La tragedia del mar de Aral
“LA HISTORIA de la humanidad no conoce otro ejemplo de un mar que haya desaparecido por completo de la faz de la Tierra ante los ojos de una sola generación.”
Después de hacer este comentario, R. V. Khabibullaen —miembro destacado de la comunidad científica de la extinta Unión Soviética— añadió: “Lamentablemente, ese es el triste destino que le aguarda al mar de Aral”.
Este inmenso mar se encuentra en las regiones desérticas de Uzbekistán y Kazajstán, dos repúblicas asiáticas de la desaparecida Unión Soviética. En 1960 el mar de Aral tenía una extensión de 67.000 kilómetros cuadrados, el cuarto en la clasificación de las masas de agua continentales de la Tierra. Solo le superaban en tamaño el cercano mar Caspio, el lago Superior (del continente norteamericano) y el lago Victoria (de África).
Sin embargo, en los últimos treinta años el mar de Aral ha perdido ¡más de un tercio de su extensión y cerca de dos tercios de su volumen hídrico! Ha desaparecido una extensión de 28.000 kilómetros cuadrados, lo que equivale a tres veces el tamaño de la isla caribeña de Puerto Rico. El nivel del mar ha descendido más de doce metros y en algunos lugares el agua ha retrocedido entre ochenta y cien kilómetros, dejando al descubierto un suelo arenoso, árido e inhóspito, que antes estaba cubierto de bellas aguas azules en las que abundaban los peces. Las prósperas aldeas pesqueras han quedado abandonadas y a kilómetros de distancia de la nueva línea costera.
Hacia las postrimerías de la década de los cincuenta la producción pesquera anual se cifraba en unos cuarenta y cinco millones de kilogramos de pescado vendible. En las aguas menos salinas del Aral se podían hallar hasta 24 especies de peces de agua dulce. Solo desde el puerto de Muinik se hacían a la mar unos diez mil pescadores, un puerto en el que se elaboraba el 3% de la pesca anual de la Unión Soviética. Esta industria, que daba trabajo a 60.000 personas, ha muerto. La creciente salinidad de las aguas del Aral ha matado los peces.
Una imagen sin precedente
La costa de Muinik, cuya población ha bajado de más de treinta mil habitantes a unos veinte mil, ahora queda a casi treinta kilómetros del nivel del agua. Un visitante estadounidense que se acercaba a Muinik en avión dijo que, desde el aire, las embarcaciones varadas “parecían barcos de juguete escorados en un desierto”. Ya en tierra, al examinar más de cerca la zona, comentó: “Decenas de grandes barcos de arrastre y de otros tipos están volcados y parcialmente enterrados, como si un maremoto los hubiese arrojado a muchos kilómetros tierra adentro”.
Cuando las aguas comenzaron a retroceder, se excavó un canal con el fin de evacuar los barcos desde el puerto hacia mar abierta. No obstante, el alcalde del pueblo dijo: “En el invierno de 1974 las aguas retrocedieron tan deprisa que para la primavera, cuando los barcos solían hacerse a la mar, estaban en suelo seco y fue imposible moverlos”.
¿Qué provocó esta tragedia?
Por qué está desapareciendo el mar
Desde tiempos remotos dos grandes ríos, el Amu-Daria y el Syr-Daria, han sido tributarios del mar de Aral. Estos ríos reciben su aporte de aguas del deshielo de los glaciares de la región montañosa del nordeste de Afganistán y Kirguizistán. Sin embargo, con el fin de transformar la cuenca árida del Aral en una importante región agrícola, el caudal de agua fue desviado hacia canales de riego, de modo que casi ninguna afluía al Aral.
En 1960 se inauguró el llamado proyecto del mar de Aral y en muy poco tiempo se estaban irrigando unos siete millones de hectáreas, una superficie comparable al doble del estado de California. El desierto se inundó de cultivos, pero el mar de Aral empezó a desaparecer.
¿Superaron los beneficios el daño ocasionado?
Beneficios con consecuencias lamentables
Se ha dedicado la mitad de la tierra irrigada a un cultivo prioritario: el algodón. Antes de disolverse, la Unión Soviética obtenía de la tierra de la cuenca del Aral el 95% de su algodón, y hasta podía exportar un remanente que transformaba en útil divisa. De la misma tierra obtenía el 40% de todo su arroz.
Además, las tierras de regadío del Aral se convirtieron en la despensa de frutas y vegetales del país, lo equivalente a California en Estados Unidos. Por otra parte, se crearon puestos de trabajo en la zona para una población de rápido crecimiento que se acercaba a los cuarenta millones de habitantes. No obstante, se había tenido muy poca previsión sobre la influencia de todas estas medidas en el entorno.
