Hallé el mejor ejército
CORRÍA el año 1944, durante la II Guerra Mundial. Como prisionero alemán de los aliados, mi deseo por escapar fue aumentando hasta convertirse en una obsesión. Ninguna otra cosa tenía importancia para mí. Eso fue lo que motivó que otros 13 prisioneros y yo saltáramos de un tren a toda marcha cerca de la frontera del Marruecos español.
Sorprendente como pueda parecer —aparte de serias contusiones— todos sobrevivimos. No obstante, nuestra libertad duró poco. Cuatro días después fuimos capturados por la policía montada del desierto. Pero todavía nos consumía el deseo de libertad. Para aplacarlo haría falta algo más que un cuerpo contusionado, la humillación de volver a ser capturados y duros castigos.
Los meses pasaron y nosotros seguíamos prisioneros en Casablanca. De nuevo planeamos una manera de escapar. Excavamos concienzudamente un túnel de 20 metros (65 pies). Costó tres meses de trabajo agotador, pero finalmente llegó la noche de la huida. De nuevo, ¡todos lo logramos!
Tuvimos otro período exasperantemente breve de libertad, pero fuimos capturados unos cuantos días más tarde. En esa ocasión el castigo consistió en un mes de aislamiento en una prisión especial donde fuimos sometidos a duros trabajos forzados. Después fuimos trasladados al campamento de prisioneros.
Solo tenía diecinueve años, y aquellas experiencias me quedaron muy grabadas. En aquel entonces yo estaba seguro de que servía en el mejor ejército, lo cual hacía que todos los esfuerzos parecieran valer la pena.
Mi crianza
Nací en septiembre de 1925, cerca de Brema, en el norte de Alemania. Mi padre era un buen jugador de fútbol, nadador y patinador sobre hielo, de modo que crecí con un gran interés por los deportes. Pero también me gustaba leer. Mis padres solo asistían a la iglesia en Navidad, para un funeral o en alguna otra ocasión especial. Las veces que asistí a la iglesia, quedé sorprendido de ver cuántas personas dormían durante la mayor parte del sermón del pastor.
Al pasar los años leía historias de aventuras y me fascinaba aprender cosas de otros países. Recuerdo haber leído un libro sobre el estrecho de Torres: una gran franja de mar entre Papuasia-Nueva Guinea y Australia. Esta fascinante y distante parte de la Tierra me cautivaba, y abrigaba la remota esperanza de que algún día podría visitar ese lugar lejano.
Teníamos una enciclopedia, y en ella leía sobre las muchas religiones del mundo y todos sus diferentes dioses. A veces me preguntaba si entre todos aquellos dioses existía realmente un Dios verdadero. Mi padre recibía por correo un periódico llamado Der Stürmer. Me llamó la atención el insólito nombre “Jehová” que aparecía con frecuencia en sus citas de la Biblia. Mi padre me explicó que este era el nombre del Dios de los judíos. Aunque había leído acerca de muchos dioses de la antigüedad, dioses como Odín, Thor y Frigga, y las divinidades hindúes Siva, Visnú y Brahma, nunca antes había tropezado con el nombre Jehová.
Mis primeras experiencias de la vida en el ejército
Al crecer bajo el régimen nazi llegué a formar parte de las juventudes hitlerianas. Para 1939 había empezado la II Guerra Mundial y, aunque solo tenía catorce años, fui entrenado para la guerra. Con el tiempo, los ataques aéreos llegaron a ser parte de la vida cotidiana. En una ocasión me desperté súbitamente cuando una bomba incendiaria atravesó el tejado de nuestra casa y fue a parar junto a mi cama. La apagué con sacos de arena y así pude salvar nuestra casa.
En 1943 me alisté como paracaidista y fui enviado a Francia para entrenamiento. Después de haber recibido algunas nociones básicas fui enviado al frente: Nettuno y Anzio, en Italia. Una bala me atravesó la pierna y tuve que ser hospitalizado en Bolonia durante seis semanas. Volví al servicio activo y poco después fui tomado prisionero cerca de Siena, también en Italia.
Fue mientras me llevaban en tren al Marruecos francés que mis 13 compañeros y yo hicimos nuestra primera tentativa de escapar. Cuando volvimos a ser capturados fuimos llevados a un campamento de prisioneros de guerra en las montañas del Gran Atlas cerca del desierto del Sahara. Allí aprendí a hacer ladrillos de barro y paja mezclados. Después fuimos trasladados a una prisión de Casablanca, en la que hicimos nuestra segunda tentativa de escapar excavando el túnel.
