El Campeonato Mundial de fútbol. ¿Deporte o guerra?
Por el corresponsal de ¡Despertad! en Italia
EL FÚTBOL acaparaba la atención mundial. Desde el 8 de junio hasta el 8 de julio de 1990 centenares de millones de personas estuvieron pegados al televisor para seguir el acontecimiento del año: El Campeonato Mundial de fútbol celebrado en Italia. En total, hubo una audiencia televisiva mundial de 30.000 millones de personas que siguieron el curso de los 52 partidos... ¡seis veces la población del mundo!
Este espectáculo televisivo fue posible gracias a una organización de alta tecnología sin precedentes: un centro de emisión que atendía a 147 cadenas de televisión representativas de 118 naciones, coordinaba 180 cámaras de televisión, 38 equipos de producción y 1.500 técnicos. A los partidos, celebrados en 12 estadios de fútbol italianos, también asistieron 2.515.000 espectadores y 6.000 periodistas procedentes de todo el mundo. Pero las cifras no lo dicen todo. Para narrar esta gigantesca “evasión de la realidad”, como algunos lo calificaron, hubo escritores, sociólogos, psicólogos, artistas y hasta teólogos que comentaron el acontecimiento.
Sin embargo, ¿contribuyó el Mundial a la armonía y la deportividad internacional? Unidos por su pasión por este deporte, ¿vencieron sus antagonismos nacionalistas durante aquellos treinta días los millones de personas que vieron los partidos por vía satélite? ¿Sirvió el fútbol de fuerza unificadora?
¿Deporte o guerra?
Consideremos tan solo un aspecto que caracteriza a muchos acontecimientos deportivos modernos: la violencia. Este fenómeno es común en los partidos de fútbol, tanto en el campo, como en las gradas y fuera del estadio. Los psicólogos, sociólogos y periodistas concuerdan en que en un mundo tan violento, el deporte no es una excepción. Hay un acoso sin tregua de los valores morales fundamentales. Expresiones como “el deporte es un encuentro honorable”, “el espíritu de la amistad” o “hermandad” no logran encubrir las violentas realidades del deporte moderno.
El Campeonato Mundial de fútbol no fue una excepción. Algún tiempo antes de su comienzo ya se oían informes alarmantes. “El violento fanatismo futbolístico asusta a la gente y los turistas abandonan Italia”, rezaba un titular del periódico La Repubblica dieciocho días antes del primer encuentro. Los más temidos eran los famosos hooligans, un grupo de aficionados ingleses conocido en toda Europa por su vandalismo antes, durante y después de cada partido.a
La edición del 1 de junio de 1990 del diario La Stampa de Turín (Italia) analizó las causas de la violencia en los estadios y el comportamiento grosero de los hooligans, y comentó: “En la tribu del fútbol por ahora no hay medidas intermedias. Los adversarios ya no son solo eso sino ‘enemigos’; los encontronazos no son la excepción sino la regla, y tienen que ser lo más fuertes posible”. Pero, ¿por qué? “‘Porque nos odiamos mutuamente’, contestaron unos hooligans de Bolonia [Italia].” El sociólogo Antonio Roversi, en un intento por explicar la lógica de ese odio, dijo: “Los chicos que van al estadio tienen el ‘síndrome del beduino’. Quienes lo padecen consideran a los enemigos de sus amigos como sus propios enemigos, a los amigos de sus enemigos como sus propios enemigos, y viceversa, el amigo de un amigo es un amigo y el enemigo de un enemigo es un amigo”.
Odio, violencia, rivalidad, vandalismo, el “síndrome del beduino”..., el Campeonato Mundial de fútbol todavía no había empezado y ya había un ambiente de guerra declarada. No obstante, Italia se preparaba para el acontecimiento con un espíritu festivo.
La bendición papal
Hasta el Papa, que no se perdería la oportunidad de aparecer ante auditorios multitudinarios, visitó el “templo” del Mundial, el restaurado estadio olímpico de Roma, y lo bendijo. Asimismo, manifestó: “Aparte de ser una fiesta deportiva, el Campeonato Mundial de fútbol puede convertirse en una fiesta de solidaridad entre los pueblos”. Añadió que el deporte moderno debe evitar peligros terribles como la búsqueda obsesiva de ganancia material, el énfasis excesivo en lo espectacular, el doping, el fraude y la violencia. Él esperaba “que los esfuerzos y los sacrificios que se hagan conviertan al ‘Italia 1990’ en un período de mayor hermandad para sus conciudadanos y para toda la gente”. El jesuita Paride Di Luca, ex jugador de fútbol, se hizo eco de los sentimientos del Papa en su ‘Oración de los hinchas del fútbol’ cuando dijo: “Oh Dios mío, ven a ver el Campeonato Mundial”.
