JERUSALÉN
(Posesión [o: Fundamento] de Paz Doble).
Ciudad que fue capital de la antigua nación de Israel a partir del año 1070 a. E.C. Después de la división de la nación en dos reinos (997 a. E.C.), continuó siendo la capital del reino meridional de Judá. En las Escrituras aparecen más de 800 referencias a Jerusalén.
Nombre. El nombre más antiguo de esta ciudad que se registra es “Salem”. (Gé 14:18.) Aunque hay quien relaciona el significado del nombre de Jerusalén con un dios semita occidental llamado Salem, el apóstol Pablo muestra que el verdadero significado de la segunda mitad del nombre es “Paz”. (Heb 7:2.) La grafía hebrea de la segunda parte del nombre parece estar en número dual, es decir “Paz Doble”. En los textos acadios (asirobabilonios) se le da el nombre de Urusalim (o Ur-sa-li-im-mu), por lo que algunos doctos traducen el nombre: “Ciudad de Paz”. Pero la forma hebrea, que es la que lógicamente debería contar, parece significar “Posesión (o: Fundamento) de Paz Doble”.
En las Escrituras se usaron otros muchos títulos o expresiones para referirse a esta ciudad. En una ocasión el salmista utiliza su nombre primitivo “Salem” (Sl 76:2), mientras que en otros pasajes se usan los siguientes nombres: “ciudad de Jehová” (Isa 60:14), “pueblo del gran Rey” (Sl 48:2; compárese con Mt 5:35), “Ciudad de Justicia” y “Población Fiel” (Isa 1:26), “Sión” (Isa 33:20) y “ciudad santa” (Ne 11:1; Isa 48:2; 52:1; Mt 4:5). El nombre “al-Quds”, que significa “la [Ciudad] Santa”, es aún la denominación popular que se le da en árabe. En los mapas modernos de Israel se usa el nombre Yerushalayim.
Ubicación. Se encontraba en los límites de un desierto árido (el desierto de Judá), relativamente apartada de las principales rutas comerciales internacionales, y su suministro de agua era limitado. No obstante, había dos rutas comerciales nacionales que se cruzaban cerca de la ciudad: una iba de N. a S. a lo largo de la meseta, formando la “columna vertebral” de la antigua Palestina, y unía las ciudades de Dotán, Siquem, Betel, Belén, Hebrón y Beer-seba; la segunda ruta iba de E. a O. desde Rabá (la moderna ʽAmman), pasaba a través de valles torrenciales hasta la cuenca del río Jordán, subía por las escarpadas faldas de las montañas de Judea y luego bajaba serpenteando por las laderas occidentales hasta la costa mediterránea y el puerto de Jope. Además, Jerusalén estaba ubicada casi en el centro de la Tierra Prometida, lo que la hacía adecuada como el centro administrativo de la nación.
Jerusalén está entre las colinas de la cadena montañosa central, a unos 55 Km. de la costa del Mediterráneo y a unos 25 Km. al O. del extremo N. del mar Muerto. (Compárese con el Sl 125:2.) Su altitud, de unos 750 m. sobre el nivel del mar, la convirtió en una de las capitales más elevadas del mundo. En las Escrituras se hace referencia a su “encumbramiento” y se dice que los viajeros tenían que ‘subir’ desde las llanuras costeras para llegar a la ciudad. (Sl 48:2; 122:3, 4.) Tiene un clima agradable, con noches frescas y una temperatura media anual de 17 °C. La precipitación anual es de 630 mm. y se produce sobre todo entre noviembre y abril.
A pesar de su altitud, Jerusalén no sobresale de sus alrededores, por lo que el viajero solo consigue tener una vista completa de la ciudad cuando se encuentra muy cerca. Al E., el monte de los Olivos se eleva a unos 800 m.; al N., el monte Escopus alcanza una altura de 820 m., y las colinas que circundan la ciudad por el S. y el O. llegan a 835 m. Por consiguiente, desde estas elevaciones puede divisarse el monte del Templo (c. 740 m.).
Podría parecer que esta situación constituía una seria desventaja en tiempos de guerra. No obstante, tenía la ventaja de que por tres de sus lados estaba rodeada de valles con laderas empinadas: al E., el valle torrencial de Cedrón; al S. y al O., el valle de Hinón. También había un valle central —al que al parecer hace referencia Josefo como valle de Tiropeón (o “valle de los queseros”)—, que dividía la ciudad en dos colinas, una oriental y otra occidental. (La Guerra de los Judíos, libro V, cap. IV, sec. 1.) Este valle central se ha rellenado considerablemente a través de los siglos, pero los visitantes todavía tienen que bajar a una depresión central y luego subir al otro lado para cruzar la ciudad. Hay indicios de que además del valle central que iba de N. a S., había otros dos valles menores que dividían las colinas de E. a O.: uno que dividía la colina oriental, y el otro, la occidental.
Parece ser que las laderas inclinadas del valle siempre se aprovecharon para formar parte de los muros defensivos de la ciudad. El único lado de la ciudad que no tenía una defensa natural era el flanco N., por lo que en esa parte los muros se construyeron especialmente fuertes. Según Josefo, cuando el general Tito atacó la ciudad en 70 E.C., por ese lado tuvo que enfrentarse a tres diferentes muros dispuestos uno detrás de otro.
Suministro de agua. Los habitantes de Jerusalén padecieron escaseces de alimentos severas cuando sitiaban la ciudad, pero parece ser que no tuvieron gran problema con el agua. A pesar de que la ciudad está cerca del árido desierto de Judea, tenía acceso a un constante suministro de agua dulce, y además disponía de instalaciones adecuadas para almacenarla dentro de los muros de la ciudad.
Había dos manantiales cerca de la ciudad: En-roguel y Guihón. El primero estaba un poco al S. de la confluencia de los valles de Cedrón e Hinón. Aunque era un valioso abastecimiento de agua, su ubicación lo hacía inaccesible durante tiempos de ataque o sitio. El manantial de Guihón estaba en el lado O. del valle de Cedrón, junto a lo que llegó a llamarse la Ciudad de David. Aunque se encontraba fuera de los muros de la ciudad, estaba lo bastante cerca como para que se pudiera excavar un túnel que conectara con un pozo a fin de que los habitantes de la ciudad pudieran extraer agua del manantial sin salir de los muros protectores. Según los testimonios arqueológicos, estas obras se remontan a los inicios de la historia de la ciudad. En 1961 y 1962 las excavaciones descubrieron una pared primitiva situada debajo del extremo superior o entrada del túnel, con lo que dicha entrada quedaba dentro de la ciudad. Se cree que era el muro de la antigua ciudad jebusea.
Con el paso de los años se hicieron otros túneles y canales para encauzar las aguas de Guihón. Uno de estos canales, que salía de la boca de la cueva del manantial de Guihón, bajaba por el valle y rodeaba el extremo de la colina sudoriental hasta un estanque ubicado en la confluencia del valle de Hinón con el valle central de Tiropeón. A juzgar por lo que se ha hallado, era como una zanja cubierta con piedras planas, y algunos de sus tramos estaban perforados a través de la ladera de la colina. A intervalos había aberturas que permitían sacar el agua para el riego de las terrazas del valle que estaban más abajo. El desnivel del canal, de 4 a 5 mm. por metro, hacía que el agua fluyera con lentitud, como “las aguas del Siloé, que están yendo apaciblemente”. (Isa 8:6.) Se piensa que este canal, desprotegido y vulnerable, se construyó durante el reinado de Salomón, cuando predominaban la paz y la seguridad.
