En busca de especias, oro, conversos y gloria
“¡TIERRA! ¡Tierra!” Con este jubiloso grito rompió su silencio el vigía la noche del 12 de octubre de 1492. Había avistado desde la Pinta la tenue silueta de una isla. El éxito había coronado al fin el interminable viaje de las tres embarcaciones: la Pinta, la Niña y la Santa María.
Al despuntar el alba, Colón, sus dos capitanes y otros oficiales vadearon las aguas hasta la orilla. Dieron gracias a Dios y tomaron posesión de la isla en nombre de los monarcas de España, Fernando e Isabel.
Colón había visto realizado su sueño. A continuación esperaba descubrir oro (las narigueras de oro de los nativos no le pasaron inadvertidas) y regresar triunfante a España. Había encontrado —pensaba— la ruta occidental hacia la India, de modo que ya podía olvidar las frustraciones de los pasados ocho años.
El sueño toma forma
En la Europa de finales del siglo XV había una gran demanda de dos artículos en concreto: oro y especias. El oro, para comprar objetos de lujo asiáticos, y las especias orientales, para dar sabor a la monótona dieta de los largos meses de invierno. Los comerciantes europeos querían tener acceso directo a las tierras de las que obtendrían esas mercancías.
Los mercaderes y navegantes portugueses procuraron establecer un monopolio sobre las relaciones comerciales con África, y con el tiempo hallaron una ruta hacia Oriente pasando por África y el cabo de Buena Esperanza. Mientras tanto, los pensamientos del navegante italiano Colón se dirigían a Occidente. Él creía que la ruta más corta hacia la India y sus codiciadas especias se encontraba a través del Atlántico.
Durante ocho agotadores años, Colón fue de una corte real a otra, hasta que con el tiempo obtuvo el respaldo de los reyes de España. Su inquebrantable convicción acabó venciendo a los escépticos soberanos y a los reacios marinos. Los que dudaban tenían razones para ello. El proyecto de Colón no carecía de fallos y él había insistido con cierta osadía en que se le nombrara “Almirante del Océano” y gobernador perpetuo de todas las tierras que descubriese.
No obstante, las principales objeciones se centraban en sus cálculos. La mayoría de los doctos ya no discutían entonces que la Tierra fuese redonda, pero seguía en pie una pregunta: ¿qué extensión de océano separaba Europa de Asia? Colón calculaba que Cipango (antiguo nombre de Japón), sobre el que había leído en el relato del viaje de Marco Polo a China, quedaba a unos 8.000 kilómetros al oeste de Lisboa (Portugal). De modo que situaba Japón en lo que ahora se conoce como el Caribe.a
Las comisiones reales de España y Portugal descartaron la empresa de Colón por considerarla imprudente, debido en buena parte al excesivo optimismo con que Colón calculó la distancia que separaba Europa del Lejano Oriente. Al parecer, a nadie se le ocurrió la posibilidad de que hubiese un gran continente entre Europa y Asia.
No obstante, apoyado por amigos de la corte española, Colón persistió en su empeño, y la situación empezó a tomar un cariz favorable para él. A la reina Isabel de Castilla, una católica ferviente, le atraía la posibilidad de convertir el Oriente a la fe católica. En la primavera de 1492, cuando Granada cayó ante los soberanos católicos, el catolicismo se convirtió en la religión de toda España. Parecía el momento oportuno para arriesgar algún dinero en una empresa que podría reportar grandes dividendos, tanto en el campo religioso como en el económico. Por lo tanto, Colón obtuvo el consentimiento real y el dinero que necesitaba.
El viaje hacia lo desconocido
En seguida se equipó una pequeña flota de tres barcos, y el 3 de agosto de 1492, Colón partió de España con una dotación total de unos noventa hombres.b Tras reabastecerse de provisiones en las islas Canarias, el día 6 de septiembre las embarcaciones tomaron rumbo oeste para dirigirse a “la India”.
