La magnífica “carretera móvil” de Canadá
“¿Qué río es este?” “Un río sin fin”, respondió el guía indio.
POR EL CORRESPONSAL DE ¡DESPERTAD! EN CANADÁ
CORRÍA el año 1535. Poco se imaginaba el curioso explorador Jacques Cartier que la vía fluvial que estaba a punto de poner en el mapa sería algún día una de las más importantes de América del Norte. Este río se convirtió en la primera gran vía de comunicación para los primeros colonos y los comerciantes de pieles, y con el tiempo llegó a serlo para los actuales gigantescos mercantes transoceánicos. La anchura de su desembocadura es de más de 130 kilómetros, y se extiende tierra adentro por unos 1.200 kilómetros desde el océano Atlántico hasta el lago Ontario.
Los libros de historia dicen que fue Cartier quien bautizó a esta majestuosa vía fluvial con el nombre de San Lorenzo. Con el tiempo esta denominación se aplicó tanto al río como al golfo de su desembocadura.
Algunos de los paisajes más bellos de Norteamérica se hallan a lo largo del río San Lorenzo. Escarpados acantilados y valles accidentados llegan hasta las aguas originando uno de los fiordos más largos del mundo, el Saguenay, de más de 100 kilómetros de longitud. El caudaloso río Saguenay confluye con el San Lorenzo por el norte, formando un estuario en el que la marea del océano se confunde con la corriente del río.
En este punto, dicen los biólogos marinos, se unen dos mundos bajo la superficie de las aguas. El agua fría y salada del océano entra por las corrientes submarinas a una profundidad de 400 metros, para luego ascender y mezclarse con el agua dulce de los ríos. La vida marina florece en el estuario. En él se pueden ver relativamente juntos a la beluga (pequeña ballena blanca), el rorcual aliblanco, el rorcual franco y el gigantesco rorcual azul. Por lo general, estos cuatro tipos de ballenas viven separadas por centenares de kilómetros. No es de extrañar que en uno de los últimos años más de setenta mil turistas hicieran excursiones programadas en barco por el San Lorenzo para verlas.
La combinación de plantas, animales y aves a lo largo del río es una de las más insólitas del planeta. En el San Lorenzo habitan centenares de especies de peces, más de veinte clases diferentes de anfibios y reptiles y doce tipos de mamíferos acuáticos. Se dice que cerca de trescientas especies de aves frecuentan sus pantanos y riberas. Las aves migratorias, como los patos y el ansar nival, se reúnen por millares en estas aguas.
Río arriba, las azuladas montañas se elevan más allá de su ribera. Bosques impenetrables flanquean sus márgenes; islas majestuosas se yerguen vigilantes sobre las aguas de su ancho cauce; granjas, pueblos y ciudades se alzan en sus orillas.
Tierra adentro desde Montreal, una serie de rápidos interrumpe la tranquila marcha del río por unos 160 kilómetros. Más allá de los rápidos hay un tramo navegable de unos 60 kilómetros, salpicado por lo que se ha dado en llamar las Mil Islas (en realidad, casi dos mil islotes).
El tráfico de la “carretera móvil”
Ya en 1680 los colonos europeos pensaron en abrir esta “carretera móvil” al tráfico marítimo más allá de Montreal, construyendo canales para evitar los rápidos del río. Casi trescientos años después, el sueño se convirtió en realidad cuando en 1959 se inauguró el canal del río San Lorenzo, considerado una de las mejores obras de ingeniería del mundo.
Para concluir el canal, de 293 kilómetros de longitud, se construyeron siete nuevas esclusas entre Montreal y el lago Ontario. Esto requirió la excavación de más de 150 millones de metros cúbicos de tierra y rocas, que formarían una montaña de 35 kilómetros de altura si se apilaran sobre una superficie semejante a un campo de fútbol. La cantidad de hormigón empleado en las esclusas serviría para construir una autopista de cuatro carriles de Londres a Roma.
Jacques LesStrang, autor del libro Seaway—The Untold Story of North America’s Fourth Seacoast (El canal: la historia inédita de la cuarta costa de Norteamérica), citó las siguientes palabras de un capitán de barco: “No existe otro canal como este en el mundo. No es un recorrido fácil, pero la grandeza del río, el rugido de las cataratas del Niágara y la procesión interminable de lagos e islas le confieren un encanto muy especial”.
Los buques transoceánicos que viajan por esta “carretera” hasta Duluth/Superior, en el lado estadounidense del lago Superior, suben como si estuvieran en un ascensor hasta situarse a 180 metros por encima del nivel del mar, la altura de un rascacielos de 60 pisos. El recorrido total tierra adentro desde el océano Atlántico es de 3.700 kilómetros.
