Por qué es tan popular la idea del fin del mundo
EL MUNDO se encuentra en una condición verdaderamente desesperada, como reconocen muchos sin vacilación. “He preguntado a gente de diferentes partes del mundo lo que opinan en cuanto a lo que nos aguarda en el futuro —escribió el predicador Billy Graham—. La mayoría tiene un criterio pesimista. [...] Los términos ‘Armagedón’ y ‘Apocalipsis’ se emplean constantemente para describir eventos de la escena mundial.”
¿Por qué se repiten tanto los términos “Armagedón” y “Apocalipsis” cuando se describe la situación actual? ¿Cuál es su significación?
Orígenes bíblicos
La Biblia alude a “la guerra del gran día de Dios el Todopoderoso” y la enlaza con el lugar “que en hebreo se llama Har–Magedón” o Armagedón. (Revelación [Apocalipsis] 16:14-16.) El Diccionario de religiones, de E.R.Pike, conecta el término Armagedón con “la última y más grande batalla del mundo, en la cual las fuerzas del bien y del mal librarán el combate final”.
Aunque “apocalipsis” viene de una palabra griega que significa “revelación” o “remoción de un velo”, el término ha tomado un nuevo sentido. El libro bíblico de Revelación, o Apocalipsis, hace resaltar la destrucción de los malvados por obra de Dios y el Reino Milenario de su Hijo, Jesucristo. (Revelación 19:11-16; 20:6.) De ahí que la Enciclopedia Universal Ilustrada Espasa-Calpe diga que “apocalipsis” se aplica especialmente a “la manifestación futura de Cristo, de su gloria y sus juicios sobre los malos”. La palabra se usa comúnmente con el sentido de “fin del mundo, catástrofe, desastre, hecatombe”. (Diccionario Enciclopédico Santillana.)
Es obvio que las Escrituras influyen en las conversaciones de la gente sobre el mundo y el estado en el que este se encuentra. En realidad, ¿qué dice la Biblia sobre este tema?
La Biblia y el fin del mundo
La Biblia predice claramente el fin del mundo. Jesucristo y sus discípulos hablaron del tiempo del fin. (Mateo 13:39, 40, 49; 24:3; 2 Timoteo 3:1; 2 Pedro 3:3; Biblia de Jerusalén.) Sin embargo, no se referían a la destrucción del planeta, ya que de él dice la Escritura que “no se le hará tambalear hasta tiempo indefinido, ni para siempre”. (Salmo 104:5.) La expresión “el fin del mundo” significa sencillamente “la conclusión del sistema de cosas”. (Traducción del Nuevo Mundo.)
El apóstol Pedro dijo lo siguiente con referencia al mundo de los días de Noé, antes del diluvio universal: “El mundo de aquel tiempo [constituido por personas impías] sufrió destrucción cuando fue anegado en agua”. Luego añadió que el mundo presente está “en reserva para el día del juicio y de la destrucción de los hombres impíos”. (2 Pedro 3:5-7.) Así mismo, el apóstol Juan escribió: “El mundo va pasando, y también su deseo, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”. (1 Juan 2:17.)
En el fin del mundo también se quitará de en medio a su invisible e impío gobernante. (Revelación 20:1-3.) El apóstol Pablo escribió lo siguiente acerca de esta autoridad maligna: “El dios de este mundo ha cegado el entendimiento de los incrédulos”. Y Jesús dijo de él: “Ahora el príncipe de este mundo [Satanás el Diablo] será echado fuera”. (2 Corintios 4:4; Juan 12:31; La Biblia de las Américas.)
¿No será una bendición ser librados de este mundo y su perverso gobernante? Los cristianos han orado durante mucho tiempo para que esto suceda, y han rogado a Dios que venga su Reino y se efectúe su voluntad en la Tierra. Piden que Jesucristo lleve a cabo el mandato de su Padre y elimine de ella toda maldad. (Salmo 110:1, 2; Proverbios 2:21, 22; Daniel 2:44; Mateo 6:9, 10.)
No obstante, cabe preguntarse: ¿pudiera una mala interpretación de las profecías verídicas de la Biblia ser la causa de las predicciones erradas del fin del mundo? Veamos.
Interpretaciones erróneas en el siglo I
Examinemos lo que sucedió en el siglo I. Cuando estaba Jesús a punto de ascender a los cielos, los apóstoles le preguntaron impacientes: “Señor, ¿estás restaurando el reino a Israel en este tiempo?”. Ansiaban la hora de comenzar a gozar de las bendiciones del Reino. Mas Jesús les dijo: “No les pertenece a ustedes adquirir el conocimiento de los tiempos o sazones que el Padre ha colocado en su propia jurisdicción”. (Hechos 1:6, 7.)
A solo tres días de su muerte, Jesús les había hablado en términos semejantes: “Manténganse alerta, pues, porque no saben en qué día viene su Señor”. Y había agregado: “Respecto a aquel día o la hora, nadie sabe, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre. Sigan mirando, manténganse despiertos, porque no saben cuándo es el tiempo señalado”. (Mateo 24:42, 44; Marcos 13:32, 33.) Unos meses antes, les había dirigido esta exhortación: “Manténganse listos, porque a una hora que menos piensen viene el Hijo del hombre”. (Lucas 12:40.)
Pese a todas estas advertencias, los primeros cristianos, en su afán por gozar de las bendiciones que acompañarían la presencia de Cristo, empezaron a especular sobre el tiempo en que se materializarían las promesas del Reino. A ello se debe que el apóstol Pablo escribiera a los tesalonicenses: “Tocante a la presencia de nuestro Señor Jesucristo y el ser nosotros reunidos a él, les solicitamos que no se dejen sacudir prontamente de su razón, ni se dejen excitar tampoco mediante una expresión inspirada, ni mediante un mensaje verbal, ni mediante una carta como si fuera de nosotros, en el sentido de que el día de Jehová esté aquí”. (2 Tesalonicenses 2:1, 2.)
Las palabras de Pablo indican que algunos de los primeros cristianos se habían forjado falsas esperanzas. Puede que los creyentes de Tesalónica no hubieran pronosticado una fecha concreta para su ‘reunión con Cristo en el cielo’, pero estaba claro que creían en la inminencia de dicho acontecimiento. Era preciso corregir su punto de vista, y la epístola de Pablo cumplió ese cometido.
Otros que necesitan de corrección
Según vimos en el artículo anterior, después del siglo I hubo otras personas que esperaban la realización de las promesas divinas en una fecha en particular. Algunos vaticinaron el fin del mundo para cuando se cumplieran mil años o bien del nacimiento, o bien de la muerte, de Jesús. No obstante, no acertaron en sus predicciones.
Lo antedicho hace surgir las siguientes interrogantes: ¿Significan tales errores que las promesas bíblicas eran falsas? ¿Son fiables las promesas de Dios? ¿Cómo han aceptado corrección en este asunto los cristianos modernos?