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  • ¿Qué se necesita para ser un buen ciudadano?

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  • ¿Qué se necesita para ser un buen ciudadano?
  • ¡Despertad! 1999
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¡Despertad! 1999
g99 8/9 págs. 26-27

El punto de vista bíblico

¿Qué se necesita para ser un buen ciudadano?

DESPUÉS de la segunda guerra mundial, muchos europeos y japoneses que se consideraban a sí mismos ciudadanos de bien y observantes de la ley fueron enjuiciados y condenados por crímenes de guerra. Entre ellos figuraban militares de alto rango, científicos y otros profesionales. En un intento de justificar sus actos, algunos de estos criminales adujeron que simplemente obedecían órdenes, como se esperaría de todo buen ciudadano. Sin embargo, este autoproclamado civismo los indujo a perpetrar terribles crímenes contra la humanidad.

Por otra parte, están los que desprecian la autoridad del Estado. Algunos rechazan abiertamente la autoridad gubernamental, mientras que otros están dispuestos a infringir la ley siempre y cuando no haya mucho peligro de que los atrapen. Por supuesto, pocos negarían que es necesario obedecer a la autoridad, pues sin ella reinaría la anarquía y el caos. No obstante, la cuestión es: ¿Hasta dónde debe llegar el cumplimiento de los deberes cívicos y la obediencia a la ley? Considere algunos principios básicos que ayudaron a los cristianos del siglo I a ver equilibradamente sus obligaciones frente al Estado.

Sumisión cristiana a las autoridades

Los cristianos del siglo I se sometieron de buena gana a las leyes y ordenanzas de “las autoridades superiores”, es decir, de los poderes reinantes del momento (Romanos 13:1). Creían que era correcto ‘estar en sujeción y ser obedientes a los gobiernos y a las autoridades como gobernantes’ (Tito 3:1). Si bien reconocían a Cristo como su Rey celestial, también eran súbditos obedientes de los gobernantes humanos, y no representaban ninguna amenaza para la seguridad del Estado. De hecho, se les recomendó que ‘dieran honra al rey’ en toda ocasión (1 Pedro 2:17). El apóstol Pablo incluso les dio el siguiente consejo: “Por lo tanto exhorto, ante todo, a que se hagan ruegos, oraciones, intercesiones, ofrendas de gracias, respecto a hombres de toda clase, respecto a reyes y a todos los que están en alto puesto; a fin de que sigamos llevando una vida tranquila y quieta con plena devoción piadosa y seriedad” (1 Timoteo 2:1, 2).

Pagaban escrupulosamente los impuestos, aun cuando hacerlo fuera a veces una carga onerosa. Se guiaban por la directriz inspirada que dio el apóstol Pablo sobre el particular: “Den a todos lo que les es debido: al que pide impuesto, el impuesto” (Romanos 13:7). En opinión de los discípulos de Jesús, el gobierno romano y sus funcionarios regían por permiso divino y eran, en cierto sentido, “siervos públicos de Dios” por el hecho de que garantizaban un grado de paz y estabilidad en la sociedad (Romanos 13:6).

“Listos para toda buena obra”

A los cristianos del siglo I se les recomendó que cumplieran con los deberes cívicos que imponía el Estado. El propio Jesucristo aconsejó a sus discípulos que estuvieran preparados para hacer a veces más del mínimo exigido por las autoridades civiles. “Si alguien bajo autoridad te obliga a una milla de servicio —dijo—, ve con él dos millas.” (Mateo 5:41.) Al seguir este consejo, los cristianos mostraban que no querían beneficiarse de vivir en una sociedad civilizada sin dar nada a cambio. Estaban siempre “listos para toda buena obra” (Tito 3:1; 1 Pedro 2:13-16).

Amaban genuinamente al prójimo y buscaban maneras de ayudarlo (Mateo 22:39). Por este amor y por su adhesión a normas morales elevadas, los cristianos del siglo I constituyeron una influencia positiva en la comunidad. Sus congéneres tenían sobradas razones para estar encantados de tenerlos como vecinos (Romanos 13:8-10). El amor de los cristianos iba más allá de la simple abstención de lo malo. Se les exhortó a ser sociables e interesarse activamente por los intereses ajenos, a ‘obrar lo bueno [no solamente para con sus hermanos en la fe, sino] para con todos’, como hizo Jesucristo (Gálatas 6:10).

“Obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres”

No obstante, la obediencia de los cristianos para con las autoridades civiles tenía límites. No hacían nada que violara su conciencia o que lastimara su relación con Dios. Por ejemplo, cuando los jefes religiosos de Jerusalén mandaron a los apóstoles que dejaran de predicar acerca de Jesús, estos rehusaron obedecer. “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres”, respondieron (Hechos 5:27-29). Los cristianos se negaron rotundamente a participar en el idolátrico culto al emperador (1 Corintios 10:14; 1 Juan 5:21; Revelación [Apocalipsis] 19:10). ¿Con qué consecuencias? Dice el historiador J. M. Roberts: “No fueron condenados por ser cristianos, sino por rehusar obedecer una ley” (Shorter History of the World [Historia resumida del mundo]).

¿Por qué en este caso ‘rehusaron obedecer una ley’? Reconocían que “las autoridades superiores” ejercían poder por permiso divino y que, por consiguiente, servían como ‘ministros de Dios’ al mantener la ley y el orden (Romanos 13:1, 4). Pero, con todo, estimaban que la ley de Dios era superior. Recordaban que Jesucristo había fijado este principio equilibrado para sus futuros discípulos: “Por lo tanto, paguen a César las cosas de César, pero a Dios las cosas de Dios” (Mateo 22:21). Sus obligaciones hacia Dios gozarían de preeminencia sobre los dictados del césar.

Que aquel era el derrotero correcto quedó demostrado por lo que sucedió cuando muchos supuestos cristianos dejaron de seguir esos magníficos principios. Por ejemplo, llegó a utilizarse “en el gobierno a [...] influenciables” líderes apóstatas de la cristiandad, que colaboraron en “la leva y mantenimiento de fuerzas militares”, asevera el historiador militar John Keegan. Sus seguidores terminaron tomando partido en guerras en las que se derramó la sangre de millones de víctimas inocentes. Dice Keegan: “La ley de Dios caía en oídos sordos cuando se llegaba al derramamiento de sangre”.

Los cristianos del siglo I, en cambio, dieron un magnífico ejemplo de equilibrio. Fueron buenos ciudadanos. Cumplieron con sus obligaciones cívicas, pero se adhirieron firmemente a los claros principios bíblicos y siguieron en todo aspecto de su vida los dictados de su conciencia educada en las Escrituras (Isaías 2:4; Mateo 26:52; Romanos 13:5; 1 Pedro 3:16).

[Ilustración de la página 26]

“Por lo tanto, paguen a César las cosas de César”

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