La Legión extranjera francesa
Aunque la guerra terminó en 1945, nos retuvieron prisioneros en Marruecos. En 1947 fuimos llevados a Francia donde yo permanecí como prisionero hasta 1948. Mi primer empleo después de ser liberado fue cortar árboles maderables en los Pirineos. Pero entonces, en 1950, me alisté en la Legión extranjera francesa para luchar contra el comunismo. En primer lugar fui enviado a Sidi-bel-Abbès, en Argelia, y después a Philippeville (la actual Skikda), para servir de paracaidista en el ejército francés.
A continuación fui enviado a luchar a Indochina. Allí me hirieron en una emboscada de la que solo dos escapamos con vida. En esta ocasión fui hospitalizado en Hanoi durante seis semanas. Al recuperarme fui enviado de nuevo a luchar en la jungla y en los arrozales. Acabé con un total de veinte saltos como paracaidista.
Finalmente llegué a enfermar tan gravemente de ictericia que los médicos del ejército perdieron toda esperanza de salvarme la vida. Me recuperé pero me declararon no apto para el servicio activo. No obstante, no pude conseguir ser dado de baja con honores. Afortunadamente, tenía derecho a un permiso prolongado, de modo que solicité regresar al norte de África.
Estando allí planeé escapar de nuevo, pero esta vez solo. Me di cuenta de que de cada 100 que escapaban, 99 volvían a ser prendidos. De modo que mis planes fueron muy meticulosos. Me las arreglé para llegar a Port-Lyautey (actualmente Kénitra) y embarcar en un transatlántico alemán de pasajeros. Una vez en alta mar y rumbo a Alemania, estaba a salvo.
Ya de nuevo en Alemania, pude volver a reunirme felizmente con mi familia después de haber estado separados durante diez años. Un antiguo compañero de escuela me ayudó a que me afiliara a la unidad alemana del ejército británico, el cual resultó ser el tercer ejército al que pertenecí. Gané bastante dinero pero cada vez estaba más cansado de la vida en el ejército.
Una vida nueva en un país nuevo
Se me presentó la oportunidad de emigrar al Canadá o a Australia. Escogí Australia, y en junio de 1955 llegué a Sidney, la capital de Nueva Gales del Sur. Me enteré de que había trabajo en un gran proyecto hidroeléctrico de riego en las Montañas Snowy, a unos 480 kilómetros (300 millas) al sudoeste de Sidney. Sabía que iba a ser un trabajo duro pero lo pagaban bien, y oí que había muchos alemanes y otros inmigrantes europeos trabajando en el proyecto.
Desde la guerra no había pensado mucho en la religión. De lo que había visto durante la guerra la religión me había desilusionado. Nunca había oído de los testigos de Jehová, pero un compañero de trabajo que dijo que era Testigo hablaba a menudo conmigo sobre una solución para las condiciones mundiales, y lo que decía tenía mucho sentido. Sin embargo, poco después regresó a Sidney y perdí todo contacto con él.
Para ese tiempo conocí a Christa y me casé con ella. Le expliqué las cosas que el Testigo me había dicho y a ella también le agradó lo que oyó. De modo que durante una visita a Sidney volví a ponerme en contacto con el Testigo. Aunque él también era alemán, podía leer y hablar inglés con afluencia y nos dio un libro en inglés titulado De paraíso perdido a paraíso recobrado. Tanto Christa como yo todavía estábamos aprendiendo inglés, y no pudimos entender todo lo que decía el libro, aunque sí entendimos bastante gracias a las ilustraciones.
Cuando el Testigo nos dijo que el libro también estaba disponible en alemán, un fin de semana lluvioso nos dirigimos sin demora a la oficina sucursal de la Sociedad Watch Tower de Australia en Strathfield. Allí conseguimos el libro en alemán y lo leí entero en una noche. Regresamos para asistir a una reunión en el Salón del Reino de Strathfield. Todos eran muy amigables, y nos parecía que aquella amigabilidad era sincera, no ficticia. Partimos de aquella reunión cargados con un montón de revistas La Atalaya y ¡Despertad! y algunos otros libros en alemán.
Actúo con cautela
Aunque lo que estábamos aprendiendo parecía maravilloso, tomé mis precauciones para no comprometerme de alguna manera. En parte esto se debía a la experiencia que tuvo mi madre con la religión. En 1936 renunció a la iglesia luterana debido a que ciertas cosas que había visto y oído practicar la habían desengañado. No obstante, ella no perdió su fe en Dios y a veces me hablaba de ello.
Entonces, cuando me alisté en el ejército en 1943, todos tuvimos que ir a la iglesia y escuchar un sermón de un sacerdote. Él nos aseguró que si moríamos en la lucha iríamos inmediatamente al cielo para estar unidos con todos los héroes del pasado. Más tarde, me di cuenta de que muchos soldados llevaban cruces como protección en las trincheras y hoyos. Mi compañero llevaba una cuando lo alcanzaron y mataron justo a mi lado. Cuando me recuperé del horror, lo primero que pensé fue: “¿De qué le ha valido la cruz?”.
