¿Qué esperanza hay de que terminen las guerras?
A LA I Guerra Mundial (1914-1918) se la denominó la guerra que acabaría con todas las guerras. Pero desde entonces ha habido más de doscientas guerras, entre ellas la de mayor envergadura hasta la fecha: la II Guerra Mundial.
Es obvio que los esfuerzos del hombre por eliminar las guerras han sido un fracaso total. Por eso no es de extrañar que muchos digan que “siempre habrá guerras”. ¿Comparte usted esa opinión?
La fundación de las Naciones Unidas, en 1945, después de la II Guerra Mundial, tenía la finalidad de dar a los amantes de la paz la esperanza de un mundo sin guerras. Dicha esperanza se expresa en una inscripción grabada en la pared de la plaza de las Naciones Unidas, en la ciudad de Nueva York, que dice, traducida al español: DE LAS ESPADAS FORJARÁN ARADOS; DE LAS LANZAS, PODADERAS; NO ALZARÁ LA ESPADA PUEBLO CONTRA PUEBLO, NO SE ADIESTRARÁN PARA LA GUERRA.
Lamentablemente, las naciones han ridiculizado con su belicismo esta esperanza de paz tan bellamente expresada. Pero esas palabras se cumplirán, pues las pronunció, hace más de dos mil quinientos años, una Fuente superior a todos los humanos imperfectos. Son una promesa hecha por el Dios Todopoderoso. (Isaías 2:4.)
Una falsa esperanza
Muchos han cifrado su esperanza en las iglesias, pensando que estas ayudarían a crear un mundo libre de guerras. Pero lo cierto es que han resultado ser una de las fuerzas más divisivas y belicosas de la historia. Por ejemplo, Frank P. Crozier, general de brigada británico durante la I Guerra Mundial, dijo: “Las iglesias cristianas son las mejores creadoras de actitudes sanguinarias que tenemos, y nos hemos servido bien de ellas”.
Por consiguiente, es fundamental que sepamos distinguir entre el cristianismo verdadero y el falso. Para ayudarnos, Jesús proporcionó una regla sencilla: “Por sus frutos los reconocerán”. (Mateo 7:16.) Las palabras o la profesión de ciertas creencias no bastan. Para ilustrar esta idea, Steve Whysall, articulista del periódico Sun, de Vancouver (Canadá), comentó: “No todos los que llevan la ropa de trabajo manchada de grasa son mecánicos, aunque lo parezcan, [...] aunque digan: ‘Somos mecánicos’”.
Aplicando su ilustración al cristianismo, Whysall pasa a decir: “Muchas veces oirá decir a la gente que esto o aquello se hizo en el nombre del cristianismo, y que fue horrible. Efectivamente, lo fue. [...] Pero ¿quién ha dicho que fuesen cristianos los que hicieron esas cosas tan horribles?
”Pues lo dicen las iglesias oficiales —responde usted—. De acuerdo, pero ¿quién ha dicho que las iglesias oficiales sean cristianas?
”El Papa bendijo a Mussolini, y se sabe de las actuaciones indignas de otros papas en el pasado. Pero ¿quién ha dicho que fuesen cristianos?
”¿Piensa usted que porque un hombre sea el papa tiene que ser cristiano? Solo porque alguien diga ‘soy cristiano’, no significa que lo sea, tal como el hombre que dice ser mecánico puede que no lo sea.
”La Biblia hasta pone sobre aviso a los cristianos de los que se las dan de cristianos. [...] Ningún cristiano puede guerrear contra otro cristiano, sería como si un hombre luchase contra sí mismo.
”Los cristianos verdaderos son hermanos y hermanas en Jesucristo. [...] Jamás se herirían unos a otros intencionadamente.”
De modo que hemos de aplicar la regla de Jesús y mirar los frutos que producen las iglesias. Pero ¿qué frutos? La Biblia indica uno en particular: “Los hijos de Dios y los hijos del Diablo se hacen evidentes por este hecho: Todo el que no se ocupa en la justicia no se origina de Dios, tampoco el que no ama a su hermano. Porque este es el mensaje que ustedes han oído desde el principio, que debemos tener amor unos para con otros; no como Caín, que se originó del inicuo y degolló a su hermano”. (1 Juan 3:10-12.)
