicios ante la barra, que se hacen para que los músculos entren en calor y se estiren, y me puse a hacer despatarradas con la clase. Tenía los músculos fríos y tiesos, hice fuerza y... ¡oí que algo se me rompió! No trataré de describir el dolor que sentí. Al oír aquel sonido, las madres de las alumnas vinieron corriendo desde la oficina, pues querían saber quién se había roto un hueso. Se nos dijo que me había desgarrado un ligamento, y me hicieron caminar toda esa noche. Lloré y rogué que se me mostrara misericordia, pero me dijeron que no se podía mimar la herida. Obedecí y nunca fui a un médico.

Once años después tuve que someterme a cirugía mayor debido a las complicaciones que resultaron de aquel accidente. Las madres de las alumnas habían tenido razón. Supe que la parte inferior del hueso pélvico derecho se me había roto y se había desprendido. Yo había perdido el uso de un porcentaje considerable de los nervios del lado derecho, había sufrido daño muscular y la porción inferior del hueso pélvico sigue desprendida.

Las heridas que una sufre pueden ser de grado menor o mayor. Pero puesto que las bailarinas ejercen el cuerpo constantemente, las heridas de grado menor frecuentemente se convierten en heridas crónicas en el sentido de que nunca llegan a sanarse debidamente. Cierta muchacha de nuestra compañía se desgarró los músculos de varias costillas al ejecutar un movimiento especialmente difícil. Desde aquel entonces no pudo realizar ese movimiento sin que se le aplicara algún soporte. Recuerdo dos ocasiones en que a ciertas bailarinas que habían sufrido daño muscular que les causaba mucho dolor les suministraron inyecciones de cortisona simplemente para que pudieran completar la representación.

Basándome en mi experiencia como bailarina profesional de ballet, por lo menos 75 u 80 por 100 del tiempo le duele o está sensible alguna parte del cuerpo, ya sea que se trate de los pies, los músculos o aun los huesos.

Recuerdos que me hacen llorar

Luego, nuestra pequeña compañía de ballet recibió subvenciones. ¡Cada uno de nosotros firmamos un contrato por primera vez y se nos estaba pagando por hacer lo que nos encantaba hacer! La vida era una maravilla... por una semana más o menos. La junta directiva me seleccionó a mí para que representara a la compañía y sirviera de mediadora entre los bailarines y la junta cuando surgieran cuestiones o disputas relativas a los contratos. Oí muchas disputas. Casi de la noche a la mañana, las amistades se convirtieron en rivalidades. Hubo estallidos de ira y discusiones. En muchos casos, el lenguaje que se usaba no correspondía a la apariencia delicada y graciosa que presentábamos. Llegamos a saber lo que era la competencia y en algunos casos nos olvidamos lo que significaba la amistad. Estábamos ahora en un mundo enteramente diferente, y ésta era una experiencia dolorosa.

¿Cómo era el ambiente con relación a lo moral? Yo estaba rodeada de personas que practicaban el adulterio, la homosexualidad, actos bisexuales y otras perversiones. En cierta ocasión un bailarín se presentó con una fotografía profesional de una bella mujer voluptuosa que llevaba un traje largo. Nos preguntamos para qué él quería la foto de una mujer, ¡hasta que nos enteramos de que la persona en la foto era él mismo!

Yo había bailado con la misma compañía desde los 11 años de edad, y crecí bajo la supervisión de mi director como crece una hija ante su padre. Yo era confiable y leal, y había conseguido partes en las representaciones gracias a mi duro trabajo y talento. Debido a la herida que mencioné antes, sufrí reveses en lo que tenía que ver con los papeles que pude desempeñar, pero llegué a ser solista también y tuve el privilegio de participar en un “pas de trois” (baile en el que participan tres personas) con la primera bailarina de la compañía y el primer bailarín en una obra de ballet moderna que era original.

No obstante, me parecía que yo estaba lista para desempeñar un papel en el que la coreografía se había preparado específicamente para mí, pues éste sería un paso importante para mi porvenir. Abordé a mi director y le presenté el asunto. El concordó en que yo estaba lista para dar dicho paso y estaba dispuesto a preparar la coreografía para mí —con tal que yo cumpliera con una condición— la de concederle ciertos “favores” especiales, es decir, participar con él en actos de conducta relajada.