Los hogares y edificios de Jerusalén estaban provistos de cisternas subterráneas para complementar el suministro de agua de los manantiales. El agua de lluvia que se recogía de los tejados se almacenaba en estos aljibes, que la mantenían limpia y fresca. Al parecer, el recinto del templo tenía cisternas de tamaño considerable. Los arqueólogos han encontrado restos de 37 cisternas en esa zona, y afirman que su capacidad total era de unos 38.000 Kl. Se calculó que una sola cisterna tenía un volumen de 7.600 Kl.
A lo largo de los siglos se construyeron varios acueductos para suministrar agua a Jerusalén. La tradición atribuye a Salomón la construcción de un conducto que iba desde los “estanques de Salomón” (tres embalses situados al SO. de Belén) hasta el recinto del templo de Jerusalén. En Eclesiastés 2:6 Salomón dice: “Me hice estanques de agua, para regar con ellos el bosque”. La empresa de construir estanques bien pudo incluir la construcción de un acueducto que suministrara la cantidad de agua adicional que se necesitaría en Jerusalén una vez que se iniciaran los servicios en el templo. No obstante, no hay más pruebas que la tradición para atribuir a Salomón la construcción del citado acueducto. Entre los acueductos descubiertos se encuentra el que llevaba el agua desde los manantiales de Wadi el-ʽArrub, a unos 20 Km. al SSO. de Jerusalén, hasta los estanques de Salomón, que posiblemente es el que Josefo dice que construyó Poncio Pilato con los fondos del tesoro del templo. (Antigüedades Judías, libro XVIII, cap. III, sec. 2; La Guerra de los Judíos, libro II, cap. IX, sec. 4.) Dos acueductos iban desde los estanques de Salomón hasta Jerusalén; el inferior es el más antiguo, posiblemente del tiempo de Herodes o de los asmoneos. Pasaba por debajo de Belén y llegaba al monte del Templo cruzando el “Arco de Wilson”.
Investigación arqueológica. Aunque se han hecho muchas excavaciones, se han podido determinar pocos hechos concretos sobre la ciudad de tiempos bíblicos. Varios factores han condicionado las investigaciones o limitado su valor. La historia de Jerusalén muestra que en nuestra era la ciudad ha sufrido una serie de ocupaciones casi ininterrumpida, lo que ha dejado muy poco espacio donde excavar. Además, la ciudad fue destruida varias veces y se levantaron nuevas ciudades sobre las ruinas de las anteriores. Las sucesivas capas superpuestas de escombros, que en algunos lugares alcanzan hasta los 30 m. de espesor, han ocultado los límites primitivos de la ciudad y dificultado en gran manera la interpretación de los hallazgos. Se han desenterrado algunas partes del muro, estanques, túneles de agua y tumbas antiguas, pero muy poca documentación escrita. Los principales descubrimientos arqueológicos proceden de la colina SE., que ahora se encuentra fuera de los muros de la ciudad.
Las principales fuentes de información sobre la ciudad antigua, por lo tanto, siguen siendo la Biblia y la descripción de la ciudad del primer siglo que da el historiador judío Josefo.
Historia primitiva. La primera mención histórica de la ciudad se remonta a la década de 1943 a 1933 a. E.C., cuando se encontraron Abrahán y Melquisedec. Melquisedec era “rey de Salem” y “sacerdote del Dios Altísimo”. (Gé 14:17-20.) Sin embargo, el origen de la ciudad y de su población sigue tan oscuro como el origen de su rey-sacerdote Melquisedec. (Compárese con Heb 7:1-3.)
Parece ser que en las inmediaciones de Jerusalén ocurrió otro acontecimiento de la vida de Abrahán. Se le mandó que ofreciera a su hijo Isaac en “una de las montañas” de la “tierra de Moria”. El templo de Salomón se construyó sobre el “monte Moria”, en un lugar que antes había sido una era. (Gé 22:2; 2Cr 3:1.) Por lo tanto, la Biblia relaciona el lugar donde Abrahán estuvo a punto de efectuar el sacrificio con la región montañosa de los alrededores de Jerusalén. (Véase MORIA.) No se menciona si Melquisedec aún vivía entonces, pero es probable que Salem nunca fuera un territorio enemigo para Abrahán.
En el relato de la conquista relámpago de Canaán que llevó a cabo Josué, se menciona a Adoni-zédeq, rey de Jerusalén, entre los reyes confederados que atacaron Gabaón. Su nombre (que significa “[Mi] Señor Es Justicia”) se asemeja mucho al del anterior rey de Jerusalén, Melquisedec (“Rey de Justicia”), pero Adoni-zédeq no era adorador del Dios Altísimo, Jehová. (Jos 10:1-5, 23, 26; 12:7, 8, 10.)
Las tablillas de el-Amarna, muchas de ellas escritas por gobernantes cananeos a su jefe supremo egipcio, incluyen varias cartas procedentes del rey o gobernador de Jerusalén (Urusalim). La opinión general es que sus cartas se enviaron durante el reinado del faraón Akhenatón. Aunque se escribieron en acadio, contienen muchas palabras e inflexiones propias de Canaán. En estas cartas, se describe a Jerusalén como una ciudad-reino que luchaba por mantener el control de la región que había a su alrededor.
Cuando se repartieron por suertes los territorios tribales, Jerusalén quedó en el límite entre Judá y Benjamín, siendo el valle de Hinón el verdadero límite. Esto colocaría dentro del territorio de Benjamín al menos lo que más tarde llegó a ser la “Ciudad de David”, situada en las colinas que están entre los valles de Cedrón y Tiropeón. Sin embargo, parece ser que la ciudad cananea tenía poblados anexos o “suburbios”, que tal vez se extendían al O. y al S. del valle de Hinón, ya dentro del territorio de Judá. En Jueces 1:8 se le atribuye a Judá la conquista inicial de Jerusalén, pero después que las fuerzas invasoras siguieron adelante, los habitantes jebuseos se quedaron (o volvieron) con una fuerza suficiente como para formar un foco de resistencia que ni Judá ni Benjamín pudieron reducir. Así que tanto de Judá como de Benjamín se dice que ‘los jebuseos continuaron morando con ellos en Jerusalén’. (Jos 15:63; Jue 1:21.) Esta situación continuó por unos cuatro siglos, y a veces se hacía referencia a la ciudad como “Jebús”, una “ciudad de extranjeros”. (Jue 19:10-12; 1Cr 11:4, 5.)
Antes de la división del reino. El centro de operaciones del rey Saúl estaba en Guibeah, en el territorio de Benjamín. La ciudad capital del rey David fue en un principio Hebrón, de la tribu de Judá, a unos 30 Km. al SSO. de Jerusalén. Después de gobernar allí un total de siete años y medio (2Sa 5:5), decidió transferir la capital a Jerusalén. Hizo este cambio por dirección divina (2Cr 6:4-6), pues Jehová había hablado siglos antes del ‘lugar que escogería para colocar allí su nombre’. (Dt 12:5; 26:2; compárese con 2Cr 7:12.)
