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  • ¡Despertad! 1990
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¡Despertad! 1990
g90 22/7 págs. 3-5

La adicción al crack. Desata la violencia

EL CRACK —nombre que le viene del ruido que hace cuando se calienta al procesarla o fumarla— es una forma de cocaína muy adictiva y extremadamente potente. Un psicofarmacólogo de cierto hospital lo llamó “la droga más adictiva que el hombre conoce en estos momentos, ya que su adicción es casi instantánea”. Un oficial de policía lo llamó “la peor droga de todos los tiempos. El concepto de la persona que consume crack solo por diversión no existe”.

Como el crack no se inyecta por las venas ni se esnifa, sino que se fuma, los usuarios que temían contraer el SIDA mediante agujas contaminadas han llegado a la conclusión de que es “ventajoso” por tres razones: es más “seguro”, los efectos son más intensos y el humo actúa más deprisa. Respecto a esta droga, un ex adicto dijo: “Va directa a la cabeza. El coloque es inmediato. Tienes la sensación de que te va a explotar la tapa de los sesos”. El coloque solo dura entre cinco y doce minutos, pero casi siempre va seguido de un devastador descuelgue que puede dejar a los usuarios irritables, deprimidos, nerviosos o extremadamente paranoicos y con un ansia compulsiva de otra toma. “El principal peligro del crack —explica el doctor Arnold Washton, director del Addiction Treatment Center en el hospital Regent, de Nueva York, un centro de asistencia para los toxicómanos— es que en el plazo de unos cuantos días o unas cuantas semanas puede asumir el control de tu cerebro... y de tu vida.”

La adicción al crack se propaga en muchas partes del mundo como una plaga. En particular en Estados Unidos, mucho más que en Canadá, Inglaterra y países europeos semejantes, el crack ha penetrado en casi todo estrato de la sociedad: los ricos, los pobres, los que han triunfado y los que tienen empleos bien remunerados. Debido a su disponibilidad, lo fácil que resulta adquirirla y los efectos de euforia que produce, la demanda de crack es muy grande y aumenta cada día más. Por las calles, en las escuelas y en los lugares de empleo se buscan nuevos clientes, adictos en potencia. Las mujeres son buenas posibles consumidoras; de hecho, en algunos niveles de la sociedad hay muchas más mujeres que hombres entre los usuarios del crack. Los niños que todavía no han entrado en la adolescencia buscan emociones rápidas y no saben decir que “no” a las drogas, por lo que se convierten en presa fácil de los vendedores de crack, quienes, con frecuencia son sus propios hermanos, otros familiares o sus mejores amigos.

La adicción genera violencia

“El crack, más que casi cualquier otra sustancia, es capaz de generar en el consumidor habitual una violencia brutal —informó The Wall Street Journal del 1 de agosto de 1989—. Recientemente, en la zona suburbana de Boston [E.U.A.], una madre joven que se encontraba bajo la influencia del crack arrojó a su bebé contra una pared con tanta fuerza que el niño se desnucó y murió.” Se dijo que la madre procedía de “una respetable familia de la clase media”.

Debido a los violentos efectos que produce el crack en el comportamiento de los que lo consumen, los sociólogos y pediatras que investigan este tema están convencidos de que esta droga está contribuyendo a un sensible aumento de casos de maltrato de niños. Cuando a una madre bajo los efectos del crack se la deja al cargo de un niño malhumorado y llorón, se puede llegar a producir una situación peligrosamente violenta. Un investigador dijo: “No es demasiado prudente tener un niño delante cuando estás irritable o deprimido y el cuerpo te pide más cocaína. ¿Qué vas a hacer con ese bebé? Desde luego, no lo que deberías hacer”.

Lamentablemente, muchas veces los resultados han sido mortales. No es raro leer u oír de jóvenes adictos al crack que matan a sus padres o a sus tutores, quizás sus abuelos, porque estos se negaron a darles dinero para comprar crack o porque los descubrieron fumándolo. La policía de Nueva York ha atribuido una oleada de crímenes brutales a jóvenes adictos a quienes el crack ha trastornado por completo.

Sin embargo, las peores escenas de violencia y las más brutales tienen lugar en las calles de la ciudad. Como la venta de crack produce muchísimo dinero debido a la demanda, que siempre va en aumento, los traficantes creen que vale la pena matar por la droga. Armados hasta los dientes con lo más reciente y sofisticado —ametralladoras, rifles militares de asalto, silenciadores y chalecos antibalas— rondan por sus territorios en busca de otros jóvenes intermediarios para dar un castigo ejemplar a los que les iban a quitar la clientela o que no entregan todo el dinero recaudado en un día. Los traficantes están preparados y dispuestos a zanjar sus diferencias con violento derramamiento de sangre. “Si un chico recibe un disparo en la pierna o una puñalada en la mano —dijo la enfermera jefe de una sala de urgencias—, es una advertencia por haberse quedado con algo de dinero o de drogas del traficante para quien trabajaba. Si el disparo es en la cabeza o en el pecho, entonces significa que iban a por él.”

