El punto de vista bíblico
¿Por qué dominar la cólera?
FUE un comienzo que no presagiaba nada bueno. “Ya soy el cabeza de esta casa, ¡así que no vas a dejarme en mal lugar por tu impuntualidad!”, gritó John a Ginger, con quien estaba recién casado.a Por más de cuarenta y cinco minutos le gritó mientras exigía que permaneciera sentada en el sofá. Los abusos verbales se convirtieron en lo habitual en su matrimonio. Lamentablemente, el comportamiento colérico de John se intensificó. Daba portazos, golpeaba con los puños la mesa de la cocina, y conducía como un loco aporreando el volante, con lo que ponía en peligro la vida de otras personas.
Por desgracia, como es bien sabido, tales escenas se repiten con demasiada frecuencia. ¿Era justificada la cólera de este hombre, o había perdido el control? ¿Es siempre impropia la cólera? ¿En qué momento se pierde el control? ¿Cuándo se ha llegado demasiado lejos?
La cólera controlada quizás tenga justificación. Por ejemplo, la cólera de Dios ardió contra las antiguas ciudades inmorales de Sodoma y Gomorra. (Génesis 19:24.) ¿Por qué? Los habitantes de esas ciudades tenían fama por toda aquella región de practicar actos sexuales violentos y depravados. Por ejemplo, cuando unos mensajeros angélicos visitaron al justo Lot, una chusma de muchachos y viejos intentaron violar a los huéspedes de Lot. Jehová Dios tuvo razón en encolerizarse por la crasa inmoralidad de la turba. (Génesis 18:20; 19:4, 5, 9.)
Al igual que su Padre, Jesucristo, aunque era un hombre perfecto, tuvo motivo justificado de encolerizarse. Se suponía que el templo de Jerusalén fuera el centro de adoración para el pueblo escogido de Dios, y una “casa de oración” donde la gente presentaba a Dios sacrificios personales y ofrendas, y recibía instrucción en cuanto a Sus caminos y el perdón de los pecados. En el templo podían estar como en íntima comunión con Jehová. En cambio, los caudillos religiosos contemporáneos de Jesús convirtieron el templo en “una casa de mercancías” y “cueva de salteadores”. (Mateo 21:12, 13; Juan 2:14-17.) Se lucraban de la venta de animales destinados a los sacrificios. En un sentido muy real, esquilaban el rebaño. Por consiguiente, el Hijo de Dios tenía toda la razón cuando echó de la casa de su Padre a aquellos estafadores. Es comprensible que estuviera encolerizado.
Cuando los seres humanos imperfectos se encolerizan
Los hombres imperfectos también se indignan a veces con buena razón. Examinemos lo que sucedió en el caso de Moisés. La nación de Israel acababa de experimentar una liberación milagrosa de Egipto. Jehová había demostrado de manera espectacular su poder sobre los dioses falsos de Egipto cuando hirió a los egipcios con diez plagas. Entonces hizo posible que los israelitas escaparan al partir el mar Rojo. Luego, los condujo al pie del monte Sinaí, donde los organizó como nación. Moisés actuó de mediador cuando subió a la montaña para recibir las leyes de Dios. Junto con todas las demás leyes, Jehová dio a Moisés los Diez Mandamientos, escritos por el “dedo de Dios” en tablas de piedra que Dios mismo cortó de la montaña. Sin embargo, cuando Moisés descendió, ¿qué descubrió? La gente se había vuelto a la adoración de la imagen de un becerro de oro. ¡Con cuánta prontitud olvidaron lo sucedido! Tan solo habían transcurrido unas cuantas semanas. Apropiadamente, “empezó a encenderse [la] cólera” de Moisés, quien hizo añicos las tablas de piedra y destruyó la imagen del becerro. (Éxodo 31:18; 32:16, 19, 20.)
En una ocasión posterior, la paciencia de Moisés se agotó cuando la gente se quejó de la escasez de agua. Exasperado, perdió momentáneamente su conocida mansedumbre, o apacibilidad de genio, y, como consecuencia, cometió un grave error. En lugar de exaltar a Jehová como el Proveedor de Israel, Moisés habló con dureza a la gente y dirigió la atención del pueblo a su hermano Aarón y a sí mismo. Por ello, Dios estimó conveniente disciplinar a Moisés. No se le permitiría entrar en la Tierra Prometida. Después de lo sucedido en Meribá, no hay informes de que Moisés haya vuelto a perder la paciencia. Según parece, aprendió la lección. (Números 20:1-12; Deuteronomio 34:4; Salmo 106:32, 33.)
De modo que existe una diferencia entre Dios y el hombre. Jehová puede ‘reprimir su cólera’, y se dice apropiadamente que es “tardo para la cólera”, porque su cualidad dominante es el amor, no la cólera. Su cólera es siempre justa, siempre justificada, siempre controlada. (Éxodo 34:6; Isaías 48:9; 1 Juan 4:8.) Jesucristo, hombre perfecto, siempre dominó la expresión de su cólera; se dijo que era “de genio apacible”. (Mateo 11:29.) Por otra parte, a los hombres imperfectos, aun hombres de fe como Moisés, les ha sido difícil controlar su cólera.
