¿Qué puede ayudar a combatir los trastornos alimentarios?
SI SU hija padece un trastorno alimentario, necesita ayuda. No posponga el asunto pensando que el problema desaparecerá solo. Un trastorno alimentario es una enfermedad compleja en la que intervienen factores físicos y emocionales.
Para este tipo de trastornos se propone tal variedad de tratamientos que uno acaba confundido. Algunos especialistas recomiendan medicación. Otros aconsejan psicoterapia. Muchos dicen que lo mejor es combinar los dos tratamientos. Luego está la terapia familiar, que según la opinión de algunos es imprescindible cuando la paciente todavía reside en el hogar de sus padres.a
Aunque los especialistas tal vez difieran en la manera de abordar el problema, la mayoría de ellos concuerdan por lo menos en un punto: Los trastornos alimentarios no tienen que ver únicamente con la comida. Examinemos algunas de las cuestiones más profundas que normalmente hay que tratar cuando se ayuda a alguien a recuperarse de la anorexia o la bulimia.
Una opinión equilibrada de la imagen física
“Dejé de comprar revistas de moda cuando tenía unos 24 años —dice cierta mujer—. El compararme con las modelos tenía un efecto muy fuerte y negativo en mí.” Como ya se ha comentado, los medios de comunicación pueden distorsionar el concepto de belleza en la mente de una muchacha. De hecho, la madre de una joven que padecía uno de esos trastornos habla de “la incesante publicidad en nuestra prensa y televisión sobre la importancia de estar cada vez más delgada”. Ella dice: “A mi hija y a mí nos gusta tener una figura esbelta, pero pensamos que semejante bombardeo convierte el asunto en lo más importante de la vida, lo pone por encima de todo lo demás”. Obviamente, para recuperarse de un trastorno alimentario hay que adoptar nuevos criterios tocante a lo que constituye la verdadera belleza.
La Biblia nos puede ayudar en este campo. El apóstol cristiano Pedro escribió: “Que su adorno no sea el de trenzados externos del cabello ni el de ponerse ornamentos de oro ni el uso de prendas de vestir exteriores, sino que sea la persona secreta del corazón en la vestidura incorruptible del espíritu quieto y apacible, que es de gran valor a los ojos de Dios” (1 Pedro 3:3, 4).
Pedro dice que debemos preocuparnos más por las cualidades internas que por la apariencia externa. De hecho, la Biblia nos asegura: “No de la manera como el hombre ve es como Dios ve, porque el simple hombre ve lo que aparece a los ojos; pero en cuanto a Jehová, él ve lo que es el corazón” (1 Samuel 16:7). Estas palabras son un consuelo, pues aunque no podemos cambiar algunos aspectos de nuestro físico, siempre podemos mejorar la clase de persona que somos (Efesios 4:22-24).
Dado que la falta de autoestima puede generar trastornos alimentarios, a veces tenemos que reevaluarnos como personas. Es cierto que la Biblia dice que no debemos pensar de nosotros más de lo necesario (Romanos 12:3), pero también dice que hasta un simple gorrión tiene su valor a los ojos de Dios, y añade: “Ustedes valen más que muchos gorriones” (Lucas 12:6, 7). De modo que la Biblia puede ayudarnos a cultivar el debido amor propio. Si uno aprecia su cuerpo, cuidará de él (compárese con Efesios 5:29).
Ahora bien, ¿y si usted, lectora, de veras necesita perder peso? Tal vez una dieta saludable y un programa de ejercicios puedan ayudarla. La Biblia dice que “el entrenamiento corporal es provechoso”, aunque solo hasta cierto grado (1 Timoteo 4:8). Pero nunca debe obsesionarse con el peso. “Puede que lo más sensato —concluyó una encuesta sobre la imagen física— sea hacer mucho ejercicio y aceptarse como una es, en lugar de tratar de encajar en un ideal arbitrario y restringido.” A cierta estadounidense de 33 años le fue útil razonar así. “He seguido una regla muy sencilla —dice—. Procuro mejorar lo que, siendo realista, puedo cambiar, y no pierdo el tiempo preocupándome por lo demás.”
