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  • Lo que sabemos de las razas
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¡Despertad! 1990
g90 8/12 págs. 4-7

Lo que sabemos de las razas

CUANDO hace unos quinientos años los europeos se hicieron a la vela para explorar la Tierra, no sabían qué clase de personas se encontrarían. Se oían leyendas de gigantes que podían meterse en el océano y destrozar un barco con una sola mano, así como de hombres con cabeza de perro que echaban llamas por la boca. ¿Se encontrarían con los legendarios “insociables”, que se alimentaban de carne cruda y tenían un enorme labio saliente que les resguardaba del sol? ¿O verían hombres sin boca que subsistían oliendo manzanas, criaturas con orejas tan grandes que les servían de alas, o seres que, según se decía, se acostaban boca arriba a la sombra de su único y enorme pie?

Aunque el hombre surcó los mares, escaló montañas, se abrió paso por las junglas y atravesó desiertos, no encontró en ningún lugar a seres tan extraños. Al contrario, a los exploradores les sorprendió descubrir a gente de aspecto muy parecido al suyo. A este respecto, Cristóbal Colón escribió: “Hasta el momento, no he encontrado en estas islas [las Antillas] monstruosidades humanas, como muchos esperaban; al contrario, entre todas estas gentes se valora la buena apariencia. [...] Así que no he encontrado monstruos ni he oído de que los hubiera, con la excepción de [...] un pueblo [...] que come carne humana [...]. No están peor formados que los demás”.

Se clasifica a la humanidad

Así, a medida que se exploraba la Tierra, se vio que la variedad existente en la familia humana no correspondía con los cuentos y mitos que habían circulado. Ahora se podía observar y estudiar a los diferentes pueblos y, con el tiempo, los científicos los clasificarían.

En 1735, el botánico sueco Carl von Linné publicó su Systema Naturae. En esa obra se llamó al hombre homo sapiens (que significa “hombre sabio”), denominación que según cierto escritor posiblemente sea la definición más toscamente arrogante que jamás se haya dado a ninguna especie. Linné dividió a la humanidad en cinco grupos y los describió como sigue:

AFRICANO: Negro, flemático, sosegado; cabello negro y crespo; piel sedosa; nariz chata y labios prominentes; astuto, indolente, negligente; se unta con grasa; gobernado por caprichos.

AMERICANO: Cobrizo, colérico, erguido; cabello negro, lacio y grueso; nariz ancha y semblante severo; poca barba; obstinado, contento si está libre; se pinta con finas líneas rojas; se rige por costumbres.

ASIÁTICO: Melancólico, inflexible; cabello negro y ojos oscuros; severo, altivo, codicioso; se cubre con prendas holgadas; gobernado por opiniones.

EUROPEO: Blanco, rubicundo, musculoso; cabello largo, rubio o castaño; ojos azules; amable, perspicaz, inventivo; se cubre con prendas ceñidas; gobernado por leyes.

SALVAJE: Cuadrúpedo, mudo y peludo.

Observe que aunque Linné clasificó a la humanidad según rasgos genéticos (el color de la piel y la textura del cabello entre otros), también hizo afirmaciones prejuiciadas sobre algunos rasgos de personalidad. Por ejemplo, señaló que el europeo era “amable, perspicaz, inventivo”, mientras que al asiático lo calificó de “severo, altivo, codicioso” y al africano de “astuto, indolente, negligente”.

Sin embargo, Linné estaba equivocado y las clasificaciones modernas no toman en cuenta esos rasgos de personalidad, pues la investigación científica ha demostrado que dentro de cada población humana existe la misma variedad de temperamentos así como de inteligencia. En otras palabras, en todas las razas encontramos las mismas cualidades positivas y negativas.

Los sistemas modernos de clasificación acostumbran a dividir a la humanidad en tres grupos, basándose estrictamente en diferencias físicas: 1) caucasoides, de piel clara y cabello lacio u ondulado; 2) mongoloides, de piel amarillenta y pliegue mongol alrededor de los ojos; 3) negroides, de piel oscura y cabello crespo. Pero no todos encajan a la perfección en una de estas categorías.

Por ejemplo, los san (bosquimanos) y los khoikhoi (hotentotes) de África meridional son de piel cobriza, cabello crespo y rasgos faciales mongoloides. Algunos pueblos indios tienen piel oscura pero rasgos faciales caucasoides. Los aborígenes australianos tienen piel oscura, pero su cabello crespo muchas veces es rubio. Algunos mongoles tienen ojos caucasoides. No existe ninguna demarcación clara.

Debido a estos problemas muchos antropólogos han renunciado al intento de clasificar a la humanidad y afirman que el término “raza” carece de significado o valor científicos.

