En busca de las causas de la muerte, hallé la vida
La historia de un patólogo
“TENGO la esperanza de no morir jamás”, afirmó mi amigo. Esto provocó en mí una sonrisa de ironía. Pero a la vez me suscitó una intensa curiosidad. Conocía muy bien a mi amigo. Habíamos sido condiscípulos y él nunca me había dado motivos para pensar que él no estuviese cuerdo. Como patólogo, yo estaba familiarizado con la muerte y sus múltiples causas, pero nunca me había venido a la mente la idea de una vida interminable.
Terminada la conversación, él me obsequió dos libros: La verdad que lleva a vida eterna y ¿Es la Biblia realmente la Palabra de Dios? Aquél fue mi primer contacto con el mensaje de la Biblia que predican los testigos de Jehová. Aquellos dos libros iban a significar un gran cambio en mi vida, y hasta una nueva orientación en mi labor de investigador médico.
Había dedicado muchos años a la investigación oncológica... el estudio de tumores. Como patólogo, me interesaba en el origen de las enfermedades y sus causas. Estaba diariamente ante las dos constantes... la vida y la muerte. Me fascinaban el milagro de la vida y el misterio de la muerte. Y ahora, inesperadamente, había oído a alguien afirmar que tal vez nunca moriría, puesto que esperaba que el Reino de Dios viniera durante su vida. (Mateo 6:9, 10.)
Mi carrera en la medicina
Había crecido en un hogar de poco fervor religioso. Mi padre, hombre inteligente y consumado lector, había llegado a conocer lo suficiente acerca de los líderes religiosos católicos de España como para no sentir el más mínimo deseo de inculcarnos las ideas de ellos. En aquellos días la enseñanza religiosa católica era obligatoria en las escuelas. Cuando llegué a la edad de 15 años y empecé a razonar sobre la doctrina católica, decidí apartarme de la iglesia.
En un tiempo estaba pensando en una carrera militar, pero a fines de mis estudios de bachillerato (escuela secundaria) la elección había llegado a estar entre la ingeniería y la medicina. Había leído mucho sobre médicos, y a menudo había oído a mi padre hablar favorablemente de prominentes médicos españoles, como Santiago Ramón y Cajal, ganador del premio Nóbel de medicina. Así que finalmente escogí la fascinante ciencia de la medicina.
Un teólogo católico trata de convertirme
Con el paso del tiempo llegué a ser más intransigente en mi oposición al catolicismo, hasta el punto de hacerme agnóstico. Constantemente argüía en contra de doctrinas como la Trinidad, el infierno, y la infalibilidad del papa.
Un día, durante una discusión con varios amigos en la Biblioteca Nacional de Madrid, uno de ellos me invitó a conocer a un teólogo católico de renombre que, según se me dijo, podría aclarar mis dudas y refutar mis argumentos. Acepté el desafío, y aquel mismo día fuimos de visita a la casa del clérigo.
Cuando llegamos él fue muy amable y dijo que tenía la tarde libre para atendernos. Que estaría muy complacido en ayudarme a volver a la Iglesia Católica. Después de media hora de argumento y “contraargumento”, ¡él repentinamente recordó que tenía una cita! Mi amigo se desilusionó al ver a su teólogo echarse atrás.
Yo no podía aceptar verdades a medias, adornadas por una falsa filosofía humana que a veces se atrevía a “despersonalizar” a Dios como parte de una Trinidad y presentarlo como un cruel y malévolo diseñador de los tormentos del infierno, donde se retenía a la gente para siempre. No podía aceptar a un Dios así.
Me fascina la investigación médica
Pasaron los años rápidamente y obtuve el título de médico. Me especialicé en medicina interna y ejercía mi carrera con entusiasmo. Quería ayudar a las personas enfermas. Un día recibí una llamada para que atendiera a una jovencita que padecía de leucemia. Este caso me afectó grandemente... pensar que pronto ella tendría que morir. Llegó a obsesionarme el estudio de esta terrible enfermedad, que da fin prematuro a muchísimas vidas.