Parece ser que para entonces los jebuseos tenían su ciudad hacia el extremo S. de la colina oriental. Confiaban en que su ciudad fortificada era inexpugnable, con las laderas empinadas de los valles por tres de sus lados como defensas naturales y probablemente fortificaciones especiales en el lado N. Se la conocía como “el lugar de difícil acceso” (1Cr 11:7), y los jebuseos se burlaron de David diciendo que ‘los ciegos y los cojos de la ciudad’ podrían repeler sus ataques. No obstante, David conquistó la ciudad con Joab al frente del ataque, quien probablemente entró en la ciudad a través del “túnel del agua”. (2Sa 5:6-9; 1Cr 11:4-8.) Los eruditos no están seguros del significado del término hebreo traducido “túnel del agua” (BAS, NM, RH), pero por lo general aceptan esta expresión u otras similares (“canal”, BJ; “zanja [acueducto subterráneo]”, MK) como el significado más probable. El breve relato no especifica cómo se superaron las defensas de la ciudad. Desde que se descubrió el túnel y el pozo que llevan al manantial de Guihón, muchos creen que Joab y sus hombres escalaron este pozo vertical, pasaron por el túnel inclinado hasta entrar en la ciudad y luego la atacaron por sorpresa. (GRABADO, vol. 2, pág. 951.) En cualquier caso, David tomó la ciudad y trasladó allí su capital (1070 a. E.C.). La fortaleza jebusea llegó a ser conocida entonces como “la Ciudad de David”, llamada también “Sión”. (2Sa 5:7.)
David empezó un programa de edificación en esa zona, y al parecer mejoró las defensas de la ciudad. (2Sa 5:9-11; 1Cr 11:8.) “El Montículo” (heb. ham·Mil·lóhʼ) al que se hace referencia aquí (2Sa 5:9) y en otros relatos posteriores (1Re 9:15, 24; 11:27) era un accidente geográfico o una estructura de la ciudad que era bien conocido entonces, pero imposible de identificar hoy. Cuando algún tiempo después David trasladó la sagrada “arca de Jehová” de la casa de Obed-edom a Jerusalén, la ciudad llegó a ser el centro religioso y administrativo de la nación. (2Sa 6:11, 12, 17; véanse DAVID, CIUDAD DE; MONTÍCULO; SEPULTURA.)
No hay registro de que se produjera algún ataque a Jerusalén durante el reinado de David mientras él luchaba contra sus enemigos. (Compárese con 2Sa 5:17-25; 8:1-14; 11:1.) Sin embargo, en una ocasión David creyó conveniente abandonar la ciudad ante el avance de fuerzas rebeldes conducidas por su propio hijo Absalón. Es posible que el rey se retirara para evitar una sangrienta guerra civil en este lugar donde descansaba el nombre de Jehová. (2Sa 15:13-17.) Cualquiera que hubiera sido el motivo de la retirada, desencadenó el cumplimiento de la profecía inspirada de Natán. (2Sa 12:11; 16:15-23.) David no permitió que el arca del pacto fuera con él, y ordenó que sacerdotes fieles la devolvieran a la ciudad, el lugar escogido por Dios. (2Sa 15:23-29.) La descripción del inicio de la huida de David, según se registra en el capítulo 15 de Segundo de Samuel, perfila bien los accidentes geográficos de la parte oriental de la ciudad.
Hacia el final de su gobernación, David se puso a preparar los materiales de construcción para el templo. (1Cr 22:1, 2; compárese con 1Re 6:7.) Es posible que las piedras labradas se obtuvieran de esa misma zona, puesto que la roca del subsuelo de Jerusalén se puede cortar y cincelar con facilidad según la forma y el tamaño deseados, y cuando se expone a la intemperie, se endurece y se convierte en piedras de construcción duraderas y vistosas. Se han encontrado vestigios de una antigua cantera cerca de la actual Puerta de Damasco; de allí se han extraído grandes cantidades de piedra en el transcurso del tiempo.
El relato del ungimiento de Salomón por orden del anciano rey David da una idea de la configuración del terreno al E. y al S. de Jerusalén. Otro hijo de David, Adonías, estaba en el manantial de En-roguel, donde conspiraba para apoderarse del trono, mientras se ungía a Salomón en el manantial de Guihón. Estos dos lugares estaban lo suficientemente cerca uno del otro (c. 700 m.) como para que Adonías y los que conspiraban con él oyeran el sonido del cuerno y de las celebraciones que se llevaban a cabo en Guihón. (1Re 1:5-9, 32-41.)
Durante el reinado de Salomón, la ciudad se amplió y quizás se renovó. (1Re 3:1; 9:15-19, 24; 11:27; compárese con Ec 2:3-6, 9.) El templo, su obra de construcción más sobresaliente, con sus edificios anexos y patios, se construyó sobre el monte Moria, en la loma oriental, pero al N. de “la Ciudad de David”, probablemente en el lugar donde en la actualidad está la Cúpula de la Roca. (2Cr 3:1; 1Re 6:37, 38; 7:12.) Otros edificios cercanos importantes eran la propia casa o palacio de Salomón; la Casa del Bosque del Líbano, donde se utilizó mucha madera de cedro; el Pórtico de las Columnas, y el Pórtico del Trono, donde el rey juzgaba. (1Re 7:1-8.) Al parecer, este complejo de edificios estaba al S. del templo, en la pendiente que descendía hacia “la Ciudad de David”. (MAPA, vol. 1, pág. 752; GRABADO, vol. 1, pág. 748.)
Reino dividido (997-607 a. E.C.). La rebelión de Jeroboán dividió la nación en dos reinos, y Jerusalén quedó como la capital del reino de dos tribus, Benjamín y Judá, con Rehoboam, el hijo de Salomón, como rey. Los levitas y los sacerdotes también se trasladaron a la ciudad que llevaba el nombre de Jehová, y de este modo fortalecieron el reinado de Rehoboam. (2Cr 11:1-17.) Entonces Jerusalén ya no estaba en el centro geográfico del reino, sino solo a unos cuantos kilómetros de la frontera con el hostil reino septentrional de diez tribus. Casi cinco años después de morir Salomón, la ciudad sufrió la primera invasión. El rey Sisaq de Egipto atacó al reino de Judá, probablemente porque lo vio vulnerable al haberse dividido. Debido a la infidelidad de la nación, pudo entrar en Jerusalén y llevarse los tesoros del templo y otros objetos valiosos. Pero como el pueblo se arrepintió, Dios les concedió cierta medida de protección, e impidió que la ciudad fuera destruida por completo. (1Re 14:25, 26; 2Cr 12:2-12.)
Durante el reinado del fiel rey Asá, el rey Baasá, del reino septentrional, intentó sin éxito reforzar su posición en la frontera N. del reino de Judá para aislarlo e impedir toda comunicación con Jerusalén (y posibles expresiones de lealtad por parte de sus súbditos al reino de Judá). (1Re 15:17-22.) La continuidad de la adoración pura bajo el gobierno de Jehosafat, hijo de Asá, trajo la protección divina y grandes beneficios a la ciudad, entre estos, mejores medios para atender las causas judiciales. (2Cr 19:8-11; 20:1, 22, 23, 27-30.)
Durante el resto de la historia de Jerusalén como capital del reino de Judá, siguió vigente esta misma pauta: practicar la adoración verdadera resultaba en la bendición y protección de Jehová; la apostasía resultaba en graves problemas que hacían a la ciudad vulnerable a los ataques. Cuando reinaba Jehoram (913-c. 907 a. E.C.), el hijo infiel de Jehosafat, la ciudad fue invadida y saqueada por segunda vez, en esta ocasión por una coalición árabe-filistea, aun a pesar de los fuertes muros defensivos. (2Cr 21:12-17.) Al siglo siguiente, el rey Jehoás se apartó del proceder recto, lo que resultó en que las fuerzas sirias ‘empezaran a invadir a Judá y Jerusalén’; el contexto indica que pudieron entrar en la ciudad. (2Cr 24:20-25.) Durante la apostasía de Amasías, el reino septentrional de Israel invadió Judá, y derrumbó unos 178 m. del estratégico muro septentrional, entre la Puerta de la Esquina (en el ángulo NO.) y la Puerta de Efraín (al E. de la Puerta de la Esquina). (2Cr 25:22-24.) Es posible que antes de ese hecho la ciudad se hubiera extendido a través del valle central hasta la colina occidental.
