Familias: Únanse antes de que sea demasiado tarde
“La familia es la institución humana más antigua. En muchos aspectos es la más importante. Es la unidad más fundamental de la sociedad. Civilizaciones enteras han sobrevivido o desaparecido dependiendo de si la vida familiar era fuerte o débil.” (The World Book Encyclopedia [edición de 1973].)
LA UNIDAD familiar es como un paraguas que sirve de protección a los hijos. Sin embargo, hoy día, en muchos lugares ese paraguas está lleno de agujeros, y en otros muchos se está cerrando y guardando en el armario. El concepto tradicional de la familia con frecuencia se deja a un lado, se considera anticuado. Muchas veces, las películas de la televisión representan a los padres como unos simplones; a las madres, como más listas, y a los hijos, como los que más saben.
La infidelidad marital es algo común. En algunos países industrializados, una de cada dos primeras nupcias termina en divorcio. Y junto con la escalada de divorcios, proliferan las familias monoparentales. Cada vez más parejas viven juntas sin estar casadas. Los homosexuales buscan la manera de dignificar su relación pronunciando votos matrimoniales. Las relaciones sexuales, normales y anormales, reciben protagonismo en las películas y los vídeos. Algunas escuelas ven la castidad como algo impráctico, y entregan preservativos para que los alumnos puedan cometer fornicación de forma segura, un objetivo que no se alcanza. Las enfermedades de transmisión sexual y los embarazos entre adolescentes aumentan vertiginosamente, y las víctimas son los bebés, si es que se les permite nacer. Los que más pierden con la desaparición de la familia tradicional son los hijos.
Hace años, el premio Nobel Alexis Carrel advirtió lo siguiente en su libro Man, the Unknown (El hombre, ese desconocido): “La sociedad moderna ha cometido un grave error al sustituir totalmente la educación familiar por la escuela. Las madres abandonan a sus hijos en los jardines de infancia [en la actualidad todavía más pronto, debido a la existencia de guarderías y cursos para preescolares] a fin de atender sus carreras, sus ambiciones sociales, sus placeres sexuales, sus aficiones literarias o artísticas, o simplemente para jugar al bridge, ir al cine y perder el tiempo en una atareada ociosidad. Por consiguiente, son responsables de la desaparición del grupo familiar, en el que el hijo se mantenía en contacto con los adultos y aprendía mucho de ellos. [...] A fin de alcanzar la plenitud de su fuerza, el individuo necesita el relativo aislamiento y la atención del grupo social restringido que constituye la familia” (página 176).
Más recientemente, el actor cómico Steve Allen comentó sobre los efectos devastadores de la televisión en la familia, en vista de la atención que se da en ella al lenguaje obsceno y a la inmoralidad sexual. Dijo: “La corriente nos está arrastrando a todos directamente a la cloaca. El mismo lenguaje que los padres prohíben a sus hijos es el que ahora se fomenta, no solo en las cadenas de televisión por cable, en las que todo se permite, sino en aquellas a las que antes se consideraba de elevados principios. Los programas de televisión en los que salen niños y otras personas utilizando lenguaje vulgar solo ponen de relieve el colapso de la familia americana”.
¿Qué legado está dejando ahora la sociedad a sus hijos? Lea los periódicos, mire la televisión, fíjese en los vídeos, sintonice las noticias de la noche, escucha la música rap y vea los ejemplos de los adultos a su alrededor. Se sacia a los niños con comida basura mental y emocional. “Si se quiere destruir un país —dijo sir Keith Joseph, anterior secretario de Educación británico—, hay que corromper su moneda.” Y añadió: “A una sociedad se la destruye corrompiendo a los niños”. Según el Diccionario de Uso del Español, de María Moliner, “corromper” significa “hacer moralmente malas a las personas”. Y hoy día eso se está haciendo como nunca antes. Se habla mucho de la delincuencia juvenil, pero debería hablarse más de la delincuencia de los adultos.
Nos arrepentiremos de nuestras acciones
Geneva B. Johnson, presidenta y ejecutiva jefe del organismo Family Service America, afirmó en una conferencia que pronunció a principios de este año: “La familia está gravemente enferma, quizás mortalmente enferma”. Dijo que esta situación era un “cuadro macabro para muchos de nuestros hijos”, y luego añadió su presentimiento: “Tendremos que arrepentirnos de que la nación relegue a la condición de parias en una sociedad rica a tantos de nuestros niños que carecen de viviendas dignas, que están mal alimentados y que no reciben ni tratamiento médico ni educación escolar adecuados”. Y ya tenemos motivos para arrepentirnos. Solo hay que remitirse a los medios de comunicación. He aquí una pequeña muestra:
Judonne saca una pistola, dispara tres veces contra Jermaine y le da en el pecho. Este, de solo quince años, muere. Judonne tiene catorce. Habían sido amigos íntimos, pero discutieron por una chica.
