¿Cómo ocurrió la Inquisición en México?
IMAGÍNESE que se halla ante un tribunal religioso que pretende obligarlo a aceptar los dogmas de su fe. Usted desconoce a sus acusadores y el contenido de la acusación. En vez de revelársele los fundamentos de la denuncia, le corresponde a usted exponer los cargos por los que cree que se le ha arrestado y descubrir a sus denunciantes.
¡Cuidado con lo que dice!, pues podría confesar un delito que no se le ha imputado y empeorar su situación. Asimismo, podría complicar a otras personas que no tienen nada que ver con las acusaciones que pesan en su contra.
Si no confiesa, quizás lo torturen introduciéndole grandes cantidades de agua por la boca; o tal vez lo coloquen sobre una mesa con las extremidades atadas y tensen las ataduras poco a poco hasta que el dolor sea intolerable. El tribunal ya ha confiscado sus bienes, y seguramente nunca los recobrará. Todo se lleva a cabo en secreto. De ser declarado culpable, puede que lo destierren o lo quemen vivo.
Aunque en este siglo XX resulta difícil concebir una actuación religiosa tan horrenda, hace varios siglos se cometieron atrocidades semejantes en México.
“Conversión” de los indígenas
Cuando los españoles conquistaron lo que hoy es México, en el siglo XVI, también se produjo una conquista religiosa. La conversión de los indígenas fue apenas una sustitución de tradiciones y ceremonias, puesto que muy pocos sacerdotes católicos se interesaron en enseñar la Biblia; tampoco se molestaron en aprender la lengua de los nativos ni en enseñarles latín, el idioma en que impartían la doctrina.
Algunos opinaban que los indios debían recibir una educación integral en materia religiosa. Otros, por el contrario, compartían la opinión de fray Domingo de Betanzos, quien, según el libro Zumárraga y la Inquisición Mexicana, de Richard E. Greenleaf, “creía que debía rehusársele al indio la instrucción en latín porque eso lo conduciría a entender lo ignorante que era el clero”.
La Inquisición contra los indígenas
Los naturales del país que no abrazaban la nueva fe eran tildados de idólatras y se les perseguía cruelmente. Sirva de ejemplo el caso de un indio que recibió cien azotes en público por venerar a sus ídolos paganos, los cuales había enterrado debajo de un ídolo de la cristiandad con el propósito de simular un acto de adoración “cristiana”.
Don Carlos Ometochtzin, cacique de Texcoco y nieto del rey azteca Netzahualcóyotl, atacó a la Iglesia de palabra. Según Greenleaf, “don Carlos había ofendido particularmente a la Iglesia al haberle predicado a los nativos acerca de la disipación de los frailes”.
Enterado fray Juan de Zumárraga, inquisidor de la época, ordenó su detención. Don Carlos murió en la hoguera el 30 de noviembre de 1539 acusado de ser “hereje dogmatizante”. A muchos indígenas más los castigaron tras imputarles cargos de hechicería.
La Inquisición contra los extranjeros
A los extranjeros residentes en México que se negaron a abrazar la fe católica se les inculpó de ser herejes, luteranos o judaizantes. Esto le sucedió a una familia portuguesa de apellido Carvajal, cuyos miembros fueron casi todos torturados por la Inquisición por el pretendido delito de observar la fe judía. El fallo dictado contra uno de ellos refleja el horror de las medidas inquisitoriales: “Condeno [a doña Mariana de Carvajal] a que [...] se le dé garrotea hasta que muera naturalmente, y luego sea quemada en vivas llamas de fuego hasta que se convierta en ceniza y de ella no haya ni quede memoria” (ortografía actualizada). En efecto, así sucedió.
Cualquier extranjero que representara una amenaza al poder clerical era sometido a juicio. Un tal Guillén Lombardo de Guzmán fue acusado de querer libertar México; sin embargo, con el objeto de apresarlo y procesarlo, el Santo Oficio lo acusó de practicar la astrología y ser un hereje partidario de Calvino. Perdió la razón durante su encarcelamiento, y finalmente fue quemado vivo en la hoguera el 6 de noviembre de 1659.