El rey Uzías (829-778 a. E.C.) mejoró notablemente las defensas de la ciudad, fortificando con torres la Puerta de la Esquina (NO.) y la Puerta del Valle (en el ángulo SO.); además, construyó otra torre en “el Contrafuerte” (“el Ángulo”, BJ; “la Esquina”, CI), que pudo ser una parte del muro oriental, no lejos de los edificios reales, ya sea los de David o los de Salomón. (2Cr 26:9; Ne 3:24, 25.) También equipó las torres y las esquinas con “máquinas de guerra”, quizás catapultas que disparaban flechas y rocas. (2Cr 26:14, 15.) Su hijo Jotán continuó el programa de construcción. (2Cr 27:3, 4.)
El fiel rey Ezequías, que sucedió a su padre, el apóstata rey Acaz, limpió y reparó el recinto del templo, y convocó una gran celebración de la Pascua, que atrajo a Jerusalén adoradores de todo el país, incluso del reino septentrional. (2Cr 29:1-5, 18, 19; 30:1, 10-26.) No obstante, poco después que la adoración verdadera recibió este impulso, los asirios invadieron el país y se burlaron del Dios verdadero cuyo nombre llevaba Jerusalén. En 732 a. E.C., ocho años después que Asiria conquistó el reino norteño de Israel, el rey asirio Senaquerib atravesó Palestina, devastándola a su paso, y envió algunas tropas para intimidar a Jerusalén. (2Cr 32:1, 9.) Ezequías había preparado la ciudad para que pudiera enfrentarse a un sitio. Había cegado las aguas de los manantiales que estaban fuera de la ciudad, a fin de esconderlos y dificultar la tarea al enemigo, y había fortificado las murallas. (2Cr 32:2-5, 27-30.) Parece ser que “el conducto” para llevar el agua dentro de la ciudad desde el manantial de Guihón ya estaba construido para ese tiempo. Tal vez fuera un proyecto realizado en tiempo de paz. (2Re 20:20; 2Cr 32:30.) Si, tal como se cree, este conducto incluía el túnel que se perforó en un lado del valle de Cedrón y que terminaba en el estanque de Siloam, en el valle de Tiropeón, no sería un proyecto de poca envergadura como para que se acabara en unos cuantos días. (Véanse ARQUEOLOGÍA [Palestina y Siria]; GUIHÓN núm. 2.) En todo caso, la fortaleza de la ciudad no dependía de sus sistemas defensivos y suministros, sino del poder protector de Jehová Dios, quien dijo: “Y ciertamente defenderé esta ciudad para salvarla por causa de mí mismo y por causa de David mi siervo”. (2Re 19:32-34.) La aniquilación milagrosa de 185.000 soldados asirios obligó a Senaquerib a huir de regreso a Asiria. (2Re 19:35, 36.) El registro de esta campaña militar en los anales asirios alardea de que Senaquerib encerró a Ezequías en Jerusalén como ‘un pájaro en una jaula’, pero no menciona que tomara la ciudad. (Véase SENAQUERIB.)
En el reinado de Manasés (716-662 a. E.C.) se ampliaron las murallas de la ciudad a lo largo del valle de Cedrón. Durante ese mismo período la nación se apartó aún más de la adoración verdadera. (2Cr 33:1-9, 14.) Su nieto Josías detuvo por un tiempo esta decadencia, y durante su gobernación el valle de Hinón —que los idólatras habían utilizado para practicar ritos abominables— fue hecho “inservible para adoración”, probablemente siendo profanado y convertido en un basurero de la ciudad. (2Re 23:10; 2Cr 33:6.) Parece ser que “la Puerta de los Montones de Ceniza” es la que daba a ese valle. (Ne 3:13, 14; véanse GEHENA; HINÓN, VALLE DE.) En el tiempo de Josías se menciona por primera vez “el segundo barrio” (“la ciudad nueva”, BJ) de la ciudad. (2Re 22:14; 2Cr 34:22.) Por lo general se cree que este “segundo barrio” era la sección de la ciudad que quedaba al O. o NO. del recinto del templo. (Sof 1:10.)
Tras la muerte de Josías, Jerusalén decayó en seguida, pues se sucedieron en el trono cuatro reyes infieles. En el octavo año del rey Jehoiaquim, Judá llegó a ser tributaria de Babilonia. La sublevación de Jehoiaquim tres años más tarde hizo que los babilonios sitiaran Jerusalén, saquearan los tesoros de la ciudad y deportaran al que entonces gobernaba como rey, Joaquín, así como a otros ciudadanos. (2Re 24:1-16; 2Cr 36:5-10.) El rey nombrado por Babilonia, Sedequías, intentó librarse del yugo babilonio, y en el año noveno de su reinado (609 a. E.C.) Jerusalén volvió a ser sitiada. (2Re 24:17-20; 25:1; 2Cr 36:11-14.) Una fuerza militar egipcia enviada para liberar Jerusalén tuvo éxito en hacer que los sitiadores se retiraran, aunque solo temporalmente. (Jer 37:5-10.) En conformidad con la profecía de Jehová dada por medio de Jeremías, los babilonios volvieron y reanudaron el sitio. (Jer 34:1, 21, 22; 52:5-11.) Jeremías pasó la última parte del sitio preso en “el Patio de la Guardia” (Jer 32:2; 38:28), que estaba conectado con “la Casa del Rey”. (Ne 3:25.) Finalmente, al cabo de dieciocho meses de sitio, con sus secuelas de hambre, enfermedad y muerte, en el año undécimo de Sedequías los babilonios abrieron una brecha en los muros de Jerusalén y tomaron la ciudad. (2Re 25:2-4; Jer 39:1-3.)
Desolación y restauración. La brecha en los muros se abrió el 9 de Tamuz de 607 a. E.C. Un mes más tarde, el 10 de Ab, Nebuzaradán, el representante de Nabucodonosor, entró en la ciudad conquistada y empezó el trabajo de demolición, de modo que incendió el templo y otros edificios, y derruyó los muros de la ciudad. Se llevó al exilio en Babilonia al rey de Jerusalén junto con la mayor parte del pueblo, y los tesoros de la ciudad fueron tomados como botín. (2Re 25:7-17; 2Cr 36:17-20; Jer 52:12-20; GRABADO, vol. 2, pág. 326.)
La declaración del arqueólogo Conder en cuanto a que “se desconoce la historia de la ciudad arruinada hasta el tiempo de Ciro” es cierta, no solo en lo que respecta a Jerusalén, sino también a toda la región del reino de Judá. El rey de Babilonia no repobló —como habían hecho los asirios— la región conquistada. De manera que comenzó un período de setenta años de desolación, como se había profetizado. (Jer 25:11; 2Cr 36:21.)