Un centenar de personas se congregan en el funeral de Michael Hilliard, de dieciséis años. Le dispararon en la nuca cuando se marchaba de una discusión en un partido de baloncesto.
En el barrio neoyorquino de Brooklyn, tres adolescentes prendieron fuego a una pareja de personas sin hogar. Primero lo intentaron con alcohol, pero al ver que no lo conseguían, los rociaron con gasolina. Entonces sí lo consiguieron.
En Florida (E.U.A.), un niño de cinco años empujó a otro que apenas sabía andar desde el quinto piso por el hueco de la escalera y lo mató.
En Texas (E.U.A.), un niño de diez años sacó una pistola, mató a su compañero de juegos y luego escondió el cadáver debajo de la casa.
En Georgia (E.U.A.), un muchacho de quince años apuñaló al director de su escuela mientras este lo estaba disciplinando.
En la ciudad de Nueva York, una pandilla de jóvenes de unos veinte años de edad, armados con bates, pedazos de tubería, hachas y cuchillos, sembraron el terror en los alrededores de un refugio para hombres sin hogar, donde hirieron a muchos e incluso dieron a uno de ellos una cuchillada en la garganta. ¿Por qué motivo? Un investigador explicó: “Atacar a las personas sin hogar era su forma de divertirse”.
En Detroit (Michigán, E.U.A.), un muchacho de once años y otro de quince violaron a una niña de dos años. Se dice que abandonaron a su víctima en un contenedor de basura.
En Cleveland (Ohio, E.U.A.), cuatro muchachos de entre seis y nueve años violaron a una niña de nueve años en una escuela de enseñanza primaria. El columnista Brent Larkin escribió lo siguiente en el Plain Dealer de Cleveland respecto a este caso: “Esto dice mucho de lo que está sucediendo en este país, de cómo nuestros valores van derechos a la cloaca”.
El doctor Leslie Fisher, profesor de Psicología de la universidad estatal de Cleveland, culpó a la televisión. La llamó “una gran máquina de sexo”, y dijo que “muchachos de ocho y nueve años están viendo esas cosas”. También culpó a los padres del deterioro de la familia americana: “Mamá y papá están demasiado concentrados en sus problemas y no pueden dedicar tiempo a cuidar de sus hijos”.
Quien mal siembra, mal siega
Diversos elementos de la sociedad, sobre todo los medios de comunicación y la industria del entretenimiento —que se benefician de complacer las peores características de la humanidad— vomitan sexo, violencia y corrupción, y con ello contribuyen en gran modo a la degradación de los jóvenes y de la familia. La regla que aplica es: A cada cual, según sus obras. Según serás, así merecerás. Quien mal siembra, mal siega, y lo que se siega es espantoso.
¿Está criando la sociedad una generación de niños sin conciencia? Esta pregunta se planteó después del acto salvaje perpetrado en el Central Park de Nueva York, donde una pandilla de adolescentes que pasaba por allí golpeó, violó y dejó por muerta a una joven de veintiocho años. La policía dijo que los que perpetraron ese acto eran seres “autosatisfechos y sin remordimiento”, y que cuando se les detuvo, “bromeaban, conversaban y cantaban”. Las razones que dieron para haberlo hecho fueron: “Era divertido”. “Estábamos aburridos.” “Nos dio algo que hacer.” La revista Time dijo que tenían una “amputación psíquica”, que habían “perdido, o quizás nunca [habían] llegado a tener, ese apéndice psíquico que llamamos conciencia”.
La revista U.S.News & World Report instó: “Esta nación tiene que tomar acción para evitar otra generación de hijos sin conciencia”. El doctor Ken Magid, un eminente psicólogo, y Carole McKelvey, ponen de relieve ese peligro en su explosivo libro High Risk: Children Without a Conscience (Grave peligro: niños sin conciencia). Ejemplos bien documentados y el testimonio de muchos psicólogos y psiquiatras dan un total apoyo a la opinión del doctor Magid: la raíz del problema es que falta un vínculo fuerte entre los padres y el hijo en el momento de nacer y en los años formativos que llegan a continuación.
Sin duda alguna, las familias deben unirse durante estos años de formación antes de que sea demasiado tarde.