Si mira la vida de manera positiva y complementa esta actitud con una dieta equilibrada y un programa de ejercicios razonable, es probable que pierda los kilos que debe perder.
Hay que buscar “un compañero verdadero”
Tras estudiar varios casos de bulimia, el profesor James Pennebaker llegó a la conclusión de que el ciclo de comer y vomitar tenía mucho que ver con que estas mujeres adoptaran una doble vida. Él dice: “Prácticamente todas mencionaron espontáneamente la cantidad exorbitante de tiempo y esfuerzo que les tomaba evitar que su familia y amistades íntimas percibieran su comportamiento alimentario. Todas ellas estaban viviendo una mentira, y detestaban hacerlo”.
De modo que un importante paso para la recuperación es romper el silencio. Tanto las anoréxicas como las bulímicas necesitan hablar del problema. Pero ¿con quién? Un proverbio bíblico dice: “Un compañero verdadero ama en todo tiempo, y es un hermano nacido para cuando hay angustia” (Proverbios 17:17). Ese “compañero verdadero” puede ser uno de los padres u otro adulto maduro. Algunas enfermas también han visto necesario confiarse a alguien que tenga experiencia en tratar ese tipo de trastornos.
Los testigos de Jehová cuentan con un recurso adicional: los ancianos de la congregación. Estos hombres pueden resultar ser “como escondite contra el viento y escondrijo contra la tempestad de lluvia, como corrientes de agua en país árido, como la sombra de un peñasco pesado en una tierra agotada” (Isaías 32:2). Los ancianos no son médicos, por supuesto, así que además de sus útiles consejos, es posible que también haya que recibir tratamiento profesional. No obstante, estos hombres cualificados en sentido espiritual pueden ayudar mucho a la paciente en su recuperaciónb (Santiago 5:14, 15).
De todas maneras, el Creador puede ser su mejor confidente. El salmista escribió: “Arroja tu carga sobre Jehová mismo, y él mismo te sustentará. Nunca permitirá que tambalee el justo” (Salmo 55:22). En efecto, Jehová Dios se interesa por sus hijos terrestres. Así que no deje nunca de expresarle en oración sus inquietudes más profundas. Pedro nos aconseja lo siguiente: “[Echen] sobre él toda su inquietud, porque él se interesa por ustedes” (1 Pedro 5:7).
Cuando se requiere hospitalización
La hospitalización no es una cura en sí misma, pero si una joven está desnutrida a causa de una anorexia grave, tal vez necesite recibir cuidados especializados. Hay que admitir que dar este paso no es nada fácil para los padres. Veamos el caso de Emily, cuya hija tuvo que ser hospitalizada, pues su vida había llegado a ser, según palabras de la propia madre, “intolerable para ella y para nosotros”. Emily añade: “Ingresarla en el hospital, llorando, fue la experiencia más difícil que jamás he atravesado, fue el peor día de mi vida”. Algo parecido explica Elaine, quien también tuvo que hospitalizar a una hija: “Creo que el peor momento que puedo recordar fue cuando ella estaba en el hospital y rehusaba comer y tuvieron que entubarla para administrarle alimentos. Me dio la sensación de que la habían doblegado”.
La idea de hospitalizar a la enferma tal vez no sea agradable, pero en algunos casos no hay otro remedio. Muchas pacientes requieren hospitalización para empezar a recuperarse. Emily dice respecto a su hija: “Ella tenía que ser hospitalizada. Fue la hospitalización lo que la ayudó a iniciar su mejoría”.
Vivir sin trastornos alimentarios
Como parte del proceso de recuperación, la anoréxica o la bulímica ha de aprender a vivir sin su trastorno alimentario. Y eso puede resultarle difícil. Kim, por ejemplo, calcula que durante su fase anoréxica perdió 18 kilos (40 libras) en diez meses. En cambio, recuperar 16 de aquellos kilos (35 libras) le tomó nueve años. Ella dice: “Poco a poco, y con mucho esfuerzo, fui aprendiendo a comer de nuevo normalmente, sin contar las calorías, medir la comida, tomar solo cosas que ‘no engordan’, asustarme si no sabía los ingredientes de cierto guiso o postre ni limitarme a cenar en restaurantes que tuvieran mesa de ensaladas”.
