El monte Sinaí: una joya en el desierto
JAMÁS olvidaré la emoción que sentí la primera vez que contemplé el monte que, según la tradición, corresponde al Sinaí. Circulábamos por el caluroso y polvoriento terreno de la península del Sinaí, en Egipto, cuando el taxi por fin llegó a la extensa y abierta llanura de er-Raha. Ante nuestros ojos se alzaba, aislado, el impresionante monte Sinaí. Parecía una joya enclavada en el desierto. ¡Y pensar que esa puede haber sido la montaña donde Dios entregó la Ley a Moisés!
Aunque la ubicación exacta del monte Sinaí bíblico sigue siendo objeto de debate, ese lugar ha recibido durante muchos siglos la visita de peregrinos que lo consideraban la famosa montaña. Ya en el siglo III de nuestra era llegaron ascetas con la intención de vivir aislados y dedicados a la contemplación religiosa. En el siglo VI, el emperador bizantino Justiniano I ordenó construir ahí un monasterio fortificado para proteger a los ascetas y al mismo tiempo garantizar la presencia romana en la región. Aquel monasterio, al pie del monte Sinaí tradicional, se conoce actualmente por el nombre de Santa Catalina. ¿Por qué no me acompaña en mi viaje al monte Sinaí?
Exploramos la montaña
Después de cruzar el árido valle, el taxista beduino nos deja a mi compañero y a mí al pie del monasterio. Ante los pelados peñascos de alrededor, da gusto contemplar los arbolados muros y los verdes jardines del monasterio. Pero no nos detenemos, pues nuestro objetivo inmediato es subir al pico meridional del macizo y acampar allí durante la noche. Este pico, llamado Jebel Musa (nombre que significa “montaña de Moisés”), es el que tradicionalmente se identifica con el monte Sinaí.
Tras dos horas de ascenso llegamos a la cuenca de Elías, una cañada estrecha que divide en dos el macizo del monte Sinaí, de unos tres kilómetros de longitud. Según la tradición, Elías oyó la voz de Dios cuando se encontraba en una cueva de las inmediaciones (1 Reyes 19:8-13). Nos detenemos a tomar un respiro bajo un ciprés de 500 años junto al cual hay un pozo muy antiguo. ¡Cuánto agradecemos su agua fresca y clara, que nos ofrece un amigable beduino!
Siguiendo la ruta turística tradicional, durante los siguientes veinte minutos subimos con esfuerzo los 750 escalones de piedra que conducen a la cima. Allí encontramos una pequeña iglesia que, según afirman los monjes, fue edificada en el preciso lugar donde Moisés recibió la Ley. Junto a la iglesia hay una hendidura en la roca donde, según dicen también, Moisés se ocultó mientras Dios pasaba ante él (Éxodo 33:21-23). Pero lo cierto es que nadie sabe la ubicación exacta de estos lugares. Sea como fuere, la cima tiene una vista espectacular. Vemos hilera tras hilera de montañas graníticas rojizas que se pierden en la distancia, tras la llanura sembrada de rocas que yace a nuestros pies. Al sudoeste se alza el Jebel Katherina, o monte Catalina, de 2.637 metros de altura, el punto más elevado de la región.
Subimos al cercano Ras Safsafa
Otro día tenemos la oportunidad de subir al Ras Safsafa, el pico septentrional del mismo macizo de tres kilómetros de longitud en cuyo extremo meridional se halla el Jebel Musa, algo más elevado. El Ras Safsafa se alza abruptamente desde la llanura de er-Raha, donde posiblemente acamparon los israelitas cuando Moisés subió para recibir de Jehová la Ley.
Camino de Ras Safsafa vemos picos y valles más pequeños; dejamos atrás capillas abandonadas, jardines y manantiales, vestigios de una época en la que más de un centenar de monjes y ermitaños vivían por esos parajes en cuevas y celdas de piedra. Ahora solo queda un monje.
En un jardín cercado con una alta alambrada de púas encontramos a este monje solitario, el cual nos deja pasar y nos explica que lleva cinco años trabajando en el jardín y que solo baja al monasterio una vez a la semana. Tras decirnos cómo llegar al Ras Safsafa, ascendemos por las escarpadas laderas hasta que al fin nos encontramos por encima de los picos circundantes. A nuestros pies vemos la extensa llanura de er-Raha. Desde este punto panorámico, fácilmente puedo hacerme la idea de que este fue el lugar por donde Moisés ascendió a la montaña desde el campamento israelita para comparecer ante la presencia de Dios. Me imagino a tres millones de israelitas congregados “enfrente de la montaña”, en esta espaciosa llanura. Visualizo a Moisés bajando por una quebrada cercana, llevando en los brazos las dos tablas con los Diez Mandamientos escritos en ellas (Éxodo 19:2; 20:18; 32:15).
Convencidos de que nuestra agotadora subida ha valido la pena, regresamos sin prisa a la tienda de campaña mientras el Sol se pone en el horizonte. A la luz de una pequeña hoguera, leemos los pasajes de Éxodo que narran las experiencias de Moisés en este lugar, y nos retiramos a descansar. Al día siguiente, a últimas horas de la mañana, llamamos a la puerta del monasterio de Santa Catalina.