En “el primer año” que Ciro el persa fue gobernante de Babilonia (538 a. E.C.), se emitió el decreto real que liberaba a los judíos exiliados para que ‘subieran a Jerusalén, que está en Judá y reedificaran la casa de Jehová el Dios de Israel’. (Esd 1:1-4.) El pueblo que hizo el largo viaje de regreso a Jerusalén, que llevaba consigo los tesoros del templo, se componía de 42.360 israelitas, además de esclavos y cantores profesionales. Llegaron a tiempo para celebrar la fiesta de las cabañas en el mes de Tisri (que cae entre septiembre y octubre) de 537 a. E.C. (Esd 2:64, 65; 3:1-4.) Se comenzó la reconstrucción del templo bajo la dirección del gobernador Zorobabel, y a pesar de serias interferencias y de que se infiltró cierta apatía entre los judíos repatriados, finalmente se terminó para marzo de 515 a. E.C. Por autorización del rey Artajerjes Longimano, en el año 468 a. E.C. volvieron con el sacerdote y escriba Esdras otros exiliados que llevaban más cosas para “hermosear la casa de Jehová, la cual está en Jerusalén”. El valor de los tesoros que llevaron consigo debió superar los 43.000.000 de dólares (E.U.A.). (Esd 7:27; 8:25-27.)
Aproximadamente un siglo y medio después de la conquista de Nabucodonosor, los muros y las puertas de la ciudad permanecían derruidos. Nehemías obtuvo permiso de Artajerjes para ir a Jerusalén y remediar esta situación. (Ne 2:1-8.) El registro de la inspección nocturna que hizo Nehemías y la distribución del trabajo de construcción a diferentes grupos familiares es una fuente de información muy importante acerca del trazado de la ciudad en ese tiempo, y en especial de sus puertas. (Ne 2:11-15; 3:1-32; véase PUERTA, PASO DE ENTRADA.) Esa reconstrucción cumplió la profecía de Daniel y marcó el principio de las setenta “semanas” proféticas con respecto a la venida del Mesías. (Da 9:24-27.) A pesar del hostigamiento a que tuvieron que hacer frente los israelitas, en el año 455 a. E.C. edificaron un muro y puertas alrededor de Jerusalén en tan solo cincuenta y dos días. (Ne 4:1-23; 6:15; 7:1; véase SETENTA SEMANAS [“La salida de la palabra”].)
Jerusalén era entonces “ancha y grande, [pero] había pocas personas dentro de ella”. (Ne 7:4.) Después de la lectura pública de las Escrituras y las celebraciones que se llevaron a cabo en la “plaza pública que estaba delante de la Puerta del Agua”, al E. de la ciudad (Ne 3:26; 8:1-18), se hizo que uno de cada diez israelitas entrase a morar en Jerusalén a fin de aumentar la población de la ciudad. Se echaron suertes para tomar esta decisión, aunque hubo quienes se ofrecieron voluntarios. (Ne 11:1, 2.) Se efectuó una obra de limpieza espiritual para que la población de la ciudad tuviera un buen fundamento en lo que respecta a la adoración pura. (Ne 12:47–13:3.) La gobernación de Nehemías duró unos doce años, en el curso de los cuales hizo un viaje a la corte del rey persa. Después de volver a Jerusalén, vio necesario realizar otra limpieza. (Ne 13:4-31.) El registro de las Escrituras Hebreas termina con las medidas enérgicas que tomó Nehemías para desarraigar la apostasía poco después de 443 a. E.C.
Control helénico y macabeo. Con el paso de Alejandro Magno por Judá en el año 332 a. E.C., el dominio pasó de los medopersas a los griegos. Los historiadores griegos no mencionan que Alejandro entrase en Jerusalén. A pesar de eso, la ciudad llegó a estar bajo el dominio griego, y es razonable concluir que Alejandro debió entrar en ella. En el siglo I E.C. Josefo registra una tradición judía que dice que cuando Alejandro se acercó a Jerusalén, lo recibió el sumo sacerdote judío y se le mostraron las profecías inspiradas divinamente que había registrado Daniel, las cuales predecían las conquistas relámpago que Grecia realizaría. (Antigüedades Judías, libro XI, cap. VIII, secs. 4, 5; Da 8:5-7, 20, 21.) En cualquier caso, parece ser que Jerusalén no se vio afectada por este cambio de dominio.
Después de la muerte de Alejandro, Jerusalén y Judea quedaron bajo el dominio de los tolomeos, que gobernaron desde Egipto. En el año 198 a. E.C., Antíoco el Grande —que gobernaba en Siria— tomó la ciudad fortificada de Sidón y a continuación capturó Jerusalén. Finalmente Judea llegó a formar parte de los dominios del Imperio seléucida (compárese con Da 11:16), y la ciudad de Jerusalén permaneció bajo ese dominio por treinta años. El deseo del rey sirio Antíoco IV Epífanes de helenizar por completo a los judíos le llevó a dedicar el templo de Jerusalén a Zeus (Júpiter) y en el año 168 a. E.C., a realizar un sacrificio inmundo a fin de profanar el altar. (1 Macabeos 1:57, 62; 2 Macabeos 6:1, 2, 5; GRABADOS, vol. 2, pág. 335.) Esto provocó la sublevación macabea (o asmonea). Después de tres años de lucha, Judas Macabeo consiguió el control de la ciudad y del templo, y volvió a dedicar el altar de Jehová a la adoración verdadera en el aniversario de su profanación, el 25 de Kislev del año 165 a. E.C. (1 Macabeos 4:52-54; 2 Macabeos 10:5; compárese con Jn 10:22.)
La guerra contra los gobernantes seléucidas no había terminado. Los judíos solicitaron ayuda a Roma, de modo que sobre el año 160 a. E.C. una nueva potencia se presentó en el escenario de Jerusalén. (1 Macabeos 8:17, 18.) De este modo Jerusalén cayó bajo la influencia del Imperio romano en expansión. Cerca de 142 a. E.C., Simón Macabeo pudo hacer de Jerusalén la capital de una región aparentemente libre de sumisión o vasallaje a una nación gentil. Aristóbulo I, sumo sacerdote de Jerusalén, incluso asumió el título de rey en el año 104 a. E.C., aunque no era de la línea de David.
Jerusalén no fue una ‘ciudad de paz’ durante este período. De hecho, se vio afectada por luchas internas propiciadas por ambiciones egoístas y empeoradas por facciones religiosas rivales, como los saduceos, los fariseos o los celotes. Una violenta disputa entre Aristóbulo II y su hermano Hircano resultó en que se llamara a Roma para que arbitrara esta querella. En el año 63 a. E.C. las fuerzas romanas bajo el general Pompeyo asediaron Jerusalén durante tres meses, a fin de entrar en la ciudad y resolver la disputa. Según los registros históricos, murieron 12.000 judíos, muchos de ellos a manos de sus compañeros israelitas.
En el relato de Josefo sobre la conquista de Pompeyo se menciona por primera vez el puente que cruzaba el valle de Tiropeón. Servía para unir las mitades oriental y occidental de la ciudad y permitía que los que estaban en la mitad occidental tuvieran acceso directo al recinto del templo.
En este tiempo se nombró gobernador romano de Judea a Antípatro II, un idumeo, y se dejó a un macabeo como sumo sacerdote y etnarca de Jerusalén. Posteriormente Roma nombró rey de Judea al hijo de Antípatro, Herodes el Grande, pero este no consiguió el control de Jerusalén hasta el año 37 ó 36 a. E.C., fecha a partir de la cual empezó su gobierno efectivo.
Herodes el Grande gobierna. El gobierno de Herodes se caracterizó por un ambicioso programa de construcción, y la ciudad disfrutó de bastante prosperidad. Se construyó un teatro, un gimnasio, un hipódromo (GRABADO, vol. 2, pág. 535) y otros edificios públicos. Herodes también edificó un palacio real bien fortificado (GRABADO, vol. 2, pág. 538), probablemente en la parte O. de la ciudad, al S. de la actual puerta de Jaffa, donde los arqueólogos creen haber encontrado el fundamento de una de las torres. Otra fortaleza, la Fortaleza Antonia, estaba cerca del templo, con el que se conectaba por medio de un pasadizo. (GRABADO, vol. 2, pág. 535; Antigüedades Judías, libro XV, cap. XI, sec. 7.) De este modo la guarnición romana tenía un rápido acceso al recinto del templo, como tal vez ocurrió cuando los soldados rescataron a Pablo de una chusma en el mencionado recinto. (Hch 21:31, 32.)
