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¡Despertad! 1999
g99 8/6 págs. 14-20

Al rescate tras la tormenta asesina

El año pasado, los titulares del mundo entero se hicieron eco de la devastación del huracán Mitch. Poco se habló, sin embargo, de las labores de socorro —con frecuencia heroicas— que realizaron los testigos de Jehová en pro de los damnificados de la tormenta asesina. El siguiente reportaje muestra elocuentemente el triunfo de la auténtica hermandad cristiana en medio de terribles circunstancias.

EL 22 de octubre de 1998 nació de las aguas del Caribe suroccidental un asesino, una depresión tropical que al cabo de veinticuatro horas alcanzó proporciones de tormenta y recibió un nombre que, por largo tiempo, evocará terror y dolor: Mitch. El fenómeno fue creciendo en potencia y desplazándose hacia el norte. Para el 26 de octubre era ya un huracán de categoría 5, con vientos sostenidos de 290 kilómetros por hora y ráfagas que superaban con creces los 300.

Parecía que el homicida iba a azotar Jamaica y las Caimán, pero giró al oeste, directo a Belice, en el litoral de Centroamérica. En vez de atacar, se quedó suspendido amenazadoramente sobre la costa septentrional hondureña, y luego se lanzó al ataque: El 30 de octubre invadió Honduras, sembrando a su paso muerte y devastación.

Asola Honduras

Mitch se anunció con lluvias torrenciales. “A esto de la una de la mañana del sábado 31 de octubre —relata Víctor Avelar, evangelizador a tiempo completo de Tegucigalpa—, oímos como un trueno espantoso. Era el riachuelo que, convertido en río bravo, arrastró dos casas con los ocupantes gritando dentro.” En otro sector de la ciudad, un alud de lodo se cobró 32 muertos, entre ellos ocho que estudiaban la Biblia con los Testigos, pero no falleció ningún Testigo bautizado.

Las autoridades hondureñas actuaron con rapidez ante la catástrofe abriendo refugios. Asimismo entró en acción un equipo humanitario de voluntarios de más de doce países. Los testigos de Jehová también emprendieron de inmediato las labores de socorro, teniendo presente la exhortación bíblica: “Obremos lo que es bueno para con todos, pero especialmente para con los que están relacionados con nosotros en la fe” (Gálatas 6:10). Por ello, formaron comités de ayuda y, ante la gravedad de la situación en las poblaciones costeras, organizaron una operación de rescate.

He aquí los recuerdos de un Testigo llamado Edgardo Acosta: “El sábado 31 de octubre obtuvimos un bote pequeño y viajamos a las zonas inundadas. Aunque logramos rescatar a dos hermanos,a vimos que necesitábamos una embarcación mayor para sacarlos a todos. De modo que conseguimos un bote ballenero e iniciamos el segundo viaje el domingo temprano. Logramos evacuar a todos los de la congregación y a algunos vecinos: un total de 189 damnificados”.

Juan Alvarado, que colaboró en las labores de rescate realizadas en las cercanías de La Junta, relata: “Oíamos gritar: ‘¡Socorro! ¡Auxilio!’. Fue lo más horrible que he vivido. Los hermanos no tenían escapatoria y muchos estaban en el tejado”. Una sobreviviente, María Bonilla, narra su experiencia: “Era como si el mar nos tuviera rodeados. Todos llorábamos”. Pero la misión fue un éxito. Otro sobreviviente, Humberto Alvarado, da sus impresiones: “Los hermanos no solo nos salvaron, sino que nos dieron refugio, víveres y ropa”. Luego añade: “Un vecino que observó el rescate nos dijo que no había venido nadie de su Iglesia a sacarlo, sino solo los testigos de Jehová. Ahora está seguro de que tenemos la religión verdadera”.