El libro Inquisición y Crímenes, de Artemio de Valle-Arizpe, describe así el suplicio: “Fueron amarrando a los reos, fijándolos al palo con una argolla de hierro que les pasaba por la garganta. [...] Empezaron a arder las santas hogueras de la fe en un torbellino rojo y negro. Don Guillén [...] se dejó caer de golpe y la argolla que lo sujetaba por el cuello lo ahogó, desapareciendo luego su cuerpo entre el esplendor espantoso de las llamaradas. Salió de la vida después de diecisiete años de sufrimientos continuos y lentos en las sombrías cárceles del Santo Oficio. Se fueron acabando poco a poco las hogueras, bajando el cárdeno tumulto de sus llamas y cuando se extinguieron no quedó más que un montón brillante de brasas luciendo entre la noche”.
Creación del “Santo Oficio”
Como ya hemos visto, a muchos mexicanos de nacimiento y de adopción se les castigó, y a algunos se les mató, por criticar o rechazar la nueva religión. La situación condujo a que los frailes, y posteriormente los obispos, pusieran en práctica un método inquisitorial. El Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición se creó oficialmente en 1571 con la llegada del español don Pedro Moya de Contreras como inquisidor mayor, y funcionó hasta 1820. Así pues, los discrepantes del culto católico sufrieron persecuciones, tortura y muerte durante cerca de trescientos años, contando desde 1539.
Al acusado se le torturaba hasta que confesara. El tribunal esperaba que abjurara de sus creencias y aceptara la fe católica. Solo se ponía al reo en libertad si demostraba su inocencia, si era imposible probar su culpabilidad o, por último, si confesaba y se arrepentía, en cuyo caso se leía en público una declaración en la que afirmaba que aborrecía su ofensa y prometía enmendar su error. Sea como fuera, perdía sus propiedades y se le imponía el pago de una pesada multa. De ser declarado culpable, se le entregaba a la justicia secular para que esta le impusiera el castigo. La pena consistía, por lo general, en la muerte en la hoguera, ya fuera vivo o instantes después de habérsele dado muerte.
La ejecución de las penas tenía lugar en medio de un solemne acto público llamado auto de fe. Mediante un pregón se informaba a todos los habitantes de la ciudad la hora y el lugar donde se llevaría a cabo. Ese día, los condenados salían de las cárceles del Tribunal del Santo Oficio vistiendo un sambenito (especie de túnica sin mangas) y llevando un cirio en las manos, una soga al cuello y una coroza (gorro de figura cónica) en la cabeza. Una vez leídos los delitos cometidos contra la fe católica, se imponía el castigo acordado a cada una de las víctimas.
De este modo, muchas personas fueron condenadas y castigadas en nombre de la religión. La crueldad y la intolerancia del clero eran patentes a las muchedumbres que observaban a las víctimas morir en la hoguera.
En completa oposición al cristianismo
Cristo Jesús comisionó a sus discípulos para que convirtieran a la gente al verdadero cristianismo. Les mandó: “Vayan, por lo tanto, y hagan discípulos de gente de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo, enseñándoles a observar todas las cosas que yo les he mandado”. (Mateo 28:19, 20.)
No obstante, Jesús nunca dio a entender que debían convertirlos por la fuerza. Más bien, dijo: “Dondequiera que alguien no los reciba ni escuche sus palabras, al salir de aquella casa o de aquella ciudad, sacúdanse el polvo de los pies”. (Mateo 10:14.) El juicio final de estos individuos queda en manos del Dios Todopoderoso, Jehová, sin necesidad de que los cristianos intervengan físicamente.
Por lo tanto, está claro que en todos los lugares donde se instituyó la Inquisición se hizo en completa oposición a los principios cristianos.
El clima de tolerancia religiosa que ahora impera en México permite que los ciudadanos ejerzan su libertad respecto a la manera de adorar a Dios. Aun así, los siglos de la llamada Santa Inquisición son una lacra en la historia de la Iglesia Católica mexicana.
[Nota a pie de página]
a Procedimiento de ejecutar a los condenados comprimiéndoles la garganta con un palo con el que se retuerce una soga, o con un artificio mecánico de efecto parecido.