Quedé escandalizada y al principio creí que él estaba bromeando. Pronto se hizo evidente que él estaba hablando en serio. Aquello me enojó. ¡No podía creer que él me trataría de tal manera! Rehusé categóricamente hacer lo que él pedía y no estaba dispuesta a ceder. Él siguió tratando de persuadirme, y me recalcó que todo lo que yo había logrado —las partes en las representaciones, el dinero, el contrato— todo se lo debía a él. ¿De qué valían el duro trabajo y el talento? Aquello me dejó desconcertada, herida y amargada.

Más golpes

Poco después de esto, en cierta ocasión salí del teatro después de una representación y caminé hacia mi automóvil. Antes de que pudiera abrir la puerta de éste, dos jóvenes se aparecieron por detrás y me asaltaron. Uno de ellos me agarró los brazos al estilo de una llave nelson, mientras que el otro me dio repetidos puñetazos en la cara. Lo que sucedió después es lo que describo al principio de este relato.

¿Por qué me golpearon? Eso sucedió a fines de la década de los sesenta, cuando los asuntos raciales provocaron muchos disturbios y tirantez por todos los Estados Unidos. Yo era blanca y ellos eran de la raza negra. Así, fui víctima de la frustración de cierta sociedad.

Pero ¿por qué, entonces, me dijo mi director repetidas veces que ‘nada había sucedido’ si yo estaba tendida y sangrando? Se debía a que temían que, si los periodistas y los que nos proporcionaban los fondos llegaban a saber acerca del incidente, podíamos perder las subvenciones. Alguien pidió que viniera una ambulancia. Otra persona hizo que se cancelara la llamada. Otros dijeron que se me llevara a un médico o a un hospital. Aún otros rehusaron hacerlo. Todo lo que importaba era proteger los intereses financieros de la compañía.

Al verme tendida allí, paralizada emocionalmente, comprendí que yo no era nada más que un pedazo de carne que otras personas usaban para ganar dinero. Varios meses después, cuando expiró mi contrato, dejé aquella compañía, y se me amenazó con echarme bola negra, de modo que nunca se me volviera a admitir en ninguna otra compañía.

Todo mi mundo se me derrumbó. Me parecía que no tenía ningún motivo para vivir. No tenía confianza en ningún ser humano, así que finalmente oré toda una noche a Dios, y, al hacerlo, invoqué Su nombre, Jehová. Mi madre había estudiado la Biblia con los testigos de Jehová y siempre que pudo nos fue enseñando a nosotros, sus hijos, lo que iba aprendiendo, a pesar de que mi padre se oponía encarnizadamente a que ella estudiara la Biblia. Así adquirí algo de conocimiento bíblico, pero no lo consideraba muy importante. No obstante, ahora en mi desesperación, invoqué a Jehová y, puesto que los Testigos habían sido bondadosos con mi madre, le pedí a Él aquella noche que me enviara testigos de Jehová, si éstos podían ayudarme y orientarme.

El día después de hacer aquella oración, me mudé a San Francisco, con la esperanza de empezar de nuevo con otra compañía de ballet, y poco después empecé a bailar con la compañía llamada San Francisco Ballet. Tres semanas después recibí la respuesta a mi oración, pues al mudarme a un nuevo apartamento, ¡descubrí que la gerente se asociaba con los testigos de Jehová! Ella inmediatamente hizo arreglos para que yo asistiera a una reunión en un Salón del Reino. Quedé muy impresionada con la amabilidad de todos los presentes. No obstante, aunque es triste decirlo, llegué a estar tan embebida en los preparativos para la audición relacionada con la próxima serie de representaciones del San Francisco Ballet y estaba tan ocupada con mi trabajo que pasaron semanas antes de que los Testigos pudieran volver a encontrarme.

No obstante, en aquel período dos cosas empezaron a sucederme. Antes de ser víctima del asalto, yo había tenido cierto problema con uno de los ojos, y hasta había tenido que someterme a varias intervenciones quirúrgicas. Pero ahora, desde que había sufrido los golpes en la cabeza, estaba perdiendo la vista rápidamente, y sentía mucho dolor. Lo único que quería hacer era bailar, y, no obstante, el bailar con una nueva compañía no me estaba proporcionando el grado de felicidad que yo había esperado con toda certeza.