Además, la gente no suele prestar la debida atención a las consecuencias. Perder el control puede costar caro. Por ejemplo, ¿cuáles son las consecuencias obvias de que un esposo pierda la paciencia con su esposa al grado de romper la pared de un puñetazo? Se daña la propiedad. Tal vez se lastime la mano. Es más, ¿qué efecto tendrá su arrebato de cólera en el amor y el respeto que le tiene su esposa? Quizás la pared se repare en pocos días, y la mano se sane en unas cuantas semanas; pero ¿cuánto tiempo pasará antes de que vuelva a ganarse la confianza y el respeto de su esposa?
En realidad, la Biblia contiene muchos ejemplos de hombres que no controlaron su cólera y pagaron las consecuencias. Examinemos tan solo unos cuantos casos. Se desterró a Caín después de haber asesinado a su hermano Abel. Simeón y Leví recibieron la maldición de su padre por haber dado muerte a los hombres de Siquem. Después de que Uzías se enfureció contra los sacerdotes que procuraban corregirlo, Jehová lo hirió de lepra. Cuando Jonás “llegó a estar enardecido de cólera”, Jehová lo censuró. En cada caso, tuvieron que responder por su cólera. (Génesis 4:5, 8-16; 34:25-30; 49:5-7; 2 Crónicas 26:19; Jonás 4:1-11.)
Los cristianos tendrán que rendir cuentas
Así mismo, los cristianos de la actualidad tendrán que rendir cuentas por sus acciones a Dios, y hasta cierto grado, a sus compañeros de creencia. Este hecho se puede inferir fácilmente por el uso que se da en la Biblia a los vocablos griegos que se refieren a la cólera. Una de las dos expresiones que se emplean con más frecuencia es or·guḗ. Se suele traducir como “ira”, e implica cierto grado de conciencia y deliberación, a menudo con la intención de vengarse. Así, Pablo exhortó a los cristianos romanos: “No se venguen, amados, sino cédanle lugar a la ira [or·guḗ]; porque está escrito: ‘Mía es la venganza; yo pagaré, dice Jehová’”. En lugar de abrigar malos sentimientos para con sus hermanos, se les animó a “[vencer] el mal con el bien”. (Romanos 12:19, 21.)
La otra expresión que se emplea con frecuencia es thy·mós. La palabra de la cual se deriva “indicaba originalmente un movimiento violento del aire, agua, suelo o del hombre”. Así pues, se define con diversas expresiones como “estallido apasionado de sentimientos hostiles”, “arrebatos de temperamento”, o “pasiones turbulentas que perturban la armonía mental, y que producen problemas o disturbios domésticos y civiles”. Como un volcán que quizás haga erupción sin dar advertencia, arrojando ceniza, piedra y lava calientes, las cuales pueden causar lesiones, mutilación y muerte, así es el hombre o la mujer que no domina su carácter. La forma plural de thy·mós se emplea en Gálatas 5:20, donde Pablo incluyó los “arrebatos de cólera” entre otras “obras de la carne” (Gál 5 versículo 19), como la fornicación, la conducta relajada y las borracheras. De seguro que el comportamiento de John, a quien mencionamos al principio, ilustra bien lo que son los “arrebatos de cólera”.
Por consiguiente, ¿cómo debe considerar la congregación cristiana a quienes se relacionan con ella, pero repetidamente actúan con violencia contra otras personas o contra su propiedad? La cólera incontrolada es destructiva y fácilmente termina en violencia. Con razón pues, Jesús advirtió: “Yo les digo que todo el que continúe airado con su hermano será responsable al tribunal de justicia”. (Mateo 5:21, 22.) A los esposos se les aconseja: “Sigan amando a sus esposas y no se encolericen amargamente con ellas”. Un hombre “propenso a la ira” no es apto para ser superintendente de la congregación. Por lo tanto, a los que no pueden controlar su cólera no se les debe considerar buenos ejemplos para la congregación. (Colosenses 3:19; Tito 1:7; 1 Timoteo 2:8.) De hecho, después de analizarse la actitud, el patrón de comportamiento y la gravedad del daño que ha causado en la vida de otras personas, quizás se expulse de la congregación a la persona proclive a los arrebatos de cólera incontrolados, lo que sería una consecuencia verdaderamente calamitosa.
¿Logró John, a quien mencionamos antes, controlar alguna vez sus emociones? ¿Pudo impedir que la situación degenerara rápidamente y se tornara insostenible? Tristemente, de los gritos pasó a los empujones. No solo se limitó a señalar con el dedo de manera acusatoria, sino que empezó a pinchar y herir literalmente con él. Tuvo el cuidado de no causar moretones en zonas del cuerpo que pudieran verse fácilmente, y de ese modo trató de ocultar su conducta. Sin embargo, con el tiempo recurrió a las patadas, los puñetazos, los tirones de pelo y maltrato peor. Ginger ahora está separada de John.
Aquel desenlace no era inevitable. Muchas personas en circunstancias parecidas han logrado dominar la cólera. En vista de lo anterior, es de suma importancia imitar el ejemplo perfecto de Jesucristo. Ni siquiera una vez tuvo un arranque incontrolado de ira. Su cólera siempre fue justa; nunca perdió el dominio. El apóstol Pablo nos dio este sabio consejo: “Estén airados, y, no obstante, no pequen; que no se ponga el sol estando ustedes en estado provocado”. (Efesios 4:26.) Reconociendo con modestia nuestras limitaciones humanas y el hecho de que segaremos lo que sembramos, tenemos buenas razones para poner freno a la cólera.
[Nota]
a Se han cambiado los nombres.
[Reconocimiento de la página 18]
Saúl atenta contra la vida de David/The Doré Bible Illustrations/Dover Publications, Inc.