Dentro del monasterio
El monasterio de Santa Catalina, atendido por monjes ortodoxos griegos, está considerado uno de los monumentos más importantes de la cristiandad. No solo es célebre por su ubicación, sino también por los iconos y la biblioteca que alberga. Ha estado tan aislado durante casi toda su historia, que la llegada de visitantes era un suceso raro y bien acogido. Los monjes abrazaban a sus invitados, les daban besos efusivos y hasta les lavaban los pies. Les permitían pasear libremente por el extenso laberinto de dependencias rodeadas por muros de 13,5 metros de altura. “Quédense una semana, un mes, todo el tiempo que quieran”, insistían cortésmente los monjes. Pero últimamente se está poniendo a prueba la hospitalidad de la docena de monjes que quedan en él, pues la cifra anual de visitantes asciende a 50.000.
Con tanto público, el horario de visitas se limita a tres horas diarias, cinco días a la semana. Los turistas solo pueden visitar un sector reducido del monasterio: el patio en el que se encuentra el pozo de Moisés (donde, según la leyenda, Moisés conoció a la que sería su esposa), la iglesia de la Transfiguración (la iglesia abierta al culto más antigua del mundo) y una librería. A los turistas también se les enseña la capilla de la Zarza Ardiente, que según los monjes, se encuentra en el lugar preciso donde Moisés percibió por primera vez la presencia de Dios. Dado que para los monjes este es el lugar más santo de la Tierra, se espera que los visitantes se descalcen, como Dios le mandó a Moisés que hiciera (Éxodo 3:5).
Decepcionados porque no nos permiten siquiera echar un vistazo a la famosa biblioteca del monasterio, que era lo que más nos interesaba, pedimos que hagan una excepción. El guía dice que no es posible porque el monasterio está a punto de cerrar. Sin embargo, unos momentos después, cuando nos encontramos un poco alejados del grupo, nos susurra: “Síganme”. Pasamos por debajo de cuerdas, subimos escaleras, nos cruzamos con un monje francés que se sorprende al vernos por allí, y finalmente nos encontramos en una de las bibliotecas más antiguas y famosas del mundo. Contiene más de cuatro mil quinientas obras (en griego, árabe, siriaco y egipcio). En un tiempo también albergaba el inestimable Códice Sinaítico (véase el recuadro de la pág. 18).
Una despedida lúgubre
La visita termina fuera de los muros del monasterio, en el osario. Allí vemos amontonados los restos de generaciones de monjes y ermitaños, separados en altas pilas de huesos de piernas, huesos de brazos, calaveras y así sucesivamente. Las calaveras casi llegan al techo. ¿Por qué ven necesario disponer de un lugar tan macabro? Como los monjes solo cuentan con un pequeño cementerio, cuando muere uno de ellos, tienen la costumbre de sacar los huesos de la sepultura más antigua para enterrar en ella al difunto. Todos los monjes prevén que sus restos acabarán algún día en el osario, junto a los de sus compañeros.
A pesar de esta nota final un tanto lúgubre, no hay duda de que ha valido la pena hacer el viaje. Hemos disfrutado de las imponentes vistas y de conocer el famoso monasterio. Pero al partir, lo que ha hecho más mella en nosotros es la idea de que tal vez hayamos andado por los mismos caminos que pisaron Moisés y la nación de Israel aquí en el monte Sinaí, una joya en el desierto.—Colaboración.
[Recuadro de la página 18]
Un descubrimiento trascendental
En el siglo XIX, el biblista alemán Konstantin von Tischendorf descubrió en el monasterio de Santa Catalina un manuscrito bíblico griego del siglo IV —denominado actualmente Códice Sinaítico— que contenía buena parte de las Escrituras Hebreas, según el texto de la Septuaginta griega, y todas las Escrituras Griegas. El Códice Sinaítico es uno de los manuscritos completos de las Escrituras Griegas más antiguos que se conoce.
Tischendorf quería publicar el contenido de esta “joya incomparable”, como él lo llamó. Para ello, según el propio Tischendorf, propuso a los monjes que entregaran el manuscrito al zar de Rusia, el cual, como protector de la Iglesia Ortodoxa Rusa, podría utilizar su influencia a favor del monasterio.
En una de las paredes del monasterio se encuentra expuesta la traducción de una carta que dejó Tischendorf, en la que prometía ‘devolver el manuscrito, intacto y en buen estado de conservación, a la Santa Cofradía del Monte Sinaí tan pronto como esta lo solicitara’. Pero a Tischendorf le pareció que los monjes no reconocían la gran importancia del manuscrito ni la necesidad de publicarlo. Este nunca se devolvió al monasterio de Santa Catalina. Los monjes finalmente aceptaron 7.000 rublos del gobierno ruso en pago por el manuscrito, pero hasta el día de hoy desconfían mucho de los doctos que intentan sacar a la luz sus tesoros. Con el tiempo, el Códice Sinaítico fue a parar al Museo Británico, donde puede contemplarse en la actualidad.
En 1975 se descubrieron 47 cajas de iconos y pergaminos bajo el muro norte de Santa Catalina. El hallazgo incluía más de una docena de las hojas que faltan del Códice Sinaítico. No obstante, por el momento nadie ha podido acceder a ellas a excepción de un reducido círculo de eruditos.
[Mapas de la página 17]
El monte Sinaí
[Reconocimientos]
Foto de la NASA
Mountain High Maps® Copyright © 1997 Digital Wisdom, Inc.
[Ilustración de las páginas 16 y 17]
La llanura de er-Raha y el Ras Safsafa
[Reconocimiento]
Pictorial Archive (Near Eastern History) Est.
[Ilustraciones de la página 18]
El Jebel Musa y el monasterio de Santa Catalina
[Reconocimientos]
Pictorial Archive (Near Eastern History) Est.
Fotografía tomada por cortesía del British Museum