Volví a sentirme deprimida y frustrada, y para ese tiempo volvieron a aparecer los Testigos. Me hablaron y me ofrecieron dos ayudas bíblicas. Quise contribuir por los libros, pero solo me quedaban 50 centavos hasta que recibiera mi próximo cheque, y yo había separado aquel dinero para comprarme una cajetilla de cigarrillos, pues estaba enviciada con el fumar. Preferí comprar los libros. Leí uno de ellos esa misma noche junto con porciones de la Biblia, y supe que había hallado no solo la verdad acerca de los propósitos de Dios para la humanidad en general, sino también un propósito para mí misma en la vida.

Me siento feliz y segura al mirar hacia adelante

Después de estudiar la Biblia con los Testigos, me dediqué y me bauticé como sierva de Jehová Dios. Mi meta llegó a ser la de hacerme precursora (ministra de tiempo completo). Estaba profundamente convencida de que después de haberme dedicado de todo corazón al baile por 13 años, el dar a Jehová menos devoción que ésa sería una muestra de falta de aprecio por todo lo que él había hecho por mí.

Ah, pero todavía tenía el baile en el corazón, y justamente cuando estuve a punto de emprender mi nueva carrera de precursora, cierta compañía de ballet me ofreció el papel del hada de los confites en El cascanueces. Hasta me dijeron que yo podía estar libre las noches de las reuniones de congregación y que programarían los ensayos en torno de mi horario. ¡La mayor parte de las compañías simplemente no harían semejante cosa! Esta oferta fue sumamente tentadora.

Oré acerca del asunto, y reflexioné sobre todo lo que me había sucedido como resultado de mi carrera profesional y sobre la razón por la cual había recurrido a Jehová en primer lugar. Reflexioné sobre la tranquilidad mental que actualmente estaba experimentando. Decidí aquella noche rechazar el papel que se me ofreció, y a la misma vez decidí nunca más reanudar mi carrera de bailarina en este sistema de cosas.

¿Cómo me siento ahora? Sé que tomé la decisión correcta. He sido bendecida con un esposo amoroso, y durante los pasados 14 años desde que dejé la carrera de bailarina he continuado en la actividad de predicar de tiempo completo. Actualmente, mi esposo y yo servimos de voluntarios en las oficinas centrales de los testigos de Jehová.

Con el tiempo, yo sí perdí un ojo a fin de salvar la visión del otro. Pero imagínese el gozo que sentí cuando una de las primeras personas a quienes ayudé a emprender el camino a la vida me dijo en confidencia que cuando ella vio que yo podía sonreír al hablar con certeza acerca del día cuando podré ver por completo otra vez, ella sabía que yo tenía algo que ella deseaba tener. Sí, el propósito de Dios es eliminar de la Tierra toda inmoralidad e iniquidad, y transformarla en un Paraíso. Entonces toda la humanidad volverá a un estado de perfección física, emocional y espiritual, y vivirá para siempre.

¿Qué hay del baile? No he abandonado el baile para siempre de ninguna manera. Estoy tomando un descanso temporero. Ahora lo más importante que puedo hacer es hablar a otros acerca de la futura Tierra paradisíaca. Entonces tendré una eternidad para bailar hasta quedar satisfecha, sin experimentar el dolor y la frustración que se experimentan en este sistema. Espero bailar muchísimo entonces, como lo hizo el rey David en cierta ocasión gozosa (2 Samuel 6:14). Además, espero que usted esté allí para bailar junto conmigo.—Como lo relató Elizabeth Balnave.

[Comentario en la página 17]

¡El público se puso a reír histéricamente, el director estaba lívido, y yo estaba muerta del susto!

[Comentario en la página 18]

Basándome en mi experiencia, por lo menos 75 u 80 por 100 del tiempo le duele o está sensible alguna parte del cuerpo

[Comentario en la página 19]

Estaba rodeada de personas que practicaban el adulterio, la homosexualidad y otras perversiones

[Comentario en la página 20]

Tres semanas después recibí la respuesta a mi oración

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