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  • g99 22/11 págs. 18-20
  • Aprendimos a confiar en Dios en medio de la adversidad

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  • Aprendimos a confiar en Dios en medio de la adversidad
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¡Despertad! 1999
g99 22/11 págs. 18-20

Aprendimos a confiar en Dios en medio de la adversidad

Relatado por Rosie Major

Estaba embarazada de cinco meses de mi primer hijo cuando mi suegra se dio cuenta de que tenía las piernas demasiado hinchadas. Aquel día de marzo de 1992, mi esposo, Joey, y yo no nos podíamos imaginar que lo que estábamos a punto de experimentar pondría a prueba nuestra confianza en Jehová.

UNA semana después, mi obstetra descubrió que tenía la tensión arterial extremadamente alta. Cuando recomendó que me hospitalizaran para hacerme pruebas y observar cómo evolucionaba, lógicamente me preocupé. Las pruebas indicaron que tenía preeclampsia, una complicación del embarazo que podía resultar mortal.a

La doctora que me atendía en el hospital recomendó encarecidamente provocar enseguida el parto con el fin de protegernos al bebé y a mí. Mi esposo y yo nos quedamos atónitos. “¡Pero si el bebé apenas tiene veinticuatro semanas! —dije casi sin aliento—. ¿Cómo va a sobrevivir fuera de la matriz?” “Está bien, vamos a esperar un poco —respondió amablemente la doctora—. Pero si su estado se deteriora, tendré que provocarle el parto.” En los siguientes trece días empeoré rápidamente, así que la doctora llamó a mi esposo, y tomamos la difícil decisión de tener ya a nuestro bebé.

El nacimiento

La noche antes del nacimiento, el doctor McNeil, pediatra, se reunió con nosotros para explicarnos los problemas a los que podríamos enfrentarnos con un bebé tan prematuro: daño cerebral, pulmones demasiado inmaduros para funcionar correctamente y muchísimas otras complicaciones. Oré pidiendo “la paz de Dios que supera a todo pensamiento” y la fuerza para aceptar y soportar lo que pudiera suceder (Filipenses 4:7). A la mañana siguiente nació nuestra hija por cesárea, con un peso de tan solo setecientos gramos. Le pusimos por nombre JoAnn Shelley.

Cinco días más tarde regresé a casa con las manos vacías. Mi pequeña se quedó en la unidad infantil de cuidados especiales del hospital debatiéndose entre la vida y la muerte. A las dos semanas contrajo neumonía. Gracias a Dios se estabilizó, pero solo unos días más tarde le apareció una infección intestinal, por lo que tuvieron que trasladarla a la sección de cuidados intensivos de la unidad. Seis días después se recuperó un poco e incluso empezó a ganar peso. Estábamos contentísimos, pero nuestra alegría duró poco. El doctor McNeil nos comunicó que JoAnn tenía anemia. Sugirió conseguir eritropoyetina sintética (EPO), una hormona que estimularía la producción de glóbulos rojos. La sucursal de los testigos de Jehová del archipiélago de las Bahamas, en el que vivimos, se puso en contacto con algunos representantes de los Servicios de Información sobre Hospitales de Brooklyn (Nueva York, E.U.A.). Estos proporcionaron rápidamente al doctor McNeil la documentación más reciente sobre el empleo de la EPO y el modo de conseguirla, y mi hija comenzó el tratamiento.

Más problemas por delante

Transcurrieron varias semanas de angustia. JoAnn luchaba contra una infección intestinal, sufría ataques repentinos que derivaban esporádicamente en apnea (suspensión transitoria de la respiración) y tenía neumonía bronquial. Además, su nivel de hemoglobina era bajo. Temíamos que cualquiera de estas complicaciones le ocasionara la muerte, pero JoAnn fue recuperándose lentamente. A la edad de tres meses, todavía estaba en el hospital y pesaba tan solo 1.400 gramos, aunque por primera vez en su vida estaba respirando por sí misma, sin oxígeno suplementario. Por otro lado, su hemoglobina estaba alcanzando el nivel normal. El médico dijo que, si ganaba quinientos gramos más, podríamos llevárnosla a casa.

Tres semanas después, la niña sufrió un grave ataque de apnea, pero las pruebas no revelaron la causa. Los ataques continuaron, siempre después de comer. Por fin descubrieron que JoAnn tenía reflujo gastroesofágico. No se le cerraba el esófago tras haber comido, por lo que el contenido del estómago le volvía a la garganta. Cuando esto ocurría, se ahogaba y dejaba de respirar.