Sin embargo, la obra más importante de Herodes fue la reconstrucción del templo y de su complejo de edificios, que comenzó en el año decimoctavo de su reinado. (Antigüedades Judías, libro XV, cap. XI, sec. 1.) La casa santa se terminó en un año y medio, pero los trabajos en los edificios y los patios adyacentes prosiguieron hasta mucho después de su muerte. (Jn 2:20.) La superficie total era aproximadamente el doble de la del templo anterior. Se cree que el Muro de las Lamentaciones es una parte de la muralla occidental del patio del templo que aún se mantiene en pie. Los arqueólogos afirman que las hiladas inferiores de enormes bloques —de unos 90 cm. de alto cada uno— pertenecen al tiempo de la construcción de Herodes.
Del año 2 a. E.C. al 70 E.C. Ahora son las Escrituras Griegas Cristianas las que nos siguen hablando de Jerusalén. Jesús no nació en Jerusalén, sino en la cercana Belén, “la ciudad de David”. (Lu 2:10, 11.) No obstante, el informe posterior de los astrólogos sobre el nacimiento del “rey de los judíos” hizo que Herodes y “toda Jerusalén junto con él” se agitaran. (Mt 2:1-3.) Herodes murió poco después de emitir su infame decreto de matar a todos los niñitos de Belén, probablemente en el año 1 a. E.C. (Véase HERODES núm. 1.) Su hijo Arquelao recibió el gobierno de Jerusalén, Judea y otras regiones. Más tarde Roma lo destituyó por su mala conducta, y a partir de entonces nombró directamente a los gobernadores, como a Poncio Pilato durante el ministerio de Jesús. (Lu 3:1.)
Cuarenta días después de su nacimiento, Jesús fue llevado a Jerusalén, y se le presentó en el templo como el primogénito de María. Simeón y Ana, ya envejecidos, se regocijaron por ver al Mesías prometido, y Ana habló de él “a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén”. (Lu 2:21-38; compárese con Le 12:2-4.) No se dice cuántas veces más se llevó a Jesús a Jerusalén durante su niñez; solo hay registro específico de una visita cuando tenía doce años. En esa ocasión conversó con los maestros en el recinto del templo, y así se mantuvo ocupado en la ‘casa de su Padre’, en la ciudad que Él había escogido. (Lu 2:41-49.)
Después de su bautismo y durante su ministerio de tres años y medio, Jesús fue a Jerusalén con regularidad. Seguramente estuvo allí para las tres fiestas anuales, pues la asistencia a las mismas era obligatoria para todos los varones judíos. (Éx 23:14-17.) No obstante, pasó mucho de su tiempo fuera de la capital, mientras predicaba y enseñaba en Galilea y otras regiones del país.
Aparte del recinto del templo, donde Jesús enseñó con frecuencia, se mencionan pocos puntos específicos de la ciudad en conexión con su ministerio. Se cree que el estanque que se ha desenterrado justo al N. del recinto del templo era el de Betzata, con sus cinco columnatas. (Jn 5:2; véase BETZATA.) El estanque de Siloam del siglo primero es posible que sea un estanque encontrado recientemente en la parte inferior del valle de Tiropeón y que recibe el agua del manantial de Guihón a través de un canal. (Jn 9:11; GRABADO, vol. 2, pág. 949.) Se da un cuadro más detallado de la ciudad en el relato de la última visita de Jesús a Jerusalén. (MAPA, vol. 2, pág. 742; GRABADOS, vol. 2, pág. 743.)
Seis días antes de la fiesta de la Pascua del año 33 E.C., Jesús fue a Betania, en el lado oriental del monte de los Olivos. Al día siguiente, el 9 de Nisán, en su calidad de rey ungido de Jehová, se dirigió hacia la capital montado sobre un pollino, en cumplimiento de la profecía de Zacarías 9:9. (Mt 21:1-9.) Cuando descendió del monte de los Olivos, se detuvo para ver la ciudad, lloró por ella y predijo de manera vívida el venidero sitio y la desolación que le sobrevendría. (Lu 19:37-44.) Cuando entró en la ciudad, tal vez a través de una puerta del muro oriental, toda la ciudad “se puso en conmoción”, pues las noticias correrían con rapidez en esa zona relativamente pequeña. (Mt 21:10.)
En las jornadas restantes, pasaba el día en Jerusalén y la noche en Betania. (Lu 21:37, 38.) El día 10 de Nisán limpió de comerciantes el recinto del templo (Mt 21:12, 13), como había hecho unos tres años antes. (Jn 2:13-16.) El 11 de Nisán llevó a cuatro discípulos al monte de los Olivos, desde donde podían verse la ciudad y su templo, y allí pronunció su gran profecía con respecto a la venidera destrucción de Jerusalén, su presencia y la “conclusión del sistema de cosas”. (Mt 24; Mr 13; Lu 21.) El 13 de Nisán Pedro y Juan hicieron los preparativos para la comida de la Pascua en un aposento alto de Jerusalén, donde Jesús celebraría la cena con sus apóstoles aquella noche (el comienzo del 14 de Nisán). Después de la consideración que tuvo con ellos, salieron de la ciudad, cruzaron el “torrente invernal de Cedrón” y llegaron al jardín llamado Getsemaní, en el monte de los Olivos. (Mt 26:36; Lu 22:39; Jn 18:1, 2.) Getsemaní significa “Prensa de Aceite”, y aún se encuentran en la falda del monte olivos milenarios. De todos modos, en la actualidad la ubicación exacta del jardín es objeto de conjetura. (Véase GETSEMANÍ.)
Aquella noche Jesús fue detenido y llevado a Jerusalén ante los sacerdotes Anás y Caifás, y más tarde, al salón del Sanedrín para juzgarlo. (Mt 26:57–27:1; Jn 18:13-27.) Al amanecer se le condujo ante Pilato, al “palacio del gobernador” (Mt 27:2; Mr 15:1, 16), y luego ante Herodes Antipas, que también estaba en Jerusalén entonces. (Lu 23:6, 7.) Finalmente, fue devuelto a Pilato para el juicio definitivo en “El Empedrado”, lugar llamado en hebreo “Gáb·ba·tha”. (Lu 23:11; Jn 19:13; véase EMPEDRADO, EL.)
A Jesús se le fijó en un madero en el Gólgota, que significa “[Lugar del] Cráneo”. (Mt 27:33-35; Lu 23:33.) Aunque parece obvio que este lugar estaba fuera de los muros de la ciudad, probablemente hacia el N., no se sabe con certeza el sitio exacto. (Véase GÓLGOTHA.) Lo mismo ocurre con el sepulcro de Jesús. (GRABADOS, vol. 2, pág. 948.)
El “campo del alfarero para sepultar a los extraños”, comprado con el dinero del soborno que Judas arrojó en el templo para devolvérselo a los sacerdotes (Mt 27:5-7), se sitúa tradicionalmente en la parte S. del valle de Hinón, cerca de su confluencia con el valle de Cedrón. En esa zona se encuentran muchas tumbas. (Véase AKÉLDAMA.)