Semejante tráfico marítimo ha reportado gran prosperidad económica a las ciudades ubicadas a lo largo del canal. El libro The Great Lakes/St. Lawrence System (Los grandes lagos: la cuenca del San Lorenzo) observa: “Dentro de su doble frontera yace el núcleo industrial de Canadá y Estados Unidos, cuya población excede los cien millones de habitantes y representa la mayor fuente de riqueza industrial y manufacturera del mundo occidental”.
Entre los más de ciento cincuenta puertos que cubren la cuenca del San Lorenzo desde el océano Atlántico al lago Superior se encuentran Quebec, Montreal, Toronto, Hamilton, Sault-Sainte-Marie y Thunder Bay (en Canadá), y Buffalo, Erie, Cleveland, Detroit, Chicago y Duluth-Superior (en Estados Unidos). Los buques de Casablanca, El Havre, Rotterdam y de muchos otros lugares transportan anualmente millones de toneladas de carga por el San Lorenzo. La utilización de esta “carretera” fluvial genera al año decenas de miles de empleos y beneficios de miles de millones de dólares.
Voces de alarma
No obstante, después de más de treinta años de navegación por esta vía, comenzaron a sonar voces de alarma. Durante siglos, tanto el San Lorenzo como los Grandes Lagos que alimentan su caudal “han sido utilizados como cloaca y basurero”, afirma la organización Environment Canada. Hasta hace poco el “Gran Río” podía con todos esos desechos.
Grandes buques transoceánicos han vaciado sus depósitos en los lagos y en el río. Las empresas y las ciudades situadas a lo largo del canal han estado arrojando residuos tóxicos. La agricultura también ha aportado sus escorrentías. Los efectos acumulativos han puesto al río en peligro.
Conforme se arrojaban al río más agentes contaminantes, iban desapareciendo especies de peces. Con el tiempo se prohibió bañarse en sus aguas. Después llegó la prohibición de comer ciertas clases de pescados y mariscos sacados del río. Se empezó a sospechar de la potabilidad del agua. Se declaró oficialmente en peligro de extinción a ciertas especies animales, y empezaron a aparecer belugas muertas en las playas, víctimas de enfermedades causadas por productos venenosos diluidos en el agua.
Se limpia la “carretera”
El río estaba enviando un mensaje inequívoco. La magnífica “carretera móvil” necesitaba reparaciones. Por eso, en 1988 el gobierno de Canadá se embarcó en la Operación San Lorenzo con el propósito de limpiar el río, aplicando un programa de conservación, protección y restauración desde Montreal hasta el océano Atlántico.
Actualmente están en marcha varios planes para asegurar la supervivencia de las especies en peligro. Se han creado zonas de conservación para mantener lo que queda. En la confluencia del Saguenay con el San Lorenzo se creó el nuevo Parque Marino del Saguenay, con el fin de conservar su extraordinario entorno marino y su fauna.
Se dictaron nuevas leyes. Se fijaron fechas tope para que las empresas disminuyeran en un 90% sus vertidos contaminantes en el río. Se están investigando nuevas tecnologías para reducir la contaminación. Los tramos de su lecho contaminados por sustancias tóxicas o por el dragado se están limpiando. En algunas zonas a lo largo de su curso se han creado nuevos hábitats para la fauna gracias a la utilización de sedimentos tratados. Se han tomado medidas para controlar el número y la circulación de los miles de turistas que anualmente visitan el río.
El daño no es irreparable, y la razón es muy sencilla: a diferencia de los caminos hechos por el hombre, el río se regenerará a sí mismo si el ser humano deja de contaminarlo. La necesidad más apremiante es cambiar la actitud tanto de los industriales como de los consumidores, que son los beneficiarios del comercio que se genera a lo largo del río y los Grandes Lagos.
Un indicio del éxito obtenido en la inversión del proceso de deterioro se ve en el caso de la beluga. Aunque todavía se halla en peligro, el número de belugas está aumentando después de haberse visto reducido a tan solo unas quinientas de las cinco mil que poblaban la zona.
Existe una nueva conciencia pública del daño que se ha causado a la riqueza natural del río y a su pasado esplendor. ¿Será esta lo suficientemente fuerte como para sostener en el futuro los esfuerzos de restauración? Así será cuando los humanos respeten y aprecien las creaciones de Dios.
[Reconocimiento en la página 20]
Cortesía de The St. Lawrence Seaway Authority