Sin embargo, ¿fue en verdad una gran fiesta? ¿Sería de interés para el Dios del universo? Examinemos brevemente el deporte tal y como es en realidad y los valores que exalta.
Los hooligans
Debido a su presencia, ciudades como Cagliari y Turín vivieron en estado de sitio durante toda la primera etapa del campeonato. Algunos de los titulares que aparecieron en los periódicos fueron: “Rímini conmocionada por la guerra”; “Cagliari: estalla la guerra”; “Violencia en Turín: un alemán y un británico apuñalados”; “Un día de disturbios entre hinchas ingleses, alemanes e italianos”; “Salvémonos de los hinchas ingleses. Llamamiento del alcalde de Turín”; “Noches de contiendas entre extremistas. El alcalde: Los turineses son los verdaderos hooligans”. He aquí otro ejemplo espeluznante: “‘Cómo dar un navajazo a un hincha contrario.’ Publicado en Inglaterra: Manual del perfecto hooligan”. Estos titulares bastan para dar una idea de la situación. Sin embargo, son solo la consecuencia natural de una sociedad que se deleita en la violencia.
El Mundial no tuvo un final feliz. Los silbidos despectivos de los hinchas italianos contra el equipo argentino y su estrella —Maradona— por haber eliminado al equipo italiano eclipsaron la alegría de la final y estropearon el último partido. Aquella tarde de julio no hubo una “gran hermandad deportiva” en el estadio olímpico; el “templo” del Campeonato Mundial fue profanado. El periódico Il Tempo del 10 de julio de 1990 comentó: “En el terreno de juego, denigraron el partido; en las gradas, mancillaron el deporte”.
Fue un triste final para un acontecimiento que algunos habían esperado que convirtiese al mundo durante por lo menos treinta días en una “aldea global” sin barreras. Pero si el fútbol no puede hacer que reine paz y armonía ni dentro ni fuera del campo, ¿es realista pensar que puede inducir a la paz mundial?
Un modo equilibrado de ver el fútbol
El periódico La Stampa exaltaba el fútbol al calificarlo de “un residuo sagrado de luchas ancestrales, el fútbol es el símbolo de lo imprevisible, la esencia de todas las competiciones deportivas”. Si se toma en cuenta este aspecto, ¿cómo debería considerar el fútbol el cristiano sincero? De hecho, ¿cómo debería considerar todos los deportes profesionales?
‘Los que no aman el fútbol se están perdiendo algo en la vida’, se cree que dijo Bertrand Russell. Por supuesto, jugar al fútbol, o a cualquier otro deporte, puede ser agradable y saludable, en especial ahora que muchas personas llevan una vida sedentaria. Pero, ¿significa esto que no hay envuelto ningún peligro?
La Biblia aconseja: “No nos hagamos egotistas, promoviendo competencias unos con otros, envidiándonos unos a otros”. (Gálatas 5:26.) El Campeonato Mundial demostró sobradamente que la violencia y la actitud de ganar a toda costa suelen ir juntas. Este es el lado negativo de los deportes profesionales. A fin de evitar tales “obras de la carne”, los cristianos, tanto si participan como si son espectadores, deben controlar sus tendencias, en especial el deseo de ser el número uno. (Gálatas 5:19-21.) Es bueno recordar lo que dijo un poeta: “Cuando el Gran Tanteador escribe junto al nombre de usted, no marca si ganó o perdió, sino cómo jugó el partido”.
Otro aspecto que no debería pasarse por alto es el factor tiempo. ¿Se cuenta usted entre los millones de telespectadores asiduos que se pasan interminables horas viendo acontecimientos deportivos? En contraste, ¿cuánto tiempo pasa haciendo ejercicio físico? La clave es el equilibrio: encontrar tiempo para el ejercicio físico y el esparcimiento sin abandonar las actividades espirituales, que son de más importancia. El apóstol Pablo dio un consejo al joven Timoteo que hoy día es aún más válido: “El entrenamiento corporal es provechoso para poco; pero la devoción piadosa es provechosa para todas las cosas, puesto que encierra promesa de la vida de ahora y de la que ha de venir”. (1 Timoteo 4:8.)
[Nota a pie de página]
a Una explicación del origen de la palabra “hooligan” dice: “Un hombre llamado Patrick Hooligan, que se entremezclaba con la gente, les robaba y a veces hasta los golpeaba”. (A Dictionary of Slang and Unconventional English [Diccionario de inglés popular e informal], de Eric Partridge.)
[Reconocimiento en la página 10]
Foto Agenzia Giuliani