Durante el período apostólico. Después de su resurrección, Jesús mandó a sus discípulos que no se retiraran de Jerusalén en ese tiempo. (Lu 24:49; Hch 1:4.) Este tenía que ser el punto de partida de la predicación de arrepentimiento para el perdón de pecados sobre la base del nombre de Cristo. (Lu 24:46-48.) Diez días después de que Jesús ascendió al cielo, los discípulos recibieron el ungimiento por espíritu santo mientras se encontraban reunidos en un aposento alto. (Hch 1:13, 14; 2:1-4.) Jerusalén estaba abarrotada de judíos y prosélitos de todas partes del Imperio romano que asistían a la fiesta del Pentecostés. El testimonio que dieron aquellos cristianos llenos de espíritu santo resultó en que miles llegaran a ser discípulos bautizados. Con miles de personas dando testimonio de su fe, no sorprende que los líderes religiosos airados clamaran: “¡Miren!, han llenado a Jerusalén con su enseñanza”. (Hch 5:28.) Añadieron fuerza al testimonio los milagros que realizaron, como, por ejemplo, la curación del mendigo cojo en “la puerta del templo que se llamaba Hermosa”, probablemente la puerta oriental del atrio de las mujeres. (Hch 3:2, 6, 7.)
Incluso después que la testificación empezó a esparcirse fuera de Jerusalén a “Samaria, y hasta la parte más distante de la tierra” (Hch 1:8), Jerusalén siguió siendo la sede del cuerpo gobernante de la congregación cristiana. La persecución pronto hizo que ‘todos, salvo los apóstoles, fueran esparcidos por las regiones de Judea y Samaria’. (Hch 8:1; compárese con Gál 1:17-19; 2:1-9.) Desde Jerusalén se envió a algunos apóstoles y discípulos para que ayudaran a los nuevos grupos de creyentes, como en el caso de Samaria. (Hch 8:14; 11:19-22, 27.) Saulo de Tarso (Pablo) en seguida creyó conveniente abreviar su primera visita como cristiano a Jerusalén debido a las maquinaciones contra su vida. (Hch 9:26-30.) No obstante, también hubo períodos de calma. (Hch 9:31.) Fue en Jerusalén donde Pedro informó a la asamblea cristiana que Dios había aceptado a creyentes gentiles, y también fue allí donde se zanjó la cuestión sobre la circuncisión y otros asuntos relacionados. (Hch 11:1-4, 18; 15:1, 2, 22-29; Gál 2:1, 2.)
Jesús se había referido a Jerusalén como “la que mata a los profetas y apedrea a los que son enviados a ella”. (Mt 23:37; compárese con los vss. 34-36.) Aunque individualmente muchos de sus ciudadanos mostraron fe en el Hijo de Dios, la ciudad en conjunto mantuvo el proceder del pasado. Por esa razón, ‘su casa se le dejó abandonada a ella’. (Mt 23:38.) En el año 66 E.C. una sublevación judía hizo que las fuerzas romanas al mando de Cestio Galo fueran a la ciudad, la rodearan y avanzaran hasta los muros del templo. De pronto, Cestio Galo se retiró sin ninguna razón aparente, lo que permitió a los cristianos obrar de acuerdo con las instrucciones de Jesús: “Entonces los que estén en Judea echen a huir a las montañas, y los que estén en medio de Jerusalén retírense, y los que estén en los lugares rurales no entren en ella”. (Lu 21:20-22.) Eusebio dice en su Historia Eclesiástica (III, V, 3) que los cristianos huyeron de Jerusalén y de toda Judea a una ciudad de Perea llamada Pela (Pella).
El alivio que Jerusalén experimentó cuando se retiraron los romanos duró poco, igual que cuando los babilonios se retiraron por un tiempo para enfrentarse a los egipcios en los últimos años del reinado de Sedequías. En 70 E.C. las fuerzas romanas regresaron con muchos más soldados al mando del general Tito, y sitiaron la ciudad, que entonces se encontraba abarrotada con ocasión de la celebración de la Pascua. En cumplimiento de la profecía de Jesús (Lu 19:43), los romanos levantaron terraplenes de asedio y una muralla o empalizada continua que rodeaba toda la ciudad, a fin de impedir la huida tanto de día como de noche. Dentro de la ciudad había disputas y luchas entre las facciones rivales, se destruyó gran parte del suministro de alimento y se mataba como traidores a los que se aprehendía intentando huir de la ciudad. Josefo, a quien se toma como fuente de esta información, relata que el hambre llegó a ser tan grave, que la gente llegó hasta el punto de comer manojos de heno, cuero y hasta a sus propios hijos. (Compárese con Lam 2:11, 12, 19, 20; Dt 28:56, 57.) Los testarudos líderes de la ciudad rechazaron una y otra vez las ofertas de paz de Tito.
Por fin los romanos abrieron sistemáticamente brechas en los muros, y sus tropas invadieron la ciudad. (GRABADO, vol. 2, pág. 752.) El templo fue quemado por completo, en contra de las órdenes que se habían dado. Según Josefo, este suceso ocurrió en el aniversario de la destrucción del primer templo por Nabucodonosor siglos antes. Su relato también dice que se quemó el archivo donde estaban todos los libros con los registros genealógicos de la descendencia tribal y familiar, así como los derechos de herencia. (La Guerra de los Judíos, libro VI, cap. IV, sec. 5; libro II, cap. XVII, sec. 6; libro VI, cap. VI, sec. 3.) Por consiguiente, los medios legales para determinar el linaje de los miembros de la tribu mesiánica de Judá y la tribu sacerdotal de Leví llegaron a su fin.
La conquista se completó en tan solo cuatro meses y veinticinco días, desde el 3 de abril hasta el 30 de agosto del año 70 E.C. Así que la tribulación, aunque intensa, fue notablemente corta. La actitud y las acciones irrazonables de los judíos en el interior de la ciudad contribuyeron a esa brevedad. Aunque Josefo calcula que hubo 1.100.000 muertos, también quedaron sobrevivientes. Se tomaron 97.000 cautivos, a muchos de los cuales se envió como esclavos a Egipto o murieron a espada o devorados por las bestias en los teatros de las provincias romanas, lo que también cumplió la profecía divina. (Dt 28:68.)
Toda la ciudad fue demolida. Tan solo se dejaron en pie las torres del palacio de Herodes y una parte del muro occidental, para mostrar a las generaciones futuras lo inútiles que habían sido las fuertes defensas. Josefo observa que, aparte de esos restos, “los encargados de destruirla allanaron de tal manera el ámbito de la ciudad, que daba la impresión de que ese sitio jamás hubiese sido habitado”. (La Guerra de los Judíos, libro VII, cap. I, sec. 1.) En el Arco de Tito, en Roma, hay un relieve que representa a los soldados romanos llevando los vasos sagrados del templo destruido. (Compárese con Mt 24:2; GRABADO, vol. 2, pág. 752.)
Períodos posteriores. Jerusalén quedó prácticamente desolada hasta el año 130 E.C., cuando el emperador Adriano ordenó la edificación de una nueva ciudad llamada Aelia Capitolina. Esta acción desató la revuelta judía de Bar Kokba (132-135 E.C.), que tuvo un éxito momentáneo, pero terminó por ser aplastada. No se permitió a los judíos entrar en la ciudad construida por los romanos durante casi dos siglos. En el siglo IV E.C., Elena, la madre de Constantino el Grande, visitó Jerusalén y dio inicio a la identificación de muchos de los llamados lugares santos y santuarios. Tiempo después la ciudad cayó en manos de los musulmanes. En la actualidad hay dos edificios musulmanes en el monte del Templo. A finales del siglo VII E.C. el califa ʽAbd al-Malik ibn Marwan construyó la Cúpula de la Roca en el lugar donde estaba el templo o cerca de él. Aunque también se le llama mezquita, en realidad es un santuario. Al S. de la Cúpula de la Roca se encuentra la mezquita de al-Aqsa, construida en el siglo VIII E.C., pero reconstruida en gran parte en el siglo XI E.C.