El viaje fue difícil para Colón. Los ánimos iban y venían según soplaba el viento. A pesar de que ver aves marinas les hacía concebir esperanzas, el horizonte occidental seguía obstinadamente vacío. Colón tuvo que fortalecer constantemente la resolución de sus marineros con promesas de tierra y riquezas. Cuando se habían adentrado en el Atlántico unas 578 leguas (3.180 kilómetros), según su cálculo personal, dio al timonel del barco la cifra de 507 leguas (2.819 kilómetros), y escribió en el diario de a bordo: “No dezía las [leguas] que andava, porque si el viaje fuese luengo [largo] no se espantase y desmayase la gente”.c (Cristóbal Colón. Diario. Relación de viajes.) Lo único que impidió en muchas ocasiones que las embarcaciones regresasen a España fue su infatigable determinación.
Los días transcurrían lentamente y los marineros se impacientaban cada vez más. A los hombres no les agradó su decisión. El diario de Colón dice: “La gente ya no lo podía çufrir: quexávase del largo viaje”.d Luego añade que a pesar de las quejas de la tripulación, “navegó al Güesudueste [OSO]”. Para el 10 de octubre, después de más de un mes en el mar, las quejas iban en aumento en las tres embarcaciones. Lo único que calmó a los marineros fue la promesa de Colón de que regresarían por la misma ruta que habían tomado si no encontraban tierra en el plazo de tres días. Pero al día siguiente, cuando izaron a bordo una rama verde en la que todavía había flores, volvieron a poner fe en su almirante. Y un día después (12 de octubre), al despuntar el alba, los marineros, cansados ya de la larga travesía, se regalaron la vista con una isla tropical de exuberante vegetación. Aquel viaje épico había alcanzado su objetivo.
Descubrimiento y decepción
Las Bahamas eran un lugar idílico. Colón escribió que los nativos iban desnudos y estaban “muy bien hechos, de muy fermosos cuerpos y muy buenas caras”. Sin embargo, después de dos semanas de saborear las frutas tropicales y de intercambiar objetos con los amigables habitantes, Colón siguió su camino en busca del continente asiático, oro, conversos y especias.
Unos días más tarde, Colón llegó a Cuba, y su diario registra su impresión cuando desembarcó en la isla: “Nunca tan hermosa cosa vido [vio]”. Antes había escrito en su diario acerca de la isla de Cuba: “Creo que debe ser Çipango [Japón], según las señas que dan esta gente”. Por eso despachó a dos representantes para que contactaran con el “Gran Can” (el gobernante). Los dos españoles no encontraron ni oro ni japoneses, aunque regresaron con informes acerca de una costumbre singular entre los nativos: la de fumar tabaco. Colón no se desanimó. “Sin duda es en esas tierras grandissima suma de oro”, se aseguraba a sí mismo.
La odisea continuó, esta vez hacia el este. Cerca de Cuba descubrió una isla grande y montañosa, a la que llamó La Española. Y por fin los españoles encontraron una mediana cantidad de oro. No obstante, unos días después sufrieron un grave percance. Su nave capitana, la Santa María, encalló en un banco de arena, y no fue posible ponerla a flote de nuevo. Los nativos ayudaron de buena gana a la tripulación a recuperar de la nave todo lo posible. “Ellos aman a sus próximos como a sí mismo, y tienen una habla la más dulce del mundo, y mansa y siempre con risa”, dijo Colón.
Colón decidió fundar un pequeño asentamiento en La Española. Con anterioridad había registrado en su diario, en tono premonitorio: “Esta gente es muy símplice en armas, [...] con cincuenta hombres los terná(n) todos sojuzgados, y les hará(n) hazer todo lo que quisiere(n)”. Colón también previó una colonización religiosa: “Tengo mucha esperança en Nuestro Señor que Vuestras Altezas los harán todos cristianos, y serán todos suyos”. Tan pronto como el asentamiento estuvo organizado en un lugar al que denominó La Villa de la Navidad, Colón decidió que él y el resto de sus hombres regresasen a España rápidamente con las noticias de su gran descubrimiento.