Varios Testigos de la localidad de La Lima quedaron atrapados en una casa. Cercados por la crecida, abrieron un boquete en el techo y se subieron a las vigas. Una Testigo llamada Gabi relata lo sucedido: “Teníamos comida para varios días. Cuando se acabó, un hermano se jugó la vida bajando al agua para recoger cocos. Nos calmábamos entonando cánticos del Reino”. Juan, siervo ministerial, agrega: “Convencidos de que no viviríamos para contarlo, decidimos estudiar la revista bíblica La Atalaya. Nos echamos a llorar, pues creíamos que sería la última vez que estudiaríamos juntos. Pero el estudio nos dio fuerzas para aguantar”. Esperaron ocho días, hasta que los rescataron las autoridades.

Aunque se hallaban sanos y salvos, muchos sobrevivientes afrontaban la cruda realidad. Una Testigo llamada Lilian confesó: “Duele mucho perder artículos personales como la ropa, los muebles y las fotos de la familia. Fue espantoso ver la casa llena de lodo, basura y hasta culebras”. Pero la hermandad cristiana volvió a ser de gran ayuda, como admite Lilian: “Vinieron a ayudarnos los hermanos. Mi esposo, que no es Testigo, me preguntó: ‘¿Y cómo vamos a pagarles todo el trabajo?’. Una hermana dio la respuesta cuando me dijo: ‘No me des las gracias. ¿No ves que soy tu hermana?’”.

El Salvador sufre los embates de Mitch

Al tomar rumbo al oeste, con dirección a El Salvador, el huracán perdió intensidad, pero aún tenía suficientes fuerzas para matar. Aquellos días, los Testigos salvadoreños se afanaban con los planes de la Asamblea de Distrito “Andemos en el camino de Dios”, a la que esperaban que acudieran más de cuarenta mil personas. Al irse acercando Mitch, las perspectivas de que lograran asistir todos los hermanos eran poco halagüeñas. Las crecidas engullían campos, carreteras y casas, y en las colinas, debilitadas por la deforestación, se formaban enormes aludes de lodo.

El 31 de octubre, Nelson Flores, superintendente presidente de la congregación de los testigos de Jehová de Chilanguera, descubrió al levantarse que al otro lado del río, donde había estado la población, no había ya nada. La corriente se había llevado 500 casas. Inquieto por sus hermanos espirituales, y sin pensar demasiado en su propia seguridad, se zambulló en las aguas de la crecida. “Al llegar al otro lado —relata Nelson—, me puse en pie y traté de orientarme. Aunque pasaba por allí a diario, predicando de casa en casa, no veía nada familiar.”

Aquella noche habían fallecido unos ciento cincuenta vecinos de Chilanguera, entre ellos varios que estudiaban la Biblia con los testigos de Jehová. Sin embargo, no murió ningún Testigo bautizado.

Se emprendió el salvamento sin dilación. Arístides Estrada, que ayudó a coordinar las operaciones, refiere lo ocurrido: “No nos permitieron ir a Chilanguera, pues las aguas seguían creciendo. Nunca olvidaré la imagen de quienes pedían ayuda pero que los rescatadores tuvieron que abandonar para salvarse ellos mismos”. Al final se logró evacuar a todos los hermanos y llevarlos a Salones del Reino acondicionados como refugios. Además, se envió a algunos Testigos a los hospitales, las escuelas y a otros lugares para que vieran si había nombres de Testigos en las listas de heridos y de personas sin techo. Las congregaciones de la zona enviaron prestamente los artículos necesarios.

Pero no fue fácil enviar los suministros a los centros de distribución. Cuando los hermanos de la localidad de Corinto se dirigían a entregar una carga de hortalizas de sus campos, encontraron el camino bloqueado por un alud de barro. ¿Cómo solventaron la dificultad? Se abrieron paso cavando. Aunque al principio los observadores les miraban con escepticismo, luego se animaron a ayudarles a abrir al tránsito la carretera. Los hermanos de Corinto llegaron a su destino enlodados, pero felices de haber colaborado.

