Exploración del espacio. ¿Adónde hemos llegado?
EL 12 DE abril de 1961, un nuevo Colón entró en los anales de la historia. El cosmonauta ruso Yuri Alekseievich Gagarin fue protagonista del primer viaje del hombre al espacio, en la cápsula espacial Vostok I. Su viaje duró 108 minutos, y en él recorrió 40.900 kilómetros en una órbita alrededor de la Tierra. Se convirtió en el ganador de la primera vuelta de la gran carrera espacial entre la Unión Soviética y Estados Unidos.
La publicación U.S.News & World Report dijo: “Lo cierto es que [...] América se propulsó al espacio por la imperiosa necesidad que sentía de superar a los rusos”. El presidente John F. Kennedy tuvo que intentar eliminar la diferencia que existía entre los logros espaciales soviéticos y los estadounidenses. John Logsdon, director del Center for International Science and Technology Policy, escribió lo siguiente en el libro Blueprint for Space (Proyecto para el espacio): “Sorenson [el asesor particular de Kennedy] dice que en la actitud de Kennedy influyó el extraordinario prestigio mundial conseguido por ‘los soviéticos como consecuencia del viaje espacial de Gagarin, al mismo tiempo que nosotros habíamos perdido prestigio por [el ataque a] la Bahía de Cochinos.a Este hecho demostró que el prestigio era un factor de gran importancia en los asuntos del mundo, y no solo una cuestión de relaciones públicas’”.
El presidente Kennedy decidió que Estados Unidos tenía que hacer algo espectacular a cualquier precio para superar a los soviéticos. Preguntó: “¿Tenemos alguna posibilidad de ganar a los soviéticos colocando un laboratorio en el espacio o mediante un viaje alrededor de la Luna, un cohete que aterrice en la Luna o uno que lleve a un hombre a la Luna y lo traiga de regreso? ¿Existe algún otro programa espacial que prometa resultados espectaculares y en el que podamos ganar?”. Por fin los científicos estadounidenses tenían un aliado político que respaldaría sus ambiciones. Pero el éxito iba a hacerse esperar.
Los rusos consiguieron otro gran éxito en 1963, cuando Valentina Vladimirovna Tereshkova se convirtió en la primera mujer que viajaba al espacio, y daba, no una, sino ¡48 vueltas alrededor de la Tierra! La NASA (National Aeronautics and Space Administration [Administración Nacional para la Aeronáutica y el Espacio]) se encaraba al desafío de alcanzar a la Unión Soviética en la carrera por lograr prestigio internacional en el campo espacial. ¿Qué consiguieron finalmente?
El Apolo y la Luna
Desde 1959 los científicos de la NASA habían estado estudiando la posibilidad de realizar un alunizaje. Solicitaron permiso para construir una nave espacial que se llamaría Apolo. Sin embargo, “el presidente Eisenhower rehusó aprobar dicha solicitud”. ¿A qué se debía esa actitud negativa? Según él, el costo —entre 34.000 millones y 46.000 millones de dólares (E.U.A.)— “no iba a revertir en la ampliación de conocimiento científico lo suficiente como para justificar la inversión. [...] Eisenhower dijo a la NASA que no aprobaría ningún proyecto que tuviera el objetivo de aterrizar en la Luna”. (Blueprint for Space.) La única esperanza que les quedaba a los científicos era el nuevo presidente: John F. Kennedy.
Él puso ante los científicos estadounidenses la meta de enviar un hombre a la Luna antes de que terminara aquella década, y ¡antes que los rusos! Wendell Marley, ingeniero electricista que trabajó en el sistema de dirección y navegación del Apolo, dijo a ¡Despertad!: “Había un verdadero sentimiento de rivalidad contra la U.R.S.S., y para muchos de los ingenieros con los que yo trabajaba, este sentimiento también les servía de incentivo. Nos enorgullecía cumplir con nuestro deber en el proyecto de enviar un hombre a la Luna antes que Rusia. Muchos de nosotros hasta trabajábamos horas extraordinarias sin cobrarlas para poder terminar en el plazo previsto”.