Véase más información sobre ubicaciones geográficas relacionadas con Jerusalén en artículos como CEDRÓN, VALLE TORRENCIAL DE; EN-ROGUEL; MACTÉS; OFEL; OLIVOS, MONTE DE LOS; SIÓN; TEMPLO.
Importancia de la ciudad. Jerusalén fue mucho más que la capital de una nación terrestre. Fue la única ciudad en toda la Tierra sobre la que Jehová Dios puso su nombre. (1Re 11:36.) Cuando se llevó a Jerusalén el arca del pacto —que simbolizaba la presencia de Dios— y en especial cuando se construyó el santuario del templo o casa de Dios, la ciudad llegó a ser la ‘residencia’ figurativa de Jehová, su “lugar de descanso”. (Sl 78:68, 69; 132:13, 14; 135:21; compárese con 2Sa 7:1-7, 12, 13.) Debido a que los reyes de la línea de David eran ungidos por Dios y se sentaban en el “trono de Jehová” (1Cr 29:23; Sl 122:3-5), a Jerusalén se la llamaba “el trono de Jehová”, y, de hecho, a las tribus o naciones que se volvían a ella en reconocimiento de la soberanía de Dios, se las congregaba al nombre de Jehová. (Jer 3:17; Sl 122:1-4; Isa 27:13.) Los que eran hostiles o luchaban contra Jerusalén en realidad se oponían a la soberanía de Dios. Esa hostilidad tenía que producirse, en vista de las palabras proféticas de Génesis 3:15.
Por lo tanto, Jerusalén representó la sede del gobierno constituido divinamente o reino típico de Dios. De ella salía la ley de Dios, su palabra y su bendición. (Miq 4:2; Sl 128:5.) Los que trabajaban a favor de la paz de Jerusalén y su bienestar trabajaban por el éxito del propósito justo de Dios, por la prosperidad de su voluntad. (Sl 122:6-9.) Aunque Jerusalén estaba entre las montañas de Judá y su apariencia sin duda era impresionante, su verdadera posición encumbrada y belleza se debía a cómo Jehová la había honrado y glorificado para que le sirviera de “corona de hermosura”. (Sl 48:1-3, 11-14; 50:2; Isa 62:1-7.)
Como los que alaban a Jehová y hacen su voluntad son principalmente las criaturas inteligentes, los edificios de la ciudad no iban a determinar si se seguiría utilizando Jerusalén, sino las propias personas, los gobernantes y gobernados, los sacerdotes y el pueblo. (Sl 102:18-22; Isa 26:1, 2.) Mientras fueron fieles y honraron el nombre de Jehová con sus palabras y modo de vivir, Él bendijo y defendió a Jerusalén. (Sl 125:1, 2; Isa 31:4, 5.) Sin embargo, debido al proceder apóstata que siguió la mayoría, tanto el pueblo como sus reyes pronto cayeron en el disfavor de Jehová. Por esa razón Jehová manifestó su propósito de rechazar a la ciudad que había llevado su nombre. (2Re 21:12-15; 23:27.) Iba a quitar el “apoyo y sostén” de la ciudad, y como resultado abundaría la tiranía, la delincuencia juvenil y la falta de respeto a los hombres que ocuparan puestos honorables. Jerusalén sufriría degradación y gran humillación. (Isa 3:1-8, 16-26.) Aunque Jehová restauró la ciudad setenta años después de permitir su destrucción a manos de Babilonia, y la hermoseó de nuevo como el centro gozoso de la adoración verdadera en la Tierra (Isa 52:1-9; 65:17-19), el pueblo y sus líderes se volvieron una vez más a la apostasía.
Jehová conservó la ciudad hasta que envió a su Hijo a la Tierra, para que así se cumplieran las profecías mesiánicas. (Isa 28:16; 52:7; Zac 9:9.) El proceder apóstata de Israel alcanzó su momento culminante cuando se fijó en un madero al Mesías, Jesucristo. (Compárese con Mt 21:33-41.) Esta acción, que ocurrió en Jerusalén y fue instigada por los líderes de la nación con el apoyo del pueblo, hizo que Dios rechazara completa e irreversiblemente a Jerusalén como la ciudad que le representaba y llevaba Su nombre. (Compárese con Mt 16:21; Lu 13:33-35.) Ni Jesús ni sus apóstoles predijeron que Dios restauraría a la Jerusalén terrestre y su templo después de la destrucción que Dios había decretado y que llegó en el año 70 E.C.
No obstante, el nombre de Jerusalén siguió usándose como símbolo de algo mayor que la ciudad terrestre. El apóstol Pablo reveló por inspiración divina la existencia de una “Jerusalén de arriba”, a la que llamó “madre” de los cristianos ungidos. (Gál 4:25, 26.) Este hecho coloca a la “Jerusalén de arriba” como esposa de Jehová Dios, el gran Padre y Dador de vida. Cuando se escogió a la Jerusalén terrestre como ciudad principal de la nación escogida de Dios, también se dijo que era una mujer casada con Dios, unida a Él con lazos santos en una relación de pacto. (Isa 51:17, 21, 22; 54:1, 5; 60:1, 14.) De manera que significó o representó a toda la congregación de siervos humanos de Dios. La “Jerusalén de arriba” debe representar, por lo tanto, a toda la congregación de siervos celestiales leales de Jehová.
La Nueva Jerusalén. En Revelación el apóstol Juan registra información concerniente a la “nueva Jerusalén”. (Rev 3:12.) Juan ve en visión a esta “santa ciudad”, que desciende “del cielo desde Dios y preparada como una novia adornada para su esposo”. Esto guarda relación con la visión de “un nuevo cielo y una nueva tierra”. Se dice que esta “novia” es “la esposa del Cordero”. (Rev 21:1-3, 9-27.) Otros escritos apostólicos aplican el mismo simbolismo a la congregación cristiana de ungidos. (2Co 11:2; Ef 5:21-32.) En el capítulo 14 de Revelación se representa al “Cordero”, Cristo, en el monte Sión, un nombre que también se asocia con Jerusalén (compárese con 1Pe 2:6), y con él están los 144.000 que tienen su nombre y el nombre de su Padre escritos en sus frentes. (Rev 14:1-5; véase NUEVA JERUSALÉN.)
La Jerusalén infiel. Como mucho de lo que se dice concerniente a Jerusalén en las Escrituras está en tono condenatorio, está claro que solo la Jerusalén fiel simboliza o prefigura a la parte celestial de la organización de Jehová y a veces a la verdadera congregación cristiana, el “Israel de Dios”. (Gál 6:16.) La Jerusalén infiel, representada como una prostituta y una mujer adúltera, llegó a ser como los amorreos e hititas paganos que en un tiempo controlaron la ciudad. (Eze 16:3, 15, 30-42.) Como ciudad infiel, solo podía representar a apóstatas, a los que siguen un proceder de ‘prostitución’ o infidelidad al Dios cuyo nombre alegan llevar. (Snt 4:4.)
Por consiguiente, se puede ver que el nombre “Jerusalén” se usa en varios sentidos, y en cada caso debe considerarse el contexto para entender bien su aplicación. (Véase TIEMPOS SEÑALADOS DE LAS NACIONES.)