La sucursal de la Watch Tower también sirvió de centro de distribución. Un miembro del personal, Gilberto, que colaboró en el reparto de artículos donados, relata: “Fue increíble. Llegaron tantos vehículos que hubo que tener voluntarios dirigiéndolos en el estacionamiento y en la calle de la sucursal”. Se donaron unas 25 toneladas de ropa y unas 10 de comida. Tuvieron que trabajar quince voluntarios toda una semana para clasificar y enviar las prendas.

Mitch pasa junto a Nicaragua

Mitch pasó muy cerca de la frontera nicaragüense, al grado de producir lluvias devastadoras también en aquel país. Miles de hogares quedaron destruidos y la corriente se llevó carreteras. Cerca de la localidad de Posoltega, una avalancha de barro sepultó pueblos enteros y a más de dos mil habitantes.

Cuando los Testigos de Nicaragua se enteraron de la tragedia, organizaron una gran misión de socorro. Enviaron voluntarios con una ardua y peligrosa misión: localizar a sus hermanos. Partieron hacia Posoltega dos equipos de Testigos, uno desde León (ciudad situada al sur de Posoltega) y otro desde Chichigalpa (localidad del norte), en los que cada hermano llevaba un pesado paquete de provisiones. Aunque los equipos de rescate les indicaron que el camino estaba casi intransitable, estaban resueltos a seguir adelante.

En la madrugada del lunes 2 de noviembre, los hermanos de León llenaron de provisiones un camión y llegaron hasta un puente derruido por la corriente. Bajaron la carga y formaron dos equipos de ciclistas: Uno se encaminó a Posoltega y el otro a Telica, ciudad que estaba inundada. En primer lugar oraron. “Después de la oración —señala un rescatador— sentimos unas fuerzas increíbles.” Y las necesitaron, pues tuvieron que atravesar grandes zanjas, a veces deslizándose por el barro y otras llevando a hombros la bicicleta. Había muchos árboles que les bloqueaban el camino. Y se toparon con las desgarradoras escenas de los cadáveres que flotaban en el agua.

Coincidió que los ciclistas de León y Chichigalpa llegaron a Posoltega casi a la par. Uno de ellos, Nerio López, relata: “Como tenía gastadas las llantas, creía que no aguantarían más de uno o dos kilómetros”. Pero resistieron. Fue en el camino de regreso cuando reventaron. En todo caso, los hermanos fueron los primeros socorristas que acudieron. Les dio una alegría inmensa encontrar a algunos hermanos de la localidad. “Estoy muy agradecida a Jehová y a los hermanos por brindarnos su apoyo y su ayuda —dijo una hermana—. Nunca nos imaginamos que acudirían tan rápido.”

Esta fue solo la primera de una serie de expediciones en bicicleta a las poblaciones inundadas, y en muchos casos los hermanos fueron los primeros en llegar. La ciudad de Larreynaga presenció la espectacular llegada de dieciséis hermanos en bicicleta. Los hermanos del lugar se echaron a llorar al ver todo el esfuerzo que habían tenido que realizar. Algunos habían llevado a la espalda veintitantos kilos de peso. Dos hermanos transportaron más de 100 kilos de provisiones a la localidad de El Guayabo. Un hermano que cargó cuanto podía en su bicicleta recibió ánimo al meditar en el pasaje de Isaías 40:29: “Está dando [Jehová] poder al cansado; y hace que abunde en plena potencia el que se halla sin energía dinámica”.

Los Testigos de la localidad de Tonalá enviaron un mensajero para comunicar a los hermanos encargados que estaban a punto de terminárseles los víveres. Al llegar el mensajero, descubrió sorprendido que ya se les habían enviado las provisiones. A su regreso, había comida esperándole. Marlon Chavarría, que colaboró en el transporte de las provisiones a las zonas anegadas de los contornos de Chinandega, menciona lo siguiente: “En una localidad había 44 familias de Testigos. Pero como los hermanos compartieron los alimentos, se beneficiaron 80 familias”.