El resultado de todo aquel esfuerzo ya es historia: en julio de 1969, Neil Armstrong y Edwin Buzz Aldrin dejaron las primeras huellas humanas en suelo lunar. Pero este espectacular logro científico tuvo un precio. El 27 de enero de 1967, tres astronautas perdieron la vida al incendiarse la cápsula de mando en que trabajaban durante un ejercicio preparatorio. Menos de tres meses después, el cosmonauta ruso Vladimir Komarov murió cuando trataba de regresar a la Tierra tras describir 18 órbitas alrededor de nuestro planeta. Pero durante siglos ese ha solido ser el precio que hombres y mujeres han pagado por sus exploraciones. Han perdido la vida en plena búsqueda de conocimiento y gloria.
Y aparte de viajar a la Luna, ¿qué otro progreso se ha hecho en el espacio?
La exploración planetaria
La NASA ha enviado muchos satélites al espacio, que han contribuido en gran manera a un mayor conocimiento del universo. Ese es uno de los beneficios que los científicos señalan para justificar el enorme gasto que suponen los vuelos tripulados y las sondas espaciales no tripuladas. En marzo de 1992 se cumplió el vigésimo aniversario de uno de los grandes éxitos de la exploración del espacio: el lanzamiento de la primera nave espacial que saldría de nuestro sistema solar. Fue el Pioneer 10, lanzado en 1972, con el que se compensaron una serie de fracasos experimentados con sus predecesores desde el año 1958. Se calculaba que la vida activa de esta sonda espacial sería de unos tres años. Pero gracias a sus generadores de energía nuclear, todavía está enviando información a la Tierra. Nicholas Booth escribe en la revista New Scientist que los “científicos de la NASA esperan poder efectuar el seguimiento de la nave hasta el año 2000. Podría decirse que esta ha sido la misión interplanetaria de mayor éxito de la historia”. ¿Por qué ha sido tan especial el Pioneer 10?
Fue programado para dirigirse a Júpiter, el mayor planeta de nuestro sistema, y luego salir del sistema solar. Eso supuso un viaje de unos 779 millones de kilómetros, que duró casi dos años. Antes de llegar a Júpiter, en diciembre de 1973, pasó cerca de Marte y atravesó un cinturón de asteroides. Aunque registró 55 impactos con partículas de polvo, no sufrió ningún daño. Otros instrumentos midieron la radiación y los campos magnéticos existentes alrededor de Júpiter.
A continuación se lanzó el Pioneer 11, que pasó Júpiter y continuó hasta Saturno. Sobre la base de lo conseguido con estos Pioneer, la NASA construyó las naves espaciales Voyager 1 y Voyager 2. Según palabras de Nicholas Booth, estas han enviado “un alud de información sobre el sistema joviano [de Júpiter], que llegó a eclipsar los resultados de las misiones Pioneer”. ¿Cómo hacen llegar a la Tierra su información estas sondas espaciales?
Existe un sistema de seguimiento llamado Deep Space Network que dispone de antenas parabólicas de radio de 64 metros de diámetro —situadas en España, Australia y Estados Unidos— con las que se van captando de forma alternativa, según el movimiento de rotación de la Tierra, las señales procedentes del espacio profundo. Dicho sistema ha permitido captar con exactitud las señales de radio emitidas por las naves espaciales.
¿Existe vida en Marte?
Parece ser que el incentivo de la exploración espacial continuará siendo una pregunta intrigante que ha despertado la curiosidad del hombre durante siglos: ¿Existe vida inteligente en alguna otra parte del vasto universo? Astrónomos y escritores especularon por mucho tiempo con la posibilidad de que hubiera vida en Marte, el planeta rojo. ¿Qué han demostrado a este respecto los vuelos espaciales recientes?
