La lucha contra una antigua enfermedad mortífera del Perú
Por el corresponsal de “¡Despertad!” en el Perú
EL AÑO era 1531. Francisco Pizarro, conquistador español, y sus hombres se habían puesto en marcha para tomar los tesoros del antiguo Imperio Inca, del Perú. Vestidos con pesadas cotas de malla hechas de hierro y gruesos jubones de algodón acolchonados, atravesaban con dificultad la provincia ecuatoriana de Coaqui (que ahora se conoce como Manabí) en medio del calor y la humedad intolerables de enero. A los hombres de Pizarro, que ya experimentaban hambre y agotamiento, los atacó súbitamente una extraña y repugnante enfermedad... la verruga peruana.
Garcilaso de la Vega, historiador inca cuyo padre sirvió por un tiempo con las fuerzas de Pizarro, informó que la enfermedad “fué que les nacían por la cabeza, por el rostro y por todo el cuerpo unas como berrugas [de ahí el nombre verruga peruana] que lo parecían al principio cuando se les mostraban; mas después yendo creciendo se ponían como brevas prietas y del tamaño de ellas; pendían de un pezón, destilaban de sí mucha sangre, causaban grandísimo dolor y horror; no se dejaban tocar, [...] murieron muchos”.
Otros escritores dieron una descripción más suavizada: “Se manifestaba en forma de úlceras, o más bien, repugnantes verrugas de gran tamaño, que cubrían el cuerpo, y cuando se abrían con una lanceta, como se hacía en algunos casos, despedían tanta sangre que resultaba ser mortal para el enfermo”.
Transcurrieron tres siglos y la enfermedad aún siguió siendo un misterio. Entonces llegó la década de los setenta del siglo XIX y, con ella, la construcción del Ferrocarril Central. A una distancia de tan solo 64 kilómetros (40 millas) al norte de Lima, en Cocachacra, surgió de nuevo el azote de la verruga peruana. Esta vez la enfermedad fue tan devastadora que, de acuerdo con los nativos, hubo “tantos muertos como traviesas”. Todos los ingenieros que inspeccionaban el ferrocarril transandino contrajeron la enfermedad. Cierta autoridad informó que durante ese período murieron 7.000 obreros, y la obra de construcción casi se detuvo por completo debido a que grandes cantidades de obreros abandonaban la labor.
Lucha contra un enigma médico
Para el siglo XIX la espantosa enfermedad había atraído la atención de la profesión médica. Daniel Alcides Carrión, joven y prometedor estudiante de medicina en el hospital “Dos de Mayo”, dedicó varios años al estudio de la enfermedad, y trabajó arduamente en la preparación de su tesis de licenciado, que trató sobre la verruga peruana. Para determinar con precisión la naturaleza de la enfermedad, el 27 de agosto de 1885 Carrión dijo a sus colegas que se iba a inocular el fluido obtenido de uno de los rojizos tumores verrugosos de un paciente que estaba restableciéndose de la verruga peruana en el hospital. Sus amigos objetaron, pero al ver que él estaba resuelto a hacerlo, uno de ellos lo ayudó a inocularse cuatro veces en los brazos. Aquello dio comienzo a una prueba muy dura que resultó en que Daniel Carrión figurara como mártir en los anales de la medicina en el Perú.
Tres semanas después de haberse inoculado, Carrión sentía dolores al caminar. De acuerdo con su diario, el 18 y 19 de septiembre experimentó escalofríos agudos y mucha fiebre, junto con insomnio. Al principio la temperatura le subió a 40 °C (104 °F); luego le bajó a 35 °C (95 °F). Calambres agudos, depresión causada por anemia perniciosa, vómitos, dolores abdominales, movimientos espasmódicos en las piernas y los brazos... todo eso castigó su cuerpo y mente. Casi hasta el fin de su vida él pudo llevar un registro de sus propias observaciones médicas; pero todo terminó demasiado pronto. El 5 de octubre, tan solo 39 días después que se había inoculado, Daniel Carrión murió, a la edad de solo 26 años.
¿Había creído Carrión que moriría? “Suceda lo que suceda, no importa”, dijo él. “Quiero inocularme.” Pero parece que había sido optimista respecto a las consecuencias. El líquido contaminado provino de un paciente que tenía una forma muy benigna de la enfermedad. Carrión estaba preparando su tesis de licenciado y tenía por delante su carrera en el campo de la medicina. El 28 de septiembre, para tranquilizar a sus preocupados colegas, les había dicho: “Ustedes se han alarmado demasiado por mi enfermedad; los síntomas que tengo solo pueden ser los de la invasión de la verruga, a los que dentro de poco seguirá un período de erupción y todo desaparecerá”. Además, él recibió tratamiento médico.
El sufrimiento y la muerte de Daniel Carrión proporcionaron información documentada de primera mano respecto a la enfermedad. Entre otras cosas, probó que la fiebre de Oroya (nombre equivocado, pues nadie contrajo nunca la fiebre en La Oroya, sino en la construcción del ferrocarril para llegar a La Oroya) y la verruga peruana eran tan solo dos etapas separadas de la misma enfermedad. No fue sino hasta varias décadas más tarde que el Dr. Albert Barton descubrió la causa de la enfermedad... un microorganismo transmitido por un mosquito que pica de noche y plaga los valles y los barrancos de los Andes. Por eso, hoy la verruga peruana se conoce frecuentemente como enfermedad de Carrión o bartoneliasis.
¿Qué hay de hoy día?
Después de muchos años de investigación y de lucha, aún hay personas que padecen de la verruga peruana. Tan solo en el Perú, centenares de personas murieron como resultado de esta enfermedad en el transcurso de los años cuarenta y los años cincuenta. Hasta en la década de los ochenta todavía hay pequeños brotes y más muertes. Pero gracias a programas patrocinados por el gobierno con el fin de fumigar las regiones infestadas y gracias al uso de antibióticos, ya se ha llegado a controlar en gran medida la enfermedad. Hoy uno tiene literalmente que tomarse la molestia de ir a regiones remotas y luego pasar por alto deliberadamente toda precaución a fin de contraer la enfermedad.
La historia de la verruga peruana, o enfermedad de Carrión, es tan solo un capítulo de la larga y conmovedora epopeya de la lucha del hombre contra las enfermedades y el sufrimiento humano. Sin embargo, la erradicación completa de las muchas enfermedades que aquejan a la humanidad aún tiene que estar en el futuro. Eso es de la incumbencia del Reino de Dios, cuando ya no habrá más “lamento ni clamor ni dolor”. (Revelación 21:4; compare con Isaías 33:24.)