Las autoridades llegaron a enterarse de estas labores de socorro. El alcalde del municipio de Wamblán dijo lo siguiente en una carta dirigida a los Testigos: “Nos estamos dirigiendo a ustedes para ver si es posible que mediante su organización se pueda conseguir cierta ayuda para nuestra comunidad [...]. Ya hemos visto como han ayudado a sus hermanos acá en Wamblán y por eso queremos ver si es posible que ustedes hagan algo por nosotros también”. Los testigos de Jehová respondieron enviando alimentos, medicamentos y ropa.

Arrasa Guatemala

Dejando atrás Honduras y El Salvador, Mitch irrumpió en Guatemala. Sara Agustín, Testigo que vive al sur de la capital, se despertó con el ruido de aguas embravecidas: El barranco donde vivía se había vuelto un río furioso. Aunque anteriormente había llamado muchas veces a las puertas de sus vecinos para hablarles de la verdad bíblica, en ese momento lo hizo para despertarlos. Por la colina bajó una avalancha de barro que rodeó muchas casas de la vecindad. Pala en mano, Sara ayudó a los sobrevivientes, sacando del fango a siete niños pequeños, a uno de los cuales había ayudado a nacer, pues es partera. Lamentablemente, entre los difuntos estaba la joven Vilma, a la que había entregado publicaciones bíblicas no hacía mucho.

Aunque Mitch había perdido bastante furia, las lluvias persistentes afectaron gravemente a los cultivos, los puentes y los hogares. La sucursal de los testigos de Jehová de Guatemala recibió grandes cantidades de artículos de socorro, de modo que se consideró oportuno enviar una parte a los hermanos hondureños. Dado que había muchos puentes inutilizables y el aeropuerto estaba inundado, se decidió hacer los envíos por vía marítima. Frede Bruun, de la sucursal, explica lo ocurrido: “Alquilamos un bote de fibra de vidrio de ocho metros de eslora y emprendimos el viaje con una tonelada de fármacos y alimentos. Tras una dura travesía por un mar embravecido, arribamos a Omoa, calados hasta los huesos”.

Las secuelas de Mitch

Aunque parecía que Mitch estaba agonizando en la región suroriental de México, logró dirigirse al noreste y azotar el sur de Florida (E.U.A.). Pero pronto perdió las fuerzas. Se desplazó al Atlántico y comenzó a desintegrarse con rapidez. Para el 5 de noviembre ya se habían retirado los avisos de tormenta tropical.

Hay expertos que consideran a Mitch “el huracán más mortífero que ha azotado el hemisferio occidental en los últimos dos siglos”. El total de muertos pudiera ascender a 11.000 y hubo miles de desaparecidos. Más de tres millones de personas quedaron con el hogar destruido o maltrecho. El presidente hondureño, Carlos Flores Facusse, dijo con tristeza: “Hemos perdido lo que habíamos edificado, paso a paso, en cincuenta años”.

Muchos testigos de Jehová perdieron la casa a consecuencia de Mitch. Lamentablemente, en algunos casos ya no existen ni los solares. No obstante, los Testigos se encargaron de ayudar a muchos a reparar o reconstruir sus hogares.

El huracán Mitch es, como otras trágicas catástrofes, un triste recordatorio de que vivimos en “tiempos críticos, difíciles de manejar” (2 Timoteo 3:1-5). Solo recibiremos protección plena de estos desastres cuando el Reino de Dios asuma la administración del planeta. (Mateo 6:9, 10; Revelación [Apocalipsis] 21:3, 4). Con todo, los testigos de Jehová agradecen que ningún hermano haya perdido la vida a consecuencia directa de Mitch.b La obediencia a las leyes de evacuación locales y la buena organización de las congregaciones ayudó a muchos a salir de las zonas de peligro.