Cuando llegué a casa aquel día, entré en mi despacho, tomé todos los libros y publicaciones que trataban el tema, y comencé a estudiar intensamente. Quería descubrir la raíz y causa de la enfermedad, y, con ello, la cura. Estudié toda la noche.
Al llegar la madrugada estaba muy excitado porque había elaborado toda una teoría sobre las posibles causas de la leucemia. Estaba resuelto a publicar mi teoría. Pero recordé un consejo de Santiago Ramón y Cajal: Una cosa es teorizar; otra, demostrar la teoría. No bastaba con solo la teoría. Necesitaba hacer investigación experimental que la probara cierta. ¿Cuál fue el resultado final? Decidí dedicar mi vida a la investigación médica. Así que resolví especializarme en la oncología, la anatomía patológica, y otras ramas de la patología.
Hice progresos en mi investigación hasta el punto en que se me pidió que aplicara los resultados de mis experimentos con animales a personas enfermas de cáncer. Me negué a hacerlo, ya que solamente había experimentado con un tipo de tumor. Primero quería experimentar con otro tipo que también conocía bien. Estaba convencido de que cada tipo de tumor requiere una inmunización específica.
Estaba ocupado con mis experimentos y disfrutando de los beneficios de becas anuales de una asociación española contra el cáncer y de la Organización Mundial de la Salud. Entonces ocurrió algo totalmente inesperado. Se me comunicó que, para seguir recibiendo tales becas, tendría que entregar los resultados de mi investigación a otra unidad de investigación, la cual no estaba bajo mi supervisión. Yo no estaba dispuesto a seguir esta norma. Debido a tal política médica, tuve que descontinuar mi labor investigadora.
Un nuevo campo de investigación
Ésas eran mis circunstancias cuando me encontré por primera vez con mi amigo Testigo. Poco antes mi esposa y yo habíamos obtenido una Biblia, y yo había leído parte del “Nuevo Testamento”. Mi interés en temas espirituales había renacido. Aquella noche comencé a leer el libro La verdad que lleva a vida eterna.
Estaba amaneciendo cuando —después de una lectura sosegada, profunda, y a la vez excitante— llegué casi al final del libro. Tenía que dormir un poco. Pero primero, con gran gozo, respeto, y profunda emoción, me dirigí a Dios en oración. Le expresé mi gratitud por todo lo que había aprendido aquella noche acerca de él no solo como Creador, sino también como Dios vivo con las maravillosas cualidades del amor, la sabiduría, la justicia y el poder. Éste era un Dios a quien yo podía respetar y adorar.
Leí ese libro y ¿Es la Biblia realmente la Palabra de Dios? en dos días. Al día siguiente llamé por teléfono para que los Testigos me trajeran otros libros que se anunciaban. Ellos me los trajeron pronto, junto con un libro que versaba sobre la evolución. Los devoré y llegué a la conclusión de que solo los testigos de Jehová tenían la verdad en cuanto a la adoración y el servicio al Dios verdadero, Jehová. Nunca antes había leído nada semejante en materia religiosa... esto era el extracto de la sencillez y la claridad.
Puesto que estaba acostumbrado a leer tratados científicos que tenían extensas bibliografías, me impresionó la norma de los Testigos. ¡En la publicación de ellos titulada ¿Llegó a existir el hombre por evolución, o por creación? había una lista de 248 citas bibliográficas! Era patente que se había efectuado mucha investigación para preparar el libro.
Hablé con mi esposa acerca de mis conclusiones respecto a la Biblia y los Testigos. Ella entonces leyó por sí misma el libro La verdad y estuvo de acuerdo en unirse a mí para un estudio sistemático de la Biblia con los Testigos. Utilizábamos dos Biblias, la versión Nácar-Colunga, católica, y la Traducción del Nuevo Mundo, de los Testigos. En cierta ocasión recibíamos tres estudios semanales. Pronto comenzamos a asistir a las reuniones en un Salón del Reino localizado en Madrid.
