El Edicto de Nantes: ¿una carta en favor de la tolerancia?
“¡ESTO me crucifica!”, protestó el papa Clemente VIII en 1598 cuando tuvo noticia de que el rey Enrique IV de Francia había firmado el Edicto de Nantes. Cuatrocientos años después, en vez de engendrar resentimiento y antagonismo, el edicto es celebrado como un acto de tolerancia y un importante paso para garantizar los derechos religiosos de los ciudadanos. ¿En que consistió el Edicto de Nantes? ¿Fue realmente una carta en favor de la tolerancia? Y ¿qué aprendemos de él hoy día?
La Europa devastada por la guerra
La Europa del siglo XVI se caracterizó por la intolerancia y las sangrientas guerras religiosas. “Nunca antes del siglo XVI había sido tan ridiculizada por sus seguidores la enseñanza de Cristo: ‘Amaos los unos a los otros’”, observa un historiador. Algunos países, como España e Inglaterra, persiguieron implacablemente a las minorías religiosas; otros, como Alemania, adoptaron el principio de “Cuius regio, eius religio” (de quien es la región es la religión), es decir, que la religión de un territorio la elegía su príncipe. Quienes discreparan de la selección religiosa del gobernante, eran expatriados. Los conflictos se evitaban manteniendo a las religiones separadas y se hacía muy poco o nada para asegurar su coexistencia.
Francia siguió un camino diferente. Geográficamente se hallaba enclavada entre el norte de Europa, donde predominaba el protestantismo, y el sur de Europa, que era católico. A mediados del siglo XVI, los protestantes constituían una minoría significativa en esta nación católica. Una serie de guerras religiosas acentuó dicha división.a Los numerosos tratados de paz, o “edictos para la pacificación de los disturbios”, como se les llamó, no produjeron una coexistencia religiosa pacífica. ¿Por qué optó Francia por el camino de la tolerancia en lugar de imitar a sus vecinos europeos?
Política de paz
Pese a la intolerancia generalizada, surgió la idea de que la paz y la desunión religiosa no eran necesariamente incompatibles. En líneas generales, en aquella época la cuestión de la fe religiosa era inseparable de la lealtad civil. ¿Era posible ser francés y no pertenecer a la Iglesia Católica? Algunos evidentemente pensaban que sí. En 1562, el canciller francés Michel de l’Hospital escribió: “Ni siquiera el excomulgado deja de ser ciudadano”. Algo parecido sostenía el grupo católico conocido como Les Politiques (Los políticos).
Los fallidos tratados de paz suscritos en Francia consagraron algunas de estas nuevas ideas y fomentaron el concepto de que había que olvidar el pasado para construir el futuro. Por ejemplo, el Edicto de Bolonia, promulgado en 1573, dijo: “Que la memoria de todos los hechos ocurridos [...] quede enterrada como si nunca hubieran sucedido”.
Francia tenía muchísimo que olvidar. Antes de que Enrique IV ascendiera al trono, en 1589, el tratado de paz que más había durado había subsistido solo ocho años. La nación atravesaba una crisis en el plano social y económico. La estabilidad interna era una necesidad acuciante. Enrique no era ajeno a la religión ni a la política. Había alternado entre el protestantismo y el catolicismo varias veces. Tras haber asegurado la paz con los españoles, en 1597, y haber sofocado finalmente la disensión interna, en 1598, estaba en condiciones de imponer un acuerdo de paz a católicos y protestantes. En 1598, al cabo de más de treinta años de contiendas religiosas en Francia, el rey firmó el Edicto de Nantes.
“Declaración de derechos à la française”
El Edicto de Nantes que expidió Enrique constaba de cuatro textos básicos, incluido el texto principal formado por 92 ó 95 artículos públicos y 56 secretos o “particulares”, los cuales trataban de los derechos y deberes de los protestantes. Los tratados de paz anteriores constituyeron la estructura básica del acuerdo, pues sirvieron de base a dos tercios de los artículos. No obstante, a diferencia de los tratados anteriores, la redacción de este edicto tardó bastante. Su inusitada extensión se explica por el hecho de que aclaraba las dificultades con minuciosidad, dándole la apariencia de ser un acuerdo casero. ¿Cuáles fueron algunos de los derechos que otorgó?