Un sociólogo de Nueva York afirmó: “Ahora los asesinatos son mucho más crueles. No basta con matar. Hay que ultrajar el cadáver. Aunque dos tiros sean suficientes para matarlo, le disparan seis. Lo decapitan o le hacen cualquier otra cosa”. Un veterano de la policía dijo: “Hay un millón de chicos por ahí que no saben hacer nada más que pelear. No temen a la policía ni que les metan en la cárcel o les maten”. Tampoco se preocupan por la seguridad y la vida de los transeúntes inocentes que se ven atrapados en los tiroteos. La revista Time informa que de los trescientos ochenta y siete homicidios relacionados con bandas de delincuentes en el condado de Los Ángeles durante un solo año, la mitad eran personas inocentes que pasaban por allí.

Cadenas de oro y automóviles costosos

En vista de la violencia asociada con la adicción al crack, los jóvenes traficantes de crack no viven mucho tiempo, sino que mueren jóvenes. Su filosofía ha llegado a ser la de “a vivir, que son dos días”. Y eso es precisamente lo que hacen muchos. “Cualquier persona puede ir todos los días al instituto y ver nuevos Mercedes, todo-terrenos, Cadillacs y Volvos —dijo un policía del Departamento de Narcóticos de Detroit—. Estos automóviles son de los chicos, no de los padres.” Los niños que todavía no tienen edad para conducir contratan a otros para que les conduzcan el automóvil. Algunos se arriesgan y llevan ellos mismos el automóvil sin tener permiso de conducción. Pueden pagarlos al contado, y si tienen un accidente, se limitan a abandonar el automóvil y darse a la fuga.

“La indumentaria que llevan algunos jóvenes en un día normal y corriente puede valer 2.000 dólares (E.U.A.) —dijo una profesora—. Se ven muchos jóvenes con abrigos de piel y gruesas cadenas de oro.” “De hecho, el oro es una obsesión muy extendida entre los jóvenes de las superpobladas y ruinosas zonas del centro de las ciudades —informó la revista Time del 9 de mayo de 1988—. Lo que está en boga es llevar pesadas cadenas de oro que cuestan hasta 20.000 dólares.” Los distribuidores pagan bien a sus jovencitos intermediarios. Por ejemplo, niños de nueve y diez años pueden ganar 100 dólares diarios avisando a los traficantes de la presencia de la policía. El siguiente peldaño es el recadero que recoge la droga en el laboratorio y se la lleva al traficante, un trabajo que puede aportarle más de trescientos dólares diarios. Tanto los que vigilan como los recaderos aspiran a llegar a la cima que tan a mano está: ser traficantes. ¿Se imagina a un adolescente, posiblemente con muy poca educación escolar, que disponga de ingresos que ascienden a sumas tan elevadas como hasta tres mil dólares diarios? Lo cierto es que aunque los beneficios económicos son muchos, el futuro de estos jóvenes es efímero.

Con demasiada frecuencia, el que los jóvenes vendan crack se convierte en un arma de doble filo. Por un lado, difunden drogas mortíferas que pueden arruinar la vida de los usuarios y contribuir a la violencia, de la que muchas veces ellos mismos son víctimas. Por otro, en muchos casos son los padres los que animan a sus hijos a traficar con el crack. Se da con frecuencia el caso de que el único sostén de la familia es el joven traficante, que invierte gran parte de las ganancias en mantener una familia que lucha por sobrevivir. Cuando los padres no quieren corregir la situación y, por el contrario, se hacen los desentendidos, se convierten en cómplices de un proceder delictivo.

Mucho peor aún es cuando el amor por el crack supera el amor de una madre para con sus hijos, incluso para con el hijo que lleva en su vientre. Lea el siguiente artículo, y vea la difícil situación a la que se enfrenta el feto en estos casos.

[Recuadro en la página 5]

“El ‘crack’ es algo totalmente nuevo”

Como el crack se produjo para crear adicción entre los jóvenes y los pobres, su coste inicial puede parecer relativamente barato. Los camellos venden trozos del tamaño de una píldora en pequeños frascos de plástico por la reducida cantidad de entre cinco y diez dólares. Sin embargo, el breve, aunque intenso, coloque que provoca esta droga hace que el usuario necesite repetir las tomas de forma casi constante. “El crack es algo totalmente nuevo —dijo el director ejecutivo de un centro de información sobre drogas de Florida—. Es una droga muy compulsiva, mucho más que la cocaína habitual. Su efecto es tan intenso y el impacto es tan potente que hace que los consumidores, incluso aquellos que lo toman por primera vez, no piensen en nada más que en su próxima toma.”

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