En lugar de animar a que se ame al hermano, las iglesias han apoyado y hasta instado a la gente a matar a sus hermanos en la guerra. De esa forma se han convertido en instrumentos de Satanás el Diablo, tal como las religiones de los antiguos egipcios, asirios, babilonios y romanos. Jesucristo llamó a Satanás “el gobernante de este mundo” y especificó lo siguiente respecto a los verdaderos cristianos: “Ellos no son parte del mundo, así como yo no soy parte del mundo”. (Juan 12:31; 17:16; 2 Corintios 4:4.) Sin embargo, las iglesias se han hecho parte integrante de este mundo.
Es obvio, entonces, que Dios no está utilizando a las iglesias para cumplir su propósito de crear un mundo libre de guerras. A pesar de lo que digan los capellanes y otros representantes de las iglesias, Dios no toma partido en las guerras de las naciones.
¿Cómo se cumplirá la promesa de Dios de eliminar la guerra? ¿Existe algún pueblo que verdaderamente haya forjado arados de sus espadas? Sí, hay quienes lo han hecho.
Los que cumplen la promesa de Dios
El destacado historiador eclesiástico C. J. Cadoux comentó: “Los cristianos primitivos aceptaron al pie de la letra las palabras de Jesús. [...] Identificaron su religión con la paz; condenaron enérgicamente la guerra por el derramamiento de sangre que implicaba; se aplicaron a sí mismos la profecía del Antiguo Testamento que predecía la transformación de las armas de guerra en herramientas de labranza”. (Isaías 2:4.)
¿Y en la actualidad? ¿Existen personas que acepten al pie de la letra las palabras de Jesús y se amen de verdad unas a otras? ¿Han forjado estas en realidad arados de sus espadas? La Encyclopedia Canadiana dice: “La obra de los testigos de Jehová es el despertar y el restablecimiento del cristianismo primitivo que practicaron Jesús y sus discípulos durante los dos primeros siglos de nuestra era. [...] Todos son hermanos”.
Por eso, en conformidad con el mandato de Cristo de amarse unos a otros, los testigos de Jehová se niegan a odiar o matar a sus hermanos, prescindiendo de la raza o la nacionalidad. (Juan 13:34, 35.) Martin Niemöller, líder protestante de Alemania, comentó que “en todas las épocas, [las iglesias] siempre han consentido en bendecir las guerras, las tropas y las armas, y que han orado de una forma muy poco cristiana por la aniquilación de sus enemigos”. Sin embargo, como contraste, él dijo que “centenares, incluso millares, [de Testigos] han sido llevados a campos de concentración y han muerto por negarse a prestar servicio en la guerra y a disparar a seres humanos”.
Sí, a diferencia de los fieles de otras religiones, los testigos de Jehová realmente han forjado arados de sus espadas. “No son parte del mundo”, como Cristo mandó, y por eso son tan distintos de las otras religiones. (Juan 15:19.) La publicación católica St. Anthony’s Messenger hizo la siguiente observación: “Los testigos de Jehová se mantienen al margen del ‘orden establecido’ y no aceptan el papel de bendecir las decisiones que el gobierno pudiera tomar”.
¿Depende el cumplimiento de la promesa de Dios respecto al desarme únicamente de que unos pocos millones de personas de todas las naciones forjen arados de sus espadas? ¡En absoluto! La promesa de Dios se cumplirá a una escala mucho mayor y de una forma espectacular.
Cómo se conseguirá que terminen las guerras
El Creador, Jehová Dios, pondrá fin a las guerras eliminando todo armamento bélico y también a los responsables de él. Un salmista bíblico invitó a los lectores a pensar en esta emocionante perspectiva. “Vengan —escribió—, contemplen las actividades de Jehová, como ha establecido acontecimientos pasmosos en la tierra. Hace cesar las guerras hasta la extremidad de la tierra.” (Salmo 46:8, 9.) ¡Qué palabras tan extraordinarias y conmovedoras!
