¿Quiénes somos los seres humanos?
PARECE que los seres humanos tenemos un problema de identidad. El evolucionista Richard Leakey comenta: “Durante siglos los filósofos han indagado en aquellos aspectos que nos hacen humanos, en la condición humana. Pero, sorprendentemente, no hay acuerdo en la definición de la condición humana”.
No obstante, el Zoológico de Copenhague expresó con audacia su opinión mediante una presentación nueva en la sección de los primates. El 1997 Britannica Book of the Year explica: “Una pareja danesa se mudó temporalmente al zoológico con la intención de recordar a los visitantes su parentesco cercano con los simios”.
Las obras de consulta dan crédito al supuesto parentesco cercano entre algunos animales y el hombre. Por ejemplo, The World Book Encyclopedia declara: “Los seres humanos, junto con los simios, lémures, monos y tarseros, conforman el orden de los mamíferos llamados primates”.
Pero lo cierto es que los humanos abundan en rasgos singulares que no encajan en el patrón animal, como son el amor, la conciencia, la moralidad, la espiritualidad, la justicia, la misericordia, el humor, la creatividad, la percepción del tiempo, el conocimiento de sí mismos, la sensibilidad estética, el interés en el porvenir, la capacidad de acumular conocimiento durante generaciones y la esperanza de que la muerte no sea el final absoluto de su existencia.
En un intento por conciliar estas características con el patrón animal, algunos señalan a la psicología evolucionista, una amalgama de evolución, psicología y ciencia social. ¿Ha arrojado luz la psicología evolucionista sobre el enigma de la naturaleza humana?
¿Qué propósito tiene la vida?
“La premisa de la psicología evolucionista es sencilla —sostiene el evolucionista Robert Wright—. La mente humana, como cualquier otro órgano, fue diseñada para transmitir los genes de una generación a la siguiente; los sentimientos y pensamientos que ella crea se comprenden mejor desde esta perspectiva.” En otras palabras, el único propósito de la vida, tal como lo dictan nuestros genes y lo refleja el funcionamiento de nuestra mente, es la reproducción.
De hecho, según la psicología evolucionista, “gran parte de la naturaleza humana se reduce a un despiadado egoísmo genético”. El libro The Moral Animal asegura: “La selección natural ‘desea’ que los hombres tengan relaciones sexuales con infinidad de mujeres”. De acuerdo con esta concepción evolucionista, la inmoralidad femenina también se considera natural en determinadas circunstancias. Hasta el amor paterno se ve como una estrategia genética para asegurar la supervivencia de la prole. De este modo se acentúa la importancia del legado genético para garantizar la perpetuidad del género humano.
Algunos libros de superación personal siguen ahora la nueva ola de la psicología evolucionista. Uno de ellos dice que la naturaleza humana “no difiere mucho de la naturaleza chimpancesca, de la naturaleza goriliana o de la naturaleza mandriliana”. Y agrega: “En lo que se refiere a la evolución, [...] lo que cuenta es la reproducción”.
Por otro lado, la Biblia enseña que Dios creó al hombre con un propósito más elevado que el de la mera procreación. Fuimos hechos a “imagen” de Dios, con la facultad de reflejar sus atributos, sobre todo el amor, la justicia, la sabiduría y el poder. Si a estos atributos añadimos los rasgos singulares indicados antes, queda claro por qué la Biblia coloca a los seres humanos en un nivel superior al de los animales. En realidad, las Escrituras revelan que Dios no solo creó a los seres humanos con el deseo de vivir para siempre, sino también con la capacidad para gozar de la realización de este deseo en un justo nuevo mundo de hechura divina (Génesis 1:27, 28; Salmo 37:9-11, 29; Eclesiastés 3:11; Juan 3:16; Revelación [Apocalipsis] 21:3, 4).
Importa muchísimo lo que creemos
Discernir el punto de vista correcto dista mucho de ser una cuestión de interés puramente intelectual, pues lo que creemos sobre nuestros orígenes influye en la forma en que vivimos. El historiador H. G. Wells reseñó las conclusiones a las que llegaron muchas personas tras la publicación en 1859 de la obra de Darwin El origen de las especies.
“De [ello] resultó una verdadera desmoralización. [...] A partir de 1859, hubo una pérdida de fe positiva. [...] Los pueblos predominantes a fines del siglo XIX creían predominar por virtud de la ‘Lucha por la Existencia’, en la que el fuerte y el astuto vence[n] al débil y al confiado. [...] Decidióse que el hombre era un animal social, sí, pero a la manera del perro de caza. [...] Pareció justo que los grandes mastines de la jauría humana amedrentasen y dominaran.”
Es obvio que precisamos tener un recto entendimiento de nuestra verdadera identidad, pues como preguntó un evolucionista, “si el darwinismo llano y anticuado [...] minó la fuerza moral de la civilización occidental, ¿qué ocurrirá cuando la nueva versión [de la psicología evolucionista] cale profundamente?”.
Puesto que lo que creemos acerca de nuestros orígenes influye en la concepción fundamental que tenemos de la vida y de lo que es correcto o incorrecto, es vital que examinemos de cerca esta cuestión.
[Comentario de la página 4]
El historiador H. G. Wells reseñó las conclusiones a las que llegaron muchas personas tras la publicación en 1859 de El origen de las especies: “De [ello] resultó una verdadera desmoralización. [...] A partir de 1859, hubo una pérdida de fe positiva”