Declaraciones de la UNESCO

Respecto a las razas, las declaraciones científicas que quizás gozan de más autoridad son las de un grupo de expertos reunidos por la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura). En 1950, 1951, 1964 y 1967 se celebraron reuniones en las que un grupo internacional de antropólogos, zoólogos, médicos, anatomistas y otros promulgaron de común acuerdo cuatro declaraciones sobre las razas. La última enfatizaba los tres puntos siguientes:

A “Todos los hombres que viven hoy día pertenecen a la misma especie y descienden del mismo tronco.” Este punto está confirmado por una autoridad aún más eminente. La Biblia dice: “[Dios] hizo de un solo hombre [Adán] toda nación de hombres, para que moren sobre la entera superficie de la tierra”. (Hechos 17:26.)

La declaración de la UNESCO continúa diciendo:

B “La división de la especie humana en ‘razas’ es en parte convencional y en parte arbitraria, y no implica ninguna jerarquía en absoluto. [...]”

C “El conocimiento biológico actual no nos permite imputar los logros culturales a las diferencias en el potencial genético, sino que solo deberían atribuirse a la historia cultural de los diferentes pueblos. Los pueblos del mundo actual parecen poseer igual potencial biológico para alcanzar cualquier nivel de civilización.”

La plaga del racismo

Aunque no existe base alguna para creer que una raza sea inherentemente superior a otra o tenga el derecho de dominarla, la gente no siempre ha actuado en armonía con los hechos. Considere, por ejemplo, la venta de esclavos africanos.

Cuando las naciones europeas empezaron a establecer colonias, la explotación de los pueblos indígenas les beneficiaba económicamente. Pero eso provocaba una paradoja: se obligaba a millones de africanos a dejar sus casas, se les separaba de sus seres queridos, se les encadenaba, azotaba y marcaba con hierro candente, se les vendía como animales y se les obligaba a trabajar sin paga hasta el día de su muerte. ¿Y qué justificación moral podían presentar aquellas naciones que afirmaban ser cristianas y que se suponía debían amar a su prójimo como a sí mismos? (Lucas 10:27.)

La solución que escogieron fue la de deshumanizar a sus víctimas. Un antropólogo de los años cuarenta del siglo pasado razonó de la siguiente manera:

“Si el negro y el australiano no son seres como nosotros ni de la misma familia que nosotros sino que pertenecen a un orden inferior, y si en ninguno de los mandamientos sobre los que se funda la moralidad del mundo cristiano se contemplan nuestras responsabilidades hacia ellos [...], nuestra relación con esas tribus no parece diferir mucho de la que podría imaginarse entre nosotros y una raza de orangutanes.”

Los que buscaban apoyo para defender la idea de que los que no eran blancos eran infrahumanos utilizaron la teoría darviniana de la evolución. Razonaron que en la escalera evolutiva los pueblos colonizados se encontraban en un peldaño inferior al de los blancos. Otros afirmaban que los que no eran blancos habían seguido un proceso evolutivo diferente y no eran totalmente humanos, mientras que aún otros citaban de la Biblia y tergiversaban algunos textos para apoyar sus ideas racistas.

Por supuesto, muchas personas no aceptaron tales argumentos. La mayoría de las naciones del mundo ha abolido la esclavitud. No obstante, la discriminación, el prejuicio y el racismo han perdurado y afectado incluso a grupos étnicos que solo eran considerados razas en la imaginación de la gente. Un profesor de zoología dijo: “Parecía que cualquiera tenía el derecho de crear razas a su antojo, políticos, personas con argumentos tendenciosos y parciales, y simples aventureros han participado en la clasificación de las razas. Han inventado engañosas etiquetas raciales para conferir una aureola de respetabilidad ‘científica’ a sus conceptos favoritos y a sus prejuicios”.

La política racista de la Alemania nazi constituye el principal ejemplo. Aunque Adolf Hitler ensalzó a la raza aria, biológicamente no existe tal cosa, y nunca existió. Hay judíos rubios y de ojos azules en Suecia, judíos negros en Etiopía y judíos mongoloides en China. Sin embargo, tanto judíos como otros grupos fueron víctimas de una política racista que llevó a los campos de concentración, cámaras de gas y al asesinato a seis millones de judíos y a otros muchos, como fue el caso de los pueblos eslavos de Polonia y la Unión Soviética.

[Ilustración en la página 7]

La imagen muestra cómo a los africanos se les anunciaba y se les vendía como si fueran ganado

[Recuadro en la página 5]

Las investigaciones científicas han demostrado que en cada población humana existe la misma variedad de inteligencia

[Recuadro en la página 6]

‘Políticos, personas con argumentos tendenciosos y parciales, y simples aventureros han inventado engañosas etiquetas raciales para conferir una aureola de respetabilidad “científica” a sus conceptos favoritos y a sus prejuicios’

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