¿Parece demasiado bonita para ser verdad la perspectiva de un mundo sin guerras? Los escépticos puede que opinen así. Hasta el historiador militar cuya autobiografía aparece en las páginas 9 a 13 de esta revista compartía esa opinión. No obstante, él apartó tiempo para examinar concienzudamente los hechos y comprobó que la Biblia es confiable. Descubrió que todas las profecías bíblicas sobre sucesos históricos anteriores se habían cumplido sin falta y puntualmente. Este hecho le dio razón para creer que las profecías que todavía no se han realizado se cumplirán cuando está previsto.
Por ejemplo, fíjese cómo encajan a la perfección los sucesos que actualmente estremecen la Tierra con los que la Biblia predijo que señalarían los últimos días de este sistema de cosas. (Mateo 24:3-14; 2 Timoteo 3:1-5.) Esto significa que vivimos en el tiempo en que ha de venir el Reino de Dios en cumplimiento de esta oración que Jesús enseñó a sus seguidores: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra”. (Mateo 6:9, 10.)
¿De qué manera hemos de esperar que venga el Reino de Dios? Una profecía bíblica dice al respecto: “En los días de aquellos reyes [es decir, los gobiernos que actualmente están en el poder] el Dios del cielo establecerá un reino que nunca será reducido a ruinas. Y el reino mismo no será pasado a ningún otro pueblo. Triturará y pondrá fin a todos estos reinos [o gobiernos], y él mismo [el Reino de Dios] subsistirá hasta tiempos indefinidos”. (Daniel 2:44.)
Sí, el Reino de Dios vendrá de una forma espectacular para eliminar todos los gobiernos actuales, tal como vino el predicho Diluvio universal en los días de Noé. (Mateo 24:36-39; 1 Juan 2:17.) En vista de la inminente destrucción de todos los gobiernos actuales, así como de las religiones que los apoyan, es esencial que todos examinemos individualmente nuestra situación personal. ¿Haremos el esfuerzo de aprender de Jehová Dios y su Hijo Jesucristo, para luego poner en práctica lo que piden de nosotros? (Juan 17:3.) ¿Nos amaremos unos a otros, negándonos a hacer daño a nuestro prójimo, y demostraremos así que hemos forjado arados de nuestras espadas?
Si usted concuerda en que la guerra no tiene sentido y quisiera vivir en la Tierra cuando haya paz universal, póngase en contacto con los testigos de Jehová. Con mucho gusto le ayudarán a aprender más acerca de cómo dejará de existir la guerra en un futuro cercano bajo la gobernación del Reino de Dios.
[Ilustración en la página 8]
El Reino de Dios eliminará todo el armamento bélico e introducirá a la gente en un nuevo mundo pacífico
[Recuadro en la página 7]
Los planes de Himmler para los testigos de Jehová
HEINRICH HIMMLER fue jefe de las SS nazis, la guardia personal de Hitler, y durante la II Guerra Mundial se convirtió en el hombre más poderoso de Alemania después de Adolfo Hitler. Aunque odiaba a los testigos de Jehová porque no querían participar en los planes nazis de conquistar el mundo, llegó a respetarlos. En una de sus cartas dirigidas a Ernst Kaltenbrunner, jefe de la Gestapo, Himmler escribió:
“Cierta información y observaciones recientes me han llevado a elaborar unos planes que quisiera darle a conocer. Tienen que ver con los testigos de Jehová. [...] ¿Cómo vamos a gobernar y pacificar Rusia tras [...] conquistar zonas inmensas de su territorio? [...] Hay que apoyar toda forma de religión y a las sectas pacifistas [...], ante todo, las creencias de los testigos de Jehová. Es bien sabido que estos últimos tienen cualidades extraordinariamente positivas para nosotros: Aparte del hecho de que rehúsan participar en el servicio militar y en cualquier cosa que tenga que ver con la guerra [...], son sumamente confiables, no beben, no fuman; son trabajadores incansables y muy honrados. Cumplen siempre su palabra. Estas son cualidades ideales [...], envidiables.”
No, Himmler nunca hubiera convencido a los Testigos de que trabajaran para los nazis. A él no le interesaban las cualidades pacificadoras de los Testigos para sí ni para su gente; lo que quería era que los rusos se impregnaran de estas cualidades ideales. Así se convertirían en un pueblo pacífico que forjaría arados de sus espadas.