A principios de octubre, JoAnn contrajo un virus en la sección de bebés. Muchos de los niños prematuros que se encontraban allí estaban muriendo a causa de dicho virus. En el estado de debilidad en el que se encontraba, sufrió el ataque de apnea aparentemente más largo que había tenido hasta el momento. Todos los intentos por revivirla fracasaban. El pediatra estaba a punto de darla por muerta cuando inexplicablemente empezó a respirar, aunque enseguida empezó a sufrir ataques. La conectaron de nuevo a un respirador. Estábamos seguros de que se acercaba a su fin, pero, gracias a Jehová, la niña sobrevivió.

Aprendemos a confiar más en Jehová

Los problemas a los que nos habíamos enfrentado antes de que naciera JoAnn se podrían asemejar a cuando alguien se cae de un bote al agua cerca del muelle, desde donde puede nadar hasta la orilla. No obstante, en aquel momento era como si nos hubiéramos caído en medio del océano, sin tierra a la vista. Mirando hacia atrás, nos damos cuenta de que en algunas ocasiones, antes de su nacimiento, habíamos confiado demasiado en nosotros mismos. Pero nuestra experiencia con JoAnn nos enseñó a confiar en Jehová en situaciones que el hombre no puede resolver y a preocuparnos solo por el día presente, como aconsejó Jesús (Mateo 6:34). Aprendimos a apoyarnos en Dios, aunque a veces ni siquiera sabíamos exactamente por lo que orar. Damos gracias a Jehová por la sabiduría bíblica y “el poder que es más allá de lo normal”, que nos han ayudado a afrontar tan graves dificultades (2 Corintios 4:7).

En momentos de crisis, a menudo me resultaba difícil conservar el equilibrio emocional. No podía pensar en nada que no fuera JoAnn. Sin embargo, la estabilidad espiritual que mi esposo Joey me proporcionó fue inestimable, por lo que le estoy muy agradecida.

JoAnn viene a casa

La salud de JoAnn fue mejorando poco a poco. Un día se sacó literalmente el tubo del respirador de la boca. El doctor McNeil decidió por fin que ya podía irse a casa. Estábamos locos de alegría. Pero teníamos que prepararnos para su llegada. Aprendimos a alimentarla por medio de un tubo, instalamos una botella de oxígeno, alquilamos un monitor para vigilar las funciones respiratoria y cardíaca, y recibimos clases de resucitación para casos de emergencia. Finalmente, el 30 de octubre de 1992 le dieron el alta del hospital. Había pasado doscientos doce días en la unidad infantil de cuidados especiales, y nosotros también.

Desde el primer momento, los familiares y los hermanos de la congregación local de los testigos de Jehová demostraron que eran un verdadero regalo de Jehová. Venían y limpiaban la casa y el patio, preparaban la comida, nos llevaban al hospital y vigilaban a JoAnn para que yo pudiera dormir un poco. Durante ese tiempo percibimos hermosas cualidades de ellos que desconocíamos. Por ejemplo, algunos nos animaron con pensamientos espirituales que les habían ayudado en momentos difíciles.

Nuestra vida en la actualidad

Nos hemos esforzado por dar la mejor atención médica posible a los numerosos problemas de JoAnn. Cuando contaba diecinueve meses, nos comunicaron que sufría parálisis cerebral como consecuencia del daño que recibió en el cerebro. En septiembre de 1994 fue sometida a una operación quirúrgica seria para eliminar el reflujo gastroesofágico. En 1997, JoAnn empezó a sufrir ataques que hacían peligrar su vida; afortunadamente, estos cesaron gracias a algunos cambios en la dieta. Los problemas de salud han retrasado su desarrollo físico, pero en la actualidad asiste a un colegio especial y está progresando. No puede caminar y su habla es muy limitada; no obstante, nos acompaña a todas las reuniones cristianas y a la predicación de casa en casa. Parece feliz.

Jehová nos ha consolado mucho en estos momentos difíciles. Estamos resueltos a seguir apoyándonos y ‘alborozándonos en él’, a pesar de las dificultades impredecibles que puedan presentarse (Habacuc 3:17, 18; Eclesiastés 9:11). Esperamos con anhelo el cumplimiento de la promesa de Dios de una Tierra paradisíaca en la que nuestra querida JoAnn disfrutará de salud perfecta (Isaías 33:24).

[Nota]

a La preeclampsia provoca la constricción de los vasos sanguíneos de la mujer embarazada, lo que reduce el flujo de sangre tanto a sus órganos, como a la placenta y al feto en crecimiento. Aunque se desconocen las causas de esta enfermedad, hay indicios de que es hereditaria.

[Ilustración de la página 18]

Nuestra hija JoAnn

[Ilustración de la página 20]

JoAnn es una niña feliz a pesar de sus limitaciones

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