En los años sesenta y setenta se recibieron fotografías de Marte tomadas por la serie de sondas espaciales Mariner. Más tarde, en 1976, los vehículos de aterrizaje Viking 1 y Viking 2 se posaron sobre la superficie de Marte y, por increíble que parezca, enviaron información a la Tierra respecto a las rocas y el suelo de dicho planeta. ¿Cómo se obtuvo esa información? Mediante un laboratorio químico y biológico automatizado ubicado en el vehículo de aterrizaje. Se recogieron muestras del suelo con un brazo de muestreo y se introdujeron en la nave para ser analizadas en el laboratorio robotizado de su interior. ¿Se encontró alguna forma de vida o algún vestigio de que la haya? ¿Qué revelaron las fotografías y los experimentos?
Bruce Murray, autor de artículos de ciencia espacial, explica: “No había ni matorrales, ni hierbas, ni huellas, ni ningún otro indicio de vida que atenuara la aridez de este terreno geológicamente fascinante. [...] A pesar de hacer la investigación más cuidadosa de las muestras recogidas del suelo [...], no se detectó ni una sola molécula orgánica [...]. El suelo de Marte es mucho más estéril que cualquier entorno terrestre. [...] Es muy probable que en Marte no haya habido vida en por lo menos los últimos miles de millones de años”.
De toda la información recibida mediante la exploración planetaria, Murray sacó la siguiente conclusión: “Estamos solos en este sistema solar. La Tierra, el único lugar donde hay agua, es el oasis de la vida. No hay base para creer que tengamos parientes microbianos distantes en Marte ni en ningún otro lugar de este sistema solar”.
¿Cómo es Venus?
Aunque Venus tiene aproximadamente el mismo tamaño que la Tierra, es un planeta inhóspito para el ser humano. El astrónomo Carl Sagan lo llama “un lugar terriblemente desagradable”. Sus nubes más altas contienen ácido sulfúrico y su atmósfera se compone principalmente de dióxido de carbono. La presión atmosférica en la superficie es 90 veces superior a la de la Tierra, una presión equivalente al peso del agua a un kilómetro de profundidad.
¿En qué otros aspectos difiere Venus de la Tierra? En su libro Cosmos, Carl Sagan dice que Venus gira “hacia atrás, en dirección opuesta a la de los demás planetas del sistema solar interior. Por consiguiente, el Sol nace por el oeste y se pone por el este, tardando de alba a alba 118 días terrestres”. En la superficie de Venus las temperaturas son de unos 480 °C, o, como dice Sagan, “más altas que las del horno casero más caliente”. Desde el año 1962, Venus ha sido explorado por diversas sondas Mariner y Pioneer Venus, así como por varias naves espaciales soviéticas Venera.
Sin embargo, a la hora de cartografiar el planeta, los mejores resultados se han conseguido con la sonda espacial Magallanes, utilizada para confeccionar mapas de Venus por medio de radar y controlada por el Jet Propulsion Laboratory (Laboratorio de Propulsión a Chorro) de la NASA. Esta sobresaliente sonda fue lanzada al espacio por el transbordador espacial Atlantis el 4 de mayo de 1989. Tardó quince meses en llegar a Venus, y actualmente describe órbitas alrededor del planeta cada tres horas y quince minutos, al tiempo que toma imágenes de radar y las transmite a la Tierra. Respecto al trabajo realizado por la sonda Magallanes, Stuart J. Goldman dice lo siguiente en la revista Sky & Telescope: “Calificar de fenomenal el producto de la misión de la nave espacial Magallanes es una subestimación inadmisible. [...] Durante los primeros ocho meses que estuvo en órbita, este cartógrafo robótico confeccionó mapas del 84% de la superficie total del planeta con una resolución que permitía ver detalles del tamaño de un estadio de fútbol. [...] La cantidad de datos que la sonda Magallanes ha enviado a los expectantes científicos no tiene precedente alguno. Para principios de 1992 había enviado 2,8 billones de unidades de información. Esta cantidad de datos para la formación de imágenes es tres veces superior a la proporcionada por todas las naves planetarias anteriores juntas”.