El edicto concedía total libertad de conciencia a los protestantes franceses, además de asegurarles la posición de una minoría respetada con derechos y privilegios. Uno de los artículos secretos incluso les garantizaba protección contra la Inquisición cuando viajaran al extranjero. Además, les confería el mismo estado civil de los católicos y el derecho a desempeñar cargos públicos. Ahora bien, ¿fue el edicto realmente una carta en favor de la tolerancia?
¿Cuánta tolerancia garantizaba?
En vista del trato que otros países dispensaron a las minorías religiosas, el Edicto de Nantes fue “un documento de rara sabiduría política”, afirma la historiadora Elisabeth Labrousse. El deseo final del rey era que los protestantes volvieran al redil católico. Entretanto, la convivencia religiosa fue una solución de compromiso: el único medio para que “todos nuestros súbditos puedan adorar y orar a Dios”, dijo el monarca.
En realidad, el edicto favorecía al catolicismo, que fue declarado religión dominante y habría de ser restablecido en todo el reino. Los protestantes debían pagar el diezmo eclesiástico y respetar las fiestas de la Iglesia y las restricciones canónicas sobre el matrimonio. El ejercicio del culto protestante se limitó a zonas geográficas específicas. El edicto solo trató la coexistencia entre protestantes y católicos, pero no incluyó las demás minorías religiosas. Los musulmanes, por ejemplo, fueron expulsados de Francia en 1610. A pesar de que el edicto garantizaba una tolerancia limitada, ¿por qué lo celebran hoy día?
Consecuencias importantes
Las crónicas de la época hicieron poca mención de él, y los historiadores lo tildan de “fiasco”. Con todo, hoy se le considera una obra maestra de la diplomacia política. El edicto se refirió al protestantismo como una religión, no como una herejía. El reconocimiento de otra religión fuera del catolicismo abrió el camino para el pluralismo religioso, lo que, en opinión de un historiador, “sirvió para purgar las pasiones francesas del fanatismo que acechaban tanto a los protestantes como a los católicos”. El edicto reconoció que la religión no era el factor determinante en lo relacionado con la lealtad al Estado o la identidad nacional. Además, los actos delictivos, y no la filiación religiosa, fueron el criterio para proceder judicialmente contra una persona. Estas ideas reflejaban cambios aun mayores.
Al firmar el edicto, Enrique estaba interesado principalmente por la unidad civil. A fin de asegurarla, el edicto separó la unidad civil de la religiosa. “Este hecho inició un proceso de secularización [...], el reconocimiento de que nación y confesión ya no eran sinónimos”, comenta un historiador. Aunque la Iglesia Católica retuvo cierto grado de autoridad, el poder del Estado se vio grandemente reforzado. El monarca juzgaría como árbitro en los conflictos. Las soluciones políticas o legales a los problemas religiosos significaban que la política dominaría sobre la religión. Por tal razón, cierto historiador llama al edicto “el triunfo del poder político sobre el papel de la Iglesia”. Otro dice que el edicto “señaló un momento decisivo en el surgimiento del Estado moderno”.
Relevancia presente
Algunos de los caminos trazados por el Edicto de Nantes fueron adoptados posteriormente por otros gobiernos. Con el tiempo, muchos países redefinieron la relación entre la religión y la política, poniendo la autoridad estatal en un nuevo nivel. El camino que Francia siguió al final (en 1905) fue la total separación de la Iglesia y el Estado. Según el conocido profesor de Historia y Sociología Jean Baubérot, esta medida fue “la mejor protección para las minorías” en un ambiente que se tornaba cada vez más intolerante. Otros países, aun cuando se adhieren a una religión estatal, han optado por garantizar en sus constituciones la libertad de religión y un trato equitativo para todos.