Paraíso perdido
El entusiasmo se apoderó de la corte española cuando por fin llegaron las noticias del descubrimiento de Colón. Le colmaron de honores y le instaron a organizar una segunda expedición lo más pronto posible. Entre tanto, los diplomáticos españoles hicieron rápidas gestiones para tratar de conseguir que el papa español Alejandro VI diese a España el derecho de colonizar todas las tierras que Colón había descubierto.
La segunda expedición se emprendió en 1493, y fue muy ambiciosa. Una armada de diecisiete barcos transportó a más de mil doscientos colonizadores, entre los que había sacerdotes, granjeros y soldados, pero ninguna mujer. Su intención era colonizar las nuevas tierras y convertir a los nativos al catolicismo, aunque, por supuesto, recibirían con agrado todo el oro o las especias que pudieran encontrar. Colón también pretendía continuar su búsqueda de un paso marítimo que le condujese a la India.
Aunque se descubrieron más islas —como Puerto Rico y Jamaica—, la frustración aumentó. La Navidad, la primera colonia fundada en La Española, había sido diezmada debido a las encarnizadas peleas entre los propios españoles, y después los isleños prácticamente la arrasaron, encolerizados por la avaricia y la inmoralidad de los colonizadores. Colón escogió una ubicación mejor para una colonia nueva y mayor, y luego siguió buscando la ruta hacia la India.
Tras fracasar en su intento de circunnavegar la isla de Cuba, llegó a la conclusión de que debía tratarse del continente asiático, quizás lo que hoy se conoce como la península de Malaca. Como se dice en el tomo IV de la Gran Enciclopedia de España y América, “para probar que había llegado a la tierra firme —hasta ahora eran solo islas— [Colón] levantó un acta en que la tripulación depuso como testigo a favor del continente, de acuerdo con sus preconcebidas ideas, amenazando con cortar la lengua, azotar o multar al que se atreviese a decir lo contrario”. Cuando Colón regresó a La Española, descubrió que los nuevos colonizadores no se habían comportado mejor que los anteriores, pues habían violado a las mujeres y esclavizado a los muchachos. El propio Colón agravó la animosidad de los nativos reuniendo a mil quinientos de ellos, quinientos de los cuales fueron embarcados hacia España como esclavos; no obstante, todos murieron a los pocos años.
Los otros dos viajes que Colón hizo a las Indias Occidentales no lograron mejorar su suerte. El oro, las especias y el paso marítimo hacia la India le fueron esquivos. No obstante, la Iglesia católica sí consiguió sus conversos, de una forma u otra. La pericia administrativa de Colón estaba muy por debajo de su capacidad como navegante, y su precaria salud le hizo autocrático y despiadado con las personas que le desagradaban, por lo que los soberanos españoles se vieron obligados a sustituirle por un gobernador más capaz. Aunque Colón había conquistado los océanos, había naufragado en tierra.
Murió a los cincuenta y cuatro años de edad, poco después de terminar su cuarto viaje, rico pero amargado, insistiendo aún en haber descubierto la ruta marítima para llegar a Asia. La posteridad le conferiría la gloria duradera que tanto había ansiado durante toda su vida.
De todas formas, las rutas que trazó en sus mapas prepararon el terreno para el descubrimiento y la colonización del entero continente norteamericano. El mundo había experimentado un gran cambio. ¿Supondría una mejora?
[Notas a pie de página]
a Esta equivocación se debió a dos serios errores de cálculo. Colón creía que el continente asiático se extendía mucho más hacia el este de lo que en realidad se extiende, e inconscientemente redujo en un 25% la circunferencia de la Tierra.
b Se ha calculado que la Santa María tenía una tripulación de 40 hombres, la Pinta de 26 y la Niña de 24.
c Todas las citas de los personajes de la época se conservan en el castellano de aquel tiempo.
d “La gente ya no lo podía sufrir: se quejaba del largo viaje.”
[Fotografía/Mapa en la página 6]
(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)
EL VIAJE DEL DESCUBRIMIENTO PROTAGONIZADO POR COLÓN
ESPAÑA
ÁFRICA
Océano Atlántico
ESTADOS UNIDOS
Cuba
Bahamas
La Española