He aquí un caso en el que la combinación de un transbordador tripulado y un robot ha producido resultados increíbles. ¿Cuáles han sido los beneficios? Un mayor conocimiento sobre nuestro sistema solar. Y todo esto a un precio relativamente bajo, pues en la fabricación de la sonda Magallanes se han utilizado muchos sobrantes de las sondas Voyager, Galileo y Mariner.
La NASA y los satélites espías
La investigación científica no ha sido el único motivo tras la exploración del espacio. Otra fuerza impulsora ha sido el deseo de conseguir una ventaja militar sobre cualquier enemigo potencial. Durante el transcurso de los años, tanto Estados Unidos como la anterior Unión Soviética han utilizado los programas espaciales como un medio para expandir su capacidad de espionaje. En su libro Journey Into Space (Viaje al espacio), Bruce Murray dice: “La órbita terrestre ha sido desde el principio un campo para [vuelos de] reconocimiento y otras actividades militares, un ámbito de rivalidad estratégica sumamente importante entre Estados Unidos y la Unión Soviética”.
En su libro Prescription for Disaster (Receta para el desastre), Joseph J. Trento dice que “en 1971 la CIA y las Fuerzas Aéreas [estadounidenses] empezaron a diseñar la serie de satélites artificiales espías Keyhole. El 19 de diciembre de 1976 se puso en órbita el primer Keyhole”. Estos satélites fotográficos podían permanecer en órbita durante dos años y enviar su información a la Tierra mediante transmisión digital. ¿Qué resolución tenían? Trento pasa a decir: “Su resolución era tan extraordinaria que se podían leer con claridad los números de matrícula de automóviles estacionados. Los satélites también se utilizaban para fotografiar naves espaciales soviéticas en órbita y bombarderos estratégicos en pleno vuelo”.
Los complejos transbordadores espaciales
En los últimos años el mundo se ha entusiasmado al ver lanzar al espacio los transbordadores orbitales tripulados. ¿Ha pensado alguna vez en la complejidad de toda la operación y en cuántas cosas podrían salir mal y hasta provocar un desastre? Por ejemplo, los ingenieros han luchado con problemas como el de mantener los motores del transbordador a una temperatura razonable para impedir que en el momento del lanzamiento se derritan por su propio calor. “Durante los primeros años de pruebas, todos los motores se derretían y explotaban”, escribe Trento. Otra importante cuestión que debe tenerse presente es la de encender los dos cohetes de impulsión de combustible sólido de forma totalmente simultánea, para evitar que el entero aparato gire como una rueda y se destruya. Tales factores sin duda contribuyeron a incrementar los costos.
El 12 de abril de 1981 se consiguió lanzar por primera vez con éxito el transbordador espacial. Mientras los dos tripulantes —John Young y Robert Crippen— estaban sentados y firmemente amarrados al asiento, cada uno de los tres motores del transbordador produjo un empuje de 170.000 kilogramos. Según Trento, algunos científicos se preguntaban: “¿Saldrá bien el lanzamiento, o acabará estrellándose aquel sueño en las marismas de Florida? Si el combustible sólido [de cada uno de los cohetes de impulsión] no se encendía dentro de un margen de simultaneidad de un segundo, se produciría un siniestro en la plataforma 39A. [...] En el momento crítico, el combustible sólido se encendió. Una nube blanca de vapor de agua cubrió el horizonte y los pernos de sujeción se soltaron. Los tripulantes podían oír el estruendo. Notaron la vibración del vehículo y la descarga de energía”. Lo habían conseguido. “Por primera vez en la historia de Estados Unidos, unos astronautas norteamericanos habían tripulado un aparato de propulsión cohética en fase experimental. [...] El vehículo más avanzado que jamás se había construido funcionó.” Había nacido una nueva clase de descubridores, unos nuevos “Colón”. Pero no sin riesgos ni sin un precio que pagar. Tenemos prueba de ello en la tragedia del Challenger en 1986, que causó la muerte de siete astronautas.