No obstante, son muchos los que creen que aún puede hacerse más para proteger la libertad religiosa. “El Edicto de Nantes se conmemora una vez por siglo y se infringe el resto del tiempo”, se lamentó el periodista Alain Duhamel. Algunos entendidos destacan, por ejemplo, la actitud intolerante de excluir a otros etiquetando arbitrariamente a todas las minorías religiosas como “sectas”. Convivir en paz y sin prejuicios fue una lección fundamental que tuvo que aprenderse hace cuatrocientos años, pero que sigue teniendo relevancia hoy día.
Cuestiones en juego
No existe libertad de culto cuando las autoridades favorecen de forma arbitraria a una religión y no a otras. En Francia, algunos tribunales administrativos reconocen que los testigos de Jehová son una religión, mientras que otros no. Paradójicamente, un Estado laico está definiendo lo que es religión y lo que no lo es. Este procedimiento comienza con discriminación y lleva a la persecución. Además, “puede sentar un precedente que se extienda a varios países y varias agrupaciones religiosas”, dice Raimo Ilaskivi, miembro del Parlamento Europeo. De ahí que el profesor de Derecho Jean-Marc Florand concluya: “Es una mala pasada para Francia y el ejercicio de las libertades. Como católico, esto realmente me inquieta”. Sin embargo, la historia puede enseñar lecciones a quienes deseen aprender.
En una conferencia celebrada recientemente por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, uno de los oradores sostuvo que “una de las maneras de celebrar el Edicto de Nantes es reflexionando sobre la posición de las religiones en nuestro tiempo”. En efecto, la mejor forma de conmemorar el Edicto de Nantes es asegurándose de que se proteja la verdadera libertad de cultos para todos.
[Nota]
[Ilustraciones y recuadro de las páginas 20 y 21]
LA LIBERTAD RELIGIOSA EN FRANCIA ACTUALMENTE
A veces, las lecciones del pasado se olvidan. En su defensa del Edicto de Nantes, Enrique IV declaró: “Ya no debe hacerse distinción entre católicos y hugonotes”. Jean-Marc Florand, profesor adjunto de Derecho en la Universidad de París-XII, explica en el periódico Le Figaro que en Francia, desde 1905, “la ley pone en pie de igualdad a todas las religiones, creencias y cultos”. La discriminación y el prejuicio deben ser cosas del pasado.
Irónicamente, en 1998, cuando se cumple el cuarto centenario de la promulgación del Edicto de Nantes, parece que se ha olvidado la enseñanza que de él se deduce, a saber, que se ha de garantizar la libertad de religión y el trato equitativo a todo ciudadano. Los testigos de Jehová, que componen la tercera comunidad cristiana más grande de Francia, han practicado su religión allí durante casi un siglo. Sin embargo, un informe parlamentario negó que fueran una religión legítima; en consecuencia, algunas autoridades los discriminan automáticamente en lo relacionado con el ejercicio de sus libertades. Por ejemplo, en los litigios de custodia de los niños, los jueces por lo general ponen en duda si deberían otorgársela a los padres que son testigos de Jehová. Tales cuestiones se suscitan simplemente por la afiliación religiosa de los padres. Asimismo, por ser testigos de Jehová, algunos padres adoptivos corren gran riesgo de perder a los hijos que están bajo su cuidado.
Recientemente, las autoridades de Francia han amenazado con gravar arbitrariamente las contribuciones que los testigos de Jehová hacen a sus congregaciones. La organización no gubernamental Derechos Humanos sin Fronteras calificó esta medida como un “precedente peligroso” que viola las resoluciones aprobadas por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. De hecho, la Unión Europea garantiza la libertad religiosa. El Tribunal Europeo ha admitido vez tras vez que los testigos de Jehová son una “religión conocida”, lo que hace más difícil de entender la medida tomada por algunas autoridades de Francia.
[Ilustraciones]
Los testigos de Jehová han estado activos en Francia durante casi un siglo
Extremo superior derecho: Muchas familias francesas han sido testigos de Jehová durante varias generaciones
Extremo superior izquierdo: Congregación de Roubaix, 1913
Extremo inferior izquierdo: Testigos del norte de Francia, 1922
[Ilustración de la página 19]
Enrique IV, rey de Francia
[Reconocimiento]
© Cliché Bibliothèque Nationale de France (Paris)