Cuando vi a prisioneros de guerra ingleses llevando también una cruz quedé asombrado. Pensé: “Si esto es el cristianismo, entonces no quiero ninguna religión cristiana”. ¡Pues en ambos bandos había hombres que profesaban ser cristianos... matándose unos a otros!
La próxima vez que vi a un sacerdote le pregunté en cuanto a esto. Él dijo que cuando hay una guerra uno debe luchar por su país, pero que cuando la guerra termina todos deberían volver a sus respectivas iglesias. ¡Aquello fue demasiado! “Aquí hay algo que falla terriblemente”, razoné. Ahora entendía por qué mi madre abandonó la iglesia.
Por eso es comprensible que yo fuese cauteloso. No obstante, pronto llegué a estar convencido de que el mensaje de la verdad de la Biblia era diferente. Lo que la Biblia enseñaba no era la hipocresía de la religión. Ahora podía entender por qué había tanta confusión y desorden en la Tierra. ¡Qué satisfecho me sentí de entender por fin quién era Jehová! El Dios verdadero, no solo de los judíos, como había dicho mi padre, sino de todo el mundo.
También aprendí dónde encajaba Cristo Jesús en el cuadro. Es el amado Hijo de Jehová, y Él lo envió a la Tierra para mostrarnos lo que tenemos que hacer y para proveer un rescate de modo que podamos conseguir vida eterna. Descubrí que el Reino de Dios va a convertir la Tierra en un Paraíso, y, además, que durará para siempre.
¡Por fin encontré el mejor ejército!
Pronto nos dimos cuenta de que para asistir con regularidad a las reuniones cristianas nuestros fines de semana de camping tendrían que terminar o, al menos, reducirse. Otro problema que tenía era que fumaba mucho. Por dieciséis años había estado fumando de 40 a 60 cigarrillos diarios, además de algún puro y alguna pipa de vez en cuando. Cuando se me hizo notar que esa contaminación del cuerpo humano desagrada a Dios, abandoné ese hábito sucio en un solo día.
En febrero de 1963 Christa y yo simbolizamos nuestra dedicación para servir a Jehová mediante bautismo en agua. Poco después empezamos en el ministerio de tiempo completo como precursores y en enero de 1965 fuimos nombrados precursores especiales. Ahora era un soldado en el “ejército” cristiano de Jehová.
En 1967 fuimos a Papuasia-Nueva Guinea, donde servimos en primer lugar en Port Moresby y después en Popondetta. Regresamos a Australia por algún tiempo y luego, en 1970, regresamos a Papuasia-Nueva Guinea, donde servimos hasta septiembre de 1981. En una de nuestras asignaciones colaboramos en la construcción de dos Salones del Reino y también ayudamos a muchas personas a aprender la verdad de la Biblia. Para trasladarnos a la mayor parte de los lugares viajábamos en canoa utilizando un motor fuera borda. En tres años y medio se bautizaron 29 de las personas a quienes ayudamos.
Los dos contrajimos paludismo cerebral. Yo estuve inconsciente durante 48 horas y pensaban que no sobreviviría. Finalmente, en 1981 decidimos regresar a Australia donde hemos continuado como precursores especiales en Brisbane y después en Cairns, en la parte norte de Queensland. Nuestra asignación actual está en la isla Thursday, en el estrecho de Torres, frente al extremo más septentrional de la costa australiana. Este es aquel lugar lejano del que había leído cuando solo era un muchacho, sin realmente creer que algún día llegaría allí.
Al repasar nuestros veintitrés años de precursorado no nos arrepentimos de habernos alistado en este “ejército”. Sentimos un gran regocijo de corazón por haber podido ayudar a unas sesenta personas a dedicar su vida a Jehová Dios. Derivamos mucha felicidad de nuestro servicio de predicar de tiempo completo y siempre animamos a otros a emprender esta obra bendita.
Constantemente agradezco a Jehová el que, después de haber servido en tres ejércitos nacionales, con muchos desengaños y estando a las puertas de la muerte varias veces, haya podido alistarme en su victorioso ejército como soldado de Cristo Jesús. (2 Timoteo 2:3.) Sí, finalmente he encontrado el mejor ejército, y oro a Dios que me permita continuar sirviendo para siempre como un fiel combatiente.— Según lo relató Siegmar Soostmeyer.
[Comentario en la página 12]
Me desperté súbitamente cuando una bomba incendiaria atravesó el tejado de nuestra casa
[Comentario en la página 13]
¡En ambos bandos había hombres que profesaban ser cristianos... matándose unos a otros!
[Fotografía en la página 11]
Cuando serví en la Legión extranjera francesa