En los últimos meses, los testigos de Jehová de las zonas afectadas han trabajado arduamente para recuperar la normalidad en sus actividades espirituales. En El Salvador, por ejemplo, se hicieron las gestiones oportunas para ayudar a los damnificados a asistir a la asamblea de distrito celebrada unos días después del paso de Mitch. Se fletaron autobuses para transportarlos y se obtuvo hospedaje. Hasta se adoptaron medidas para que los enfermos recibieran tratamiento médico y pudieran asistir también. La asamblea fue un éxito, pues hubo un máximo de 46.855 asistentes, cifra mucho mayor de la prevista. “Aunque estábamos traumatizados por lo ocurrido —señala José Rivera, hermano salvadoreño que había perdido su vivienda y su negocio por el huracán—, salimos transformados de aquella asamblea, pues pudimos constatar la hospitalidad de los hermanos.” De acuerdo con los informes, la asistencia a las reuniones de los testigos de Jehová aumentó significativamente en estos países como consecuencia directa de que muchos observadores presenciaron nuestras labores de socorro.

Pero estas experiencias quizás hayan tenido mayor repercusión en los propios Testigos. Carlos, sobreviviente de las inundaciones de Honduras, comenta: “Nunca había visto nada igual. Sentí en carne propia el amor y el cariño de mis hermanos”. En efecto, los daños del huracán se borrarán de la memoria algún día, pero nunca se olvidará el amor de los testigos de Jehová, muchos de los cuales pusieron en peligro su integridad física por ayudar a sus hermanos.

[Notas]

a Los testigos de Jehová suelen llamarse entre sí “hermanos”.

b Las enfermedades infecciosas se multiplicaron después de la tormenta, causa por la que falleció un Testigo de Nicaragua.

[Recuadro de la página 19]

Los Testigos vecinos echan una mano

CUANDO los meteorólogos pronosticaron que el huracán Mitch azotaría Belice, la nación se preparó para el impacto. Al ordenar el gobierno la evacuación de las costas y las áreas bajas, los testigos de Jehová se retiraron a la capital, Belmopan, que se halla a unos 80 kilómetros en el interior, o a poblaciones más elevadas.

Afortunadamente, la furia de Mitch no azotó de pleno aquella nación. Al enterarse de la tragedia de sus hermanos de Honduras, Nicaragua y Guatemala, los Testigos beliceños donaron alimentos, ropa, agua potable y dinero.

Los hermanos de otros países vecinos reaccionaron de modo similar. Por ejemplo, los Testigos costarricenses enviaron cuatro contenedores grandes con comida, ropa y medicamentos. Los hermanos de Panamá establecieron cuatro centros para recibir, clasificar y empaquetar el material donado. En pocos días se recogieron más de 20.000 kilos de artículos de socorro. Un señor que no era Testigo dijo: “Creía que los que mejor organizaban las labores de socorro eran los militares, pero veo que son los Testigos”. Ahora él los recibe periódicamente para que le expliquen las verdades bíblicas.

Un hermano transportista brindó un camión con remolque y un conductor (no Testigo) para llevar artículos de socorro a Nicaragua. Las autoridades aduaneras de Panamá y Costa Rica permitieron que el camión pasara sin realizar los trámites habituales. Una gasolinera donó el combustible necesario para llenar sus dos depósitos, lo que bastó para realizar el viaje de ida y vuelta. Los aduaneros nicaragüenses también prescindieron de inspeccionar los paquetes. “Si son de los testigos de Jehová, no hace falta verlos —dijeron—. Nunca nos dan problemas.”

Aunque no fue posible realizar el envío a Honduras por vía terrestre, una hermana cristiana que trabaja en la Embajada de Honduras consiguió mediante esta que se enviaran por avión, sin cargo alguno, más de 10 toneladas de provisiones de socorro.