Respecto a aquel primer vuelo, las fotografías en color mostraron que en la parte inferior del orbitador faltaban algunas de las placas refractarias que son tan vitales para la reentrada en la atmósfera terrestre, que se produce a temperaturas de 1.100 °C. Los científicos tenían que examinar mejor aquello para asegurarse del grado de deterioro. Pero ninguna cámara situada sobre la Tierra tenía suficiente potencia como para sacar una fotografía clara de la deteriorada panza del Columbia. ¿Qué solución había? Como el satélite espía KH-11 estaba en órbita por encima del transbordador, se decidió invertir la posición del orbitador con relación a la Tierra de forma que su panza quedara vuelta hacia el satélite. Las imágenes que el satélite envió a la Tierra aseguraron al personal de la NASA que no faltaban grandes secciones de placas. La misión no corría peligro.
Los transbordadores espaciales, ¿para la guerra, o para la paz?
En la historia de la NASA se han producido constantes choques entre los que veían dicho organismo como un medio para la exploración pacífica del espacio, y los que lo veían principalmente como un medio de llevar la delantera a los soviéticos en la guerra fría. En 1982 Harold C. Hollenbeck, miembro de la Cámara de Representantes, habló sobre tal conflicto de intereses ante el Comité de Ciencia y Tecnología de dicha cámara. “Lo trágico —dijo— es que el pueblo estadounidense no está al corriente de la politización y militarización de este organismo espacial civil. [...] Fue un equipo dirigido por civiles el que nos llevó a la Luna [...]. Yo, por lo menos, no deseo un programa espacial costoso que sea parte de algún Pentágono de la Guerra de las Galaxias. [...] Tan solo espero que la próxima generación de estadounidenses no recuerde a los que estamos aquí hoy como los líderes que contemplaron en silencio cómo nuestro país convertía una empresa noble en una máquina de guerra interestelar.”
Luego prosiguió con una observación que resumía cómo el hombre estaba estropeando su futuro: “Fuimos al espacio como a una nueva frontera y ahora arrastramos a los cielos el odio y la amargura de la Tierra, como si el hombre tuviera el derecho de hacer la guerra en todo lugar”. Las grandes empresas y los intereses políticos y militares estaban tratando de asumir el control de la NASA. Miles de millones de dólares y miles de puestos de trabajo (y de votos) estaban en juego.
Las preguntas lógicas que ahora surgen son: ¿Cuáles han sido algunos de los beneficios que la exploración del espacio ha producido para la humanidad?, y ¿qué nos traerá en el futuro?
[Nota a pie de página]
a La invasión fallida de Cuba el 17 de abril de 1961.
[Fotografías en las páginas 8, 9]
1. El vehículo “lunar rover” del “Apolo”
2. Módulo lunar con el astronauta Edwin E. Aldrin, Jr., (20 de julio de 1969)
3. El “Vehicle Assembly Building”, posiblemente el edificio individual más grande del mundo
4. Transbordador espacial situado sobre el tractor oruga que lo conduce a la plataforma de lanzamiento
5. Satélite a punto de ser lanzado
6. El transbordador “Challenger” con el brazo robótico visible
7. Valentina Tereshkova, la primera mujer que viajó al espacio
8. Yuri A. Gagarin, el primer hombre que viajó al espacio
9. Brazos robóticos recogiendo muestras en Marte
[Reconocimientos]
Fotos 1-6 Foto NASA; 7, 8 Tass/Soufoto; 9 Foto NASA/JPL