Por ejemplo, los canales de riego no se sellaron con hormigón, por lo que el suelo arenoso absorbía gran parte del agua antes de que llegase a los cultivos. Asimismo, se emplearon grandes cantidades de pesticidas peligrosos y se fumigaron los algodonales con un poderoso herbicida defoliante para facilitar la recogida de la cosecha.
El daño medioambiental ha sido tan grande, que ha superado la quiebra de la industria pesquera del mar de Aral. Por ejemplo, los millones de toneladas anuales de arena salitrosa que el viento levanta de los 28.000 kilómetros cuadrados de suelo marino desecado, se aglutinan en enormes tormentas que pueden ser vistas desde el espacio.
La precipitación de estas tormentas, bien en polvo o en lluvia, lleva consigo niveles tóxicos apreciables de sales, pesticidas y otras sustancias. Algunas zonas de la cuenca del Aral registran una precipitación anual de esta mezcla que supera la tonelada por hectárea. Hasta en el litoral ártico de Rusia se ha detectado polvo de la cuenca del Aral.
Otro dato dramático es el efecto que el decreciente mar de Aral tiene en la climatología. La moderación térmica que el mar ejercía ha disminuido de tal modo, que los veranos son más calientes y los inviernos más fríos. Las heladas primaverales se han retrasado y las estivales, adelantado, lo que hace más corto el período de cultivo.
Además, el deterioro del Aral ha provocado una destrucción masiva de la fauna. Hace algunos años habitaban la zona más de ciento setenta especies animales; ahora quedan menos de cuarenta. A comienzos de la década de los sesenta se obtenían más de seiscientas mil pieles anuales de ratas almizcladas; ahora casi ni se consiguen. El alto contenido mineral del agua del mar ha matado la fauna desértica que bebía de ella.
La tierra se muere y la gente enferma
Es trágico que la concentración salitrosa del suelo esté envenenando la tierra. Cuando se riega el suelo desértico, el sol evapora gran parte del agua y deja una alta concentración de sales. Pero hay que añadir que cuando una irrigación masiva anega el suelo, aumenta el nivel del subsuelo acuífero, y el agua contaminada que llega a la raíz de la planta la estropea debido a su toxicidad. Eso es lo que está ocurriendo en la cuenca del Aral. Como dijo un escritor: “El mismo azote que contribuyó al declive de las primeras civilizaciones mesopotámicas reclama una nueva víctima”.
También la gente se está envenenando. Los pesticidas y herbicidas se filtran por el suelo y contaminan el agua de los pozos. Como resultado, la gente está bebiendo agua que contiene sustancias químicas peligrosas, con consecuencias trágicas. Como indicó la revista World Watch: “La literatura médica [de la zona] abunda en casos de nacimientos deformes, mayor incidencia de enfermedades hepáticas y renales, gastritis crónica, aumento en la tasa de mortalidad infantil y en los casos de cáncer”.
El doctor Leonid Elpiner, especialista en los problemas sanitarios de la zona del mar de Aral, definió las afecciones que experimenta la región como “el sida de los pesticidas”. Él dijo: “Creemos que el principal objetivo ya no es salvar el mar de Aral, sino a la gente”.
William S. Ellis, redactor de la revista National Geographic y uno de los primeros estadounidenses que visitó la zona, escribió: “El caso del mar [de Aral] es una tragedia ecológica inacabada, al menos paralela, en opinión de muchos, al desastre atómico de Chernóbil de 1986”. En una reunión celebrada en Muinik alguien apostilló: “Es diez veces peor”.
No cabe duda: lo que ha ocurrido en el mar de Aral es una tragedia, pero no fue intencionada. La intención de los técnicos era buena, procuraban que el desierto floreciera con el fin de alimentar a la gente. Pero la ejecución del proyecto ha ocasionado un sufrimiento terrible, que excede con mucho a los beneficios.
Al reflexionar en la tragedia del mar de Aral, un escritor indicó que la responsabilidad humana hacia futuras generaciones es dejarles la Tierra “como un lugar bien cuidado y ennoblecido”. Desgraciadamente, aquí ha ocurrido lo contrario. Los cambios dramáticos que dieron comienzo hace unos treinta años en la cuenca del Aral lo demuestran.
[Fotografía en las páginas 24, 25]
Las aguas del mar de Aral han retrocedido más de 95 kilómetros, dejando las embarcaciones varadas en la arena
[Reconocimiento]
David Turnley/Black Star
[Fotografía en la página 26]
La irrigación transformó la cuenca del Aral en tierra fértil, pero a un alto costo
[Reconocimiento]
David Turnley/Black Star