Cabe mencionar que algunas personas se conmovieron al ver las labores de rescate de los Testigos, aunque no compartían su fe. Hubo empresas que donaron cajas de cartón, rollos de cinta adhesiva y recipientes de plástico. Otras aportaron dinero o realizaron descuentos. Los empleados del aeropuerto de Panamá quedaron especialmente impresionados al ver que más de veinte voluntarios Testigos les ayudaban a descargar los artículos donados para Honduras. Al día siguiente, se presentaron algunos de estos trabajadores para entregar el dinero de una colecta que habían hecho entre ellos.

[Recuadro de la página 20]

También hubo operaciones de rescate en México

MÉXICO no sufrió muchos daños del huracán Mitch. Pero unas semanas antes de que este asesino azotara Centroamérica hubo grandes inundaciones en el estado de Chiapas. Resultaron afectadas unas trescientas cincuenta comunidades y desaparecieron poblaciones enteras.

Como es natural, las inundaciones ocasionaron muchas dificultades a los testigos de Jehová de la región. Sin embargo, las medidas que adoptaron enseguida los ancianos de las congregaciones locales, contribuyeron en muchos casos a aminorar el impacto de la tormenta. Por ejemplo, los ancianos visitaron a todos los miembros de la congregación de una pequeña comunidad, para advertirles de que debían refugiarse en el Salón del Reino si proseguían las lluvias, pues pensaban que era la edificación más sólida de aquella comunidad. Al alba, la población sufrió la acometida de dos ríos crecidos. Los Testigos y varios vecinos sobrevivieron al cataclismo al haberse subido al techo del Salón del Reino. No perdió la vida ni un solo Testigo.

No obstante, un millar de Testigos de México tuvieron que trasladarse a refugios del gobierno. Quedaron destruidas 156 viviendas de Testigos y veinticuatro resultaron gravemente deterioradas. Además, se perdieron por completo siete Salones del Reino.

Ante esta situación, se organizaron seis comités de socorro para ayudar a los testigos de Jehová y sus vecinos. Se distribuyeron con rapidez alimentos, prendas de vestir, ropa de cama y otros artículos. De hecho, cuando recibieron informes del alcance de las labores, las autoridades locales dijeron: “Ni el ejército ha logrado hacerlo tan rápido”.

Los testigos de Jehová tienen desde hace años la reputación de ser honrados, lo que en muchos casos los ha favorecido. Por ejemplo, cuando un grupo pidió ayuda a las autoridades locales, estas les preguntaron si había testigos de Jehová en su comunidad. Al responder que sí, los funcionarios dijeron: “Entonces tráigannos a uno para darle las provisiones de socorro”.

Un anciano de la zona resume con acierto lo ocurrido al escribir: “Los hermanos han mantenido el optimismo a pesar de la catástrofe. Muchos hermanos de las comunidades cercanas arriesgaron la vida para traernos alimentos y publicaciones bíblicas a fin de fortalecernos. Tenemos muchos motivos para dar gracias a Jehová”.

[Mapa de la página 14]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

México

Guatemala

Belice

El Salvador

Honduras

Nicaragua

Costa Rica

[Ilustración de la página 15]

HONDURAS

◼ Río Guacerique

[Ilustraciones de la página 16]

EL SALVADOR

◼ Calle principal de Chilanguera

◼ Sobrevivieron José Lemus y sus hijas, así como el Salón del Reino

◼ José Santos Hernández, delante de su casa en ruinas

[Ilustraciones de la página 17]

NICARAGUA

◼ Primer equipo de ciclistas enviado a Telica

◼ Los Testigos de El Guayabo recibieron con alegría los sacos de víveres

[Ilustraciones de la página 18]

NICARAGUA

◼ Los voluntarios reconstruyen la primera de muchas viviendas

◼ Testigos de las congregaciones locales ayudan a empaquetar ropa

GUATEMALA

◼ Sara ayudó a salvar del fango a siete niños

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