Mientras más estudiaba la Biblia, más me daba cuenta de que la medicina nunca iba a tener la verdadera solución a los problemas del hombre. Puede que lográramos algún progreso contra ciertas enfermedades, pero, como médico, siempre me encaraba a lo inalcanzable: doblegar la muerte. Ninguna rama de la medicina podría pronunciar las enérgicas palabras que se hallan en la Biblia: “La muerte es tragada para siempre” y “la muerte no será más”. Solo Dios, ‘para quien es imposible mentir’, puede garantizar el cumplimiento de esta esperanza, que mucha gente anhela. (1 Corintios 15:54; Revelación 21:4; Hebreos 6:18.)
Con un punto de vista diferente, decidí dejar la investigación oncológica y aceptar la plaza de Jefe de Servicio de Anatomía Patológica en la ciudad de Orense, al noroeste de España. En comparación con la labor investigadora, esta plaza parecía como una pérdida de prestigio en el mundo médico. Pero otro factor que influyó en mi decisión fue que me enteré de que la congregación de Orense de los testigos de Jehová necesitaba ayuda. Más tarde nos bautizamos como testigos cristianos de Jehová el 29 de mayo de 1971, en Orense.
Testifico a una reina
Desde entonces he tenido muchos privilegios en relación con la congregación. He servido de anciano por varios años y también he sido responsable de dirigir el departamento de Primeros Auxilios en muchas asambleas de circuito, distrito e internacionales. Como médico y patólogo, he defendido —por la radio, la televisión y la prensa— la posición de los testigos de Jehová contra el uso de transfusiones sanguíneas. Nuestras razones bíblicas están bien fundadas, y hay cada vez más evidencia en el mundo de la medicina para tener restricciones en este campo. (Génesis 9:4; Levítico 17:14; Hechos 15:28, 29.)
En 1978 recibí una invitación para dar un discurso sobre “La sangre, la medicina y la ley de Dios” en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid. En este mismo lugar, nueve años antes yo había pronunciado un discurso sobre la investigación oncológica. ¡Qué contraste! Ahora tenía un auditorio de médicos y clérigos, junto con la reina Sofía de España, quien asistió como estudiante de humanidades. Se suponía que el discurso durara una hora. En realidad, la consideración se extendió por casi tres horas. Pude contestar muchas preguntas, y al final la reina Sofía me felicitó con gran gentileza. Yo estaba alegre de que había podido dar testimonio para la alabanza de Jehová.
Ahora, cuando me asomo al microscopio para investigar las causas de las enfermedades y la muerte, me siento impulsado también a alabar a Jehová Dios por la maravillosa complejidad del mundo microscópico. El milagro de la vida sigue siendo una fuente de fascinación y asombro, y el enigma de la muerte tiene ahora respuestas concretas... la muerte es el salario que el pecado paga. (Romanos 6:23.)
En mi estudio de la Biblia he descubierto que la verdadera esperanza para los muertos es la resurrección que Jesús enseñó. Él mismo dijo: “No se maravillen de esto, porque viene la hora en que todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz y saldrán”. (Juan 5:28, 29.)
Estoy profundamente agradecido a Jehová por el conocimiento de la verdad que me ha dado, por saber que pronto la humanidad obediente disfrutará de salud y vida. Como médico y patólogo, quedaré sin trabajo, pues entonces nadie dirá: “Estoy enfermo”; hasta “la muerte no será más” (Isaías 33:24; Revelación 21:3, 4). Pero me alegraré de perder esa clase de trabajo. ¡Así, como el amigo a quien mencioné en la introducción de esta historia, yo, también, tengo ahora la esperanza de no morir jamás!—Según lo relató el doctor Salvador González.
[Comentario en la página 26]
Me fascinaban el milagro de la vida y el misterio de la muerte
[Comentario en la página 27]
Una meta diferente en la vida