En el caso de Kim, la recuperación implicaba algo más. “Aprendí a reconocer y expresar mis sentimientos con palabras en lugar de con acciones o comportamientos alimentarios —dice—. Darme cuenta de que hay otras maneras de afrontar y resolver las diferencias con quienes me rodean me abrió la oportunidad de estrechar mis relaciones con familiares y amigos.”
No hay duda de que recuperarse de una enfermedad de este tipo representa un desafío, pero a la larga merece la pena el esfuerzo. Así opina Jean, citada en el primer artículo de esta serie. “Volver a padecer un trastorno alimentario —dice— sería como regresar a una celda de aislamiento después de haber gozado de libertad durante un tiempo.”
[Notas]
a ¡Despertad! no recomienda ningún tratamiento en particular. Los cristianos deben decidir por sí mismos, asegurándose de que la terapia que elijan no esté en pugna con los principios bíblicos, y nadie debe criticar ni juzgar su decisión.
b Si se desea más información sobre cómo ayudar a las víctimas de la anorexia y la bulimia, véase el artículo “Ayuda para los que padecen trastornos del apetito”, publicado en la revista ¡Despertad! del 22 de febrero de 1992, y la serie titulada “Trastornos del apetito. ¿Tienen solución?”, que apareció en el número del 22 de diciembre de 1990.
[Recuadro de la página 11]
Cómo sentar las bases para la recuperación
¿QUÉ debe hacer si sospecha que su hija padece un trastorno alimentario? Aunque es obvio que no puede pasar por alto la situación, ¿cómo sacar el tema? “Algunas veces surte efecto preguntárselo directamente, pero a menudo es como si uno le hablara a la pared”, observa el escritor Michael Riera.
Por esta razón, tal vez sea mejor abordar el asunto con delicadeza. “Cuando hable con su hija —recomienda Riera—, ella tiene que entender y percibir que usted no la está acusando de ningún mal. Si los padres pueden crear este ambiente, muchas adolescentes les hablarán con bastante franqueza, y hasta se sentirán un tanto aliviadas. A algunos padres les ha dado resultado escribir cartas a su hija para expresarle su preocupación y decirle que puede contar con ellos. Entonces, cuando conversan con la joven, ya tienen las bases sentadas.”
[Recuadro de la página 12]
Un desafío para los padres
TENER una hija con algún trastorno alimentario supone un gran desafío para los padres. “Hay que ser de hierro —dice cierto padre—. Uno ve a su propia hija consumiéndose delante de sus ojos.”
Si una hija suya padece algún trastorno alimentario, es normal que a veces su obstinación le frustre. Pero tenga paciencia. No deje nunca de mostrarle cariño. Emily, cuya hija tenía anorexia, admite que no siempre le resultaba fácil hacerlo. Pero aun así, explica: “Procuraba acariciarla siempre; intentaba abrazarla; trataba de besarla. [...] Pensaba que si dejaba de ser cariñosa con ella, de mostrarle amor, nunca recuperaríamos lo que habíamos perdido”.
Una de las mejores maneras de ayudar a su hija a recuperarse de un trastorno alimentario es comunicándose con ella. Pero recuerde que, al hacerlo, tendrá que escuchar más que hablar. Y resista el impulso de interrumpirla con frases como “Eso no es verdad” o “No tienes por qué sentirte así”. No sea como el que “tapa su oído al clamor quejumbroso del de condición humilde” (Proverbios 21:13). Si existe buena comunicación, la joven tendrá donde acudir en momentos de angustia y habrá menos probabilidades de que recurra a un comportamiento alimentario malsano.
[Ilustraciones de la página 10]
Para ayudar a quienes padecen trastornos alimentarios, hace falta paciencia, comprensión y mucho amor